/ domingo 21 de febrero de 2021

En busca de la felicidad

Resulta significativo que a lo largo de la historia las mentes más lúcidas y profundas jamás se hayan dado a la tarea de buscar las claves para encontrar la felicidad, aspiración según la cual acorde a la creencia popular, resultaría el objetivo final de la vida humana, en su lugar se dedicaron a fabular ilusoriamente y no a afirmarla fácticamente.

Que mayor logro y riqueza podría existir que hallarnos en posesión de ese estado de plenitud y armonía que significa ser felices, que se hace acompañar por súbitos estados de euforia y que por lo mismo suelen ser pasajeros, inasibles e inconexos unos de otros, tan pronto surgen lo mismo desaparecen.

Que el hombre pudiera encontrar la fórmula para recrear de manera natural y continua el subidón de ánimo que producen los estallidos de alegría debería ser la meta de todo esfuerzo humano según algunas corrientes de motivación personal y prácticas espirituales orientales.

No obstante, la situación es otra, el esfuerzo se ha enderezado en pos del conocimiento de la naturaleza de las cosas, para poseerlas y ser medianamente felices, tal vez suene materialista, pero parece que en la vida no hay espacio para otra cosa.

Es decir, el acceso humano a la felicidad no es directo o inmediato, sino que en su camino median otros estados que son los sustitutos con los que la razón convence a la mente de que eso es su felicidad.

Por ejemplo, para Sócrates el objetivo del hombre era el bien y como consecuencia de este, se derramarían todas las otras virtudes que luego entonces serían accesorias de aquella que les daba lugar. Kant lo dice más claramente, el comportamiento ético es la esencia racional del hombre y de alguna forma sin que nos diga cuál, siendo ético el hombre dará con su felicidad.

Es probable que las mentes más brillantes hayan descubierto como primigenia verdad que en el reino de la naturaleza no existe la felicidad, ni el hombre está destinado a ser feliz, más bien este mundo es totalmente indiferente al estado mental del hombre, no está diseñado o pensando en agradar o ser cálido a las necesidades o aspiraciones humanas, la felicidad es una construcción artificial, las facultades de sufrir o gozar solo son funciónales para dirigir el modo de supervivencia humana y no porque ordenen o definan su esencia, sino todo lo contrario, el sin sentido del páramo en el que habitamos es su esencia y no tenemos nada de especial.

Por eso cuando a la razón se le escapa un fin racional en el orden de las necesidades y deseos humanos acostumbra llamarle a eso el mal radical, pero en realidad no es otra cosa que la naturaleza actuando lógicamente por el peso de su gravedad.

En esa medida la religión, las drogas, la vida sexual, el arte, la música, en suma, todas aquellas actividades creadas por la mano del hombre y que producen un éxtasis son artilugios, mecanismos artificiales con los que la astucia de la razón busca sustituir la búsqueda inmediata de la felicidad por otra mediada, porque sabe finalmente que en la naturaleza no hay una vía directa a ese estado de plenitud que es la felicidad.

No es casualidad que en el camino al nirvana, el budismo transite por despojarse de la naturaleza física humana para entrar a otra que no le es propia.

Pese a su característica exaltación, los poetas del período romántico comprendieron que la búsqueda de la felicidad en el mundo tal y como esta resulta en una vana ilusión y de ahí que se hayan dado a la tarea de hechizarlo, dotarlo de sentido y soldar la fractura original que se halla en el corazón del hombre.

Nadie captó mejor este defecto primordial en la esencia humana que el poeta romántico Alemán Hölderlin, en el famoso fragmento de Juicio y Ser que dice: “El Ser expresa la unión de sujeto y objeto, (unión) en la que sujeto y objetó están absolutamente, y no solamente parcialmente unidos y por tanto, tan unidos que ninguna división puede emprenderse sin destruir la esencia de la cosa que debe ser separada. Ahí y en ningún otro caso podemos hablar de un Ser absoluto como es el caso de la intuición intelectual”.

Si la esencia humana es una, luego esta se ve dislocada por la toma de conciencia, porque la conciencia, es conciencia de algo y ese algo que ya no es ella misma, sino otra cosa, refiere a una distanciación entre dos cosas, sujeto que percibe y objeto percibido, hombre y naturaleza, por lo cual para los románticos la toma de conciencia sea una maldición o castigo, ciertamente en la génesis el probar del fruto del árbol del conocimiento marcó el momento de la expulsión del paraíso.

Los románticos como los budistas con el nirvana, pretendieron con la intuición intelectual rodear a la conciencia y acceder directamente a un estado de plenitud o como diría Hegel, buscaron la felicidad haciendo que el rayo del absoluto los tocara. No es por nada que el mismo efecto persigan todas las otras quimeras con las que el hombre busca ponerse en contacto con la felicidad, religión, estados alterados por las drogas o creación artística, que no es otra cosa que la búsqueda de sentirse pleno, colmado y sin vacío, ya que la infelicidad está presente ahí cuando echamos de menos algo en nuestras vidas.

Por eso no puede existir moraleja en ninguna historia, no hay nada que nos reconforte a no ser que adulteremos nuestra conciencia hipostasiando la naturaleza de las cosas, siendo así se puede vivir felizmente engañado si así se decide.

Regeneración.

Resulta significativo que a lo largo de la historia las mentes más lúcidas y profundas jamás se hayan dado a la tarea de buscar las claves para encontrar la felicidad, aspiración según la cual acorde a la creencia popular, resultaría el objetivo final de la vida humana, en su lugar se dedicaron a fabular ilusoriamente y no a afirmarla fácticamente.

Que mayor logro y riqueza podría existir que hallarnos en posesión de ese estado de plenitud y armonía que significa ser felices, que se hace acompañar por súbitos estados de euforia y que por lo mismo suelen ser pasajeros, inasibles e inconexos unos de otros, tan pronto surgen lo mismo desaparecen.

Que el hombre pudiera encontrar la fórmula para recrear de manera natural y continua el subidón de ánimo que producen los estallidos de alegría debería ser la meta de todo esfuerzo humano según algunas corrientes de motivación personal y prácticas espirituales orientales.

No obstante, la situación es otra, el esfuerzo se ha enderezado en pos del conocimiento de la naturaleza de las cosas, para poseerlas y ser medianamente felices, tal vez suene materialista, pero parece que en la vida no hay espacio para otra cosa.

Es decir, el acceso humano a la felicidad no es directo o inmediato, sino que en su camino median otros estados que son los sustitutos con los que la razón convence a la mente de que eso es su felicidad.

Por ejemplo, para Sócrates el objetivo del hombre era el bien y como consecuencia de este, se derramarían todas las otras virtudes que luego entonces serían accesorias de aquella que les daba lugar. Kant lo dice más claramente, el comportamiento ético es la esencia racional del hombre y de alguna forma sin que nos diga cuál, siendo ético el hombre dará con su felicidad.

Es probable que las mentes más brillantes hayan descubierto como primigenia verdad que en el reino de la naturaleza no existe la felicidad, ni el hombre está destinado a ser feliz, más bien este mundo es totalmente indiferente al estado mental del hombre, no está diseñado o pensando en agradar o ser cálido a las necesidades o aspiraciones humanas, la felicidad es una construcción artificial, las facultades de sufrir o gozar solo son funciónales para dirigir el modo de supervivencia humana y no porque ordenen o definan su esencia, sino todo lo contrario, el sin sentido del páramo en el que habitamos es su esencia y no tenemos nada de especial.

Por eso cuando a la razón se le escapa un fin racional en el orden de las necesidades y deseos humanos acostumbra llamarle a eso el mal radical, pero en realidad no es otra cosa que la naturaleza actuando lógicamente por el peso de su gravedad.

En esa medida la religión, las drogas, la vida sexual, el arte, la música, en suma, todas aquellas actividades creadas por la mano del hombre y que producen un éxtasis son artilugios, mecanismos artificiales con los que la astucia de la razón busca sustituir la búsqueda inmediata de la felicidad por otra mediada, porque sabe finalmente que en la naturaleza no hay una vía directa a ese estado de plenitud que es la felicidad.

No es casualidad que en el camino al nirvana, el budismo transite por despojarse de la naturaleza física humana para entrar a otra que no le es propia.

Pese a su característica exaltación, los poetas del período romántico comprendieron que la búsqueda de la felicidad en el mundo tal y como esta resulta en una vana ilusión y de ahí que se hayan dado a la tarea de hechizarlo, dotarlo de sentido y soldar la fractura original que se halla en el corazón del hombre.

Nadie captó mejor este defecto primordial en la esencia humana que el poeta romántico Alemán Hölderlin, en el famoso fragmento de Juicio y Ser que dice: “El Ser expresa la unión de sujeto y objeto, (unión) en la que sujeto y objetó están absolutamente, y no solamente parcialmente unidos y por tanto, tan unidos que ninguna división puede emprenderse sin destruir la esencia de la cosa que debe ser separada. Ahí y en ningún otro caso podemos hablar de un Ser absoluto como es el caso de la intuición intelectual”.

Si la esencia humana es una, luego esta se ve dislocada por la toma de conciencia, porque la conciencia, es conciencia de algo y ese algo que ya no es ella misma, sino otra cosa, refiere a una distanciación entre dos cosas, sujeto que percibe y objeto percibido, hombre y naturaleza, por lo cual para los románticos la toma de conciencia sea una maldición o castigo, ciertamente en la génesis el probar del fruto del árbol del conocimiento marcó el momento de la expulsión del paraíso.

Los románticos como los budistas con el nirvana, pretendieron con la intuición intelectual rodear a la conciencia y acceder directamente a un estado de plenitud o como diría Hegel, buscaron la felicidad haciendo que el rayo del absoluto los tocara. No es por nada que el mismo efecto persigan todas las otras quimeras con las que el hombre busca ponerse en contacto con la felicidad, religión, estados alterados por las drogas o creación artística, que no es otra cosa que la búsqueda de sentirse pleno, colmado y sin vacío, ya que la infelicidad está presente ahí cuando echamos de menos algo en nuestras vidas.

Por eso no puede existir moraleja en ninguna historia, no hay nada que nos reconforte a no ser que adulteremos nuestra conciencia hipostasiando la naturaleza de las cosas, siendo así se puede vivir felizmente engañado si así se decide.

Regeneración.