/ viernes 4 de octubre de 2019

En caída libre

Caigo y caigo. Nada detiene mi caída. Me duele el alma. Me duelen los años que no aproveché y que hoy me piden cuentas.

Voces ácidas taladran mis oídos. Entre tanta batahola no oigo nada. Tengo sordera moral.

Miro hacia atrás y no veo nada. No he construido nada. Soy un desierto humano.

Me siento solo porque estoy solo. No hay palabras que agregar. Tengo lo que merezco.

¿Por qué dejé ir tanta agua fresca, reconfortante entre mis manos?

¿Dónde están los proyectos de vida que urdí con pasión? ¿En qué lugar del tiempo se quedaron arrumbados?

Camino por calles de Tampico y ya no me dicen nada. Me siento inerme, empolvado por el peso del destino. Tengo miedo.

En donde ponga la mirada no tengo esperanzas que ofrecer. ¿Qué hago entonces?

El pasado es una ruina que me persigue por doquier. El nombre de las cosas puras las he olvidado.

En las escolleras de Miramar grito y en vez de sonido salen palomas desahuciadas que ya no me pertenecen más.

Ahora Tampico se me hace insoportable, no tengo lugar para él en mi cuerpo. Me duele la ciudad porque ya no soy el hombre feliz que era cuando la caminaba, la respiraba y la cantaba.

Con los años viene cierto cansancio y las azucenas de la ilusión pierden su rocío.

¿Dónde pongo mis pies? ¿Hacia qué punto del horizonte miro sin que me duela? Me duele todo. Sigo cayendo.

A nadie le importo. Nadie extiende su mano salvadora. Caigo en un precipicio que yo mismo cavé.

Recuerdo cuando de niño era hábil para las matemáticas. Todos me auguraban un futuro próspero. Terminé la carrera de ingeniero con honores. Fui un estudiante modelo. De qué me ha servido si hoy, mírenme, no soy nada, nada.

El precio por vivir es la edad. Me molesta la luz del sol. Afuera hay peces fantásticos y pétalos de abundantes arcoíris. Aquí adentro, donde sigo cayendo, sólo hay sombras, devastados poemas que me deconstruyen en la totalidad del vacío.

Pero quiero vivir, beberme a tragos los años que me quedan. No quiero llegar al fondo. Miro hacia arriba y veo que aún existen cielos azules donde el aire huele a vida, a recientísimos cupidos con trabajo por hacer conmigo…

Caigo y caigo. Nada detiene mi caída. Me duele el alma. Me duelen los años que no aproveché y que hoy me piden cuentas.

Voces ácidas taladran mis oídos. Entre tanta batahola no oigo nada. Tengo sordera moral.

Miro hacia atrás y no veo nada. No he construido nada. Soy un desierto humano.

Me siento solo porque estoy solo. No hay palabras que agregar. Tengo lo que merezco.

¿Por qué dejé ir tanta agua fresca, reconfortante entre mis manos?

¿Dónde están los proyectos de vida que urdí con pasión? ¿En qué lugar del tiempo se quedaron arrumbados?

Camino por calles de Tampico y ya no me dicen nada. Me siento inerme, empolvado por el peso del destino. Tengo miedo.

En donde ponga la mirada no tengo esperanzas que ofrecer. ¿Qué hago entonces?

El pasado es una ruina que me persigue por doquier. El nombre de las cosas puras las he olvidado.

En las escolleras de Miramar grito y en vez de sonido salen palomas desahuciadas que ya no me pertenecen más.

Ahora Tampico se me hace insoportable, no tengo lugar para él en mi cuerpo. Me duele la ciudad porque ya no soy el hombre feliz que era cuando la caminaba, la respiraba y la cantaba.

Con los años viene cierto cansancio y las azucenas de la ilusión pierden su rocío.

¿Dónde pongo mis pies? ¿Hacia qué punto del horizonte miro sin que me duela? Me duele todo. Sigo cayendo.

A nadie le importo. Nadie extiende su mano salvadora. Caigo en un precipicio que yo mismo cavé.

Recuerdo cuando de niño era hábil para las matemáticas. Todos me auguraban un futuro próspero. Terminé la carrera de ingeniero con honores. Fui un estudiante modelo. De qué me ha servido si hoy, mírenme, no soy nada, nada.

El precio por vivir es la edad. Me molesta la luz del sol. Afuera hay peces fantásticos y pétalos de abundantes arcoíris. Aquí adentro, donde sigo cayendo, sólo hay sombras, devastados poemas que me deconstruyen en la totalidad del vacío.

Pero quiero vivir, beberme a tragos los años que me quedan. No quiero llegar al fondo. Miro hacia arriba y veo que aún existen cielos azules donde el aire huele a vida, a recientísimos cupidos con trabajo por hacer conmigo…