/ domingo 10 de octubre de 2021

En defensa de la ciencia

En una conferencia dictada por el ilustre investigador tampiqueño, doctor Ruy Pérez Tamayo, un asistente le preguntó si creía que la ciencia era buena o mala.

Después de todo, le dijo, siguiendo sus reglas, fueron diseñados por ingenieros alemanes los hornos crematorios para el holocausto judío; se construyó la bomba atómica que destruyó ciudades enteras y la Inquisición medieval, aunque con técnicas rudimentarias, hizo artefactos para castigar a los que consideraba enemigos de la religión.

La pregunta era casi retórica. En cada caso, tanto quien hizo la pregunta, como todos los asistentes, conocían la respuesta: que todo lo mencionado anteriormente había sido concebido para hacer el mal. Así que la respuesta era predecible. La ciencia no es buena ni mala; no es neoliberal, ni conservadora o de izquierda. Es simplemente ciencia. Es bueno o malo quien la usa, y según para qué la emplee.

Sin embargo, ¿Qué hubiera sido del ser humano, sin el avance científico? La ciencia es la que hace que este mundo pueda caminar hacia muchos y diferentes horizontes para descubrirlos, y así cumplir con el mandato divino: “Crece”. Es como “las olas, siempre en busca de playa”

Por la ausencia del avance científico, la peste negra mató en Europa a millones de personas en la baja Edad Media, a pesar que su número de habitantes era muchísimo menor al que hay en este siglo, y aún ahora en medio de la pandemia que nos aflige, debido a la ciencia y su lucha por encontrar una vacuna, se ha logrado que la cantidad de decesos sea menor al que fue entonces.

Gracias a la ciencia, y al entusiasta esfuerzo del investigador científico, que sacrificó su tiempo en favor de la humanidad, se descubrieron los antibióticos y la vacuna contra la poliomielitis, que tanta esperanza dio a los niños; por amor a la ciencia Marie Curie escudriñó los efectos de la radiactividad y de hecho murió de anemia plástica, debido a las tantas horas que pasó en el laboratorio analizando las consecuencias de su uso, tanto positivas como negativas.

Pero por otra parte es cierto, por desgracia, que la ciencia en todas sus manfiestaciones, se ha usado para otros múltiples y variados propósitos, muchos de ellos detestables. La ciencia política, por ejemplo, se ha empleado por algunos “astutos” como libre acceso al recurso económico; la ciencia jurídica es muchas veces sólo la voz repetida y autoritaria del legislador romano: “lex est quod notamus” “la ley es lo que nosotros decimos” olvidando lo que el gran filósofo romano Lucio Anneo Séneca dijo: “a veces la ley puede hacer lícito, lo que la moral prohíbe”.

Y la ciencia médica ha sido también para algunos, afortunadamente no para todos, una forma de lucrar sin medida con la salud, a pesar del juramento que un día hicieron. Y lo mismo ha pasado con la ciencia química usada por los criminales para envenenar a los jóvenes con todo tipo de drogas.Y todo ello desnaturalizando la esencia misma de la ciencia, que es hacer que la civilización avance, no que retroceda.

Pero a pesar de todo eso, la ciencia sigue con su marcha irreversible. Gracias a los investigadores científicos, hombres y mujeres, comprometidos con el desarrollo común a través de la observación y la experimentación constante, se logró que un dia el ser humano finalmente diera el salto del mito a la razón y se convirtiera en “sapiens” y en el “eje y la flecha de su propia evolución” según palabras de notable jesuita Theilard de Chardin.

Porque si así no hubiera sido, aún viviríamos en la edad de piedra, habitaríamos en cavernas y nos iluminaríamos con velas. Pero en lugar de todo eso, edificamos nuestras propias viviendas, construimos civilizaciones y culturas, descubrimos el láser, la maravilla de los chips, la posibilidad de los trasplantes y la fascinación de los viajes espaciales, Y pudimos saborear la belleza que se encuentra en una sinfonía o en un poema.

Pero detrás de ese “pudimos” el hombre ha debido enfrentar un gran desafío: el uso de la ciencia misma. Tiene que saber discernir, con su entendimiento, aquello que enaltece su naturaleza pensante, de aquello que la envilece y con su libertad de elección privilegiar uno sobre lo otro, así como asumir la responsabilidad y las consecuencias de su elección.

En su libro “Sobre la libertad” el filósofo y escritor inglés John ST. Mill afirma que “muchas cosas malas van a suceder si dejamos libre al hombre. Pero siempre serán más las buenas que las malas”

Y esto es lo que sucede con la ciencia: puede ser empleada para hacer el mal o ser puesta al servicio del bien. Pero al cabo de todo, seguirá siendo simplemente ciencia y siempre prevalecerá en ella la esencia de su paradigma, que es ir siempre en busca de la verdad.

En una conferencia dictada por el ilustre investigador tampiqueño, doctor Ruy Pérez Tamayo, un asistente le preguntó si creía que la ciencia era buena o mala.

Después de todo, le dijo, siguiendo sus reglas, fueron diseñados por ingenieros alemanes los hornos crematorios para el holocausto judío; se construyó la bomba atómica que destruyó ciudades enteras y la Inquisición medieval, aunque con técnicas rudimentarias, hizo artefactos para castigar a los que consideraba enemigos de la religión.

La pregunta era casi retórica. En cada caso, tanto quien hizo la pregunta, como todos los asistentes, conocían la respuesta: que todo lo mencionado anteriormente había sido concebido para hacer el mal. Así que la respuesta era predecible. La ciencia no es buena ni mala; no es neoliberal, ni conservadora o de izquierda. Es simplemente ciencia. Es bueno o malo quien la usa, y según para qué la emplee.

Sin embargo, ¿Qué hubiera sido del ser humano, sin el avance científico? La ciencia es la que hace que este mundo pueda caminar hacia muchos y diferentes horizontes para descubrirlos, y así cumplir con el mandato divino: “Crece”. Es como “las olas, siempre en busca de playa”

Por la ausencia del avance científico, la peste negra mató en Europa a millones de personas en la baja Edad Media, a pesar que su número de habitantes era muchísimo menor al que hay en este siglo, y aún ahora en medio de la pandemia que nos aflige, debido a la ciencia y su lucha por encontrar una vacuna, se ha logrado que la cantidad de decesos sea menor al que fue entonces.

Gracias a la ciencia, y al entusiasta esfuerzo del investigador científico, que sacrificó su tiempo en favor de la humanidad, se descubrieron los antibióticos y la vacuna contra la poliomielitis, que tanta esperanza dio a los niños; por amor a la ciencia Marie Curie escudriñó los efectos de la radiactividad y de hecho murió de anemia plástica, debido a las tantas horas que pasó en el laboratorio analizando las consecuencias de su uso, tanto positivas como negativas.

Pero por otra parte es cierto, por desgracia, que la ciencia en todas sus manfiestaciones, se ha usado para otros múltiples y variados propósitos, muchos de ellos detestables. La ciencia política, por ejemplo, se ha empleado por algunos “astutos” como libre acceso al recurso económico; la ciencia jurídica es muchas veces sólo la voz repetida y autoritaria del legislador romano: “lex est quod notamus” “la ley es lo que nosotros decimos” olvidando lo que el gran filósofo romano Lucio Anneo Séneca dijo: “a veces la ley puede hacer lícito, lo que la moral prohíbe”.

Y la ciencia médica ha sido también para algunos, afortunadamente no para todos, una forma de lucrar sin medida con la salud, a pesar del juramento que un día hicieron. Y lo mismo ha pasado con la ciencia química usada por los criminales para envenenar a los jóvenes con todo tipo de drogas.Y todo ello desnaturalizando la esencia misma de la ciencia, que es hacer que la civilización avance, no que retroceda.

Pero a pesar de todo eso, la ciencia sigue con su marcha irreversible. Gracias a los investigadores científicos, hombres y mujeres, comprometidos con el desarrollo común a través de la observación y la experimentación constante, se logró que un dia el ser humano finalmente diera el salto del mito a la razón y se convirtiera en “sapiens” y en el “eje y la flecha de su propia evolución” según palabras de notable jesuita Theilard de Chardin.

Porque si así no hubiera sido, aún viviríamos en la edad de piedra, habitaríamos en cavernas y nos iluminaríamos con velas. Pero en lugar de todo eso, edificamos nuestras propias viviendas, construimos civilizaciones y culturas, descubrimos el láser, la maravilla de los chips, la posibilidad de los trasplantes y la fascinación de los viajes espaciales, Y pudimos saborear la belleza que se encuentra en una sinfonía o en un poema.

Pero detrás de ese “pudimos” el hombre ha debido enfrentar un gran desafío: el uso de la ciencia misma. Tiene que saber discernir, con su entendimiento, aquello que enaltece su naturaleza pensante, de aquello que la envilece y con su libertad de elección privilegiar uno sobre lo otro, así como asumir la responsabilidad y las consecuencias de su elección.

En su libro “Sobre la libertad” el filósofo y escritor inglés John ST. Mill afirma que “muchas cosas malas van a suceder si dejamos libre al hombre. Pero siempre serán más las buenas que las malas”

Y esto es lo que sucede con la ciencia: puede ser empleada para hacer el mal o ser puesta al servicio del bien. Pero al cabo de todo, seguirá siendo simplemente ciencia y siempre prevalecerá en ella la esencia de su paradigma, que es ir siempre en busca de la verdad.