/ domingo 21 de junio de 2020

En defensa de la intolerancia

Recientes acontecimientos han revitalizado el debate sobre los límites de la tolerancia cuando se trata de encarar actos o dichos de racismo, clasismo y discriminación en general, ¿se deben tolerar o se debe ser intolerante igual que aquellos que reproducen conductas que nos repugnan?, en este contexto, es posible en una sociedad democrática llevarnos todos bien?, ya que si bien la tolerancia a menudo es necesaria para que todos nos llevemos bien y nos comprendamos mejor, nadie que defienda la tolerancia podría sostener de forma definitiva que puede ser ilimitada.

Algunas cosas son verdaderamente intolerables: asesinato, violación, abuso infantil. El problema es dónde trazar la línea cuando nos movemos más allá de cosas evidentemente intolerables. Los desacuerdos sobre qué actos son intolerables dan lugar a algunos de nuestros conflictos morales y políticos más profundos.

En términos generales, a veces debemos tolerar cosas que encontramos profundamente equivocadas. Pero el imperativo de que debemos tolerar lo que consideramos intolerable parece una demanda contradictoria e imposible de seguir. Bernard Williams se preguntó si la tolerancia es una "virtud imposible".

Para Williams la tolerancia se refiere a una actitud particular de moderación hacia creencias o prácticas que consideramos desagradables, la tolerancia requiere actuar con moderación, incluso cuando algo nos provoque repulsión por desagradable.

Por regla general nos hemos dado por satisfechos con solo exigir que las personas actúen con tolerancia sin exigir que realmente cultiven una actitud tolerante y complaciente, estableciendo leyes contra ciertos tipos de intolerancia, sin obligar a nadie a cambiar sus actitudes intolerantes subyacentes. Por lo tanto, le damos a las personas un incentivo para que no actúen violentamente mientras intentan imponer sus convicciones a otros que no las comparten, piénsese en los grupos radicales conservadores contrarios al aborto, matrimonio entre personas del mismo sexo, así como en contra de la posibilidad de que estas mismas puedan adoptar.

Sin embargo, muchos piensan que la tolerancia impuesta por la fuerza externa no es realmente tolerancia en absoluto. Esto se debe a que decidir no actuar contra otra persona por miedo al castigo es simplemente valorar algo más, no ser castigado, más que actuar de acuerdo con las convicciones profundas de uno.

Ante la amenaza de la fuerza, muchas personas prefieren la libertad; y, sin embargo, esto no significa que hayan abandonado, o incluso que puedan abandonar sus convicciones intolerantes.

Tengo la impresión de que nadie negará que sería terrible tolerar lo verdaderamente intolerable. Sin embargo, quienes defienden la tolerancia a ultranza, entre ellos convenientemente, algunos grupos conservadores extremistas, señalarán que es difícil saber cuándo poseemos toda la verdad relevante para determinar dónde se debe ser intolerante sobre algunas cuestiones cuyo debate sigue aparentemente vigente o inagotado, por lo general moviéndose dentro de las arenas movedizas del relativismo y escepticismo moral.

En cuestiones morales profundamente contenciosas, esta obviedad parece proporcionar una presunción a favor de la precaución y la moderación, sin embargo, paradójicamente son los grupos radicales intolerantes, que ante el fracaso de imponer su visión en los demás, apelan a una indefinición moral como estrategia perentoria para hacer tropezar la vigencia de algunos derechos que estos grupos radicales rechazan discriminatoriamente.

La tolerancia juega un papel importante en la búsqueda de la verdad en general. La persona tolerante, aunque no está de acuerdo con las opiniones del otro, no ha abandonado la posibilidad de dialogar con el otro lado, característica ausente en los grupos radicales intolerantes.

Tolerar la diferencia, particularmente en asuntos morales, no es simplemente ignorar lo que otros están haciendo, porque ello implicaría abandonar la responsabilidad moral que tenemos de discernir si lo que estamos tolerando actualmente ha cruzado la línea o amenaza con cruzar la línea hacia lo irremediablemente intolerable.

No podemos tolerar responsablemente sin comprender lo que estamos tolerando, sin embargo, esta comprensión tampoco puede ser unilateral, ya que nuestra forma de ver el otro lado puede resultar distorsionada o desinformada. La tolerancia responsable requiere diálogo. Lo difícil de admitir es que el diálogo abierto no siempre culmina en un final feliz. Lo que toleramos condicionalmente debido a nuestro posible error puede resultar en un juicio honesto y mejor informado sobre algo tan intolerable como inicialmente temíamos.

Entonces, si una práctica es realmente intolerable, ¿por qué no hacer algo al respecto? Hay algunas líneas trazadas con respecto a lo que se debe hacer con diversas prácticas moralmente intolerables. No es del todo correcto sugerir que las líneas son claras, ya que los errores morales pueden variar en severidad y en sus falibles justificaciones.

No obstante, podemos identificar algunas formas bastante distintas de hacer algo con respecto a aquellas que consideramos intolerables. Además, se puede trazar una línea moralmente significativa entre los medios de respuesta violentos y no violentos.

La forma más débil de acción contra lo intolerable es la condena verbal, esta forma más débil de intolerancia es precisamente lo más apropiado. Es el tipo de intolerancia más común que practican los padres hacia los hijos, o que nosotros practicamos con las personas con las que queremos mantener una relación. Una cosa interesante sobre la condena verbal es que comunica nuestro punto de vista. Otro tipo de acción contra lo intolerable es lo que podríamos llamar "interferencia no violenta". La desobediencia civil, tal como la practican Gandhi o Martin Luther King, Jr., es un ejemplo de interferencia no violenta dirigida a políticas gubernamentales intolerables.

Por último, tenemos que considerar la violencia física dirigida a aquellos que se consideran involucrados en prácticas intolerables. Este siempre será el tipo de interferencia más difícil de justificar, y de hecho rara vez es convincentemente justificable ante los ojos de todos. Sin embargo, siempre podemos recurrir a la fórmula de John Locke, para discernir como proceder en caso de un conflicto moral sobre cuestiones intolerables, según Locke “La tolerancia termina ahí donde el sujeto que la recibe no está dispuesto a darla más adelante”. Es decir, con quienes no están dispuestos a devolver la tolerancia recibida, con su discurso y acciones debemos ser intolerantes.

Regeneración del 19.

Recientes acontecimientos han revitalizado el debate sobre los límites de la tolerancia cuando se trata de encarar actos o dichos de racismo, clasismo y discriminación en general, ¿se deben tolerar o se debe ser intolerante igual que aquellos que reproducen conductas que nos repugnan?, en este contexto, es posible en una sociedad democrática llevarnos todos bien?, ya que si bien la tolerancia a menudo es necesaria para que todos nos llevemos bien y nos comprendamos mejor, nadie que defienda la tolerancia podría sostener de forma definitiva que puede ser ilimitada.

Algunas cosas son verdaderamente intolerables: asesinato, violación, abuso infantil. El problema es dónde trazar la línea cuando nos movemos más allá de cosas evidentemente intolerables. Los desacuerdos sobre qué actos son intolerables dan lugar a algunos de nuestros conflictos morales y políticos más profundos.

En términos generales, a veces debemos tolerar cosas que encontramos profundamente equivocadas. Pero el imperativo de que debemos tolerar lo que consideramos intolerable parece una demanda contradictoria e imposible de seguir. Bernard Williams se preguntó si la tolerancia es una "virtud imposible".

Para Williams la tolerancia se refiere a una actitud particular de moderación hacia creencias o prácticas que consideramos desagradables, la tolerancia requiere actuar con moderación, incluso cuando algo nos provoque repulsión por desagradable.

Por regla general nos hemos dado por satisfechos con solo exigir que las personas actúen con tolerancia sin exigir que realmente cultiven una actitud tolerante y complaciente, estableciendo leyes contra ciertos tipos de intolerancia, sin obligar a nadie a cambiar sus actitudes intolerantes subyacentes. Por lo tanto, le damos a las personas un incentivo para que no actúen violentamente mientras intentan imponer sus convicciones a otros que no las comparten, piénsese en los grupos radicales conservadores contrarios al aborto, matrimonio entre personas del mismo sexo, así como en contra de la posibilidad de que estas mismas puedan adoptar.

Sin embargo, muchos piensan que la tolerancia impuesta por la fuerza externa no es realmente tolerancia en absoluto. Esto se debe a que decidir no actuar contra otra persona por miedo al castigo es simplemente valorar algo más, no ser castigado, más que actuar de acuerdo con las convicciones profundas de uno.

Ante la amenaza de la fuerza, muchas personas prefieren la libertad; y, sin embargo, esto no significa que hayan abandonado, o incluso que puedan abandonar sus convicciones intolerantes.

Tengo la impresión de que nadie negará que sería terrible tolerar lo verdaderamente intolerable. Sin embargo, quienes defienden la tolerancia a ultranza, entre ellos convenientemente, algunos grupos conservadores extremistas, señalarán que es difícil saber cuándo poseemos toda la verdad relevante para determinar dónde se debe ser intolerante sobre algunas cuestiones cuyo debate sigue aparentemente vigente o inagotado, por lo general moviéndose dentro de las arenas movedizas del relativismo y escepticismo moral.

En cuestiones morales profundamente contenciosas, esta obviedad parece proporcionar una presunción a favor de la precaución y la moderación, sin embargo, paradójicamente son los grupos radicales intolerantes, que ante el fracaso de imponer su visión en los demás, apelan a una indefinición moral como estrategia perentoria para hacer tropezar la vigencia de algunos derechos que estos grupos radicales rechazan discriminatoriamente.

La tolerancia juega un papel importante en la búsqueda de la verdad en general. La persona tolerante, aunque no está de acuerdo con las opiniones del otro, no ha abandonado la posibilidad de dialogar con el otro lado, característica ausente en los grupos radicales intolerantes.

Tolerar la diferencia, particularmente en asuntos morales, no es simplemente ignorar lo que otros están haciendo, porque ello implicaría abandonar la responsabilidad moral que tenemos de discernir si lo que estamos tolerando actualmente ha cruzado la línea o amenaza con cruzar la línea hacia lo irremediablemente intolerable.

No podemos tolerar responsablemente sin comprender lo que estamos tolerando, sin embargo, esta comprensión tampoco puede ser unilateral, ya que nuestra forma de ver el otro lado puede resultar distorsionada o desinformada. La tolerancia responsable requiere diálogo. Lo difícil de admitir es que el diálogo abierto no siempre culmina en un final feliz. Lo que toleramos condicionalmente debido a nuestro posible error puede resultar en un juicio honesto y mejor informado sobre algo tan intolerable como inicialmente temíamos.

Entonces, si una práctica es realmente intolerable, ¿por qué no hacer algo al respecto? Hay algunas líneas trazadas con respecto a lo que se debe hacer con diversas prácticas moralmente intolerables. No es del todo correcto sugerir que las líneas son claras, ya que los errores morales pueden variar en severidad y en sus falibles justificaciones.

No obstante, podemos identificar algunas formas bastante distintas de hacer algo con respecto a aquellas que consideramos intolerables. Además, se puede trazar una línea moralmente significativa entre los medios de respuesta violentos y no violentos.

La forma más débil de acción contra lo intolerable es la condena verbal, esta forma más débil de intolerancia es precisamente lo más apropiado. Es el tipo de intolerancia más común que practican los padres hacia los hijos, o que nosotros practicamos con las personas con las que queremos mantener una relación. Una cosa interesante sobre la condena verbal es que comunica nuestro punto de vista. Otro tipo de acción contra lo intolerable es lo que podríamos llamar "interferencia no violenta". La desobediencia civil, tal como la practican Gandhi o Martin Luther King, Jr., es un ejemplo de interferencia no violenta dirigida a políticas gubernamentales intolerables.

Por último, tenemos que considerar la violencia física dirigida a aquellos que se consideran involucrados en prácticas intolerables. Este siempre será el tipo de interferencia más difícil de justificar, y de hecho rara vez es convincentemente justificable ante los ojos de todos. Sin embargo, siempre podemos recurrir a la fórmula de John Locke, para discernir como proceder en caso de un conflicto moral sobre cuestiones intolerables, según Locke “La tolerancia termina ahí donde el sujeto que la recibe no está dispuesto a darla más adelante”. Es decir, con quienes no están dispuestos a devolver la tolerancia recibida, con su discurso y acciones debemos ser intolerantes.

Regeneración del 19.