/ jueves 5 de diciembre de 2019

En números rojos

El tiempo, implacable capataz de todos, parece que llegando diciembre decide descansar un momento para dejar que los mortales podamos soñar despiertos con los gratos recuerdos y enseñanzas de navidades pasadas.

Si no fuese por los centros comerciales no recordaría que se aproxima presurosa la Navidad y tras ella el final de un año.

Las pequeñas lucecillas centellantes parpadean ya en las vitrinas de las tiendas en una coqueta danza que seduce a la vista y al corazón que se estremece ante el recuerdo doloroso de la partida o se excita ante el deseo de volver a ver a los seres amados en torno a la mesa. Y aunque personalmente, ya no celebro este evento, sin embargo algo gusto de hacer en esta época: la recapitulación de mis pasos durante el año.

Gusto de rememorar los aciertos y fallas que a mi personal criterio he tenido, pero muy a mi pesar una vez más he salido en números rojos. Y es entonces cuando pienso que quizás no me comí todas las uvas el fin del año pasado o bien, no me puse los calzones al revés, o quizá fue que no cené esa noche lentejas o qué sé yo... El chiste es que algún ritual no hice bien el fin del año pasado para que este año no cumpliese todas mis expectativas y promesas.

Y es que solemos culpar a todos, al tiempo, a la suerte, al destino y hasta los rituales por nuestros fallos, pues es difícil reconocer nuestros errores y debilidades.

Es curioso cómo el ser humano tiende a aceptar fácilmente los halagos aunque en su interior dude de ellos, pero ¡ay de aquél que ose indicarnos algún error porque entonces arde Roma!

Algo solamente de mis acciones en este año me agrada y es que si bien no alcancé a cumplir todo lo que deseaba al menos no dejé de intentarlo.

Y es precisamente faltando veintiséis días para terminar el año que vuelven a mi mente las enseñanzas de mi madre y la siempre acertada sapiencia de mi difunto esposo.

Mi madre decía que el que porfía mata venado, forma coloquial pero acertada con la que mi madre me decía que el que persevera, alcanza. Por su parte, mi esposo siempre decía "no te preocupes, amor, por equivocarte, solo no se equivoca el que nada hace".

Por eso cuando recuerdo sus consejos es cuando esas lucecillas, que hoy comienzan a aparecen como coquetas luciérnagas en los aparadores de las tiendas, estrujan este corazón al recordarlos.

Agradecida debo de estar con los comercios por recordarme que una vez más se aproxima el corte de caja dando a todos una nueva oportunidad de reescribir nuestra historia, sin importar cuántos aciertos o fallos hayamos tenido y sin importar las causas de los mismos, si aún tenemos la fortuna de ver esas luces es que seguimos con vida y, como mi madre decía, "mientras haya vida, hay esperanza", lo que recuerda que siempre hay una segunda oportunidad, aunque esta vez nos toque celebrar en números rojos.

El tiempo, implacable capataz de todos, parece que llegando diciembre decide descansar un momento para dejar que los mortales podamos soñar despiertos con los gratos recuerdos y enseñanzas de navidades pasadas.

Si no fuese por los centros comerciales no recordaría que se aproxima presurosa la Navidad y tras ella el final de un año.

Las pequeñas lucecillas centellantes parpadean ya en las vitrinas de las tiendas en una coqueta danza que seduce a la vista y al corazón que se estremece ante el recuerdo doloroso de la partida o se excita ante el deseo de volver a ver a los seres amados en torno a la mesa. Y aunque personalmente, ya no celebro este evento, sin embargo algo gusto de hacer en esta época: la recapitulación de mis pasos durante el año.

Gusto de rememorar los aciertos y fallas que a mi personal criterio he tenido, pero muy a mi pesar una vez más he salido en números rojos. Y es entonces cuando pienso que quizás no me comí todas las uvas el fin del año pasado o bien, no me puse los calzones al revés, o quizá fue que no cené esa noche lentejas o qué sé yo... El chiste es que algún ritual no hice bien el fin del año pasado para que este año no cumpliese todas mis expectativas y promesas.

Y es que solemos culpar a todos, al tiempo, a la suerte, al destino y hasta los rituales por nuestros fallos, pues es difícil reconocer nuestros errores y debilidades.

Es curioso cómo el ser humano tiende a aceptar fácilmente los halagos aunque en su interior dude de ellos, pero ¡ay de aquél que ose indicarnos algún error porque entonces arde Roma!

Algo solamente de mis acciones en este año me agrada y es que si bien no alcancé a cumplir todo lo que deseaba al menos no dejé de intentarlo.

Y es precisamente faltando veintiséis días para terminar el año que vuelven a mi mente las enseñanzas de mi madre y la siempre acertada sapiencia de mi difunto esposo.

Mi madre decía que el que porfía mata venado, forma coloquial pero acertada con la que mi madre me decía que el que persevera, alcanza. Por su parte, mi esposo siempre decía "no te preocupes, amor, por equivocarte, solo no se equivoca el que nada hace".

Por eso cuando recuerdo sus consejos es cuando esas lucecillas, que hoy comienzan a aparecen como coquetas luciérnagas en los aparadores de las tiendas, estrujan este corazón al recordarlos.

Agradecida debo de estar con los comercios por recordarme que una vez más se aproxima el corte de caja dando a todos una nueva oportunidad de reescribir nuestra historia, sin importar cuántos aciertos o fallos hayamos tenido y sin importar las causas de los mismos, si aún tenemos la fortuna de ver esas luces es que seguimos con vida y, como mi madre decía, "mientras haya vida, hay esperanza", lo que recuerda que siempre hay una segunda oportunidad, aunque esta vez nos toque celebrar en números rojos.