/ miércoles 4 de abril de 2018

Energía contra Salud

Alrededor de hace 20 años, cuando yo era un alumno de la gloriosa Facultad de Derecho y Ciencias Sociales del Centro Universitario Tampico Madero

Tuve la oportunidad de asistir a un ciclo de conferencias que organizaban docentes y estudiantes de la carrera de derecho, programa académico con el que se funda mi amada Universidad Autónoma de Tamaulipas.

Aunque este servidor no se formaba como abogado, el motivo de mi presencia allí, así como de varios compañeros de la carrera de comunicación, era por una invitación de la profesora Carmina Elvira, quien impartía de manera extraordinaria la materia llamada “Legislación de los medios masivos” y, en su papel de experta en el área, nos motivaba a estar más empapados del tema central del simposio que tenía mucho que ver con su cátedra.

Una de las charlas fue protagonizada por quien después sería un buen amigo mío. Este personaje había laborado destacadamente primero, en un medio de comunicación de nuestra localidad como reportero y conductor para, posteriormente, migrar a la Comisión Federal de Electricidad como jefe de comunicación; lugar en el que, hasta donde tengo conocimiento, continúa desempeñándose con gran éxito. Después de brindar una amena e interesante charla acerca del cuidado y tratamiento que se le da a la información emergida de esta paraestatal para que llegue con claridad al público y de cómo se debería interpretar la factura que se entrega a los domicilios y el subsidio del Gobierno de la República Mexicana en este rubro, llegó el momento final de preguntas y respuestas.

De entre todos los asistentes que llenamos el salón de actos de la hoy nombrada FADYCS, se levantó una mano en señal de pedir la palabra, misma que fue concedida a mi muy admirado Dr. Julio César Morales Saldaña, quien fue y será una verdadera institución en la docencia del derecho y en el ejercicio de la abogacía. Decano de la facultad y, más tarde de todo el centro universitario.

Después de haber raspado su garganta y haberse puesto en pie, ese hombre de atronadora voz que imponía respeto, cuestionó al conferenciante sobre una serie de mensajes mediáticos que buscaban convencer a la población de un supuesto ahorro en el consumo de energía eléctrica y la traducción de éste en pesos, en el documento que cada bimestre llega a los hogares, gracias a la implementación del llamado “horario de verano”. Este sistema que usted y yo conocemos muy bien y que consiste en adelantar una hora nuestros relojes en una determinada fecha. “Yo no he visto ningún ahorro, me siguen llegando las mismas cantidades”, expuso el jurisconsulto y, acto seguido exigió: “Explíqueme usted, en dónde está ese ahorro que tanto se anuncia por televisión y en qué consiste, porque los ciudadanos seguimos pagando lo mismo”.

Este evento que le narro, querido amigo lector, debió ocurrir por el año de 1999 o 2000, puesto que dos condiscípulos míos realizaban el servicio social en la CFE y estaban muy atentos a lo ocurrido, cabe hacer mención que uno de ellos se quedó a laborar en esta dependencia energética. Recuerdo que el expositor trató de explicar lo que hoy resulta más claro: Que el ahorro es para la organización y no para el consumidor. Sin embargo, y después de escuchar la respuesta ofrecida, el profesor refutó: “Y no se han puesto a pensar que ese dinero que usted dice que se están ahorrando en producir energía, se va a tener que destinar a programas de salud, pues alterar el reloj biológico, a la larga traerá consecuencias lamentables para todos los ciudadanos”.

Algunos de los presentes desestimaron la postura del decano. Hoy, después de casi veinte años de que fui testigo de esa situación que muchos habrán olvidado, me topo con la noticia de que ya hay afectaciones en los individuos, particularmente en aquellos que han llegado a la “edad de la plenitud”.

Lo cual me hace pensar que, por lo menos tenían 40 años, cuando se impuso el “horario de verano” y hoy, la merma fisiológica se está poniendo de manifiesto. ¿Será acaso que esta medida de cambiar el horario fue “la cereza del pastel” a la sumatoria de mala alimentación, ritmo de vida acelerado, nivel económico insuficiente y pocas horas de sueño, que da como resultado una población enferma, de bajo rendimiento laboral y con un aumento del índice de mortandad en edades jóvenes? Hasta el momento, yo no he visto que algún candidato a la Presidencia de la República haya planteado como parte de su plataforma de campaña el eliminar este cambio de horario que no nos ha representado mejora en nuestra economía, es más, ni siquiera se han preocupado por comparar las cifras de lo que se ha estado “ahorrando” en producción de energía contra lo que se ha tenido que destinar en materia de programas de salud relacionados con el estrés. Sería interesante el comparativo y a partir de allí, reconsiderar este ajuste de tiempo, ¿no cree usted, querido amigo lector? ¡Hasta la próxima! Escríbame a licajimenezmcc@ hotmail.com y recuerde, para mañana ¡Despierte, no se duerma que será un gran día!

Alrededor de hace 20 años, cuando yo era un alumno de la gloriosa Facultad de Derecho y Ciencias Sociales del Centro Universitario Tampico Madero

Tuve la oportunidad de asistir a un ciclo de conferencias que organizaban docentes y estudiantes de la carrera de derecho, programa académico con el que se funda mi amada Universidad Autónoma de Tamaulipas.

Aunque este servidor no se formaba como abogado, el motivo de mi presencia allí, así como de varios compañeros de la carrera de comunicación, era por una invitación de la profesora Carmina Elvira, quien impartía de manera extraordinaria la materia llamada “Legislación de los medios masivos” y, en su papel de experta en el área, nos motivaba a estar más empapados del tema central del simposio que tenía mucho que ver con su cátedra.

Una de las charlas fue protagonizada por quien después sería un buen amigo mío. Este personaje había laborado destacadamente primero, en un medio de comunicación de nuestra localidad como reportero y conductor para, posteriormente, migrar a la Comisión Federal de Electricidad como jefe de comunicación; lugar en el que, hasta donde tengo conocimiento, continúa desempeñándose con gran éxito. Después de brindar una amena e interesante charla acerca del cuidado y tratamiento que se le da a la información emergida de esta paraestatal para que llegue con claridad al público y de cómo se debería interpretar la factura que se entrega a los domicilios y el subsidio del Gobierno de la República Mexicana en este rubro, llegó el momento final de preguntas y respuestas.

De entre todos los asistentes que llenamos el salón de actos de la hoy nombrada FADYCS, se levantó una mano en señal de pedir la palabra, misma que fue concedida a mi muy admirado Dr. Julio César Morales Saldaña, quien fue y será una verdadera institución en la docencia del derecho y en el ejercicio de la abogacía. Decano de la facultad y, más tarde de todo el centro universitario.

Después de haber raspado su garganta y haberse puesto en pie, ese hombre de atronadora voz que imponía respeto, cuestionó al conferenciante sobre una serie de mensajes mediáticos que buscaban convencer a la población de un supuesto ahorro en el consumo de energía eléctrica y la traducción de éste en pesos, en el documento que cada bimestre llega a los hogares, gracias a la implementación del llamado “horario de verano”. Este sistema que usted y yo conocemos muy bien y que consiste en adelantar una hora nuestros relojes en una determinada fecha. “Yo no he visto ningún ahorro, me siguen llegando las mismas cantidades”, expuso el jurisconsulto y, acto seguido exigió: “Explíqueme usted, en dónde está ese ahorro que tanto se anuncia por televisión y en qué consiste, porque los ciudadanos seguimos pagando lo mismo”.

Este evento que le narro, querido amigo lector, debió ocurrir por el año de 1999 o 2000, puesto que dos condiscípulos míos realizaban el servicio social en la CFE y estaban muy atentos a lo ocurrido, cabe hacer mención que uno de ellos se quedó a laborar en esta dependencia energética. Recuerdo que el expositor trató de explicar lo que hoy resulta más claro: Que el ahorro es para la organización y no para el consumidor. Sin embargo, y después de escuchar la respuesta ofrecida, el profesor refutó: “Y no se han puesto a pensar que ese dinero que usted dice que se están ahorrando en producir energía, se va a tener que destinar a programas de salud, pues alterar el reloj biológico, a la larga traerá consecuencias lamentables para todos los ciudadanos”.

Algunos de los presentes desestimaron la postura del decano. Hoy, después de casi veinte años de que fui testigo de esa situación que muchos habrán olvidado, me topo con la noticia de que ya hay afectaciones en los individuos, particularmente en aquellos que han llegado a la “edad de la plenitud”.

Lo cual me hace pensar que, por lo menos tenían 40 años, cuando se impuso el “horario de verano” y hoy, la merma fisiológica se está poniendo de manifiesto. ¿Será acaso que esta medida de cambiar el horario fue “la cereza del pastel” a la sumatoria de mala alimentación, ritmo de vida acelerado, nivel económico insuficiente y pocas horas de sueño, que da como resultado una población enferma, de bajo rendimiento laboral y con un aumento del índice de mortandad en edades jóvenes? Hasta el momento, yo no he visto que algún candidato a la Presidencia de la República haya planteado como parte de su plataforma de campaña el eliminar este cambio de horario que no nos ha representado mejora en nuestra economía, es más, ni siquiera se han preocupado por comparar las cifras de lo que se ha estado “ahorrando” en producción de energía contra lo que se ha tenido que destinar en materia de programas de salud relacionados con el estrés. Sería interesante el comparativo y a partir de allí, reconsiderar este ajuste de tiempo, ¿no cree usted, querido amigo lector? ¡Hasta la próxima! Escríbame a licajimenezmcc@ hotmail.com y recuerde, para mañana ¡Despierte, no se duerma que será un gran día!