/ miércoles 14 de agosto de 2019

Con café y a media luz | Enmarcando la historia

Charlar con él, era adentrarse a un mundo plagado de anécdotas y detalles que narraba con singular ale-gría. En instantes podía transportar a sus interlocutores a momentos de la historia de nuestra ciudad que solamente él y sus años de estudio eran capaces de pintar con palabras, tal y como si estuvieran ocurriendo en esos instantes. Tampico fue su fuente, inspiración, vida y añoranza.

Entablar una conversación de media tarde con Marco, era como escuchar a los abuelos de antaño, y no lo digo por su edad, pues era relativamente joven, sino por la forma en que enseñaba a través de las anécdotas que construyeron la historia gloriosa de este puerto al que le dedicó casi toda su existencia.

Durante la primera etapa de esta década tuve la oportunidad y el enorme privilegio de coincidir con él cada semana gracias a la editorial que tenía a su cargo en el espacio informativo “Noticable Buenos Días” del desaparecido Cablecanal. Cuando lo vi cruzar la puerta del estudio fue, para este servidor, como el enterarme de una buena noticia. Lo saludé con gusto y le pregunté si estaría acompañándonos de manera permanente, a lo que asintió. Recuerdo que soltó un chascarrillo acerca de la muerte, del que ambos reímos.

Mi amigo cronista de Tampico venía a completar un grupo de editorialistas de enorme prestigio y sin hacer menos a nadie, sigo pensando que tenerlos a todos en la emisión matutina era un verdadero lujo: César Fentanes, Carolina Infante, Evangelina Banda, Gerardo Barra, Sergio García Sandoval, Francisco Solís y otros tantos más. A este grandioso equipo de periodismo de opinión se sumaba Marco Antonio Flores.

“¿Cómo quieres que te presente?”, le pregunté. “Así nomás”, me dijo en un tono de mucha tranquilidad y sencillez. Mientras yo volvía al escritorio del que debía hacer el anuncio pensaba en el “cómo” debía presentar la nueva sección, qué debía decir para que se identificara plenamente la participación del nuevo integrante del equipo y, al entrar al aire, se me ocurrió la frase “Enmarcando la historia, con Marco Antonio Flores”.

Marco, hizo un gesto entre sorpresa, curiosidad y agrado al escuchar el anuncio de su participación y, después de la cortinilla, empezó su participación.

A partir de allí nació una confianza y un gusto por saludarnos cada vez que coincidíamos. Si la memoria no me falla –y es que ya lo hace– lo invité en dos ocasiones a las reuniones del Colegio de Comunicación de Tamaulipas. En la primera vez habló sobre el famoso “Barrio de La Unión” en el que las damas de la vida galante vendían caricias a los bravos marineros que llegaban de todas partes del mundo atraídos por la fiebre del petróleo.

En esa visita Marco se abstuvo de mostrar imágenes de las señoritas por respeto a todas las cosas bellas que representa la mujer y, porque además me aseguró, que la mayoría de las mujeres que aparecían en las fotografías que poseía, habían tenido descendencia en nuestra zona y no quería evidenciar a nadie. Gentileza que, sin duda, hablaba de su enorme bonhomía.

En la segunda ocasión nos habló de la inundación que vivió Tampico y que fue ocasionada por el azote del ciclón “Hilda”. Detalló la tragedia de una manera excelsa y, acompañando su narración, presentó una serie de imágenes que poco a poco eran explicadas con lujo de detalles.

Recuerdo que dos fotografías me impresionaron. En la primera, aparecía un bulto de tela amarrado de la rama de un árbol. “¿Saben qué es?”, nos cuestionó y, al no recibir respuesta alguna prosiguió: “Es un bebé. Durante la inundación hubo personas que amarraban a sus hijos de las ramas de los árboles para que sobrevivieran a la corriente del agua”.

En la segunda toma, aparecían dos hombres ejecutados con el “tiro de gracia”. Marco explicó que después del azote del huracán, la ciudad vivió una rapiña excesiva por la carencia de alimentos y medicinas. Un general destacamentado en nuestra ciudad había dado órdenes de que aquellos individuos que reincidieran en esa práctica se hicieran acreedores a esa acción después de una severa advertencia.

La última vez que nos pudimos ver fue el 12 de abril del año pasado en el marco de la repoblación de Tampico. Allí hablamos. Recuerdo que le pedí un favor, un dato, un hecho, un nombre. Me aseguró que ya casi daba con él. Creo que ahora ya nunca lo sabré.

Marco Antonio fue un historiador apasionado. Su trabajo ocupa un lugar trascendental en la vida del puerto. Su colaboración en los recorridos a las zonas de mayor tradición, en los panteones y en los lugares clave para la vida de nuestra ciudad quedará plasmado por siempre.

Hasta pronto querido amigo, Marco Antonio Flores. Hay un café pendiente por compartir.

¡Hasta la próxima!

Escríbame a:

licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde para mañana ¡Despierte, no se duerma, que será un gran día!

Charlar con él, era adentrarse a un mundo plagado de anécdotas y detalles que narraba con singular ale-gría. En instantes podía transportar a sus interlocutores a momentos de la historia de nuestra ciudad que solamente él y sus años de estudio eran capaces de pintar con palabras, tal y como si estuvieran ocurriendo en esos instantes. Tampico fue su fuente, inspiración, vida y añoranza.

Entablar una conversación de media tarde con Marco, era como escuchar a los abuelos de antaño, y no lo digo por su edad, pues era relativamente joven, sino por la forma en que enseñaba a través de las anécdotas que construyeron la historia gloriosa de este puerto al que le dedicó casi toda su existencia.

Durante la primera etapa de esta década tuve la oportunidad y el enorme privilegio de coincidir con él cada semana gracias a la editorial que tenía a su cargo en el espacio informativo “Noticable Buenos Días” del desaparecido Cablecanal. Cuando lo vi cruzar la puerta del estudio fue, para este servidor, como el enterarme de una buena noticia. Lo saludé con gusto y le pregunté si estaría acompañándonos de manera permanente, a lo que asintió. Recuerdo que soltó un chascarrillo acerca de la muerte, del que ambos reímos.

Mi amigo cronista de Tampico venía a completar un grupo de editorialistas de enorme prestigio y sin hacer menos a nadie, sigo pensando que tenerlos a todos en la emisión matutina era un verdadero lujo: César Fentanes, Carolina Infante, Evangelina Banda, Gerardo Barra, Sergio García Sandoval, Francisco Solís y otros tantos más. A este grandioso equipo de periodismo de opinión se sumaba Marco Antonio Flores.

“¿Cómo quieres que te presente?”, le pregunté. “Así nomás”, me dijo en un tono de mucha tranquilidad y sencillez. Mientras yo volvía al escritorio del que debía hacer el anuncio pensaba en el “cómo” debía presentar la nueva sección, qué debía decir para que se identificara plenamente la participación del nuevo integrante del equipo y, al entrar al aire, se me ocurrió la frase “Enmarcando la historia, con Marco Antonio Flores”.

Marco, hizo un gesto entre sorpresa, curiosidad y agrado al escuchar el anuncio de su participación y, después de la cortinilla, empezó su participación.

A partir de allí nació una confianza y un gusto por saludarnos cada vez que coincidíamos. Si la memoria no me falla –y es que ya lo hace– lo invité en dos ocasiones a las reuniones del Colegio de Comunicación de Tamaulipas. En la primera vez habló sobre el famoso “Barrio de La Unión” en el que las damas de la vida galante vendían caricias a los bravos marineros que llegaban de todas partes del mundo atraídos por la fiebre del petróleo.

En esa visita Marco se abstuvo de mostrar imágenes de las señoritas por respeto a todas las cosas bellas que representa la mujer y, porque además me aseguró, que la mayoría de las mujeres que aparecían en las fotografías que poseía, habían tenido descendencia en nuestra zona y no quería evidenciar a nadie. Gentileza que, sin duda, hablaba de su enorme bonhomía.

En la segunda ocasión nos habló de la inundación que vivió Tampico y que fue ocasionada por el azote del ciclón “Hilda”. Detalló la tragedia de una manera excelsa y, acompañando su narración, presentó una serie de imágenes que poco a poco eran explicadas con lujo de detalles.

Recuerdo que dos fotografías me impresionaron. En la primera, aparecía un bulto de tela amarrado de la rama de un árbol. “¿Saben qué es?”, nos cuestionó y, al no recibir respuesta alguna prosiguió: “Es un bebé. Durante la inundación hubo personas que amarraban a sus hijos de las ramas de los árboles para que sobrevivieran a la corriente del agua”.

En la segunda toma, aparecían dos hombres ejecutados con el “tiro de gracia”. Marco explicó que después del azote del huracán, la ciudad vivió una rapiña excesiva por la carencia de alimentos y medicinas. Un general destacamentado en nuestra ciudad había dado órdenes de que aquellos individuos que reincidieran en esa práctica se hicieran acreedores a esa acción después de una severa advertencia.

La última vez que nos pudimos ver fue el 12 de abril del año pasado en el marco de la repoblación de Tampico. Allí hablamos. Recuerdo que le pedí un favor, un dato, un hecho, un nombre. Me aseguró que ya casi daba con él. Creo que ahora ya nunca lo sabré.

Marco Antonio fue un historiador apasionado. Su trabajo ocupa un lugar trascendental en la vida del puerto. Su colaboración en los recorridos a las zonas de mayor tradición, en los panteones y en los lugares clave para la vida de nuestra ciudad quedará plasmado por siempre.

Hasta pronto querido amigo, Marco Antonio Flores. Hay un café pendiente por compartir.

¡Hasta la próxima!

Escríbame a:

licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde para mañana ¡Despierte, no se duerma, que será un gran día!