/ jueves 4 de abril de 2019

Escritores de nuestra generación

Algunos escritores de la dimensión de B. Traven no pertenecen al tiempo de vida en el que toda la actividad la teníamos centralizada en la lectura y en la búsqueda de las respuestas que nos atormentaban para encontrarle una puerta a la realidad que nos tocó vivir y en la cual, como ahora, nos enfrentábamos a la adversidad que representaba ser aceptados por el “sistema” o statu quo imperante, que nos rechazaba salvo la condición expresa de renunciar a nuestra convicción de transformar exactamente la misma realidad que nos resultaba reticente.

Nuestra generación se formó en medio de su juventud en la década de los setenta. Nosotros pertenecemos a la literatura que se encuentra inmortalizada en el “boom” latinoamericano formado por Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Mario Varga Llosa, Juan Rulfo, Alejo Carpentier y el Cronopio Julio Cortázar, entre otros muchos más que de momento no recuerdo, pero que tuvieron una enorme influencia en la generación a la que pertenezco; que quedó deslumbrada con Julio Cortázar -el primer latinoamericano que escribió una novela que empezaba por el final- esto fue a nivel universal porque todos son conocidos y respetados en el planeta.

La verdad es que toda la generación nuestra que se inclinaba por la literatura o la lectura en general de todo tipo de temas, trátese de histórico o económico y sobre todo sociológico, nos formamos en torno de la llamada literatura de la “onda”, que para nosotros tuvo un corte estrictamente emocional, porque describía con nitidez contundente que conmocionaba nuestra existencia las mismas sensaciones y aventuras que se desarrollaban en el territorio de las emociones que nos tocó vivir: José Agustín, Gustavo Sainz, Parménides García Saldaña, (autor de Pasto Verde, este último). Todos ellos representativos del nuevo escritor de temas urbanos, que desplazaban los argumentos rurales, narrando los problemas de la gran ciudad, sus dramas, propiamente dicho, los dramas de su juventud.

Esto no quiere decir que los escritores de la “onda” desplazaban con sus letras los temas y argumentos que trascendieron en las letras de Juan Rulfo, Elena Garro y sobre todo Agustín Yáñez, que además de ser un literato fue un político responsable, en virtud de que gobernó con eficacia el estado de Jalisco merced a la admiración que por sus novelas campiranas sentía Gustavo Díaz Ordaz.

La llamada generación de la “onda” compuesta por escritores muy jóvenes sigue siendo materia de inspiración y estudio por la pureza y la espontaneidad con que redactaron su obra, y que hoy quien lo puede negar a todos los “sesentones” les despierta nostalgias por los años felices que se fueron para no volver, pero que están en el histórico recuerdo como testigo de que vivimos una juventud portentosa e invadida afortunadamente por la imaginación creativa de nuestros escritores representativos.

José Agustín, el niño terrible de las letras mexicanas, quien escribiera a los 15 años su ópera prima, una extraordinaria novela: “La tumba”, que fue “leída de un solo tirón” (inquietándolo para siempre), por el maestro Juan José Arreola, quien desde ese momento se convirtió en su editor; ya celebró sus primeros sesenta años, y hace días por boca de Renato Iturriaga me enteré de que ya es abuelito. ¿Dónde quedó aquel José Agustín que en los setenta noviaba con Angélica María? Al paso que van las cosas ésta última muy pronto se va a convertir en la sustituta de doña Sara García.

A nuestra generación también le interesaron, entre otros genios de la literatura, la obra de B. Traven y Ernest Hemingway, ambos escritores estaban en lados opuestos: Hemingway era el protagonismo vivo, la leyenda, el erotismo, el excelente libador, el amante del peligro cazando fieras depredadoras en el continente negro.

B. Traven era lo desconocido, el hombre extraño que nunca aceptó hacer pública su verdadera identidad. Que así como llegó a México se fue (en un grado de humanismo que nunca terminaremos de pagarle los mexicanos) a la selva Lacandona para redactar uno de sus libros claves: La Rebelión de los Colgados. ¿Acaso Bruno Traven buscaba con sus letras lo que el subcomandante Marcos buscaba con sus letras epistolares a la sociedad mexicana? Claro que sí.

El B. Traven desconocido pero famoso por sus novelas, -quién puede pasar por alto en su biblioteca- “Canasta de Juegos Mexicanos”, buscaba llamar la atención al poder central, para que se fijaran en la miseria en que vivían los indígenas chiapanecos.

Durante más de setenta años el misterio de B. Traven ha significado un reto para fotógrafos, periodistas, investigadores literarios; no bastaron novelas como “La Rosa Blanca”, o “El Barco de los Muertos”, o “El Tesoro de la Sierra Madre”. Querían saber quién era y cómo era el hombre que las había escrito y que por mucho tiempo vivió en medio de los indígenas chiapanecos colaborando con su obra a la reivindicación que aún no llega; pero que llegará, según el estado reivindicatorio, porque la sociedad está atravesando en donde lentamente, pero con solidez institucional, está poniendo en el basurero de la historia a todos los desperdicios de la clase pública que están empecinados en vivir del presupuesto no obstante su manifiesta incapacidad por ser representantes epónimos de la corrupción y la impunidad.

En vida de B. Traven solo dos periodistas lograron acercarse a él, Luis Spota y Luis Suárez, este último llegó a ser tan amigo que prologó sus obras escogidas editadas en colecciones de lujo; y Luis Spota fue el primero de todos los periodistas en el mundo que descubrió su identidad mediante un sensacional reportaje que a la postre resultó fallído, porque todavía no se sabe exactamente con precisión quién fue en verdad B. Traven.

Así están las cosas.


Algunos escritores de la dimensión de B. Traven no pertenecen al tiempo de vida en el que toda la actividad la teníamos centralizada en la lectura y en la búsqueda de las respuestas que nos atormentaban para encontrarle una puerta a la realidad que nos tocó vivir y en la cual, como ahora, nos enfrentábamos a la adversidad que representaba ser aceptados por el “sistema” o statu quo imperante, que nos rechazaba salvo la condición expresa de renunciar a nuestra convicción de transformar exactamente la misma realidad que nos resultaba reticente.

Nuestra generación se formó en medio de su juventud en la década de los setenta. Nosotros pertenecemos a la literatura que se encuentra inmortalizada en el “boom” latinoamericano formado por Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Mario Varga Llosa, Juan Rulfo, Alejo Carpentier y el Cronopio Julio Cortázar, entre otros muchos más que de momento no recuerdo, pero que tuvieron una enorme influencia en la generación a la que pertenezco; que quedó deslumbrada con Julio Cortázar -el primer latinoamericano que escribió una novela que empezaba por el final- esto fue a nivel universal porque todos son conocidos y respetados en el planeta.

La verdad es que toda la generación nuestra que se inclinaba por la literatura o la lectura en general de todo tipo de temas, trátese de histórico o económico y sobre todo sociológico, nos formamos en torno de la llamada literatura de la “onda”, que para nosotros tuvo un corte estrictamente emocional, porque describía con nitidez contundente que conmocionaba nuestra existencia las mismas sensaciones y aventuras que se desarrollaban en el territorio de las emociones que nos tocó vivir: José Agustín, Gustavo Sainz, Parménides García Saldaña, (autor de Pasto Verde, este último). Todos ellos representativos del nuevo escritor de temas urbanos, que desplazaban los argumentos rurales, narrando los problemas de la gran ciudad, sus dramas, propiamente dicho, los dramas de su juventud.

Esto no quiere decir que los escritores de la “onda” desplazaban con sus letras los temas y argumentos que trascendieron en las letras de Juan Rulfo, Elena Garro y sobre todo Agustín Yáñez, que además de ser un literato fue un político responsable, en virtud de que gobernó con eficacia el estado de Jalisco merced a la admiración que por sus novelas campiranas sentía Gustavo Díaz Ordaz.

La llamada generación de la “onda” compuesta por escritores muy jóvenes sigue siendo materia de inspiración y estudio por la pureza y la espontaneidad con que redactaron su obra, y que hoy quien lo puede negar a todos los “sesentones” les despierta nostalgias por los años felices que se fueron para no volver, pero que están en el histórico recuerdo como testigo de que vivimos una juventud portentosa e invadida afortunadamente por la imaginación creativa de nuestros escritores representativos.

José Agustín, el niño terrible de las letras mexicanas, quien escribiera a los 15 años su ópera prima, una extraordinaria novela: “La tumba”, que fue “leída de un solo tirón” (inquietándolo para siempre), por el maestro Juan José Arreola, quien desde ese momento se convirtió en su editor; ya celebró sus primeros sesenta años, y hace días por boca de Renato Iturriaga me enteré de que ya es abuelito. ¿Dónde quedó aquel José Agustín que en los setenta noviaba con Angélica María? Al paso que van las cosas ésta última muy pronto se va a convertir en la sustituta de doña Sara García.

A nuestra generación también le interesaron, entre otros genios de la literatura, la obra de B. Traven y Ernest Hemingway, ambos escritores estaban en lados opuestos: Hemingway era el protagonismo vivo, la leyenda, el erotismo, el excelente libador, el amante del peligro cazando fieras depredadoras en el continente negro.

B. Traven era lo desconocido, el hombre extraño que nunca aceptó hacer pública su verdadera identidad. Que así como llegó a México se fue (en un grado de humanismo que nunca terminaremos de pagarle los mexicanos) a la selva Lacandona para redactar uno de sus libros claves: La Rebelión de los Colgados. ¿Acaso Bruno Traven buscaba con sus letras lo que el subcomandante Marcos buscaba con sus letras epistolares a la sociedad mexicana? Claro que sí.

El B. Traven desconocido pero famoso por sus novelas, -quién puede pasar por alto en su biblioteca- “Canasta de Juegos Mexicanos”, buscaba llamar la atención al poder central, para que se fijaran en la miseria en que vivían los indígenas chiapanecos.

Durante más de setenta años el misterio de B. Traven ha significado un reto para fotógrafos, periodistas, investigadores literarios; no bastaron novelas como “La Rosa Blanca”, o “El Barco de los Muertos”, o “El Tesoro de la Sierra Madre”. Querían saber quién era y cómo era el hombre que las había escrito y que por mucho tiempo vivió en medio de los indígenas chiapanecos colaborando con su obra a la reivindicación que aún no llega; pero que llegará, según el estado reivindicatorio, porque la sociedad está atravesando en donde lentamente, pero con solidez institucional, está poniendo en el basurero de la historia a todos los desperdicios de la clase pública que están empecinados en vivir del presupuesto no obstante su manifiesta incapacidad por ser representantes epónimos de la corrupción y la impunidad.

En vida de B. Traven solo dos periodistas lograron acercarse a él, Luis Spota y Luis Suárez, este último llegó a ser tan amigo que prologó sus obras escogidas editadas en colecciones de lujo; y Luis Spota fue el primero de todos los periodistas en el mundo que descubrió su identidad mediante un sensacional reportaje que a la postre resultó fallído, porque todavía no se sabe exactamente con precisión quién fue en verdad B. Traven.

Así están las cosas.