/ sábado 7 de diciembre de 2019

Este pobre mundo, es hombre

No sólo deberíamos estar avergonzados como miembros de la especie, debimos ser nosotros quienes corrigiéramos el rumbo de esta triste historia

Hoy no queda más que disculparnos y ayudarlas a incendiar la tierra, si es necesario. ¡Ni una más!

Resulta inevitable tocar el tema.

Por respeto, sí, pero por dolor también.

Todos sin excepción venimos de una.

Parece ser que una vez más y como casi todas las cuestiones que tienen esta actualidad de cabeza, el asunto irá a chocar de frente con la educación.

Este mundo es hombre, macho, varón, masculino y no estoy hablando solo de un opresor, sino de las características por las que hemos optado como grupo humano.

La naturaleza no nos habla de igualdad, nos muestra claras y rotundas diferencias, ninguna mayor, ni menor, ni favorable ni desfavorable, solo diferentes y funcionarán de manera ahora sí, ventajosa, dependiendo de la situación.

El punto es la calificación.

Aprendemos desde la edad temprana a valorar esas diferencias, a segmentarlas, jerarquizarlas y por supuesto a utilizarlas para avanzar.

Hemos separado la manada en “ellos” y “ellas”, así de alguna forma, nos hemos obligado a competir dentro de la especie y eso está dificultando la evolución.

No hay manera, no es lógico, es más, es inadmisible pensar que dos seres humanos aún del mismo sexo van a tener las mismas cualidades, capacidades, intereses y demás, mucho menos cuando pertenecen a dos especímenes tan distintos.

No hablo ni siquiera de etnias, razas o preferencias, hablo de los dos prototipos que existen de este ser. Dos intereses diferentes, incluso contrarios, dos intenciones, aficiones, cualidades físicas, tendencias y dimensiones, por mencionar algunas.

Sin embargo, la educación nos mete a todos en la misma canasta, nos obliga a medirnos, a vencernos y de forma indirecta a discriminarnos.

Históricamente hemos visto como nuestro género masculino ha hecho valer su poderío a partir de un sometimiento que inicia en el plano físico, pero que definitivamente es favorecido en todos los ámbitos, sociales, culturales, políticos, deportivos, artísticos y religiosos. Un mundo de hombres, que nos ha llevado a lo que hoy estamos viviendo.

Es imposible no tener madre, pero es una tragedia no tener padre, es decir, una enseñanza que en la comprensión de la “mala enseñanza”, se detenga a disculparse, a aceptar que lo hemos hecho mal como ser vivo, que estamos haciendo valer nuestra pequeñez y gobernando a nuestra compañera de especie a través de una tradición que hoy no tiene el más mínimo valor.

Las características están parejas, siempre lo han estado, pero nunca como hoy queda tan claro que en mil formas ellas son mejores, que las necesitamos a muerte, que no podríamos avanzar en soledad.

Entender que somos nosotros, los hombres, quienes no por merecimiento alguno, aclaro, sino por un error de planteamiento de especie, quienes debemos colocarles en su lugar, los que deberíamos someter a todo aquel engendro desquiciado que quisiera o pudiera hacerles daño, de forma tal que se supiera que en este mundo de todos nadie va a causarnos daño.

Que donde hay hombres serán libres las mujeres y que donde hay mujeres serán libres los hombres.

La comprensión de un mundo incluyente, pero además de naturaleza complementaria, ni masculino ni femenino, más bien humano.

Por ello pienso que deberíamos no sólo de apoyar su expresión, sino de levantarnos como hombres a favor de nuestra única familia de la vida.

Debimos haber sido nosotros quienes saliéramos a las calles y no a cantar y a protestar, más bien a advertirle al violador que no, definitivamente no se lo vamos a permitir.

El violador eres tú infeliz, el violador no soy yo.

e-mail: hey@gryita.com

No sólo deberíamos estar avergonzados como miembros de la especie, debimos ser nosotros quienes corrigiéramos el rumbo de esta triste historia

Hoy no queda más que disculparnos y ayudarlas a incendiar la tierra, si es necesario. ¡Ni una más!

Resulta inevitable tocar el tema.

Por respeto, sí, pero por dolor también.

Todos sin excepción venimos de una.

Parece ser que una vez más y como casi todas las cuestiones que tienen esta actualidad de cabeza, el asunto irá a chocar de frente con la educación.

Este mundo es hombre, macho, varón, masculino y no estoy hablando solo de un opresor, sino de las características por las que hemos optado como grupo humano.

La naturaleza no nos habla de igualdad, nos muestra claras y rotundas diferencias, ninguna mayor, ni menor, ni favorable ni desfavorable, solo diferentes y funcionarán de manera ahora sí, ventajosa, dependiendo de la situación.

El punto es la calificación.

Aprendemos desde la edad temprana a valorar esas diferencias, a segmentarlas, jerarquizarlas y por supuesto a utilizarlas para avanzar.

Hemos separado la manada en “ellos” y “ellas”, así de alguna forma, nos hemos obligado a competir dentro de la especie y eso está dificultando la evolución.

No hay manera, no es lógico, es más, es inadmisible pensar que dos seres humanos aún del mismo sexo van a tener las mismas cualidades, capacidades, intereses y demás, mucho menos cuando pertenecen a dos especímenes tan distintos.

No hablo ni siquiera de etnias, razas o preferencias, hablo de los dos prototipos que existen de este ser. Dos intereses diferentes, incluso contrarios, dos intenciones, aficiones, cualidades físicas, tendencias y dimensiones, por mencionar algunas.

Sin embargo, la educación nos mete a todos en la misma canasta, nos obliga a medirnos, a vencernos y de forma indirecta a discriminarnos.

Históricamente hemos visto como nuestro género masculino ha hecho valer su poderío a partir de un sometimiento que inicia en el plano físico, pero que definitivamente es favorecido en todos los ámbitos, sociales, culturales, políticos, deportivos, artísticos y religiosos. Un mundo de hombres, que nos ha llevado a lo que hoy estamos viviendo.

Es imposible no tener madre, pero es una tragedia no tener padre, es decir, una enseñanza que en la comprensión de la “mala enseñanza”, se detenga a disculparse, a aceptar que lo hemos hecho mal como ser vivo, que estamos haciendo valer nuestra pequeñez y gobernando a nuestra compañera de especie a través de una tradición que hoy no tiene el más mínimo valor.

Las características están parejas, siempre lo han estado, pero nunca como hoy queda tan claro que en mil formas ellas son mejores, que las necesitamos a muerte, que no podríamos avanzar en soledad.

Entender que somos nosotros, los hombres, quienes no por merecimiento alguno, aclaro, sino por un error de planteamiento de especie, quienes debemos colocarles en su lugar, los que deberíamos someter a todo aquel engendro desquiciado que quisiera o pudiera hacerles daño, de forma tal que se supiera que en este mundo de todos nadie va a causarnos daño.

Que donde hay hombres serán libres las mujeres y que donde hay mujeres serán libres los hombres.

La comprensión de un mundo incluyente, pero además de naturaleza complementaria, ni masculino ni femenino, más bien humano.

Por ello pienso que deberíamos no sólo de apoyar su expresión, sino de levantarnos como hombres a favor de nuestra única familia de la vida.

Debimos haber sido nosotros quienes saliéramos a las calles y no a cantar y a protestar, más bien a advertirle al violador que no, definitivamente no se lo vamos a permitir.

El violador eres tú infeliz, el violador no soy yo.

e-mail: hey@gryita.com