/ domingo 22 de noviembre de 2020

Estereotipos y prejuicios

Durante décadas se impuso en nuestro país una narrativa que solo visibilizaba las historias de “éxito” de una pequeñísima parte de su población, insignificante en número, pero que gozaba del privilegio de tener el control interpretativo de la realidad gracias a su posición social.

Esta misma actitud tiene como contrapartida, la invisibilización de toda aquella realidad extraradio que no participaba de esas historias de “éxito” que alimentaban la narrativa interpretativa dominante de la realidad. Para esos estratos mayoritarios de la población de nuestro país menos favorecidos, solo quedaba referirse en forma categorizada mediante estereotipos y prejuicios con el propósito en principio de acotar su influencia e importancia en la sociedad, y también, para simplificar el mundo de las clases sociales acomodadas, haciendo justificable moralmente la desgracia de los más necesitados y con ello, evitar sentirse mal con ellos mismos por su falta de empatía y compromiso.

Algunos estudios indican, que lo más importante de fenómenos como el estereotipo y el prejuicio radica en su funcionalidad, ellos satisfacen alguna necesidad, deseo o meta para los que los poseen, usan o padecen.

Las personas recurren a los estereotipos y prejuicios porque esas creencias y actitudes les ayudan a dar sentido al mundo que los rodea, haciéndolos sentir mejor acerca de sí mismos, más seguros.

De mantener los estereotipos y prejuicios depende su posición en un mundo creado para que encajen y sean aceptados por otros, en donde cualquier perturbación a la armonía de esa realidad la experimentan como una amenaza no solo al mundo social al que están acostumbrados sino a la identidad creada a partir del mismo y de ahí que reaccionen mediante el mantenimiento de la exclusión social de los agentes estereotipados que por lo general son las personas de más bajos ingresos económicos y también las que presentan rasgos indígenas como mecanismo de protección. En este sentido, la exclusión social cobra la forma de licencia para dejar fuera a los sectores marginados de las preocupaciones morales de las clases privilegiadas mediante el no reconocimiento del sufrimiento que se causa a otro grupo social, lesionando su derecho a una vida digna y con respeto.

Recientemente tuvieron lugar dos acontecimientos que perturbaron el guion interpretativo de la realidad. El primer evento tuvo lugar con la nominación de Yalitza Aparicio a los premios Óscar como mejor actriz en 2019, por su participación en el filme Roma, del director Alfonso Cuarón.

Acostumbrados a que las posiciones de éxito y fama estuvieran reservados para un tipo étnico específico, la fortuna de la actriz nominada fue tomada de muy mala gana por quienes vieron en el reconocimiento de una actriz con rasgos indígenas, como la insolente intrusión a un mundo socialmente pasteurizado de todo aquello con lo que no sentían compartir identidad, y que ocasionalmente aceptaban compartir solo en el caso de que esos agentes externos a su mundillo, representaran el papel secundario asignado a la servidumbre.

El segundo evento, más reciente, tuvo lugar con el lanzamiento de la película “Ya no estoy aquí”, que relata la historia de Ulises, joven que forma parte de una banda llamada “Los Terkos”, quienes están inmersos en la música contracultural de la música Kolombia. La caracterización de esta tribu urbana originaria de Monterrey, N.L., al parecer causó cierto malestar entre algunos habitantes de aquella localidad, quienes exigieron no ser identificados todos los "regios" como semejantes de aquel grupo social marginal.

Antes bien que empatizar, lo que está detrás de un reclamo de tal naturaleza, fue el rechazo a una realidad por la que algunas clases sociales no sienten ningún respeto, ni consideración y con la que al parecer estarían más cómodos si desapareciera, sin preocuparse por antes resolver las causas que están a la base de esa realidad que les incomoda. Una realidad que constituye la evidencia palmaria de la injusticia social, que denuncia y exhibe el silencio de aquellas clases sociales privilegiadas y no tanto, que solo son capataces de alzar la voz cuando en lo individual se sienten afectados, y no porque cada vida miserable, cada vida condenada a la pobreza y la exclusión sea objeto de su compasión. Una realidad que es una lapidaria sentencia condenatoria a la discriminación social que recae sobre una sociedad indolente, una sociedad entregada a la trivialidad y la estulticia, que puede disfuncionalmente operar como si no quedara nada más por hacer, ningún problema por resolver, ningún mal que remediar.

El mecanismo de evasión de toda responsabilidad social se da a través de los estereotipos y los prejuicios, si no usan ropa de marca son pobres (estereotipo) y si son pobres es por flojos o porque quieren (prejuicio), y así por esta vía, la propia conciencia queda absuelta de cualquier culpa.

De esta forma, el bienestar se transforma en un privilegio exclusivo de algunas clases sociales, en tanto que se condena a un ciclo de marginación y pobreza a otra, haciendo descansar toda oportunidad de superación simplemente en el azar, al estar ausente la solidaridad social transversal que vaya más allá de la mera caridad que se prodiga a los desiguales y que sirve como adorno e incluso de ostentación, al revelar un gran corazón similar al de la chequera.

Los estereotipos y prejuicios firmemente aceptados no se corrigen fácilmente con hechos o argumentaciones, aunque en teoría deberían serlo, ya que el discriminador se considera racional. Sin embargo, dado que los discriminadores adoptan puntos de vista defectuosos con respecto a las personas a las que discriminan, a pesar de tener buenas razones para no hacerlo. La manera en que formamos y mantenemos nuestras creencias es en sí misma una cuestión moral porque lo que creemos afecta a los demás y porque creer en contra de la evidencia y los argumentos está por debajo de nuestra dignidad racional.

La única solución es el reconocimiento de que todos somos iguales, cosa que racionalmente no implica mayor dificultad, pero que emocionalmente ha sido difícil lograr, porque son nuestras emociones de agrado y desagrado lo que nos aleja y acerca entre los humanos, y paradójicamente nuestros parámetros estéticos vienen dados de origen por el mundo social al que pertenecemos en donde habitan nuestros prejuicios y estereotipos, solo a fuerza de voluntad trascenderemos y transformaremos nuestro mundo social, de tal suerte que podamos moldearlo de una forma más justa, más humana, podríamos albergar una vaga esperanza al respecto, pero hechos como los relatados más arriba, hacen que de cuando en cuando esta se pierda.

Regeneración

Durante décadas se impuso en nuestro país una narrativa que solo visibilizaba las historias de “éxito” de una pequeñísima parte de su población, insignificante en número, pero que gozaba del privilegio de tener el control interpretativo de la realidad gracias a su posición social.

Esta misma actitud tiene como contrapartida, la invisibilización de toda aquella realidad extraradio que no participaba de esas historias de “éxito” que alimentaban la narrativa interpretativa dominante de la realidad. Para esos estratos mayoritarios de la población de nuestro país menos favorecidos, solo quedaba referirse en forma categorizada mediante estereotipos y prejuicios con el propósito en principio de acotar su influencia e importancia en la sociedad, y también, para simplificar el mundo de las clases sociales acomodadas, haciendo justificable moralmente la desgracia de los más necesitados y con ello, evitar sentirse mal con ellos mismos por su falta de empatía y compromiso.

Algunos estudios indican, que lo más importante de fenómenos como el estereotipo y el prejuicio radica en su funcionalidad, ellos satisfacen alguna necesidad, deseo o meta para los que los poseen, usan o padecen.

Las personas recurren a los estereotipos y prejuicios porque esas creencias y actitudes les ayudan a dar sentido al mundo que los rodea, haciéndolos sentir mejor acerca de sí mismos, más seguros.

De mantener los estereotipos y prejuicios depende su posición en un mundo creado para que encajen y sean aceptados por otros, en donde cualquier perturbación a la armonía de esa realidad la experimentan como una amenaza no solo al mundo social al que están acostumbrados sino a la identidad creada a partir del mismo y de ahí que reaccionen mediante el mantenimiento de la exclusión social de los agentes estereotipados que por lo general son las personas de más bajos ingresos económicos y también las que presentan rasgos indígenas como mecanismo de protección. En este sentido, la exclusión social cobra la forma de licencia para dejar fuera a los sectores marginados de las preocupaciones morales de las clases privilegiadas mediante el no reconocimiento del sufrimiento que se causa a otro grupo social, lesionando su derecho a una vida digna y con respeto.

Recientemente tuvieron lugar dos acontecimientos que perturbaron el guion interpretativo de la realidad. El primer evento tuvo lugar con la nominación de Yalitza Aparicio a los premios Óscar como mejor actriz en 2019, por su participación en el filme Roma, del director Alfonso Cuarón.

Acostumbrados a que las posiciones de éxito y fama estuvieran reservados para un tipo étnico específico, la fortuna de la actriz nominada fue tomada de muy mala gana por quienes vieron en el reconocimiento de una actriz con rasgos indígenas, como la insolente intrusión a un mundo socialmente pasteurizado de todo aquello con lo que no sentían compartir identidad, y que ocasionalmente aceptaban compartir solo en el caso de que esos agentes externos a su mundillo, representaran el papel secundario asignado a la servidumbre.

El segundo evento, más reciente, tuvo lugar con el lanzamiento de la película “Ya no estoy aquí”, que relata la historia de Ulises, joven que forma parte de una banda llamada “Los Terkos”, quienes están inmersos en la música contracultural de la música Kolombia. La caracterización de esta tribu urbana originaria de Monterrey, N.L., al parecer causó cierto malestar entre algunos habitantes de aquella localidad, quienes exigieron no ser identificados todos los "regios" como semejantes de aquel grupo social marginal.

Antes bien que empatizar, lo que está detrás de un reclamo de tal naturaleza, fue el rechazo a una realidad por la que algunas clases sociales no sienten ningún respeto, ni consideración y con la que al parecer estarían más cómodos si desapareciera, sin preocuparse por antes resolver las causas que están a la base de esa realidad que les incomoda. Una realidad que constituye la evidencia palmaria de la injusticia social, que denuncia y exhibe el silencio de aquellas clases sociales privilegiadas y no tanto, que solo son capataces de alzar la voz cuando en lo individual se sienten afectados, y no porque cada vida miserable, cada vida condenada a la pobreza y la exclusión sea objeto de su compasión. Una realidad que es una lapidaria sentencia condenatoria a la discriminación social que recae sobre una sociedad indolente, una sociedad entregada a la trivialidad y la estulticia, que puede disfuncionalmente operar como si no quedara nada más por hacer, ningún problema por resolver, ningún mal que remediar.

El mecanismo de evasión de toda responsabilidad social se da a través de los estereotipos y los prejuicios, si no usan ropa de marca son pobres (estereotipo) y si son pobres es por flojos o porque quieren (prejuicio), y así por esta vía, la propia conciencia queda absuelta de cualquier culpa.

De esta forma, el bienestar se transforma en un privilegio exclusivo de algunas clases sociales, en tanto que se condena a un ciclo de marginación y pobreza a otra, haciendo descansar toda oportunidad de superación simplemente en el azar, al estar ausente la solidaridad social transversal que vaya más allá de la mera caridad que se prodiga a los desiguales y que sirve como adorno e incluso de ostentación, al revelar un gran corazón similar al de la chequera.

Los estereotipos y prejuicios firmemente aceptados no se corrigen fácilmente con hechos o argumentaciones, aunque en teoría deberían serlo, ya que el discriminador se considera racional. Sin embargo, dado que los discriminadores adoptan puntos de vista defectuosos con respecto a las personas a las que discriminan, a pesar de tener buenas razones para no hacerlo. La manera en que formamos y mantenemos nuestras creencias es en sí misma una cuestión moral porque lo que creemos afecta a los demás y porque creer en contra de la evidencia y los argumentos está por debajo de nuestra dignidad racional.

La única solución es el reconocimiento de que todos somos iguales, cosa que racionalmente no implica mayor dificultad, pero que emocionalmente ha sido difícil lograr, porque son nuestras emociones de agrado y desagrado lo que nos aleja y acerca entre los humanos, y paradójicamente nuestros parámetros estéticos vienen dados de origen por el mundo social al que pertenecemos en donde habitan nuestros prejuicios y estereotipos, solo a fuerza de voluntad trascenderemos y transformaremos nuestro mundo social, de tal suerte que podamos moldearlo de una forma más justa, más humana, podríamos albergar una vaga esperanza al respecto, pero hechos como los relatados más arriba, hacen que de cuando en cuando esta se pierda.

Regeneración