/ domingo 23 de diciembre de 2018

FLORES DE NAVIDAD


“…Ojalá la luz que hoy nos alumbra permanezca siempre con nosotros….”

Anónimo.

I.- APÓCRIFOS

Siendo yo un niño, mi madre solía contarme algunas historias de Jesús cuando era Niño como yo. Escuchaba entonces con atención que ella me narraba cosas maravillosas como aquella de que Él, con su pie pequeño, hacía que brotara el agua en el desierto. O que los pañales que María tendía al sol, se secaran en un santiamén. Y cómo, ya adolescente, hacía que volaran las palomas que había hecho con barro, ante la admiración de sus amigos

Recuerdo esas ingenuas narraciones apócrifas y pienso en las razones que mi madre tendría para contármelas, además de la fe profunda que siempre tuvo en ese Jesús, que después de veintiún siglos sigue repitiendo esos sencillos milagros. Hacer que los asombrados rostros de los hombres puedan seguir contemplando el vuelo esperanzador de las palomas de la paz para regalo para todos; que crezcan los girasoles y las madreselvas en el corazón de los padres, para impedir que desfallezca el alma de sus hijos y el ver cómo somos todavía capaces de enternecernos ante un niño pobre, desvalido pero lleno de amor, que nos trajo el agua de la sabiduría, el bálsamo de la compasión y la luz de la fe en nuestra redención. Además del sol, la llovizna temprana y el crepúsculo carmesí.

II.-LA POSADA

El emperador fatuo ordenó a sus gobernadores que contaran cuántos súbditos tenía. Quería saber a cuántas personas mandaba, porque se creía un dios vivo sobre la tierra. Quien sí lo era, obedeció el decreto y aún no nacido, puso a sus padres en camino de Belén, porque de allá era David, ascendiente de José, el esposo de María.

Una tradición venerable cuenta que Ella, embarazada, tuvo que soportar varios días el cansino andar del asno que la llevaba, hasta llegar a su destino. Pero ya estando ahí no hubo lugar para ella y su esposo en el mesón. Y llegado su tiempo, María dio a luz un niño, lo envolvió en pañales lo puso en un pesebre.

Los nuevos emperadores de esta tierra son los vanidosos y engreídos, los amantes del becerro de oro, los ambiciosos de poder y los que buscan el vano protagonismo de la heroicidad social y moral y que en su afán de creer que son y lo tienen todo finalmente acaban siendo dueños de nada y además lo presumen.

Por eso tendríamos que preguntarnos en verdad qué es lo que celebramos. Y tal vez no tendríamos que justificarlo, poniendo un nombre tan significativo a algo que en realidad nos es tan poco significativo.

III.-EL NIÑO DEL TAMBOR

Los tres sabios de Oriente, siguiendo la estrella, trajeron al Niño Jesús oro, incienso y mirra. Los cultos exegetas dirían que oro como a rey, incienso como a Dios y mirra como a un hombre.

Una bella leyenda nos narra que, frente al pesebre de Belén, un niño pobre contempla a alguien que como él, no tenía bienes, ni lujos, pero sí una misión que cumplir. Y que, a pesar de que carecía de todo le ofrecería lo único que tenía. Y en el silencio de aquella noche santa, sencillamente se puso a tocar su tambor, para alegrar la noche del Niño recién nacido. Y éste, en cambio, le regaló una sonrisa.

Tal vez por eso en el Libro Santo se lee: “No quiero más tus sacrificios de animales, ni la ofrenda de tu limosna. Quiero tan sólo un corazón limpio y un alma arrepentida”.

Y eso está ahí, en la Escritura Sagrada, para todos los que en estas festividades nos conformamos con regalar cosas, pero evitamos darnos nosotros mismos.

IV.- HERODES MODERNOS

Para evitar equivocarse, Herodes mandó matar a todos los niños varones de dos años y menos, porque pensó que entre ellos estaría sin duda Aquel que, habiendo nacido en Belén, sería pastor de su pueblo, el nuevo rey de los judìos. Por eso le temía, pues conocía aquello del profeta: “Y tú Belén, no eres la menor de las ciudades de Israel, porque de ti nacerá el Salvador del mundo”.

Ahora los Herodes modernos son los que prostituyen a los niños, los que les obligan a trabajar desde temprana edad, malogrando su niñez y su inocencia, y los violentos que sacrifican sus sueños infantiles para cumplir su ambición y sus vicios perversos.

Pero como a Herodes, su recompensa está descrita en las palabras del Mesías: “Ay de aquel que se atreva a agraviar a un niño. Más le valdría que le ataran una rueda de molino al cuello y lo arrojaran a lo más profundo del mar”. De ese tamaño será su paga.

V.- PESEBRE

No en el bucólico paisaje que la piedad ha diseñado para nuestro consuelo espiritual. No en ese portal dorado con fuentes y riachuelos y caminos despejados y limpio ornato. Cristo no nació en un lugar así.

Nació en un pesebre, lugar de descanso de las bestias, rodeado de olores desagradables y casi sólo “ante el súbito salto de la estrella en la noche profunda”. No entre sábanas de Holanda, ni sirvientes obsequiosos, ni enfermeras diligentes, ni higiene hospitalaria. Sólo rodeado de pastores humildes y gente común como Él quiso ser siempre.

El nació así, para mostrarnos que la verdadera riqueza reside en el corazón, en la generosidad del espíritu, reflejos del mismo amor de Dios. No en la pretensión y la vanidad, sino en la austeridad y la mesura.

El Señor de todo, vino lleno de nada, salvo el amor para mostrarnos que con Él lo tenemos todo. Aunque paradójicamente, no tengamos nada. Pero sí el amor.


“…Ojalá la luz que hoy nos alumbra permanezca siempre con nosotros….”

Anónimo.

I.- APÓCRIFOS

Siendo yo un niño, mi madre solía contarme algunas historias de Jesús cuando era Niño como yo. Escuchaba entonces con atención que ella me narraba cosas maravillosas como aquella de que Él, con su pie pequeño, hacía que brotara el agua en el desierto. O que los pañales que María tendía al sol, se secaran en un santiamén. Y cómo, ya adolescente, hacía que volaran las palomas que había hecho con barro, ante la admiración de sus amigos

Recuerdo esas ingenuas narraciones apócrifas y pienso en las razones que mi madre tendría para contármelas, además de la fe profunda que siempre tuvo en ese Jesús, que después de veintiún siglos sigue repitiendo esos sencillos milagros. Hacer que los asombrados rostros de los hombres puedan seguir contemplando el vuelo esperanzador de las palomas de la paz para regalo para todos; que crezcan los girasoles y las madreselvas en el corazón de los padres, para impedir que desfallezca el alma de sus hijos y el ver cómo somos todavía capaces de enternecernos ante un niño pobre, desvalido pero lleno de amor, que nos trajo el agua de la sabiduría, el bálsamo de la compasión y la luz de la fe en nuestra redención. Además del sol, la llovizna temprana y el crepúsculo carmesí.

II.-LA POSADA

El emperador fatuo ordenó a sus gobernadores que contaran cuántos súbditos tenía. Quería saber a cuántas personas mandaba, porque se creía un dios vivo sobre la tierra. Quien sí lo era, obedeció el decreto y aún no nacido, puso a sus padres en camino de Belén, porque de allá era David, ascendiente de José, el esposo de María.

Una tradición venerable cuenta que Ella, embarazada, tuvo que soportar varios días el cansino andar del asno que la llevaba, hasta llegar a su destino. Pero ya estando ahí no hubo lugar para ella y su esposo en el mesón. Y llegado su tiempo, María dio a luz un niño, lo envolvió en pañales lo puso en un pesebre.

Los nuevos emperadores de esta tierra son los vanidosos y engreídos, los amantes del becerro de oro, los ambiciosos de poder y los que buscan el vano protagonismo de la heroicidad social y moral y que en su afán de creer que son y lo tienen todo finalmente acaban siendo dueños de nada y además lo presumen.

Por eso tendríamos que preguntarnos en verdad qué es lo que celebramos. Y tal vez no tendríamos que justificarlo, poniendo un nombre tan significativo a algo que en realidad nos es tan poco significativo.

III.-EL NIÑO DEL TAMBOR

Los tres sabios de Oriente, siguiendo la estrella, trajeron al Niño Jesús oro, incienso y mirra. Los cultos exegetas dirían que oro como a rey, incienso como a Dios y mirra como a un hombre.

Una bella leyenda nos narra que, frente al pesebre de Belén, un niño pobre contempla a alguien que como él, no tenía bienes, ni lujos, pero sí una misión que cumplir. Y que, a pesar de que carecía de todo le ofrecería lo único que tenía. Y en el silencio de aquella noche santa, sencillamente se puso a tocar su tambor, para alegrar la noche del Niño recién nacido. Y éste, en cambio, le regaló una sonrisa.

Tal vez por eso en el Libro Santo se lee: “No quiero más tus sacrificios de animales, ni la ofrenda de tu limosna. Quiero tan sólo un corazón limpio y un alma arrepentida”.

Y eso está ahí, en la Escritura Sagrada, para todos los que en estas festividades nos conformamos con regalar cosas, pero evitamos darnos nosotros mismos.

IV.- HERODES MODERNOS

Para evitar equivocarse, Herodes mandó matar a todos los niños varones de dos años y menos, porque pensó que entre ellos estaría sin duda Aquel que, habiendo nacido en Belén, sería pastor de su pueblo, el nuevo rey de los judìos. Por eso le temía, pues conocía aquello del profeta: “Y tú Belén, no eres la menor de las ciudades de Israel, porque de ti nacerá el Salvador del mundo”.

Ahora los Herodes modernos son los que prostituyen a los niños, los que les obligan a trabajar desde temprana edad, malogrando su niñez y su inocencia, y los violentos que sacrifican sus sueños infantiles para cumplir su ambición y sus vicios perversos.

Pero como a Herodes, su recompensa está descrita en las palabras del Mesías: “Ay de aquel que se atreva a agraviar a un niño. Más le valdría que le ataran una rueda de molino al cuello y lo arrojaran a lo más profundo del mar”. De ese tamaño será su paga.

V.- PESEBRE

No en el bucólico paisaje que la piedad ha diseñado para nuestro consuelo espiritual. No en ese portal dorado con fuentes y riachuelos y caminos despejados y limpio ornato. Cristo no nació en un lugar así.

Nació en un pesebre, lugar de descanso de las bestias, rodeado de olores desagradables y casi sólo “ante el súbito salto de la estrella en la noche profunda”. No entre sábanas de Holanda, ni sirvientes obsequiosos, ni enfermeras diligentes, ni higiene hospitalaria. Sólo rodeado de pastores humildes y gente común como Él quiso ser siempre.

El nació así, para mostrarnos que la verdadera riqueza reside en el corazón, en la generosidad del espíritu, reflejos del mismo amor de Dios. No en la pretensión y la vanidad, sino en la austeridad y la mesura.

El Señor de todo, vino lleno de nada, salvo el amor para mostrarnos que con Él lo tenemos todo. Aunque paradójicamente, no tengamos nada. Pero sí el amor.