/ jueves 24 de febrero de 2022

Fractal | Si tenemos claro de dónde venimos, sabremos bien hacia dónde vamos

Algo se está perdiendo en el camino.

¿Qué situación depara el destino para nuestras nuevas generaciones?

Esta columna tiene la melancolía de los años pasados, en donde la palabra de un hombre era su garantía, cuando no se tenía miedo al trabajo, fuera cual fuera, esos años de manos callosas y de piel curtida por el sol, brazos que trabajaban tanto para dar el sustento a familias numerosas, pero a las cuales nunca les faltaba un plato de frijoles o unos nopalitos con tortillas recién hechas por manos de señoras, porque es lo que eran, “todas unas señoras” que hombro con hombro sacaban adelante el destino de su familia y por ende se ponía en alto el orgullo de ser mexicano.

¿Qué se está perdiendo?

Se están perdiendo los valores personales y sociales, esos que formaron hombres de bien, en los que no podía caber la idea de faltar el respeto a una dama, por el simple hecho de que en México la figura materna era sagrada, todos recordaremos en nuestros años mozos cuando pedíamos permiso para salir a dar la vuelta al parque o a una reunión, nuestro padre con toda la autoridad y un carácter seco nos decía, hay pregúntale a tú mamá, y ¿por qué pasaba esto?, simple y sencillamente porque nuestro país se formó con reglas de un matriarcado.

¿Cómo se está perdiendo eso tan importante?

Se está diluyendo entre las redes sociales, con la falta de comunicación entre los miembros de las familias, dejando la educación de nuestros hijos a un dispositivo electrónico, abandonando el campo y el trabajo duro, olvidando de dónde venimos, queriendo aparentar ser lo que no somos, tener lo que no tenemos, y primordialmente tratando a toda costa, destruir eso que nos ha mantenido vivos por todos estos siglos, la madre naturaleza;

¿Y por qué?

Porque somos ciegos y egoístas, para pensar que merecemos todo, por lo que nuestros abuelos y padres trabajaron rompiéndose el lomo, como coloquialmente se dice, sólo recordemos que, la historia está llena de sandalias de madera que suben, y sandalias de seda que bajan en un corto tiempo, al no tener conciencia de cómo es que se logró estar en un lugar mejor, y se dilapida ese esfuerzo de tantas generaciones, sólo por no aprender de nuestra historia, la cual está llena de esos ejemplos, y no estoy hablando de héroes mencionados en nuestros libros de texto, estoy hablando de todos aquellos hombres y mujeres que están enmarcados en las repisas de nuestros hogares, esos que nos dieron el sustento y la educación de la que hoy gozamos, aquellos que con un trabajo común formaron generaciones de profesionistas, que hoy en día les da pena decir que sus abuelos o padres eran carniceros, zapateros, taqueros, jornaleros, por mencionar algunos de estos nobles trabajos que fincaron las bases de nuestro México.

¿Qué podemos hacer para recuperar algo de lo perdido?

Podemos empezar por sentir el orgullo de venir de una dinastía de hombres y mujeres que despertaban a las 5 de la mañana y se acostaban con el cansancio de un día productivo para sus familias, dar dos pasos atrás y mirar la senda en la que estamos avanzando, y corregir el camino, recordar nuestra infancia que tal vez fue dura, pero nos enseñó a no rajarnos, hacer que nuestros hijos valoren cada comida, sin desperdiciarla ni hacer caras, o como nuestros viejos decían, aquí no es restaurant, hay lo que hay, y mostrar a las nuevas generaciones que si seguimos alejándonos de la naturaleza y de la unión familiar, en poco tiempo no existirá nadie para recordar lo ilusos que fuimos al pensar que estamos por encima de las leyes naturales.

Este escrito es un pequeño pero merecido homenaje a dos hombres que, sin tener estudios ni una profesión rimbombante, me enseñaron ecología, matemáticas, literatura, ciencias naturales.

Pero lo que no se me puede olvidar es la compasión, legalidad, empatía, solidaridad y amor a la naturaleza y a la tierra que nos da de comer.

Gracias a estos dos hombres que el 22/2/22 trascendieron para seguir iluminando el camino de muchas más generaciones con su legado.

Gracias abuelo, Francisco Gómez Oviedo y mi tío, Gilberto Rodríguez Meza.

Descansen en paz.

Algo se está perdiendo en el camino.

¿Qué situación depara el destino para nuestras nuevas generaciones?

Esta columna tiene la melancolía de los años pasados, en donde la palabra de un hombre era su garantía, cuando no se tenía miedo al trabajo, fuera cual fuera, esos años de manos callosas y de piel curtida por el sol, brazos que trabajaban tanto para dar el sustento a familias numerosas, pero a las cuales nunca les faltaba un plato de frijoles o unos nopalitos con tortillas recién hechas por manos de señoras, porque es lo que eran, “todas unas señoras” que hombro con hombro sacaban adelante el destino de su familia y por ende se ponía en alto el orgullo de ser mexicano.

¿Qué se está perdiendo?

Se están perdiendo los valores personales y sociales, esos que formaron hombres de bien, en los que no podía caber la idea de faltar el respeto a una dama, por el simple hecho de que en México la figura materna era sagrada, todos recordaremos en nuestros años mozos cuando pedíamos permiso para salir a dar la vuelta al parque o a una reunión, nuestro padre con toda la autoridad y un carácter seco nos decía, hay pregúntale a tú mamá, y ¿por qué pasaba esto?, simple y sencillamente porque nuestro país se formó con reglas de un matriarcado.

¿Cómo se está perdiendo eso tan importante?

Se está diluyendo entre las redes sociales, con la falta de comunicación entre los miembros de las familias, dejando la educación de nuestros hijos a un dispositivo electrónico, abandonando el campo y el trabajo duro, olvidando de dónde venimos, queriendo aparentar ser lo que no somos, tener lo que no tenemos, y primordialmente tratando a toda costa, destruir eso que nos ha mantenido vivos por todos estos siglos, la madre naturaleza;

¿Y por qué?

Porque somos ciegos y egoístas, para pensar que merecemos todo, por lo que nuestros abuelos y padres trabajaron rompiéndose el lomo, como coloquialmente se dice, sólo recordemos que, la historia está llena de sandalias de madera que suben, y sandalias de seda que bajan en un corto tiempo, al no tener conciencia de cómo es que se logró estar en un lugar mejor, y se dilapida ese esfuerzo de tantas generaciones, sólo por no aprender de nuestra historia, la cual está llena de esos ejemplos, y no estoy hablando de héroes mencionados en nuestros libros de texto, estoy hablando de todos aquellos hombres y mujeres que están enmarcados en las repisas de nuestros hogares, esos que nos dieron el sustento y la educación de la que hoy gozamos, aquellos que con un trabajo común formaron generaciones de profesionistas, que hoy en día les da pena decir que sus abuelos o padres eran carniceros, zapateros, taqueros, jornaleros, por mencionar algunos de estos nobles trabajos que fincaron las bases de nuestro México.

¿Qué podemos hacer para recuperar algo de lo perdido?

Podemos empezar por sentir el orgullo de venir de una dinastía de hombres y mujeres que despertaban a las 5 de la mañana y se acostaban con el cansancio de un día productivo para sus familias, dar dos pasos atrás y mirar la senda en la que estamos avanzando, y corregir el camino, recordar nuestra infancia que tal vez fue dura, pero nos enseñó a no rajarnos, hacer que nuestros hijos valoren cada comida, sin desperdiciarla ni hacer caras, o como nuestros viejos decían, aquí no es restaurant, hay lo que hay, y mostrar a las nuevas generaciones que si seguimos alejándonos de la naturaleza y de la unión familiar, en poco tiempo no existirá nadie para recordar lo ilusos que fuimos al pensar que estamos por encima de las leyes naturales.

Este escrito es un pequeño pero merecido homenaje a dos hombres que, sin tener estudios ni una profesión rimbombante, me enseñaron ecología, matemáticas, literatura, ciencias naturales.

Pero lo que no se me puede olvidar es la compasión, legalidad, empatía, solidaridad y amor a la naturaleza y a la tierra que nos da de comer.

Gracias a estos dos hombres que el 22/2/22 trascendieron para seguir iluminando el camino de muchas más generaciones con su legado.

Gracias abuelo, Francisco Gómez Oviedo y mi tío, Gilberto Rodríguez Meza.

Descansen en paz.