/ sábado 30 de mayo de 2020

Fyilosofía en Expresión | La nueva anormalidad

¿Se ha puesto usted a pensar que si la "nueva normalidad" acaba siendo peor que la "antigua normalidad" que más bien terminó por convertirse en una "vieja anormalidad", al final acabemos batallando con una "peor y recargada nueva anormalidad"?

Porque digo, siendo analíticos no podemos caer víctimas de un “autoengaño colectivo”, por decirlo de algún modo al pensar que antes del virus vivíamos en mundo feliz, pleno de amor, oportunidades, compasión, amor al prójimo y respeto por la vida.

Nuestra supuesta “normalidad”, era un mundo de violencia, miedo, inseguridad, conflictos sociales, económicos y políticos, pleno de malas noticias en casi todos los ámbitos.

La desinformación, las redes sociales como motor de una realidad alterna y un mundo cayéndose a pedazos.

La amenaza latente de nuevas enfermedades, posibles guerras, estallidos sociales y nuevas formas de agresiones físicas, psicológicas, cibernéticas y de vanguardia.

El mundo sufriendo alteraciones climáticas, la flora y la fauna sucumbiendo ante los embates de una humanidad desquiciada que de forma brutal, destruye todo aquello que pueda en un momento darle beneficios a su vida para colocar, crear y construir su tumba de concreto.

El plástico inundando los mares, los químicos, fertilizantes, herbicidas, hormonas, mutaciones y otros monstruos bioquímicos aderezando nuestras frutas y verduras, intoxicando nuestra tierra e imposibilitándola en muchos casos por años para poder dar frutos saludables, de la misma manera que intoxica los cuerpos humanos de forma sutil y silenciosa, de modo que en dos o tres décadas que surja a la luz el daño que han causado las ganancias cubran cualquier pequeña indemnización, en caso de que algún juez del mundo fallare en favor de la vida.

El sacrificio brutal, indiscriminado e inmisericorde de especies animales criadas para la muerte, que envenenadas con hormonas y otras sustancias cobran venganza a su asesino hiriéndolo mortalmente al asociarse con graves enfermedades degenerativas.

Empresas que han llenado sus bolsillos de dinero vendiendo a un pueblo bueno, pero mal educado, carente de consciencia pero ávido de placeres inmediatos, productos con altos contenidos de sustancias tan adictivas como tóxicas, azúcares, sales, grasas, colorantes, conservadores y otros agentes dañinos, gozando de libertad absoluta no solo para producirlos sino también para comercializarlos.

El bombardeo agresivo de campañas publicitarias diseñadas para manipular de forma persuasiva la voluntad de la mente desinformada que se ha vuelto inmune a los ridículos y por demás inútiles mensajes obligatorios de la Secretaría de Salud que invitan a “comer frutas y verduras” y el “aliméntate sanamente” que más que ayudar pudieran generar la duda sobre una cruel complicidad.

Un mundo de zombies en donde las penas pudieran premiarse junto a las diferentes formas de desgracia.

Alarmantes números en lo que a suicidio, depresión, estrés, adicciones, ansiedad, obesidad, hipertensión, diabetes, bullying, feminicidios, acoso cibernético y otras novedosas formas de enfermedades mentales, físicas y agresión se refiere.

Esto sin contar la pobreza, la falta de empleo, los deficientes servicios de salud, los sistemas de educación y la violencia intrafamiliar.

Ese era nuestro mundo antes del virus, un infierno disfrazado, un planeta con sentencia de muerte y una especie de depredadores pensantes en peligro de extinción, con la única diferencia de la libre movilidad y un monstruo microscópico casi invencible a no ser por el agua y el jabón.

Podíamos ir y venir libremente, saludarnos y abrazarnos, charlar en bares, fiestas, plazas y restaurantes, ir a conciertos, viajes y eventos deportivos, todo esto que nos servía de distractor para ayudarnos a ignorar la realidad.

Creo que la “nueva normalidad”, no es más que un nombre que le podemos dar al formato que nos ayude a volver al sueño, una nueva sustancia social y emocional que sedados nos ayude a regresar a la ignorancia, a hacernos los desentendidos y pretender que no nos damos cuenta que en este mundo en que vivimos lo menos letal es el virus.

Tal vez es tiempo de reflexionar y empezar a construir una realidad distinta, no una que tenga que ver con la anterior “normalidad” ni ningún nuevo adefesio, tal vez tendrá que contener el uso de cubrebocas, guantes, sustancias antibacteriales y estornudos de etiqueta, pero también cambios al interior de la familia.

Nuevas costumbres en la dieta diaria, agendas saludables que incluyan ejercicio, meditación, lectura, actividades artísticas y recreativas al aire libre, la cercanía de los padres a los hijos, la regulación de la interacción cibernética al menos en ciertas edades, la promoción de valores como la compasión, la empatía y el trabajo en equipo.

Férreas campañas en contra de la comida chatarra, la mala alimentación, las sustancias adictivas y las conductas indeseables, pero no me refiero a las generadas por el gobierno, lo cual deberá ocurrir como consecuencia sino las orquestadas, dirigidas y sostenidas por los líderes de cada casa.

Por último la evolución del sistema educativo que genere las herramientas necesarias no para usuarios de un motel de paso, sino para una nueva generación de caminantes interestelares, una humanidad consciente de que hubo una anterior que se dedicó a acabar con La Esfera y es a ellos, por ellos, por su vida y por su descendencia a quienes les toca el honor de salvarla.

Héroes.

Tal vez es tiempo de reflexionar y empezar a construir una realidad distinta, no una que tenga que ver con la anterior “normalidad” ni ningún nuevo adefesio.

  • hey@gryita.com
  • fb: Gryita Fuerte
  • REGENERACIÓN 19

¿Se ha puesto usted a pensar que si la "nueva normalidad" acaba siendo peor que la "antigua normalidad" que más bien terminó por convertirse en una "vieja anormalidad", al final acabemos batallando con una "peor y recargada nueva anormalidad"?

Porque digo, siendo analíticos no podemos caer víctimas de un “autoengaño colectivo”, por decirlo de algún modo al pensar que antes del virus vivíamos en mundo feliz, pleno de amor, oportunidades, compasión, amor al prójimo y respeto por la vida.

Nuestra supuesta “normalidad”, era un mundo de violencia, miedo, inseguridad, conflictos sociales, económicos y políticos, pleno de malas noticias en casi todos los ámbitos.

La desinformación, las redes sociales como motor de una realidad alterna y un mundo cayéndose a pedazos.

La amenaza latente de nuevas enfermedades, posibles guerras, estallidos sociales y nuevas formas de agresiones físicas, psicológicas, cibernéticas y de vanguardia.

El mundo sufriendo alteraciones climáticas, la flora y la fauna sucumbiendo ante los embates de una humanidad desquiciada que de forma brutal, destruye todo aquello que pueda en un momento darle beneficios a su vida para colocar, crear y construir su tumba de concreto.

El plástico inundando los mares, los químicos, fertilizantes, herbicidas, hormonas, mutaciones y otros monstruos bioquímicos aderezando nuestras frutas y verduras, intoxicando nuestra tierra e imposibilitándola en muchos casos por años para poder dar frutos saludables, de la misma manera que intoxica los cuerpos humanos de forma sutil y silenciosa, de modo que en dos o tres décadas que surja a la luz el daño que han causado las ganancias cubran cualquier pequeña indemnización, en caso de que algún juez del mundo fallare en favor de la vida.

El sacrificio brutal, indiscriminado e inmisericorde de especies animales criadas para la muerte, que envenenadas con hormonas y otras sustancias cobran venganza a su asesino hiriéndolo mortalmente al asociarse con graves enfermedades degenerativas.

Empresas que han llenado sus bolsillos de dinero vendiendo a un pueblo bueno, pero mal educado, carente de consciencia pero ávido de placeres inmediatos, productos con altos contenidos de sustancias tan adictivas como tóxicas, azúcares, sales, grasas, colorantes, conservadores y otros agentes dañinos, gozando de libertad absoluta no solo para producirlos sino también para comercializarlos.

El bombardeo agresivo de campañas publicitarias diseñadas para manipular de forma persuasiva la voluntad de la mente desinformada que se ha vuelto inmune a los ridículos y por demás inútiles mensajes obligatorios de la Secretaría de Salud que invitan a “comer frutas y verduras” y el “aliméntate sanamente” que más que ayudar pudieran generar la duda sobre una cruel complicidad.

Un mundo de zombies en donde las penas pudieran premiarse junto a las diferentes formas de desgracia.

Alarmantes números en lo que a suicidio, depresión, estrés, adicciones, ansiedad, obesidad, hipertensión, diabetes, bullying, feminicidios, acoso cibernético y otras novedosas formas de enfermedades mentales, físicas y agresión se refiere.

Esto sin contar la pobreza, la falta de empleo, los deficientes servicios de salud, los sistemas de educación y la violencia intrafamiliar.

Ese era nuestro mundo antes del virus, un infierno disfrazado, un planeta con sentencia de muerte y una especie de depredadores pensantes en peligro de extinción, con la única diferencia de la libre movilidad y un monstruo microscópico casi invencible a no ser por el agua y el jabón.

Podíamos ir y venir libremente, saludarnos y abrazarnos, charlar en bares, fiestas, plazas y restaurantes, ir a conciertos, viajes y eventos deportivos, todo esto que nos servía de distractor para ayudarnos a ignorar la realidad.

Creo que la “nueva normalidad”, no es más que un nombre que le podemos dar al formato que nos ayude a volver al sueño, una nueva sustancia social y emocional que sedados nos ayude a regresar a la ignorancia, a hacernos los desentendidos y pretender que no nos damos cuenta que en este mundo en que vivimos lo menos letal es el virus.

Tal vez es tiempo de reflexionar y empezar a construir una realidad distinta, no una que tenga que ver con la anterior “normalidad” ni ningún nuevo adefesio, tal vez tendrá que contener el uso de cubrebocas, guantes, sustancias antibacteriales y estornudos de etiqueta, pero también cambios al interior de la familia.

Nuevas costumbres en la dieta diaria, agendas saludables que incluyan ejercicio, meditación, lectura, actividades artísticas y recreativas al aire libre, la cercanía de los padres a los hijos, la regulación de la interacción cibernética al menos en ciertas edades, la promoción de valores como la compasión, la empatía y el trabajo en equipo.

Férreas campañas en contra de la comida chatarra, la mala alimentación, las sustancias adictivas y las conductas indeseables, pero no me refiero a las generadas por el gobierno, lo cual deberá ocurrir como consecuencia sino las orquestadas, dirigidas y sostenidas por los líderes de cada casa.

Por último la evolución del sistema educativo que genere las herramientas necesarias no para usuarios de un motel de paso, sino para una nueva generación de caminantes interestelares, una humanidad consciente de que hubo una anterior que se dedicó a acabar con La Esfera y es a ellos, por ellos, por su vida y por su descendencia a quienes les toca el honor de salvarla.

Héroes.

Tal vez es tiempo de reflexionar y empezar a construir una realidad distinta, no una que tenga que ver con la anterior “normalidad” ni ningún nuevo adefesio.

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