/ sábado 4 de julio de 2020

Fyilosofía en Expresión | Un virus a la mexicana

Históricamente somos un pueblo sui géneris. Por un lado con alta resistencia al dolor, a ratos incluso con cierta adicción al sufrimiento y por otro de carácter agresivo, revoltoso e ingobernable.

Los que han conocido otros países, pueden haber visto diferencias sin decir con esto que todo eso es mejor ni que todo lo nuestro es negativo, pero vamos a lo que deseo mostrarles.

Por ejemplo, aunque en todos lados se cuecen habas, no estoy seguro que exista en otros lugares un influyentismo mayor, más desvergonzado, evidente y cínico que aquel que hemos vivido, padecido e incluso disfrutado en nuestro país.

Muchos hemos vivido este fenómeno a favor y en contra, el primo, amigo, hermano, compadre no necesariamente encumbrado sino al menos bien colocado en la situación que corresponda para favorecer o entorpecer nuestros requerimientos y necesidades.

Lo mismo una autoridad que otro tipo de oficios, sin menospreciar siempre ha sido bueno tener relación con quien maneja el acceso a los lugares o los responsables del cobro de servicios.

Otro caso es la basura, cuántos hemos visto a alguien que de pronto saca la mano del auto para lanzar cual misil los restos del cóctel chatarra que ha podido degustar él, ella o sus familiares, desde bolsas, vasos, botellas, colillas hasta pañales soberbiamente utilizados por el menor de la familia en notable desarrollo, actitud por cierto que se decía como leyenda urbana que al cruzar al vecino país del norte se detenía de forma automática por el riesgo de vivir un castigo ejemplar.

El uso de estacionamientos en lugares prohibidos, los destinados a personas discapacitadas, los que prohíben el ascenso y descenso de pasaje, la formación de “rampas” de transporte público en forma arbitraria en zonas transitadas, todo esto a veces a la vista de la autoridad, que por extrañas razones tiende a mirar hacia otra parte.

No estoy seguro si en otros países haya sido tan difícil como en México instalar disposiciones que tienen que ver con la consideración y el bien común, como el uso del cinturón de seguridad, el no fumar en lugares públicos, el respeto a los límites de velocidad, la conducción de vehículos en estado de ebriedad o la venta de alcohol y cigarrillos a menores.

Fenómenos notablemente nuestros como la “mordida” que puede operar como lubricante en casos que van desde la entrada a un centro nocturno o una oficina de gobierno, hasta en compras millonarias de bienes y servicios y no solo hablando de corrupción en instancias gubernamentales sino en cualquier zona de adquisiciones incluida la industria privada.

Sin dejar de mencionar la operación de esta sutil forma de digamos “inclinación del favor humano” en casos de infracciones viales, la venta de productos prohibidos como ha sido en algún momento el delicioso ceviche o los ostiones o el ingreso a la primera fila “aunque sea parados” en un concierto o espectáculo de cualquier índole, para no llamar artística a cualquier forma de expresión.

Incluida por último en la solución del problema que algunos nos hemos visto obligados a utilizar para suspender de forma temporal el corte de algún servicio indispensable para la vida como la energía eléctrica o el agua, ante el argumento del olvido, el error o la falta del recibo.

En mi ciudad por ejemplo existen cosas increíbles que sobrepasan por mucho la historia de los “extraterrestres vigilantes” que ante la evidencia fenomenológica pudieran provocar la duda de algunos críticos, como por ejemplo una pecera natural con feroces cocodrilos en el centro de la ciudad o mendigos que se vuelven famosos y cuentan como monumento a la pobreza con un sitio perfectamente establecido para ejercer la mendicidad o enfermos mentales que vagan de forma terriblemente inhumana por las calles hasta que envejecen o mueren, ante una sociedad apática que no sólo ignora su condición sino que los incluye en el paisaje colocándoles hasta divertidos apodos.

Ya un caso más “cool” pues es el de los astutos pobladores de la nueva y por cierto hoy en peligro de extinción, al menos parcialmente, clase media alta y uno que otro de más elevada condición que estacionan sin pensar en los demás sus autos de reciente modelo en tiendas de autoservicio para ir a pie evitando el alto costo de diez pesos del estacionamiento de los lujosos centros comerciales émulos del primer mundo que sin lograrlo a causa de la sociedad buscan elevar el nivel de la zona.

No es mi interés juzgar estos fenómenos en esta entrega los cuales por cierto dado su nacional arraigo, pueden hasta analizarse de forma cómica o con desparpajo, ya que como el chile que pica pero se disfruta son parte de nuestra idiosincrasia, sino más bien aportar argumentos que abonen a la comprensión del fenómeno que actualmente pone en riesgo la vida de los nuestros.

No sabemos, no nos gusta, no queremos, no nos da la gana obedecer ningún tipo de normatividad, no tenemos cultura de amor al prójimo, no conocemos la previsión y por último nos gusta ejercer de forma brutal aun en contra de nosotros mismos nuestra voluntad, por irresponsable que pueda resultar el fundamento.

Por eso muchos sufrirán pérdidas, porque no es el coronavirus lo que está matando a México, ni los gobiernos, ni las otras epidemias, es nuestra forma de ser, pensar y actuar.

  • hey@gryita.com
  • fb: Gryita Fuerte

REGENERACIÓN 19

Históricamente somos un pueblo sui géneris. Por un lado con alta resistencia al dolor, a ratos incluso con cierta adicción al sufrimiento y por otro de carácter agresivo, revoltoso e ingobernable.

Los que han conocido otros países, pueden haber visto diferencias sin decir con esto que todo eso es mejor ni que todo lo nuestro es negativo, pero vamos a lo que deseo mostrarles.

Por ejemplo, aunque en todos lados se cuecen habas, no estoy seguro que exista en otros lugares un influyentismo mayor, más desvergonzado, evidente y cínico que aquel que hemos vivido, padecido e incluso disfrutado en nuestro país.

Muchos hemos vivido este fenómeno a favor y en contra, el primo, amigo, hermano, compadre no necesariamente encumbrado sino al menos bien colocado en la situación que corresponda para favorecer o entorpecer nuestros requerimientos y necesidades.

Lo mismo una autoridad que otro tipo de oficios, sin menospreciar siempre ha sido bueno tener relación con quien maneja el acceso a los lugares o los responsables del cobro de servicios.

Otro caso es la basura, cuántos hemos visto a alguien que de pronto saca la mano del auto para lanzar cual misil los restos del cóctel chatarra que ha podido degustar él, ella o sus familiares, desde bolsas, vasos, botellas, colillas hasta pañales soberbiamente utilizados por el menor de la familia en notable desarrollo, actitud por cierto que se decía como leyenda urbana que al cruzar al vecino país del norte se detenía de forma automática por el riesgo de vivir un castigo ejemplar.

El uso de estacionamientos en lugares prohibidos, los destinados a personas discapacitadas, los que prohíben el ascenso y descenso de pasaje, la formación de “rampas” de transporte público en forma arbitraria en zonas transitadas, todo esto a veces a la vista de la autoridad, que por extrañas razones tiende a mirar hacia otra parte.

No estoy seguro si en otros países haya sido tan difícil como en México instalar disposiciones que tienen que ver con la consideración y el bien común, como el uso del cinturón de seguridad, el no fumar en lugares públicos, el respeto a los límites de velocidad, la conducción de vehículos en estado de ebriedad o la venta de alcohol y cigarrillos a menores.

Fenómenos notablemente nuestros como la “mordida” que puede operar como lubricante en casos que van desde la entrada a un centro nocturno o una oficina de gobierno, hasta en compras millonarias de bienes y servicios y no solo hablando de corrupción en instancias gubernamentales sino en cualquier zona de adquisiciones incluida la industria privada.

Sin dejar de mencionar la operación de esta sutil forma de digamos “inclinación del favor humano” en casos de infracciones viales, la venta de productos prohibidos como ha sido en algún momento el delicioso ceviche o los ostiones o el ingreso a la primera fila “aunque sea parados” en un concierto o espectáculo de cualquier índole, para no llamar artística a cualquier forma de expresión.

Incluida por último en la solución del problema que algunos nos hemos visto obligados a utilizar para suspender de forma temporal el corte de algún servicio indispensable para la vida como la energía eléctrica o el agua, ante el argumento del olvido, el error o la falta del recibo.

En mi ciudad por ejemplo existen cosas increíbles que sobrepasan por mucho la historia de los “extraterrestres vigilantes” que ante la evidencia fenomenológica pudieran provocar la duda de algunos críticos, como por ejemplo una pecera natural con feroces cocodrilos en el centro de la ciudad o mendigos que se vuelven famosos y cuentan como monumento a la pobreza con un sitio perfectamente establecido para ejercer la mendicidad o enfermos mentales que vagan de forma terriblemente inhumana por las calles hasta que envejecen o mueren, ante una sociedad apática que no sólo ignora su condición sino que los incluye en el paisaje colocándoles hasta divertidos apodos.

Ya un caso más “cool” pues es el de los astutos pobladores de la nueva y por cierto hoy en peligro de extinción, al menos parcialmente, clase media alta y uno que otro de más elevada condición que estacionan sin pensar en los demás sus autos de reciente modelo en tiendas de autoservicio para ir a pie evitando el alto costo de diez pesos del estacionamiento de los lujosos centros comerciales émulos del primer mundo que sin lograrlo a causa de la sociedad buscan elevar el nivel de la zona.

No es mi interés juzgar estos fenómenos en esta entrega los cuales por cierto dado su nacional arraigo, pueden hasta analizarse de forma cómica o con desparpajo, ya que como el chile que pica pero se disfruta son parte de nuestra idiosincrasia, sino más bien aportar argumentos que abonen a la comprensión del fenómeno que actualmente pone en riesgo la vida de los nuestros.

No sabemos, no nos gusta, no queremos, no nos da la gana obedecer ningún tipo de normatividad, no tenemos cultura de amor al prójimo, no conocemos la previsión y por último nos gusta ejercer de forma brutal aun en contra de nosotros mismos nuestra voluntad, por irresponsable que pueda resultar el fundamento.

Por eso muchos sufrirán pérdidas, porque no es el coronavirus lo que está matando a México, ni los gobiernos, ni las otras epidemias, es nuestra forma de ser, pensar y actuar.

  • hey@gryita.com
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