/ miércoles 3 de junio de 2020

Gobernanza y sostenibilidad | De la Agenda 2030 a la edificación de un nuevo mañana

La experiencia humana no es una experiencia aislada sino comunitaria. Nacemos, crecemos y nos desarrollamos en comunidad e incluso, el lenguaje, aquello que nos distingue como humanos, también se gesta en las entrañas del diálogo comunitario.

Paradójicamente, esta tendencia natural a la convivencia y al compartir el camino de la existencia con lo que algunos filósofos han denominado “el otro” no ha sido tan obvia durante las últimas décadas. La dinámica social marcada fuertemente por el estigma de la prisa, las distancias, el tráfico y la perpetua exposición a la conectividad ha desembocado en una tendencia clara al alejamiento y lo que suele denominarse desmembramiento del tejido social.

De alguna forma, pese a que en general estamos interactuando con otras personas, hay una marcada tendencia al aislamiento. En medio de las ciudades se han erigido islas donde las personas se conocen poco o se desconocen totalmente.

En Europa no son pocos los casos de personas que son encontradas después de semanas o incluso meses de haber muerto sin que los vecinos se percataran de su ausencia. Con frecuencia el interés en los que se encuentran en la periferia del propio ecosistema familiar es limitado porque entre otras cosas, la posibilidad de ayudar a causas sociales está a tan solo un clic de distancia sin la necesidad de involucrarse y no solo por falta de entusiasmos sino por falta de tiempo o mecanismos para hacerlo.

La gravedad de esta tendencia radica en la ruptura entre lo que somos y lo que pudiéramos ser. Lejos de una reflexión antropológica, desde un simple razonamiento pragmático, cabe la afirmación de que renunciar a nuestra naturaleza humana comunitaria –sin soslayar la enorme riqueza y valor del individuo– pudiera exponernos a serios problemas sociales. Dicho en otros términos, es conveniente que nuestro entorno esté bien por nuestro propio bienestar.

La pandemia es la tilde de nuestra historia más reciente. Ha acentuado la intensidad de la crisis, puede acentuar innumerables fenómenos sociales pero es innegable que también ha expuesto la intensidad, el interés y la generosidad de muchas personas que desde sus propios entornos han buscado los medios para aportar algo a los sectores afectados por la emergencia sanitaria. La pandemia nos ha confrontado también con nuestra humanidad y con esa naturaleza profundamente humana que nos permite ver en perspectiva lo que somos como sociedad y como tal, ver qué podemos hacer para estar mejor. Surge entonces un cuestionamiento crucial y determinante: ¿Cómo podemos integrar nuestras acciones a favor de la comunidad?

Las experiencias de aportación a la comunidad son múltiples y variadas. Organizaciones como el Club Rotario, Cáritas, y diversas asociaciones filantrópicas, históricamente han hecho contribuciones importantes a las comunidades pero el camino es largo y ante el panorama global no solo no sobran acciones para lidiar con los problemas mundiales sino que es preciso activar la acción comunitaria conjunta. Al respecto resulta conveniente explorar las posibilidades de un instrumento desarrollado desde 2015, el más significativo a nivel mundial en su tipo, planteado por la Organización de las Naciones Unidas: la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).

La Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible es un proyecto mundial en función de las personas, el planeta, la prosperidad y la paz mundial englobados en 17 Objetivos y 169 metas, por acuerdo de la Asamblea General de Naciones Unidas en 2015 por 193 países. En el documento, La Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (2018), de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, se expone que “esta nueva hoja de ruta presenta una oportunidad histórica para América Latina y el Caribe, ya que incluye temas altamente prioritarios para la región, como la erradicación de la pobreza extrema, la reducción de la desigualdad en todas sus dimensiones, un crecimiento económico inclusivo con trabajo decente para todos, ciudades sostenibles y cambio climático, entre otros”.

En efecto, si la Agenda 2030 es una respuesta metodológica a los grandes problemas de la humanidad, tenemos una extraordinaria posibilidad de articular mecanismos de soluciones para constituir una mejor sociedad con herramientas ya utilizadas en otros entornos y documentadas que pueden proveer información invaluable para el desarrollo de proyectos. La riqueza de la Agenda radica en la integración de los diversos actores sociales focalizada en los fenómenos sociales que exponen a la humanidad a nivel mundial bajo recursos cuantitativos y con la posibilidad de un respaldo institucional a favor del ecosistema y que adquiere sentido desde la acción local. Es por tanto conveniente que los interesados en desarrollar proyectos a favor de la comunidad puedan hacerlo desde esta óptica, adherirse bajo sus propios proyectos a esta agenda y apropiarse de los ideales de la sostenibilidad que finalmente, tienen que ver con la construcción de una sociedad más humana, inclusiva, justa y próspera.

Hemos recibido un entorno complicado y lastimado por diversos factores, como quien hereda una mansión deteriorada. No somos responsables de la casa que hemos recibido, pero sí somos responsables de lo que habremos de heredar a las futuras generaciones. No se trata de la irracional aspiración de una utopía sino de la utilización de una guía programática que implica esfuerzo y recursos, pero sobre todo la colaboración entre los diversos actores sociales haciendo alianzas, haciendo comunidad por la sociedad que merecemos.

Perspectivas

Desde el entorno local existen proyectos que pudieran enmarcarse en la Agenda 2030 de manera directa o indirecta, con acciones específicas tanto en el ámbito gubernamental como en el social. Se pueden señalar algunos ejemplos loables al respecto, como la inclusión de los ODS en el Plan Estatal de Desarrollo de Tamaulipas 2016-2022 y su correspondiente andamiaje institucional; la incorporación de Instituciones de Educación Superior a programas vinculados con los ODS como la Universidad Politécnica de Altamira y su reciente ingreso a la Red de Soluciones de Desarrollo Sostenible Capítulo México, el Proyecto Alianza 2021 que aglutina los esfuerzos de universidades, empresas y asociaciones civiles de la zona. El programa Tiempo de Ayudarnos promovido por Fundación Fleishman y Fundación Tamaulipecos a Favor de la Educación.

La experiencia humana no es una experiencia aislada sino comunitaria. Nacemos, crecemos y nos desarrollamos en comunidad e incluso, el lenguaje, aquello que nos distingue como humanos, también se gesta en las entrañas del diálogo comunitario.

Paradójicamente, esta tendencia natural a la convivencia y al compartir el camino de la existencia con lo que algunos filósofos han denominado “el otro” no ha sido tan obvia durante las últimas décadas. La dinámica social marcada fuertemente por el estigma de la prisa, las distancias, el tráfico y la perpetua exposición a la conectividad ha desembocado en una tendencia clara al alejamiento y lo que suele denominarse desmembramiento del tejido social.

De alguna forma, pese a que en general estamos interactuando con otras personas, hay una marcada tendencia al aislamiento. En medio de las ciudades se han erigido islas donde las personas se conocen poco o se desconocen totalmente.

En Europa no son pocos los casos de personas que son encontradas después de semanas o incluso meses de haber muerto sin que los vecinos se percataran de su ausencia. Con frecuencia el interés en los que se encuentran en la periferia del propio ecosistema familiar es limitado porque entre otras cosas, la posibilidad de ayudar a causas sociales está a tan solo un clic de distancia sin la necesidad de involucrarse y no solo por falta de entusiasmos sino por falta de tiempo o mecanismos para hacerlo.

La gravedad de esta tendencia radica en la ruptura entre lo que somos y lo que pudiéramos ser. Lejos de una reflexión antropológica, desde un simple razonamiento pragmático, cabe la afirmación de que renunciar a nuestra naturaleza humana comunitaria –sin soslayar la enorme riqueza y valor del individuo– pudiera exponernos a serios problemas sociales. Dicho en otros términos, es conveniente que nuestro entorno esté bien por nuestro propio bienestar.

La pandemia es la tilde de nuestra historia más reciente. Ha acentuado la intensidad de la crisis, puede acentuar innumerables fenómenos sociales pero es innegable que también ha expuesto la intensidad, el interés y la generosidad de muchas personas que desde sus propios entornos han buscado los medios para aportar algo a los sectores afectados por la emergencia sanitaria. La pandemia nos ha confrontado también con nuestra humanidad y con esa naturaleza profundamente humana que nos permite ver en perspectiva lo que somos como sociedad y como tal, ver qué podemos hacer para estar mejor. Surge entonces un cuestionamiento crucial y determinante: ¿Cómo podemos integrar nuestras acciones a favor de la comunidad?

Las experiencias de aportación a la comunidad son múltiples y variadas. Organizaciones como el Club Rotario, Cáritas, y diversas asociaciones filantrópicas, históricamente han hecho contribuciones importantes a las comunidades pero el camino es largo y ante el panorama global no solo no sobran acciones para lidiar con los problemas mundiales sino que es preciso activar la acción comunitaria conjunta. Al respecto resulta conveniente explorar las posibilidades de un instrumento desarrollado desde 2015, el más significativo a nivel mundial en su tipo, planteado por la Organización de las Naciones Unidas: la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).

La Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible es un proyecto mundial en función de las personas, el planeta, la prosperidad y la paz mundial englobados en 17 Objetivos y 169 metas, por acuerdo de la Asamblea General de Naciones Unidas en 2015 por 193 países. En el documento, La Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (2018), de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, se expone que “esta nueva hoja de ruta presenta una oportunidad histórica para América Latina y el Caribe, ya que incluye temas altamente prioritarios para la región, como la erradicación de la pobreza extrema, la reducción de la desigualdad en todas sus dimensiones, un crecimiento económico inclusivo con trabajo decente para todos, ciudades sostenibles y cambio climático, entre otros”.

En efecto, si la Agenda 2030 es una respuesta metodológica a los grandes problemas de la humanidad, tenemos una extraordinaria posibilidad de articular mecanismos de soluciones para constituir una mejor sociedad con herramientas ya utilizadas en otros entornos y documentadas que pueden proveer información invaluable para el desarrollo de proyectos. La riqueza de la Agenda radica en la integración de los diversos actores sociales focalizada en los fenómenos sociales que exponen a la humanidad a nivel mundial bajo recursos cuantitativos y con la posibilidad de un respaldo institucional a favor del ecosistema y que adquiere sentido desde la acción local. Es por tanto conveniente que los interesados en desarrollar proyectos a favor de la comunidad puedan hacerlo desde esta óptica, adherirse bajo sus propios proyectos a esta agenda y apropiarse de los ideales de la sostenibilidad que finalmente, tienen que ver con la construcción de una sociedad más humana, inclusiva, justa y próspera.

Hemos recibido un entorno complicado y lastimado por diversos factores, como quien hereda una mansión deteriorada. No somos responsables de la casa que hemos recibido, pero sí somos responsables de lo que habremos de heredar a las futuras generaciones. No se trata de la irracional aspiración de una utopía sino de la utilización de una guía programática que implica esfuerzo y recursos, pero sobre todo la colaboración entre los diversos actores sociales haciendo alianzas, haciendo comunidad por la sociedad que merecemos.

Perspectivas

Desde el entorno local existen proyectos que pudieran enmarcarse en la Agenda 2030 de manera directa o indirecta, con acciones específicas tanto en el ámbito gubernamental como en el social. Se pueden señalar algunos ejemplos loables al respecto, como la inclusión de los ODS en el Plan Estatal de Desarrollo de Tamaulipas 2016-2022 y su correspondiente andamiaje institucional; la incorporación de Instituciones de Educación Superior a programas vinculados con los ODS como la Universidad Politécnica de Altamira y su reciente ingreso a la Red de Soluciones de Desarrollo Sostenible Capítulo México, el Proyecto Alianza 2021 que aglutina los esfuerzos de universidades, empresas y asociaciones civiles de la zona. El programa Tiempo de Ayudarnos promovido por Fundación Fleishman y Fundación Tamaulipecos a Favor de la Educación.

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