/ sábado 30 de octubre de 2021

Gryita.com, Fylosofía en expresión | Días de Muertos

Estamos a solo un par de días de celebrar lo que para nuestro pueblo significa esta importante fiesta, el Día de Muertos.

Culto que nos acompaña desde la época prehispánica constituyéndose como un elemento importante de nuestra cultura.

El regreso de las almas de los difuntos de forma pasajera al mundo de los vivos, la visita inmaterial de lo que amamos que vuelve para nutrirse de aquello que un día fue parte importante de su existencia.

Mágico momento en que sin querer nuestra esencia se vuelca en la creencia y venera a la temible ausencia, mientras de alguna forma se aferra a través de los recuerdos y elementos tangibles a la nunca más lejana memoria del amor que no se olvida, de los que jamás se van y de los que a fin de cuentas aun sin un cuerpo son capaces de alegrarnos la vida, aunque sea por un día en el que nuestra tradición los salva del destierro eterno.

Pero algo ha cambiado, parece ser que nuestra tradición ha perdido fuerza, aunque por cierto a causa del virus, se nos ha cargado la cuota de aquellos que deberemos recordar.

La muerte ha perdido su magia, su carácter temible, su potencia insoportable, aquella que hacía que por varias noches de apariencia interminable, familias enteras se reunieran entre llanto, rezos, alcohol, cigarros, café, desmayos, rosarios, sermones y ese extraño aroma entre homenaje y podredumbre que ofrecen las flores de la honra, por cierto tan muertas como los homenajeados.

Que traía en cansados viajes a familiares desde diferentes puntos del planeta con tal de llegar a tiempo, para despedir a su ser amado antes de que emprendiera el viaje al Mictlán, al cielo, al infierno o a la nada, según las creencias.

Ese momento terrorífico y brillante en que, al menos en nuestro país, los mariachis hacen uso de su arte entonando piezas que otrora fueran himnos a la felicidad como favoritas del occiso y se convierten de forma irremediable en puñaladas que cuartean aun al corazón más duro, mientras en casos algún doliente víctima de la falta de aceptación ante tan irremediable pérdida trataba incluso de lanzarse sobre el féretro dispuesto a viajar, aun con vida, con el fenecido en su último trayecto.

Ya no, esto ya no es así.

En la actualidad a causa del virus, hemos perdido la sensibilidad, la muerte ya solo es un número, la causa de un debate, materia de la más vulgar politiquería, una estadística de hielo que al principio atemorizaba pero hoy significa poco menos que nada.

Cada día contamos muertos, pero sin sepelio, sin borrachera ni rosarios, unos cuantos, tres canciones si bien le va o nada, una cajita que te entregan ve tú a saber con las cenizas de quien, “sanitizada” para evitar contagios y un certificado que asegura que fue el virus el causante.

Nadie piensa que le va a tocar, de hecho pareciera que como sociedad y gobierno nos hemos decidido a entrarle a la ruleta rusa e ignorando el riesgo, simplemente jugarnos el todo por el todo y los vivos contar a los muertos, pero sin llorar.

Las autoridades celebran, abren sus puertas y reactivan la economía, las escuelas y el espacio público, con muchos, pero muchos que sin ninguna precaución ya celebran la vida mientras negocian la muerte con el monstruo microscópico.

Algunos irán por última vez a la Feria, otros al cementerio la semana entrante a recordar a sus difuntos, pero sin duda alguna el año entrante, seguramente tendrán su fotografía, su juguete, su mezcal, su cerveza o su cigarro en algún lugar selecto del hogar y serán recordados con mucho pero mucho amor.

Yo deseo que no sea usted que me lee, pero sí deseo que quede claro que lo que está ocurriendo es un acto brutal de irresponsabilidad por parte de las autoridades responsables y la consecuencia de la siembra de la ignorancia en un pueblo que no sabe que no sabe, por lo que no entiende que no entiende.

Felices Días de Muertos a los muertos vivientes.

Escríbeme:

  • gryitafuerte@gmail.com
  • Fb: Gryita Fuerte
  • RE-GENERACIÓN 19

Estamos a solo un par de días de celebrar lo que para nuestro pueblo significa esta importante fiesta, el Día de Muertos.

Culto que nos acompaña desde la época prehispánica constituyéndose como un elemento importante de nuestra cultura.

El regreso de las almas de los difuntos de forma pasajera al mundo de los vivos, la visita inmaterial de lo que amamos que vuelve para nutrirse de aquello que un día fue parte importante de su existencia.

Mágico momento en que sin querer nuestra esencia se vuelca en la creencia y venera a la temible ausencia, mientras de alguna forma se aferra a través de los recuerdos y elementos tangibles a la nunca más lejana memoria del amor que no se olvida, de los que jamás se van y de los que a fin de cuentas aun sin un cuerpo son capaces de alegrarnos la vida, aunque sea por un día en el que nuestra tradición los salva del destierro eterno.

Pero algo ha cambiado, parece ser que nuestra tradición ha perdido fuerza, aunque por cierto a causa del virus, se nos ha cargado la cuota de aquellos que deberemos recordar.

La muerte ha perdido su magia, su carácter temible, su potencia insoportable, aquella que hacía que por varias noches de apariencia interminable, familias enteras se reunieran entre llanto, rezos, alcohol, cigarros, café, desmayos, rosarios, sermones y ese extraño aroma entre homenaje y podredumbre que ofrecen las flores de la honra, por cierto tan muertas como los homenajeados.

Que traía en cansados viajes a familiares desde diferentes puntos del planeta con tal de llegar a tiempo, para despedir a su ser amado antes de que emprendiera el viaje al Mictlán, al cielo, al infierno o a la nada, según las creencias.

Ese momento terrorífico y brillante en que, al menos en nuestro país, los mariachis hacen uso de su arte entonando piezas que otrora fueran himnos a la felicidad como favoritas del occiso y se convierten de forma irremediable en puñaladas que cuartean aun al corazón más duro, mientras en casos algún doliente víctima de la falta de aceptación ante tan irremediable pérdida trataba incluso de lanzarse sobre el féretro dispuesto a viajar, aun con vida, con el fenecido en su último trayecto.

Ya no, esto ya no es así.

En la actualidad a causa del virus, hemos perdido la sensibilidad, la muerte ya solo es un número, la causa de un debate, materia de la más vulgar politiquería, una estadística de hielo que al principio atemorizaba pero hoy significa poco menos que nada.

Cada día contamos muertos, pero sin sepelio, sin borrachera ni rosarios, unos cuantos, tres canciones si bien le va o nada, una cajita que te entregan ve tú a saber con las cenizas de quien, “sanitizada” para evitar contagios y un certificado que asegura que fue el virus el causante.

Nadie piensa que le va a tocar, de hecho pareciera que como sociedad y gobierno nos hemos decidido a entrarle a la ruleta rusa e ignorando el riesgo, simplemente jugarnos el todo por el todo y los vivos contar a los muertos, pero sin llorar.

Las autoridades celebran, abren sus puertas y reactivan la economía, las escuelas y el espacio público, con muchos, pero muchos que sin ninguna precaución ya celebran la vida mientras negocian la muerte con el monstruo microscópico.

Algunos irán por última vez a la Feria, otros al cementerio la semana entrante a recordar a sus difuntos, pero sin duda alguna el año entrante, seguramente tendrán su fotografía, su juguete, su mezcal, su cerveza o su cigarro en algún lugar selecto del hogar y serán recordados con mucho pero mucho amor.

Yo deseo que no sea usted que me lee, pero sí deseo que quede claro que lo que está ocurriendo es un acto brutal de irresponsabilidad por parte de las autoridades responsables y la consecuencia de la siembra de la ignorancia en un pueblo que no sabe que no sabe, por lo que no entiende que no entiende.

Felices Días de Muertos a los muertos vivientes.

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