/ sábado 16 de octubre de 2021

Gryita.com, Fylosofía en expresión | Un mundo nuevo

De pronto un día, aparentemente, todo se puso de cabeza.

No vivíamos precisamente en un paraíso, no nos engañemos.

La depresión, el estrés, el bullying, las enfermedades, la violencia de género, la contaminación, las guerras, el cambio climático, las especies en peligro de extinción, los alimentos alterados, la comida chatarra y una lista interminable de calamidades acompañaban el día a día de la humanidad.

La pandemia simplemente nos obligó literalmente a hacer un alto y a reconfigurar valores en nuestro espectro existencial.

La revalorización de nuestras formas de pensar, sentir y actuar se ha vuelto obligatoria.

Hoy por ejemplo, la casa que antes era sólo una especie de referencia y hotel, para dormir, reposar y tener breves encuentros con los demás moradores, se ha convertido en el nuevo escenario de la mayor parte del tiempo, causando incluso que algunas asociaciones familiares se hayan destruido, debido a su incapacidad de adaptación a la convivencia cercana.

Los teléfonos celulares, las redes sociales y en general la tecnología que tiene que ver con la comunicación e información, que eran una especie de enviados del infierno, que estaban volviendo zombies a los jóvenes y que eran satanizados con frases como que estaban “acercando a los que están lejos y alejando a los que estaban cerca” y siendo el móvil de memes y satíricas fotografías de familias enteras que, absortas cada uno en sus dispositivos se ignoraban felizmente los unos a los otros en absurdos “tiempos de calidad”.

Resulta que en un momento dado fueron celestiales recursos enviados en directo por la mano de alguna deidad para poder mantenernos comunicados, informados, desinformados e incluso recibir la hoy tan sorprendentemente anhelada educación, que es al final parte fundamental del mal y del remedio.

Nunca habíamos sido tantos los viajeros en la nave y nunca como hoy habíamos estado tan desesperados, cansados, heridos, atemorizados, confundidos y en general como humanidad delante de un enemigo invisible que toma lo mismo la forma de una conspiración mundial que la del discurso político, económico y social a favor o en contra de cualquier bandera, pero que finalmente en muchos hogares ha sembrado la tragedia y el dolor insoportable de las pérdidas de los seres amados.

Hoy conceptos como felicidad, tranquilidad, éxito, celebración, futuro, pasado y presente han cambiado y ya no tienen tanto que ver con grandes ambiciones y deseos, sino más bien con el religioso “líbranos de todo mal” o los buenos deseos de que al menos pueda contarse con la vida, para poder aspirar a continuar el camino.

La salud hoy incluye casi solamente un mal y significa tener o no tener al bicho, ya que todos los demás padecimientos formaban parte del pensamiento colectivo y aunque los números nos pudieran mostrar la alarmante realidad de las “otras pandemias” que ya tenían tiempo establecidas en las estadísticas y los cementerios, no parecían tan agresivas como el monstruo microscópico mutante que amenaza atacar a través incluso del contacto afectivo y que extrañamente es débil y muere ante el agua y el jabón.

En la actualidad la familia está retomando su lugar y reconvirtiéndose en el primer centro formador de humanos, el refugio saludable, el sitio de convivencia pacífica y sin cubrebocas, el cuartel de operaciones de la economía del grupo y el núcleo del amor fraternal, como tal vez siempre debió haber permanecido.

Actualmente vale mucho más cualquier pequeño logro, el tener un amigo, el conservar un hogar, un trabajo que te permita sostenerte, a quién amar y ser amado, un espacio vital libre o casi libre de riesgos, una vacuna, internet y algo de esperanza en un mejor porvenir.

La pandemia nos enseñó que ahora simplemente estar vivo equivale a ser feliz, rico y a tener éxito.

Bienvenido al nuevo mundo de la alegría sin par de los que aún siguen vivos.

  • gryitafuerte@gmail.com
  • fb: Gryita Fuerte
  • RE-GENERACIÓN 19

De pronto un día, aparentemente, todo se puso de cabeza.

No vivíamos precisamente en un paraíso, no nos engañemos.

La depresión, el estrés, el bullying, las enfermedades, la violencia de género, la contaminación, las guerras, el cambio climático, las especies en peligro de extinción, los alimentos alterados, la comida chatarra y una lista interminable de calamidades acompañaban el día a día de la humanidad.

La pandemia simplemente nos obligó literalmente a hacer un alto y a reconfigurar valores en nuestro espectro existencial.

La revalorización de nuestras formas de pensar, sentir y actuar se ha vuelto obligatoria.

Hoy por ejemplo, la casa que antes era sólo una especie de referencia y hotel, para dormir, reposar y tener breves encuentros con los demás moradores, se ha convertido en el nuevo escenario de la mayor parte del tiempo, causando incluso que algunas asociaciones familiares se hayan destruido, debido a su incapacidad de adaptación a la convivencia cercana.

Los teléfonos celulares, las redes sociales y en general la tecnología que tiene que ver con la comunicación e información, que eran una especie de enviados del infierno, que estaban volviendo zombies a los jóvenes y que eran satanizados con frases como que estaban “acercando a los que están lejos y alejando a los que estaban cerca” y siendo el móvil de memes y satíricas fotografías de familias enteras que, absortas cada uno en sus dispositivos se ignoraban felizmente los unos a los otros en absurdos “tiempos de calidad”.

Resulta que en un momento dado fueron celestiales recursos enviados en directo por la mano de alguna deidad para poder mantenernos comunicados, informados, desinformados e incluso recibir la hoy tan sorprendentemente anhelada educación, que es al final parte fundamental del mal y del remedio.

Nunca habíamos sido tantos los viajeros en la nave y nunca como hoy habíamos estado tan desesperados, cansados, heridos, atemorizados, confundidos y en general como humanidad delante de un enemigo invisible que toma lo mismo la forma de una conspiración mundial que la del discurso político, económico y social a favor o en contra de cualquier bandera, pero que finalmente en muchos hogares ha sembrado la tragedia y el dolor insoportable de las pérdidas de los seres amados.

Hoy conceptos como felicidad, tranquilidad, éxito, celebración, futuro, pasado y presente han cambiado y ya no tienen tanto que ver con grandes ambiciones y deseos, sino más bien con el religioso “líbranos de todo mal” o los buenos deseos de que al menos pueda contarse con la vida, para poder aspirar a continuar el camino.

La salud hoy incluye casi solamente un mal y significa tener o no tener al bicho, ya que todos los demás padecimientos formaban parte del pensamiento colectivo y aunque los números nos pudieran mostrar la alarmante realidad de las “otras pandemias” que ya tenían tiempo establecidas en las estadísticas y los cementerios, no parecían tan agresivas como el monstruo microscópico mutante que amenaza atacar a través incluso del contacto afectivo y que extrañamente es débil y muere ante el agua y el jabón.

En la actualidad la familia está retomando su lugar y reconvirtiéndose en el primer centro formador de humanos, el refugio saludable, el sitio de convivencia pacífica y sin cubrebocas, el cuartel de operaciones de la economía del grupo y el núcleo del amor fraternal, como tal vez siempre debió haber permanecido.

Actualmente vale mucho más cualquier pequeño logro, el tener un amigo, el conservar un hogar, un trabajo que te permita sostenerte, a quién amar y ser amado, un espacio vital libre o casi libre de riesgos, una vacuna, internet y algo de esperanza en un mejor porvenir.

La pandemia nos enseñó que ahora simplemente estar vivo equivale a ser feliz, rico y a tener éxito.

Bienvenido al nuevo mundo de la alegría sin par de los que aún siguen vivos.

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