/ sábado 12 de diciembre de 2020

Gryta.com, Fylosofía en expresión | El derecho de existir

Esta semana celebramos 72 años de que la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó la Declaración Universal de Derechos Humanos.

Este histórico documento hace la proclamación de los derechos inalienables de todos los seres humanos independientemente de su raza, color, religión, sexo, idiosincrasia, opinión política o de otra índole, origen nacional o social, posición económica o cualquier otra condición.

La lista detallada de estos derechos es amplia y corresponden a diferentes segmentos como civiles, económicos, sociales, culturales y ambientales.

Creo que es buen momento para revisar el escenario.

Definitivamente que es bonito celebrar una fecha como ésta, pero creo que sería más provechoso analizar cómo andamos a más de setenta años de semejante proclamación.

Sin duda el virus, además de una amenaza, se ha convertido en un factor que ha venido a poner al descubierto o más expuestas, verdades terribles que ya acompañaban silenciosamente nuestra realidad.

Además de que convierte en prioritarios dichos derechos en lo que puede resultar una reconstrucción de la vida pública nacional, ya que la pandemia ha acentuado las diferencias y recrudecido el cuadro.

Ahora, ¿cómo es posible imaginar que los derechos legítimos, irrenunciables, indiscutibles, innegables, de todos los seres humanos son un motivo de celebración en un país como México?

Nos dimos cuenta recientemente que nuestra capacidad hospitalaria estaba en ruinas, no solamente en cuanto a infraestructura sino también en el recurso humano.

La salud de la población con números muy elevados en lo que a enfermedades degenerativas que tienen que ver con la educación, la cultura y la información, como la diabetes, la obesidad, la hipertensión y el tabaquismo.

La educación con sus raquíticos resultados en cuanto a graduados se refiere, con las implicaciones laborales que esto acarrea, además del campeonato mundial indiscutible en bullying.

Estadísticas terroríficas en otros renglones como corrupción, inseguridad, pobreza, feminicidios, discriminación, falta de oportunidades, abuso, maltrato, violencia en muchas de sus formas, por mencionar algunas.

Vivimos el resultado de años de malos gobiernos y nuestras instituciones se encuentran heridas todas, de diferente manera.

Es importante reconocer, aún a costa de las voces de la desinformación, de los informados de la televisión, de los eruditos de las redes, los politólogos de barrio, esquina y café; sumado a los legítimamente afectados en sus intereses y que por ello se oponen absolutamente a todo, que el actual sistema de gobierno que se pretende implantar muestra un sincero interés, que sustenta con acciones aun cuando no todas son exitosas, ni parecen siempre las mejores, de subsanar de alguna manera los perjuicios y convocar a una vida más decorosa a los sectores más olvidados.

A ese país que técnicamente para las clases dominantes no existe, ese grupo humano que acabó por convertirse en una clase social sin rostro, sin nombre ni apellido, a la cual durante tanto tiempo se le ha faltado al respeto y al que despectivamente se le llama “pueblo”.

¿Qué mayor y más simple derecho humano que el de la existencia?

Ese derecho a ser considerado como parte, voz, dueño y beneficiario de todo lo que a un país corresponde y pertenece.

No podemos pensar que si ni siquiera hemos podido aprender a respetar los sagrados derechos motivos del festejo en las unidades más básicas de la sociedad, como la familia, la educación o el sistema de salud, habremos de hacerlos valer a través de las políticas públicas.

Creo que en décadas nunca como hoy nos encontramos más cerca de un cambio verdadero, pero es necesario participar todos con un grano de arena.

Lo que sí, es que debemos empezar, porque la tarea no es fácil y el camino es un estercolero.

Motivo de celebración, ninguno; de esperanza, todos.

Cuidémonos como al principio.

Esta semana celebramos 72 años de que la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó la Declaración Universal de Derechos Humanos.

Este histórico documento hace la proclamación de los derechos inalienables de todos los seres humanos independientemente de su raza, color, religión, sexo, idiosincrasia, opinión política o de otra índole, origen nacional o social, posición económica o cualquier otra condición.

La lista detallada de estos derechos es amplia y corresponden a diferentes segmentos como civiles, económicos, sociales, culturales y ambientales.

Creo que es buen momento para revisar el escenario.

Definitivamente que es bonito celebrar una fecha como ésta, pero creo que sería más provechoso analizar cómo andamos a más de setenta años de semejante proclamación.

Sin duda el virus, además de una amenaza, se ha convertido en un factor que ha venido a poner al descubierto o más expuestas, verdades terribles que ya acompañaban silenciosamente nuestra realidad.

Además de que convierte en prioritarios dichos derechos en lo que puede resultar una reconstrucción de la vida pública nacional, ya que la pandemia ha acentuado las diferencias y recrudecido el cuadro.

Ahora, ¿cómo es posible imaginar que los derechos legítimos, irrenunciables, indiscutibles, innegables, de todos los seres humanos son un motivo de celebración en un país como México?

Nos dimos cuenta recientemente que nuestra capacidad hospitalaria estaba en ruinas, no solamente en cuanto a infraestructura sino también en el recurso humano.

La salud de la población con números muy elevados en lo que a enfermedades degenerativas que tienen que ver con la educación, la cultura y la información, como la diabetes, la obesidad, la hipertensión y el tabaquismo.

La educación con sus raquíticos resultados en cuanto a graduados se refiere, con las implicaciones laborales que esto acarrea, además del campeonato mundial indiscutible en bullying.

Estadísticas terroríficas en otros renglones como corrupción, inseguridad, pobreza, feminicidios, discriminación, falta de oportunidades, abuso, maltrato, violencia en muchas de sus formas, por mencionar algunas.

Vivimos el resultado de años de malos gobiernos y nuestras instituciones se encuentran heridas todas, de diferente manera.

Es importante reconocer, aún a costa de las voces de la desinformación, de los informados de la televisión, de los eruditos de las redes, los politólogos de barrio, esquina y café; sumado a los legítimamente afectados en sus intereses y que por ello se oponen absolutamente a todo, que el actual sistema de gobierno que se pretende implantar muestra un sincero interés, que sustenta con acciones aun cuando no todas son exitosas, ni parecen siempre las mejores, de subsanar de alguna manera los perjuicios y convocar a una vida más decorosa a los sectores más olvidados.

A ese país que técnicamente para las clases dominantes no existe, ese grupo humano que acabó por convertirse en una clase social sin rostro, sin nombre ni apellido, a la cual durante tanto tiempo se le ha faltado al respeto y al que despectivamente se le llama “pueblo”.

¿Qué mayor y más simple derecho humano que el de la existencia?

Ese derecho a ser considerado como parte, voz, dueño y beneficiario de todo lo que a un país corresponde y pertenece.

No podemos pensar que si ni siquiera hemos podido aprender a respetar los sagrados derechos motivos del festejo en las unidades más básicas de la sociedad, como la familia, la educación o el sistema de salud, habremos de hacerlos valer a través de las políticas públicas.

Creo que en décadas nunca como hoy nos encontramos más cerca de un cambio verdadero, pero es necesario participar todos con un grano de arena.

Lo que sí, es que debemos empezar, porque la tarea no es fácil y el camino es un estercolero.

Motivo de celebración, ninguno; de esperanza, todos.

Cuidémonos como al principio.