/ sábado 26 de junio de 2021

Gryta.com, Fylosofía en expresión | El país de las maravillas

Mi país mantiene mi capacidad de asombro. Por más que intento madurar, éste me devuelve cual psiquiatra freudiano a través de la hipnosis fáctica a la más infantil fascinación.

Ninguna sugestión tiene el poder que mueve la realidad nacional y que va de un teatro del horror vestido por los datos duros, hasta la más patética hilaridad provocada por la involuntaria comedia que genera la impotencia y la desgracia.

¿Cómo es posible que hoy las autoridades reaccionen maravilladas ante el inverosímil suceso de que los casos de contagios por el virus aumentan generando la enorme posibilidad de una nueva ola de contagios?

Seamos claros, para que al menos la risa loca tenga motivos.

Cuando empezábamos a tener una estadística favorable, el barrunte de las elecciones generó de forma casi milagrosa que los voluntariosos semáforos epidemiológicos se pintaran de colores suaves y nos hablaran de una falsa libertad.

Instrumentos por cierto inútiles, ya que a diferencia del vial que emulan, estos no ayudan a advertir al usuario de un posible percance, sino que cambian al color subido para avisarle a la sociedad que ya chocó.

La gente salió, se apresuró a acompañar al ungido en su camino por las calles del voto, cantó, bailó y vitoreó a su portador de la esperanza al son de matraca y batucada.

Finalmente se arremolinó en eventos masivos que sin gota de compasión, no solo los candidatos y su conocida inconsciencia y de quienes en verdad en este país no puede esperarse más, organizaron, sino también ante la mirada ajena de las autoridades electorales y de salud, quienes simplemente en todo el proceso “brillaron por su ausencia”.

Hoy algunas voces salen en defensa de los actores políticos, argumentando que es la ciudadanía quien tiene la responsabilidad por no haber sido prudente, ignorando impunemente la conocida forma en que se mueve el colectivo.

¿Cuál puede ser la lectura del pueblo que innegablemente ha demostrado su sabiduría en ciertas decisiones, pero que en el tema de salud es un niño chiflado y berrinchudo incapaz de cuidarse a sí mismo?

Pues que si tenemos semáforo verde, si se está pensando regresar a los niños a las escuelas, si la vacunación está marchando súper bien y además se autorizan las campañas políticas, los eventos masivos y nos dicen todo el día que vayamos a votar, pues evidentemente y solo un tonto no podría verlo, que el virus se fue, que se acabó y que por fin debemos abrazarnos como al final de la más cursi obra del cine norteamericano.

¿El resultado?

Nuestra ciudad en semáforo rojo, muy posiblemente el estado entre en una condición similar y también el resto del país. Lo que sigue será la afectación económica, el tema emocional y, por supuesto, los riesgos en la salud de la población.

Hoy podemos sumar a esto localmente el tema de los cocodrilos, este asunto no es nuevo, las autoridades lo han dejado crecer, les ha parecido simpático, han reído, han construido monumentos al saurio, incluso parece divertirles que algunos de estos se les cuelen en parques y espacios públicos en donde familias enteras pasean sin aparente riesgo alguno.

Las soluciones generan entre risa y llanto, contarlos, sacar varios para depositarlos a unos minutos en otra laguna, llevarse al asesino a una ciudad vecina para esperar que mate a otra persona y luego buscarle una nueva pecera de la muerte. Estamos cayendo en lo grotesco, lo malo es que en cada escena de esta obra mueren personas, otras quedan sin sustento y se causan daños a la población, quien a causa de su ignorancia se ve afectada por la irresponsabilidad de sus autoridades.

Al pueblo le cuestan las campañas, también mantener los partidos políticos y las instituciones, carísimo todo, además del aparato gubernamental en todos sus niveles, pero ahora ¿será justo también que pague con su vida?

¿Le da risa?

  • gryitafuerte@gmail.com
  • fb: Gryita Fuerte
  • RE-GENERACIÓN 19

Mi país mantiene mi capacidad de asombro. Por más que intento madurar, éste me devuelve cual psiquiatra freudiano a través de la hipnosis fáctica a la más infantil fascinación.

Ninguna sugestión tiene el poder que mueve la realidad nacional y que va de un teatro del horror vestido por los datos duros, hasta la más patética hilaridad provocada por la involuntaria comedia que genera la impotencia y la desgracia.

¿Cómo es posible que hoy las autoridades reaccionen maravilladas ante el inverosímil suceso de que los casos de contagios por el virus aumentan generando la enorme posibilidad de una nueva ola de contagios?

Seamos claros, para que al menos la risa loca tenga motivos.

Cuando empezábamos a tener una estadística favorable, el barrunte de las elecciones generó de forma casi milagrosa que los voluntariosos semáforos epidemiológicos se pintaran de colores suaves y nos hablaran de una falsa libertad.

Instrumentos por cierto inútiles, ya que a diferencia del vial que emulan, estos no ayudan a advertir al usuario de un posible percance, sino que cambian al color subido para avisarle a la sociedad que ya chocó.

La gente salió, se apresuró a acompañar al ungido en su camino por las calles del voto, cantó, bailó y vitoreó a su portador de la esperanza al son de matraca y batucada.

Finalmente se arremolinó en eventos masivos que sin gota de compasión, no solo los candidatos y su conocida inconsciencia y de quienes en verdad en este país no puede esperarse más, organizaron, sino también ante la mirada ajena de las autoridades electorales y de salud, quienes simplemente en todo el proceso “brillaron por su ausencia”.

Hoy algunas voces salen en defensa de los actores políticos, argumentando que es la ciudadanía quien tiene la responsabilidad por no haber sido prudente, ignorando impunemente la conocida forma en que se mueve el colectivo.

¿Cuál puede ser la lectura del pueblo que innegablemente ha demostrado su sabiduría en ciertas decisiones, pero que en el tema de salud es un niño chiflado y berrinchudo incapaz de cuidarse a sí mismo?

Pues que si tenemos semáforo verde, si se está pensando regresar a los niños a las escuelas, si la vacunación está marchando súper bien y además se autorizan las campañas políticas, los eventos masivos y nos dicen todo el día que vayamos a votar, pues evidentemente y solo un tonto no podría verlo, que el virus se fue, que se acabó y que por fin debemos abrazarnos como al final de la más cursi obra del cine norteamericano.

¿El resultado?

Nuestra ciudad en semáforo rojo, muy posiblemente el estado entre en una condición similar y también el resto del país. Lo que sigue será la afectación económica, el tema emocional y, por supuesto, los riesgos en la salud de la población.

Hoy podemos sumar a esto localmente el tema de los cocodrilos, este asunto no es nuevo, las autoridades lo han dejado crecer, les ha parecido simpático, han reído, han construido monumentos al saurio, incluso parece divertirles que algunos de estos se les cuelen en parques y espacios públicos en donde familias enteras pasean sin aparente riesgo alguno.

Las soluciones generan entre risa y llanto, contarlos, sacar varios para depositarlos a unos minutos en otra laguna, llevarse al asesino a una ciudad vecina para esperar que mate a otra persona y luego buscarle una nueva pecera de la muerte. Estamos cayendo en lo grotesco, lo malo es que en cada escena de esta obra mueren personas, otras quedan sin sustento y se causan daños a la población, quien a causa de su ignorancia se ve afectada por la irresponsabilidad de sus autoridades.

Al pueblo le cuestan las campañas, también mantener los partidos políticos y las instituciones, carísimo todo, además del aparato gubernamental en todos sus niveles, pero ahora ¿será justo también que pague con su vida?

¿Le da risa?

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