/ domingo 24 de octubre de 2021

Guerra sin fin

En tanto existan hombres cuya fuerza elemental sea la ambición y mientras existan agravios que la justicia pueda resarcir, la lucha entre capitalistas y socialistas, progresistas o neoliberales habrá de pervivir. Debajo de la tierra nivelada de la vida moderna minan las luchas y el instinto indesarraigable de la ambición que conspira contra las pretensiones igualitarias.

La edad moderna que vio nacer al capitalismo como al socialismo entrañaba un conflicto irresoluble en su seno, la tensión de la lucha subyacente a la vida social, lejos de remitir se vivificó, volviendo pálidas las tensiones que existieron en la era feudal, puesto que en la vida moderna desaparecieron los puestos reservados como antes para el Rey, Nobleza, Iglesia, Gremios. En adelante todos tendrán derecho a todo con la consabida consecuencia de que, en la competencia al reducirse las posibilidades de triunfo, se intensificarían las energías, esto es, en la guerra de voluntades solo triunfaría la que estuviera dispuesta a llegar más lejos.

A diferencia de los idealistas y románticos alemanes, entre ellos incluido Marx, el escocés Thomas Hobbes sabía de este defecto en el ser del hombre y señalándolo al llamar al hombre como un lobo para el hombre. No se debe entender la teoría de Hobbes como una doctrina malvada o que cínicamente buscaba naturalizar el estado de confrontación, por el contrario, Hobbes como antes Maquiavelo no se hacían falsas ilusiones acerca de la naturaleza del hombre, para Hobbes el hombre es por naturaleza malvado, pero se puede civilizar.

Lo anterior contrasta con los objetivos maximalistas de los socialistas herederos del romanticismo idealista alemán. Estos se embarcaron en la aventura de reformar no solo el orden social, sino incluso la naturaleza humana de burgueses y conservadores, no obstante, una, tras otra vez se estrellaron ante el muro inconmovible de la fuerza elemental de la pasión, ya sea por la acumulación, la fama o la ambición.

Esta situación no tiene visos de pronta resolución, por lo que es de esperar que se prolongue de manera indefinida hacia el fututo, hasta en tanto la humanidad alcance el nivel de desarrollo histórico que Hegel llamó saber absoluto y que Marx llamó comunismo. Para los socialistas el comunismo es la etapa de desarrollo superior de la sociedad, pero sin prescindir del Estado, definición que el anarco- comunista Mijail Bakunin deploró y lo llevó a sostener una agria disputa con Marx. Para Bakunin el poder corrompe tanto a los que lo ejercen como a los que se ven obligados a obedecerlo, por lo tanto, para él solo se puede ser comunista y se puede hablar con propiedad de un Estado comunista cuando sus integrantes están dotados de un férreo e inquebrantable sentido ético y que por lo tanto son autosuficientes para gobernarse éticamente sin injerencia de una fuerza externa a su conciencia.

En este contexto, la guerra total de vida o muerte en la que se ha enfrascado el presidente López Obrador parece condenada a resultados residuales. El individualismo y el comunitarismo, así como el socialismo y el neoliberalismo han estado en el centro del debate los últimos doscientos años y lo seguirán estando en los años venideros, ya que no parece que la Cuarta Transformación esté zanjando el tema, ni parece que podrá proclamarse como vencedor definitivo en una disputa que nace en la naturaleza misma de los hombres.

Regeneración.

En tanto existan hombres cuya fuerza elemental sea la ambición y mientras existan agravios que la justicia pueda resarcir, la lucha entre capitalistas y socialistas, progresistas o neoliberales habrá de pervivir. Debajo de la tierra nivelada de la vida moderna minan las luchas y el instinto indesarraigable de la ambición que conspira contra las pretensiones igualitarias.

La edad moderna que vio nacer al capitalismo como al socialismo entrañaba un conflicto irresoluble en su seno, la tensión de la lucha subyacente a la vida social, lejos de remitir se vivificó, volviendo pálidas las tensiones que existieron en la era feudal, puesto que en la vida moderna desaparecieron los puestos reservados como antes para el Rey, Nobleza, Iglesia, Gremios. En adelante todos tendrán derecho a todo con la consabida consecuencia de que, en la competencia al reducirse las posibilidades de triunfo, se intensificarían las energías, esto es, en la guerra de voluntades solo triunfaría la que estuviera dispuesta a llegar más lejos.

A diferencia de los idealistas y románticos alemanes, entre ellos incluido Marx, el escocés Thomas Hobbes sabía de este defecto en el ser del hombre y señalándolo al llamar al hombre como un lobo para el hombre. No se debe entender la teoría de Hobbes como una doctrina malvada o que cínicamente buscaba naturalizar el estado de confrontación, por el contrario, Hobbes como antes Maquiavelo no se hacían falsas ilusiones acerca de la naturaleza del hombre, para Hobbes el hombre es por naturaleza malvado, pero se puede civilizar.

Lo anterior contrasta con los objetivos maximalistas de los socialistas herederos del romanticismo idealista alemán. Estos se embarcaron en la aventura de reformar no solo el orden social, sino incluso la naturaleza humana de burgueses y conservadores, no obstante, una, tras otra vez se estrellaron ante el muro inconmovible de la fuerza elemental de la pasión, ya sea por la acumulación, la fama o la ambición.

Esta situación no tiene visos de pronta resolución, por lo que es de esperar que se prolongue de manera indefinida hacia el fututo, hasta en tanto la humanidad alcance el nivel de desarrollo histórico que Hegel llamó saber absoluto y que Marx llamó comunismo. Para los socialistas el comunismo es la etapa de desarrollo superior de la sociedad, pero sin prescindir del Estado, definición que el anarco- comunista Mijail Bakunin deploró y lo llevó a sostener una agria disputa con Marx. Para Bakunin el poder corrompe tanto a los que lo ejercen como a los que se ven obligados a obedecerlo, por lo tanto, para él solo se puede ser comunista y se puede hablar con propiedad de un Estado comunista cuando sus integrantes están dotados de un férreo e inquebrantable sentido ético y que por lo tanto son autosuficientes para gobernarse éticamente sin injerencia de una fuerza externa a su conciencia.

En este contexto, la guerra total de vida o muerte en la que se ha enfrascado el presidente López Obrador parece condenada a resultados residuales. El individualismo y el comunitarismo, así como el socialismo y el neoliberalismo han estado en el centro del debate los últimos doscientos años y lo seguirán estando en los años venideros, ya que no parece que la Cuarta Transformación esté zanjando el tema, ni parece que podrá proclamarse como vencedor definitivo en una disputa que nace en la naturaleza misma de los hombres.

Regeneración.