/ domingo 14 de noviembre de 2021

Hacia una nueva oportunidad

Si usted piensa que el maltrecho buque en el que hemos navegado por el mar proceloso de la pandemia, ha logrado avistar ya a lo lejos ese faro luminoso que nos conducirá a puerto seguro, créame que yo, como muchos otros también lo deseamos, aunque algunos tengamos serias dudas respecto de esa posibilidad en el futuro inmediato.

Si usted cree que nuestro desembarco en esa nueva tierra prometida está ya muy cercano, que nos llevará de nuevo a todo aquello que habíamos perdido y a lo que nos habíamos acostumbrado y de regreso a la “normalidad” tal y como la habíamos conocido, le reitero que yo, como .tantos otros de igual forma lo deseamos, aunque persistan nuestras dudas al respecto.

Pero es evidente que no bastan los deseos, por fervientes que sean, para que tal cosa suceda. Muchos críticos, reconocidos analistas y expertos en el tema han sostenido, por ejemplo, que los diseños de prevención, implementación y contención que han adoptado muchos gobiernos no han sido suficientemente diligentes y cuidadosos y que por ello el alto costo que han debido pagar por la pérdida de esa oportunidad, se ha traducido en una cruel estadística de decesos, contagios e insuficiente capacidad de los hospitales para la atender a los enfermos más graves, lo que hubiera podido evitarse, dicen, con un mayor esmero en la crisis que se ha padecido.

Porque de nada sirven los protocolos impuestos y las medidas sanitarias, como la distancia social, el aseo frecuente de manos y el uso de mascarillas si no se cumplen; de poco o nada importará el empleo de semáforos y los criterios que se usaron para su aplicación, si son simples señales que cada quien interpreta a su gusto, comenzado por la autoridad misma que no los respeta, dando para no hacerlo “razonadas sinrazones” algunas de ellas hasta con el pretexto de que no ha “probada científicamente” su eficacia.

Pero si hemos de ser sinceros, toda esta triste forma con que hemos manejado la pandemia, no puede ser sólo atribuible a la autoridad, puesto que estamos frente a una responsabilidad compartida que muchos ciudadanos no hemos sabido asumir. Basta con ver el desenfado, la negligencia y hasta la burla con que algunos la han enfrentado; cómo es que siguen en la fiesta despreciando las medidas sanitarias en un afán inútil por tratar de demostrar autosuficiencia o sabrá Dios qué, presumiendo un desdén digno de mejor causa y hasta escudándose en su “libertad” para usar la mascarilla, ignorando que esa libertad suya, termina donde comienza la libertad del otro.

Ante estas dos opciones que tenemos a la vista, esperanzadora una y retadora la otra ¿qué debemos hacer las autoridades y los ciudadanos, partícipes por igual en la comunidad y por lo tanto responsables en la protección de una cultura que parece haber perdido la brújula? Aceptar y asumir el desafío que nos exige el construir todos juntos y con decisión, la parte que nos corresponde en el desarrollo de nuestra sociedad, modificando aquellos esquemas que han impedido ese avance y, con un esfuerzo doble, darle significado a nuestra vida personal y social para redimirla de la barbarie y la irracionalidad que a todos daña y todo lo destruye.

Ahora que tan reiteradamente oímos hablar de una necesaria adaptación a los “nuevos cambios”, de la aparición de “disruptores” que nos aconsejan cómo modificar nuestros paradigmas caducos, y de tantos análisis serios sobre la necesidad de cambiar nuestros patrones de conducta si queremos en verdad sobrevivir como especie, tal vez podamos dar un salto cuántico en esos anhelos de cambiar y deveras sepamos aprovechar esta oportunidad de realizar un auténtico viraje para nuestras vidas, que nos lleve a colaborar en el diseño e implantación de un modelo que en verdad nos ayude a mejorar este mundo nuestro. Cambiar y no sólo maquillar nuestro exterior para hacerlo más presentable, cambiar sólo por cambiar como si se tratara de una moda, sino también hurgar un poco en nuestra conciencia para sacudir nuestro letargo y abandonar para siempre esa inercia que hasta ahora nos ha ofrecido cambios cosméticos inútiles, que de nada han servido para que nuestra naturaleza racional encuentre su sentido, hecho para más.

En una sociedad como la nuestra, tan proclive al consumismo, quizás podríamos modificar nuestros hábitos de consumo; en una sociedad cuyo egoísmo no permite la discrepancia, ni los opiniones divergentes, discriminadora y poco incluyente, tal vez podríamos entender que aunque somos seres individuales estamos en medio de los demás y que sin hacer a un lado nuestras aspiraciones personales, podríamos caminar juntos la maravillosa aventura que es la vida de la cual todos participamos y buscamos por igual la felicidad. Y en una sociedad que dice valorar la bondad, la solidaridad y la empatía, ojalá todo ello se tradujera en actitudes valiosas, que son la verdadera respuesta a los valores humanos y no sus caricaturas con las que a veces apaciguamos nuestra “buenas conciencias”

El epílogo, o el prólogo, como usted decida, para esta tragedia está ahí. En cambiar definitivamente nuestra manera de visualizar la vida o seguir en el derrotero del fracaso y la decepción. Porque como afirmó un día Galileo: “quien no valora su vida, no la merece”

Tal vez por eso W. Churchill dijo en un discurso en los más duros días de la guerra: “Quien no es capaz de cambiar en algo, jamás será capaz de cambiar nada”

HACIA UNA NUEVA OPORTUNIDAD

…cuando la oportunidad toca tu puerta, ábrela, antes de que ella la cierre...

Tom Peters

Si usted piensa que el maltrecho buque en el que hemos navegado por el mar proceloso de la pandemia, ha logrado avistar ya a lo lejos ese faro luminoso que nos conducirá a puerto seguro, créame que yo, como muchos otros también lo deseamos, aunque algunos tengamos serias dudas respecto de esa posibilidad en el futuro inmediato.

Si usted cree que nuestro desembarco en esa nueva tierra prometida está ya muy cercano, que nos llevará de nuevo a todo aquello que habíamos perdido y a lo que nos habíamos acostumbrado y de regreso a la “normalidad” tal y como la habíamos conocido, le reitero que yo, como .tantos otros de igual forma lo deseamos, aunque persistan nuestras dudas al respecto.

Pero es evidente que no bastan los deseos, por fervientes que sean, para que tal cosa suceda. Muchos críticos, reconocidos analistas y expertos en el tema han sostenido, por ejemplo, que los diseños de prevención, implementación y contención que han adoptado muchos gobiernos no han sido suficientemente diligentes y cuidadosos y que por ello el alto costo que han debido pagar por la pérdida de esa oportunidad, se ha traducido en una cruel estadística de decesos, contagios e insuficiente capacidad de los hospitales para la atender a los enfermos más graves, lo que hubiera podido evitarse, dicen, con un mayor esmero en la crisis que se ha padecido.

Porque de nada sirven los protocolos impuestos y las medidas sanitarias, como la distancia social, el aseo frecuente de manos y el uso de mascarillas si no se cumplen; de poco o nada importará el empleo de semáforos y los criterios que se usaron para su aplicación, si son simples señales que cada quien interpreta a su gusto, comenzado por la autoridad misma que no los respeta, dando para no hacerlo “razonadas sinrazones” algunas de ellas hasta con el pretexto de que no ha “probada científicamente” su eficacia.

Pero si hemos de ser sinceros, toda esta triste forma con que hemos manejado la pandemia, no puede ser sólo atribuible a la autoridad, puesto que estamos frente a una responsabilidad compartida que muchos ciudadanos no hemos sabido asumir. Basta con ver el desenfado, la negligencia y hasta la burla con que algunos la han enfrentado; cómo es que siguen en la fiesta despreciando las medidas sanitarias en un afán inútil por tratar de demostrar autosuficiencia o sabrá Dios qué, presumiendo un desdén digno de mejor causa y hasta escudándose en su “libertad” para usar la mascarilla, ignorando que esa libertad suya, termina donde comienza la libertad del otro.

Ante estas dos opciones que tenemos a la vista, esperanzadora una y retadora la otra ¿qué debemos hacer las autoridades y los ciudadanos, partícipes por igual en la comunidad y por lo tanto responsables en la protección de una cultura que parece haber perdido la brújula? Aceptar y asumir el desafío que nos exige el construir todos juntos y con decisión, la parte que nos corresponde en el desarrollo de nuestra sociedad, modificando aquellos esquemas que han impedido ese avance y, con un esfuerzo doble, darle significado a nuestra vida personal y social para redimirla de la barbarie y la irracionalidad que a todos daña y todo lo destruye.

Ahora que tan reiteradamente oímos hablar de una necesaria adaptación a los “nuevos cambios”, de la aparición de “disruptores” que nos aconsejan cómo modificar nuestros paradigmas caducos, y de tantos análisis serios sobre la necesidad de cambiar nuestros patrones de conducta si queremos en verdad sobrevivir como especie, tal vez podamos dar un salto cuántico en esos anhelos de cambiar y deveras sepamos aprovechar esta oportunidad de realizar un auténtico viraje para nuestras vidas, que nos lleve a colaborar en el diseño e implantación de un modelo que en verdad nos ayude a mejorar este mundo nuestro. Cambiar y no sólo maquillar nuestro exterior para hacerlo más presentable, cambiar sólo por cambiar como si se tratara de una moda, sino también hurgar un poco en nuestra conciencia para sacudir nuestro letargo y abandonar para siempre esa inercia que hasta ahora nos ha ofrecido cambios cosméticos inútiles, que de nada han servido para que nuestra naturaleza racional encuentre su sentido, hecho para más.

En una sociedad como la nuestra, tan proclive al consumismo, quizás podríamos modificar nuestros hábitos de consumo; en una sociedad cuyo egoísmo no permite la discrepancia, ni los opiniones divergentes, discriminadora y poco incluyente, tal vez podríamos entender que aunque somos seres individuales estamos en medio de los demás y que sin hacer a un lado nuestras aspiraciones personales, podríamos caminar juntos la maravillosa aventura que es la vida de la cual todos participamos y buscamos por igual la felicidad. Y en una sociedad que dice valorar la bondad, la solidaridad y la empatía, ojalá todo ello se tradujera en actitudes valiosas, que son la verdadera respuesta a los valores humanos y no sus caricaturas con las que a veces apaciguamos nuestra “buenas conciencias”

El epílogo, o el prólogo, como usted decida, para esta tragedia está ahí. En cambiar definitivamente nuestra manera de visualizar la vida o seguir en el derrotero del fracaso y la decepción. Porque como afirmó un día Galileo: “quien no valora su vida, no la merece”

Tal vez por eso W. Churchill dijo en un discurso en los más duros días de la guerra: “Quien no es capaz de cambiar en algo, jamás será capaz de cambiar nada”

HACIA UNA NUEVA OPORTUNIDAD

…cuando la oportunidad toca tu puerta, ábrela, antes de que ella la cierre...

Tom Peters