/ viernes 4 de octubre de 2019

Con café y a media luz | Hay que tener abuela

Pablo Valadez era el presidente municipal del pueblo. Aunque su trabajo debía ser netamente de la administración del Poder Ejecutivo en su mínima expresión, la carencia de personal le obligaba a hacer las labores propias del comandante de un Cuerpo de Policía conformado por un solo elemento, el cual era insuficiente para controlar las tropelías que pudieran ocurrir en ese lugar.

Pedro Dosamantes era el galancete enamorado quien, quedando huérfano a muy temprana edad, fue acogido por la figura amorosa y estricta de una abuela que lo mismo podía fumar puro y tomar tequila que florear la mangana y jugar al tiro al blanco con la pistola, siempre apostando a “tirarle el oro a la sota” en la baraja española.

La mujer había hecho todo un hombre a la criatura que quedó a su cuidado, sin embargo, en el tema de los amoríos la cuestión era totalmente distinta, pues el joven ranchero tenía “corazón de condominio”, y lo mismo le daban rubias, morenas, menuditas o de buena alzada y no batallaba mucho en conquistar a las damiselas, pues como decía su tutora: “Con este ganado cualquier perro es pastor”.

Esto llevó a que, involuntariamente Pedro se volviera el rival de Pablo, cuando apareció Flor, muchacha de apariencia ingenua, pero de gran astucia.

En cierta ocasión, según pudimos ver en esa vieja película, Pedro es detenido por Pablo acusado de espiar mujeres que se bañaban en el río. La estancia en la cárcel no duró mucho tiempo para el supuesto infractor, pues gracias a la intervención de la anciana muy pronto se vio en completa libertad. Ante eso, la autoridad le reclamó el acto de engreímiento acusándolo de ser un “niño presumido que recurre a su abuela cada vez que tiene problemas”.

Ante eso, el “héroe de la historia” le contesta de forma petulante: “¡Para eso hace falta tener abuela!”

Previo al dos de octubre y a las actividades que se realizan rememorando los hechos sangrientos de 1968, una turba enardecida vandalizó inmuebles históricos de la zona centro de la capital de la República Mexicana. Destruyeron escaparates, hicieron pintas en fachadas, incendiaron ejemplares de una famosa librería, lanzaron objetos explosivos a los comercios y causaron un caos lamentable en la llamada “ciudad de los palacios”.

Mientras que los medios de comunicación nacional daban la cobertura debida a estos actos retrógradas y los propietarios de los negocios demandaban la acción inmediata de las autoridades policiacas, los asesores del presidente de los Estados Unidos Mexicanos, Andrés Manuel López Obrador, advertían sobre lo que podía acontecer el día 02 de octubre. Daban a entender que, de no hacer algo, los hechos se repetirían con mayor crudeza y así fue.

En la ya tradicional “conferencia mañanera” del jefe del Estado Mexicano, AMLO se pronunció en contra de este tipo de conductas y sentenció de manera enfática a los encapuchados que habían ocasionado los destrozos que, si lo tomaban en un momento de furia, los iba a acusar con sus mamás y sus abuelitas.

Al mandatario se le olvidó que para que esa amenaza tuviera el efecto debido, los delincuentes implicados deberían tener madre o, por lo menos, abuela, aunque fuera un poco, de lo contrario, todo sería tomado como una mera e irresponsable provocación.

Las medidas tomadas como el “cinturón de paz” sirvió para que ciudadanos ajenos a los cuerpos civiles de seguridad pública fueran agredidos y humillados por los vándalos. En las imágenes que circulan por las redes sociales podemos observar cómo uno de esos afamados “servidores de la nación” es rociado en la cara con pintura en aerosol y el gesto de terror que se dibujó en su rostro daba cuenta del peligro al que se sentía expuesto. Nadie hizo algo por evitar esto.

En ningún momento y bajo ninguna circunstancia estoy diciendo que se debió someter una manifestación a la fuerza autoritaria con lujos de violencia y excesos como los ocurridos en la segunda mitad del siglo pasado, por el contrario, estoy señalando que el ejercicio responsable de la autoridad lleva a la paz y a la concordia, respetando los derechos humanos y civiles de cada uno de los ciudadanos para que puedan expresar libre y pacíficamente sus demandas con el único fin de que sean atendidas por parte de las dependencias responsables de ello. De lo contrario, las manifestaciones violentas seguirán por una u otra razón y, en ocasiones, sin razón alguna y el acusarlos con las abuelitas no bastará, tampoco colocarlos mirando a un rincón o ponerles “orejas de burro”, es momento de que cada quién asuma el papel que le corresponde o para el que fue “contratado”.

¿No cree, usted, gentil amigo lector?

¡Hasta la próxima!

Escríbame a:

licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, para mañana ¡Despierte, no se duerma que será un gran día!

Pablo Valadez era el presidente municipal del pueblo. Aunque su trabajo debía ser netamente de la administración del Poder Ejecutivo en su mínima expresión, la carencia de personal le obligaba a hacer las labores propias del comandante de un Cuerpo de Policía conformado por un solo elemento, el cual era insuficiente para controlar las tropelías que pudieran ocurrir en ese lugar.

Pedro Dosamantes era el galancete enamorado quien, quedando huérfano a muy temprana edad, fue acogido por la figura amorosa y estricta de una abuela que lo mismo podía fumar puro y tomar tequila que florear la mangana y jugar al tiro al blanco con la pistola, siempre apostando a “tirarle el oro a la sota” en la baraja española.

La mujer había hecho todo un hombre a la criatura que quedó a su cuidado, sin embargo, en el tema de los amoríos la cuestión era totalmente distinta, pues el joven ranchero tenía “corazón de condominio”, y lo mismo le daban rubias, morenas, menuditas o de buena alzada y no batallaba mucho en conquistar a las damiselas, pues como decía su tutora: “Con este ganado cualquier perro es pastor”.

Esto llevó a que, involuntariamente Pedro se volviera el rival de Pablo, cuando apareció Flor, muchacha de apariencia ingenua, pero de gran astucia.

En cierta ocasión, según pudimos ver en esa vieja película, Pedro es detenido por Pablo acusado de espiar mujeres que se bañaban en el río. La estancia en la cárcel no duró mucho tiempo para el supuesto infractor, pues gracias a la intervención de la anciana muy pronto se vio en completa libertad. Ante eso, la autoridad le reclamó el acto de engreímiento acusándolo de ser un “niño presumido que recurre a su abuela cada vez que tiene problemas”.

Ante eso, el “héroe de la historia” le contesta de forma petulante: “¡Para eso hace falta tener abuela!”

Previo al dos de octubre y a las actividades que se realizan rememorando los hechos sangrientos de 1968, una turba enardecida vandalizó inmuebles históricos de la zona centro de la capital de la República Mexicana. Destruyeron escaparates, hicieron pintas en fachadas, incendiaron ejemplares de una famosa librería, lanzaron objetos explosivos a los comercios y causaron un caos lamentable en la llamada “ciudad de los palacios”.

Mientras que los medios de comunicación nacional daban la cobertura debida a estos actos retrógradas y los propietarios de los negocios demandaban la acción inmediata de las autoridades policiacas, los asesores del presidente de los Estados Unidos Mexicanos, Andrés Manuel López Obrador, advertían sobre lo que podía acontecer el día 02 de octubre. Daban a entender que, de no hacer algo, los hechos se repetirían con mayor crudeza y así fue.

En la ya tradicional “conferencia mañanera” del jefe del Estado Mexicano, AMLO se pronunció en contra de este tipo de conductas y sentenció de manera enfática a los encapuchados que habían ocasionado los destrozos que, si lo tomaban en un momento de furia, los iba a acusar con sus mamás y sus abuelitas.

Al mandatario se le olvidó que para que esa amenaza tuviera el efecto debido, los delincuentes implicados deberían tener madre o, por lo menos, abuela, aunque fuera un poco, de lo contrario, todo sería tomado como una mera e irresponsable provocación.

Las medidas tomadas como el “cinturón de paz” sirvió para que ciudadanos ajenos a los cuerpos civiles de seguridad pública fueran agredidos y humillados por los vándalos. En las imágenes que circulan por las redes sociales podemos observar cómo uno de esos afamados “servidores de la nación” es rociado en la cara con pintura en aerosol y el gesto de terror que se dibujó en su rostro daba cuenta del peligro al que se sentía expuesto. Nadie hizo algo por evitar esto.

En ningún momento y bajo ninguna circunstancia estoy diciendo que se debió someter una manifestación a la fuerza autoritaria con lujos de violencia y excesos como los ocurridos en la segunda mitad del siglo pasado, por el contrario, estoy señalando que el ejercicio responsable de la autoridad lleva a la paz y a la concordia, respetando los derechos humanos y civiles de cada uno de los ciudadanos para que puedan expresar libre y pacíficamente sus demandas con el único fin de que sean atendidas por parte de las dependencias responsables de ello. De lo contrario, las manifestaciones violentas seguirán por una u otra razón y, en ocasiones, sin razón alguna y el acusarlos con las abuelitas no bastará, tampoco colocarlos mirando a un rincón o ponerles “orejas de burro”, es momento de que cada quién asuma el papel que le corresponde o para el que fue “contratado”.

¿No cree, usted, gentil amigo lector?

¡Hasta la próxima!

Escríbame a:

licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, para mañana ¡Despierte, no se duerma que será un gran día!