/ lunes 13 de agosto de 2018

Historias increíbles

Existen miles de historias de mujeres y hombres que se volvieron millonarios de la noche a la mañana al ganar la lotería. Algunos relatos parecen extraídos de una fértil imaginación.

Créalo o no, una mujer de Nueva York soñó con el número premiado y ganó un millón de dólares.

Un tal Richard Lustig ganó en siete ocasiones jugando al powerball, (lotería de Estados Unidos). Él afirma tener un método para acertar el número premiado cuya fórmula que incluye, tómese nota, “comprar tantos boletos de lotería como el concursante se pueda permitir”.

Los años no incomodan en cuestiones del azar. Una bisabuela estadounidense de 91 años se embolsó la lotería dos veces en tres meses e ingreso al reducido grupo de habitantes que ganan la lotería más de una vez a lo largo de su vida.

A mi juicio, las personas decididas crean su propia suerte. No obstante, hay historias que nos ponen a meditar sobre lo que algunos denominan “karma”. Una fémina después de ganar un millón de dólares en la lotería de Estados Unidos, a los quince días la suerte le volvió a sonreír y volvió a sacarse otro milloncejo.

En una ocasión un hombre decidió jugar a la lotería pues ambicionaba tener riqueza para desquitarse de los agravios recibidos de un adinerado, poderoso e irreconciliable enemigo. El martes de cada semana iba a comprar un billete, siempre al mismo lugar. Muchos años y una pequeña fortuna invirtió este moderno conde de Montecristo hasta que súbitamente pasó a mejor vida sin lograr su propósito.

Un final feliz es el señor X, a quien la diosa fortuna lo favoreció con un premio de varios cientos de miles de pesos en la Lotería Nacional. Antes doscientos mil machacantes eran mucha lana, porque la gente primero era rica y después millonaria (hoy es lo contrario). El afortunado sujeto llegó a su casa para disponer de su boleto e ir a cobrar la recompensa pero no lo halló. Buscó en las bolsas de todas sus camisas, pantalones y sacos. Revisó la guantera del automóvil y los cajones de ropa. Examinó debajo del colchón y lugares insólitos como el interior de la azucarera de porcelana, debajo de los ceniceros y hasta en los cestos de basura. La angustia del señor X causó que en su rostro se grabara un rictus de preocupación. Sentía que una garra le oprimía con fuerza las entrañas. El señor X perdió el apetito, su mirada se ensombreció, se le agrió el carácter, su tez adquirió un tono cetrino y enflacó varios kilos. A las pocas semanas nuestro protagonista había aceptado su infortunio y decidió salir a la calle a tomar el aire, mas cuando se dispuso a arreglarse notó un ligero engrosamiento en el cintillo interior de cuero de su sombrero y se percató que allí había escondido el billete agraciado.

Existen miles de historias de mujeres y hombres que se volvieron millonarios de la noche a la mañana al ganar la lotería. Algunos relatos parecen extraídos de una fértil imaginación.

Créalo o no, una mujer de Nueva York soñó con el número premiado y ganó un millón de dólares.

Un tal Richard Lustig ganó en siete ocasiones jugando al powerball, (lotería de Estados Unidos). Él afirma tener un método para acertar el número premiado cuya fórmula que incluye, tómese nota, “comprar tantos boletos de lotería como el concursante se pueda permitir”.

Los años no incomodan en cuestiones del azar. Una bisabuela estadounidense de 91 años se embolsó la lotería dos veces en tres meses e ingreso al reducido grupo de habitantes que ganan la lotería más de una vez a lo largo de su vida.

A mi juicio, las personas decididas crean su propia suerte. No obstante, hay historias que nos ponen a meditar sobre lo que algunos denominan “karma”. Una fémina después de ganar un millón de dólares en la lotería de Estados Unidos, a los quince días la suerte le volvió a sonreír y volvió a sacarse otro milloncejo.

En una ocasión un hombre decidió jugar a la lotería pues ambicionaba tener riqueza para desquitarse de los agravios recibidos de un adinerado, poderoso e irreconciliable enemigo. El martes de cada semana iba a comprar un billete, siempre al mismo lugar. Muchos años y una pequeña fortuna invirtió este moderno conde de Montecristo hasta que súbitamente pasó a mejor vida sin lograr su propósito.

Un final feliz es el señor X, a quien la diosa fortuna lo favoreció con un premio de varios cientos de miles de pesos en la Lotería Nacional. Antes doscientos mil machacantes eran mucha lana, porque la gente primero era rica y después millonaria (hoy es lo contrario). El afortunado sujeto llegó a su casa para disponer de su boleto e ir a cobrar la recompensa pero no lo halló. Buscó en las bolsas de todas sus camisas, pantalones y sacos. Revisó la guantera del automóvil y los cajones de ropa. Examinó debajo del colchón y lugares insólitos como el interior de la azucarera de porcelana, debajo de los ceniceros y hasta en los cestos de basura. La angustia del señor X causó que en su rostro se grabara un rictus de preocupación. Sentía que una garra le oprimía con fuerza las entrañas. El señor X perdió el apetito, su mirada se ensombreció, se le agrió el carácter, su tez adquirió un tono cetrino y enflacó varios kilos. A las pocas semanas nuestro protagonista había aceptado su infortunio y decidió salir a la calle a tomar el aire, mas cuando se dispuso a arreglarse notó un ligero engrosamiento en el cintillo interior de cuero de su sombrero y se percató que allí había escondido el billete agraciado.