/ domingo 4 de octubre de 2020

Hitler y sus generales

A lo largo de los 75 años posteriores a la caída del Tercer Reich, mucho se ha especulado sobre las causas del por qué la Alemania de Hitler no pudo ganar la Segunda Guerra Mundial o si incluso, jamás tuvo la menor posibilidad de lograrlo.

Al respecto y para responder estos cuestionamientos recurrimos al ejercicio de interrogar a la imaginación ¿y si Hitler hubiera hecho esto? ¿Y si los aliados no hubieran hecho aquello? ¿Pudo haber un resultado distinto?

Diversos historiadores sostienen la opinión muy documentada sobre la imposibilidad para la Alemania Nazi de ganar la guerra a consecuencia de las asimétricas capacidades industriales entre los ejércitos de Hitler y los aliados. Agregan que esta desventaja se vio agudizada, antes que compensada contrarió a la leyenda, por la ineficacia industrial y tecnológica alemana.

Si bien es cierto, los datos comparativos cuantitativos son incuestionables, también lo es, que eran factores sabidos y formaban parte de las variables a resolver dentro de los planes de guerra del Estado Mayor del Ejército Alemán (OKH), desde inmediatamente después de finalizar la Primera Guerra Mundial. Como respuesta a lo anterior, las fuerzas de defensa o Wehrmacht desarrollaron el concepto de guerra relámpago o Blitzkrieg, mediante el cual con golpes rápidos y fulminantes hacían irrelevante las mayores capacidades industriales y numéricas de los rivales, ya que para cuando estos tuvieran la oportunidad de movilizar la totalidad de sus fuerzas, la resolución del conflicto estaría escrito. Sin embargo algo pasó y pese a las grandes victorias en Polonia, Francia, Rusia y a tener a una Inglaterra contra las cuerdas, le fue imposible a Hitler materializar la victoria definitiva sobre Europa.

Recientemente, el eje de la discusión sobre los factores que definieron el curso de la Segunda Guerra Mundial se trasladó desde el enfoque meramente material, hacia el de los rasgos de personalidad de Hitler que determinaron los términos en los que se relacionó con los demás y que fueron los que en última instancia motivaron sus decisiones, decisiones que influyeron de forma más radical que el mismo número de efectivos en el teatro de operaciones sobre el resultado de la guerra.

Para muchos, la mayor desgracia de Hitler fue su propio éxito. La trayectoria de Hitler desde sus inicios como aspirante a pintor en un remoto pueblo austriaco hasta convertirse en el hombre más poderoso del planeta, es la de una cadena de acontecimientos improbables y de la que él extrajo la convicción de que nadie podía enseñarle algo que la vida no le hubiera mostrado ya, dotando a su destino de un carácter providencial. Ciertamente las dificultades no estuvieron ausentes en su vida, pero muchas veces pudo sortearlas solo dejando transcurrir la acción del tiempo, para posteriormente salir de ellas fortalecido, alimentando con ello un sentido de invulnerabilidad que llegó a convertirse en temeridad, se creía invencible, el destino reclamaba de él, el cumplimiento de una misión divina que tenía que cumplir, y así se lo hizo a saber a Mussolini horas después de sobrevivir al atentado de sus generales el 20 de julio de 1944, suceso hoy conocido como la operación Valkiria.

El éxito político de Hitler, su fuerza y conexión psíquica con el pueblo hizo de su liderazgo omnímodo y omnipotente. Hitler como el roble, no dejó crecer nada a su sombra, no hubo figuras por derecho propio que en su tiempo destacaran, si bien a los generales de carrera, herederos de la tradición militar Prusiana los toleró, porque los necesitaba para avanzar en sus planes de guerra, pero sin dejar de desconfiar de ellos, y cuando sentía que podía sufrir alguna oposición a sus planes, no dudó en destituirlos como sucedió con los generales Werner von Bloomberg, ministro de Guerra, y Werner von Fritsch, comandante en jefe del Heer en 1938.

Fue este progresivo desplazamiento de la materia gris del ejército alemán a lo largo de los años, lo que puede explicar el deterioro de sus oportunidades de éxito. Al sustituir a los generales con experiencia como von Rundstedt, por sumisos incondicionales, cortesanos ambiciosos sin la fuerza para señalar y corregir errores en Hitler, más preocupados por agradar y halagarlo que en desempeñar eficientemente sus funciones, pobres diablos que por un golpe de suerte y no por sus credenciales en el campo de batalla, se vieron de pronto catapultados al pináculo del poder como Wilhelm Keitel, fue lo que le permitió a Hitler tomar el control absoluto de las decisiones estratégicas del ejército alemán en detrimento de su situación en el campo de batalla. En Victorias Perdidas o Siege Verloren, memorias del Mariscal de Campo Erick von Manstein apunta ¨Hitler poseía la intuición pero carecía de una sólida formación para soportar y comprender decisiones riesgosas”. Riesgos calculados que para el final de la guerra Hitler convirtió en acciones suicidas desesperadas.

Hitler dejó de tomar en cuenta como criterio en la gestión del conflicto la eficiencia de los recursos como aconsejaban los generales con experiencia y en su lugar apeló a la lealtad fanática al ideal nacionalsocialsta como fuerza motriz para movilizar a la nación entera. Para entonces, Hitler había dejado de atender razones, ni escuchaba a nadie que no se ajustara a lo que él quería escuchar. En su obra El hundimiento o Der Untergang, sobre los últimos 12 días de vida del Führer, el historiador Joachim Fest relata de forma casi cómica cómo Hitler poseído de ese voluntarismo tan suyo desplazaba divisiones que solo existían en su imaginación para hacer frente a los ejércitos invasores, ante la estupefacta mirada de sus más serviles colaboradores que observaban la pérdida del sentido de realidad de Hitler en el que tanto contribuyeron a provocar con años de genuflexa abyección a sus disparates.

No fue tanto que Hitler fuera un completo ignorante en la cuestión militar, como nos dice Helmunt Heiber en su obra Hitler y sus Generales, sino porque la complejidad y dimensión del conflicto militar rebasaban por mucho las limitadas capacidades del hombre orquesta que Hitler pretendió ser. Tal vez no había manera de ganar la guerra, lo que si parece probable fue que un mejor manejo de la guerra le hubiera permitido lograr a Alemania un mejor acuerdo de paz y de esa manera incluso haber evitado la catástrofe de su división.

Regeneración.

El éxito político de Hitler, su fuerza y conexión psíquica con el pueblo hizo de su liderazgo omnímodo y omnipotente.

A lo largo de los 75 años posteriores a la caída del Tercer Reich, mucho se ha especulado sobre las causas del por qué la Alemania de Hitler no pudo ganar la Segunda Guerra Mundial o si incluso, jamás tuvo la menor posibilidad de lograrlo.

Al respecto y para responder estos cuestionamientos recurrimos al ejercicio de interrogar a la imaginación ¿y si Hitler hubiera hecho esto? ¿Y si los aliados no hubieran hecho aquello? ¿Pudo haber un resultado distinto?

Diversos historiadores sostienen la opinión muy documentada sobre la imposibilidad para la Alemania Nazi de ganar la guerra a consecuencia de las asimétricas capacidades industriales entre los ejércitos de Hitler y los aliados. Agregan que esta desventaja se vio agudizada, antes que compensada contrarió a la leyenda, por la ineficacia industrial y tecnológica alemana.

Si bien es cierto, los datos comparativos cuantitativos son incuestionables, también lo es, que eran factores sabidos y formaban parte de las variables a resolver dentro de los planes de guerra del Estado Mayor del Ejército Alemán (OKH), desde inmediatamente después de finalizar la Primera Guerra Mundial. Como respuesta a lo anterior, las fuerzas de defensa o Wehrmacht desarrollaron el concepto de guerra relámpago o Blitzkrieg, mediante el cual con golpes rápidos y fulminantes hacían irrelevante las mayores capacidades industriales y numéricas de los rivales, ya que para cuando estos tuvieran la oportunidad de movilizar la totalidad de sus fuerzas, la resolución del conflicto estaría escrito. Sin embargo algo pasó y pese a las grandes victorias en Polonia, Francia, Rusia y a tener a una Inglaterra contra las cuerdas, le fue imposible a Hitler materializar la victoria definitiva sobre Europa.

Recientemente, el eje de la discusión sobre los factores que definieron el curso de la Segunda Guerra Mundial se trasladó desde el enfoque meramente material, hacia el de los rasgos de personalidad de Hitler que determinaron los términos en los que se relacionó con los demás y que fueron los que en última instancia motivaron sus decisiones, decisiones que influyeron de forma más radical que el mismo número de efectivos en el teatro de operaciones sobre el resultado de la guerra.

Para muchos, la mayor desgracia de Hitler fue su propio éxito. La trayectoria de Hitler desde sus inicios como aspirante a pintor en un remoto pueblo austriaco hasta convertirse en el hombre más poderoso del planeta, es la de una cadena de acontecimientos improbables y de la que él extrajo la convicción de que nadie podía enseñarle algo que la vida no le hubiera mostrado ya, dotando a su destino de un carácter providencial. Ciertamente las dificultades no estuvieron ausentes en su vida, pero muchas veces pudo sortearlas solo dejando transcurrir la acción del tiempo, para posteriormente salir de ellas fortalecido, alimentando con ello un sentido de invulnerabilidad que llegó a convertirse en temeridad, se creía invencible, el destino reclamaba de él, el cumplimiento de una misión divina que tenía que cumplir, y así se lo hizo a saber a Mussolini horas después de sobrevivir al atentado de sus generales el 20 de julio de 1944, suceso hoy conocido como la operación Valkiria.

El éxito político de Hitler, su fuerza y conexión psíquica con el pueblo hizo de su liderazgo omnímodo y omnipotente. Hitler como el roble, no dejó crecer nada a su sombra, no hubo figuras por derecho propio que en su tiempo destacaran, si bien a los generales de carrera, herederos de la tradición militar Prusiana los toleró, porque los necesitaba para avanzar en sus planes de guerra, pero sin dejar de desconfiar de ellos, y cuando sentía que podía sufrir alguna oposición a sus planes, no dudó en destituirlos como sucedió con los generales Werner von Bloomberg, ministro de Guerra, y Werner von Fritsch, comandante en jefe del Heer en 1938.

Fue este progresivo desplazamiento de la materia gris del ejército alemán a lo largo de los años, lo que puede explicar el deterioro de sus oportunidades de éxito. Al sustituir a los generales con experiencia como von Rundstedt, por sumisos incondicionales, cortesanos ambiciosos sin la fuerza para señalar y corregir errores en Hitler, más preocupados por agradar y halagarlo que en desempeñar eficientemente sus funciones, pobres diablos que por un golpe de suerte y no por sus credenciales en el campo de batalla, se vieron de pronto catapultados al pináculo del poder como Wilhelm Keitel, fue lo que le permitió a Hitler tomar el control absoluto de las decisiones estratégicas del ejército alemán en detrimento de su situación en el campo de batalla. En Victorias Perdidas o Siege Verloren, memorias del Mariscal de Campo Erick von Manstein apunta ¨Hitler poseía la intuición pero carecía de una sólida formación para soportar y comprender decisiones riesgosas”. Riesgos calculados que para el final de la guerra Hitler convirtió en acciones suicidas desesperadas.

Hitler dejó de tomar en cuenta como criterio en la gestión del conflicto la eficiencia de los recursos como aconsejaban los generales con experiencia y en su lugar apeló a la lealtad fanática al ideal nacionalsocialsta como fuerza motriz para movilizar a la nación entera. Para entonces, Hitler había dejado de atender razones, ni escuchaba a nadie que no se ajustara a lo que él quería escuchar. En su obra El hundimiento o Der Untergang, sobre los últimos 12 días de vida del Führer, el historiador Joachim Fest relata de forma casi cómica cómo Hitler poseído de ese voluntarismo tan suyo desplazaba divisiones que solo existían en su imaginación para hacer frente a los ejércitos invasores, ante la estupefacta mirada de sus más serviles colaboradores que observaban la pérdida del sentido de realidad de Hitler en el que tanto contribuyeron a provocar con años de genuflexa abyección a sus disparates.

No fue tanto que Hitler fuera un completo ignorante en la cuestión militar, como nos dice Helmunt Heiber en su obra Hitler y sus Generales, sino porque la complejidad y dimensión del conflicto militar rebasaban por mucho las limitadas capacidades del hombre orquesta que Hitler pretendió ser. Tal vez no había manera de ganar la guerra, lo que si parece probable fue que un mejor manejo de la guerra le hubiera permitido lograr a Alemania un mejor acuerdo de paz y de esa manera incluso haber evitado la catástrofe de su división.

Regeneración.

El éxito político de Hitler, su fuerza y conexión psíquica con el pueblo hizo de su liderazgo omnímodo y omnipotente.