/ lunes 5 de noviembre de 2018

Horno no está para bollos

La conducta de Donald Trump, presidente de Estados Unidos, quien “sugirió” al gobierno mexicano detener en la frontera con Guatemala la caravana de centroamericanos que marcha hacia su país...

Su advertencia de aplicar represalias de tipo económico de no cumplirse su palabra, reafirma que la Casa Blanca necesita de gobiernos dóciles, e incluso “adversarios” que se sometan a su ley, que es la ley del más fuerte.

El deseo de Trump trasluce que cualquier pueblo que anteponga sus legítimos intereses a los del gigante opulento sufrirá las consecuencias. Esta historia no es reciente ni actual. Henry Kissinger, como secretario de Estado de Richard Nixon, recomendó la ocupación militar de Venezuela para controlar sus mantos petrolíferos y asegurar el suministro de hidrocarburos a los Estados Unidos. Y más recientemente, el nombrado doctor “K” ponderó la globalización económica al decir que esta determinará que “los Estados Unidos sea el primero entre iguales”. No obstante, el Imperio pide vasallos, no colaboradores. Eso no cambia.

Hoy, cuando México solo tiene como defensa mostrar su propia importancia como nación libre y soberana, en la mesa de las discusiones adquieren mayor relevancia las políticas del Servicio Exterior Mexicano, cuyos diferentes y muy importantes ángulos resultan a veces indetectables para nuestros presidentes, por más que estos se esfuercen en trasladar a la práctica sus buenas intenciones.

En nuestro país existen al menos dos visiones de lo que es un diplomático, por un lado se trata de hombres y mujeres que se mueven en un mundo de glamour, en elegantes y finos escenarios, que beben champagne, comen caviar y asisten a reuniones donde se antepone la frivolidad. En pocas palabras, se la pasan muy bien.

Puede que sean más los embajadores poco capacitados y sin carrera, nombrados gracias al amiguismo, compadrazgos y otros vicios que vemos en los partidos políticos; pero es digno de emulación que en el Servicio Exterior ( en el siglo pasado y antepasado), hubo elementos conscientes de su responsabilidad, de nuestra Independencia y que aun expuestos a los avatares de la ley del más fuerte que impera en el panorama nacional e internacional, y padeciendo limitaciones económicas y financieras para movilizarse, se desempeñaron con gallardía al momento de defender a nuestro país y su política de la libre autodeterminación de los pueblos, que es un muro de contención contra las ambiciones de potencias, a las que lógicamente no se les puede enfrentar en el campo de batalla; pero sí en los foros internacionales al momento de las discusiones, con argumentos e ideas razonables y valientes.

Si el lugar de México como nación fuera otro, y no estuviéramos divididos, peleando y metidos en las persistentes incógnitas de la economía sin frenos sinónimo del “capitalismo entre amigos”—que ojalá termine--; si no tuviéramos a millones de indocumentados viviendo del otro lado de la frontera norte, si no estuvieran allí otros tantos millones de mexicanos, a los que se denomina chicanos, podríamos darnos la satisfacción de pronunciar discursos claridosos y esbozar medidas económicas como táctica para exigir trato justo a los connacionales mal documentados, pero la ruta conveniente, creo, es diálogo, porque ningún desencuentro con el gigante opulento nos ha resultado beneficioso ni placentero, y el mínimo exabrupto eventualmente lo pagamos con mayores niveles de pobreza y desempleo.

En la relación bilateral es preciso conducirse con cuidado y a tiempo, porque un error, por mínimo que parezca, puede ser magnificado por quienes así lo decidan y convertirse en una gran caja de resonancia cuyo eco llegue a otros continentes.

El momento que se vive en el ajedrez de la geopolítica es delicado. Permítame usar la frase trillada, amable lector, “el horno no está para bollos”.


La conducta de Donald Trump, presidente de Estados Unidos, quien “sugirió” al gobierno mexicano detener en la frontera con Guatemala la caravana de centroamericanos que marcha hacia su país...

Su advertencia de aplicar represalias de tipo económico de no cumplirse su palabra, reafirma que la Casa Blanca necesita de gobiernos dóciles, e incluso “adversarios” que se sometan a su ley, que es la ley del más fuerte.

El deseo de Trump trasluce que cualquier pueblo que anteponga sus legítimos intereses a los del gigante opulento sufrirá las consecuencias. Esta historia no es reciente ni actual. Henry Kissinger, como secretario de Estado de Richard Nixon, recomendó la ocupación militar de Venezuela para controlar sus mantos petrolíferos y asegurar el suministro de hidrocarburos a los Estados Unidos. Y más recientemente, el nombrado doctor “K” ponderó la globalización económica al decir que esta determinará que “los Estados Unidos sea el primero entre iguales”. No obstante, el Imperio pide vasallos, no colaboradores. Eso no cambia.

Hoy, cuando México solo tiene como defensa mostrar su propia importancia como nación libre y soberana, en la mesa de las discusiones adquieren mayor relevancia las políticas del Servicio Exterior Mexicano, cuyos diferentes y muy importantes ángulos resultan a veces indetectables para nuestros presidentes, por más que estos se esfuercen en trasladar a la práctica sus buenas intenciones.

En nuestro país existen al menos dos visiones de lo que es un diplomático, por un lado se trata de hombres y mujeres que se mueven en un mundo de glamour, en elegantes y finos escenarios, que beben champagne, comen caviar y asisten a reuniones donde se antepone la frivolidad. En pocas palabras, se la pasan muy bien.

Puede que sean más los embajadores poco capacitados y sin carrera, nombrados gracias al amiguismo, compadrazgos y otros vicios que vemos en los partidos políticos; pero es digno de emulación que en el Servicio Exterior ( en el siglo pasado y antepasado), hubo elementos conscientes de su responsabilidad, de nuestra Independencia y que aun expuestos a los avatares de la ley del más fuerte que impera en el panorama nacional e internacional, y padeciendo limitaciones económicas y financieras para movilizarse, se desempeñaron con gallardía al momento de defender a nuestro país y su política de la libre autodeterminación de los pueblos, que es un muro de contención contra las ambiciones de potencias, a las que lógicamente no se les puede enfrentar en el campo de batalla; pero sí en los foros internacionales al momento de las discusiones, con argumentos e ideas razonables y valientes.

Si el lugar de México como nación fuera otro, y no estuviéramos divididos, peleando y metidos en las persistentes incógnitas de la economía sin frenos sinónimo del “capitalismo entre amigos”—que ojalá termine--; si no tuviéramos a millones de indocumentados viviendo del otro lado de la frontera norte, si no estuvieran allí otros tantos millones de mexicanos, a los que se denomina chicanos, podríamos darnos la satisfacción de pronunciar discursos claridosos y esbozar medidas económicas como táctica para exigir trato justo a los connacionales mal documentados, pero la ruta conveniente, creo, es diálogo, porque ningún desencuentro con el gigante opulento nos ha resultado beneficioso ni placentero, y el mínimo exabrupto eventualmente lo pagamos con mayores niveles de pobreza y desempleo.

En la relación bilateral es preciso conducirse con cuidado y a tiempo, porque un error, por mínimo que parezca, puede ser magnificado por quienes así lo decidan y convertirse en una gran caja de resonancia cuyo eco llegue a otros continentes.

El momento que se vive en el ajedrez de la geopolítica es delicado. Permítame usar la frase trillada, amable lector, “el horno no está para bollos”.