/ viernes 12 de abril de 2019

Hubo un México

Hubo un México de viejos políticos de chamarra de cuero, botas, sombrero y pistola en la cintura...

Personajes violentos que resolvían los asuntos de la política a balazo limpio; donde solo el más astuto, audaz y desalmado perduraba.

Hubo un México de la Decena Trágica, escenario del proditorio asesinato de Francisco I. Madero y José María Pino Suárez, ordenado por Victoriano Huerta.

Hubo un México en el que las balas asesinas segaron la existencia del general Emiliano Zapata, cobardemente baleado en la hacienda de Chinameca.

Hubo un México en que el Barón de Cuatro Ciénegas, Venustiano Carranza, pagó su osadía de oponerse a las ambiciones de las grandes compañías petroleras, acribillado en Tlaxcalantongo.

Hubo un México en el que Doroteo Arango, Pancho Villa, no pudo apartarse del destino trágico de la inmensa mayoría de los césares de la gesta armada, cayendo de manera sangrienta y mortal en Parral, Chihuahua.

Hubo un México del General Alvaro Obregón, caudillo revolucionario que expiró a causa del atentado sufrido en el restaurante La Bombilla.

Hubo un México donde la lucha por el poder se caracterizó por la falta de escrúpulos y crueldad sin límites.

Hubo un México en el que gradualmente los viejos revolucionarios murieron y otros optaron por un retiro voluntario o forzoso, como epílogo de una generación de hombres y mujeres rústicos, de armas tomar.

Hubo un México de jóvenes que heredaron el poder y crecieron cuando la sangre ya no corría tan fácilmente; nacidos en pañales de seda, con conocimientos técnicos y postgrados en prestigiadas universidades del exterior; políticos a quienes se dejó la mesa puesta y llegar al poder no les significó grandes esfuerzos; dueños del presente y el futuro. Ahora, hay un México de hombres y mujeres que pugnan por dejar atrás el largo invierno del neoliberalismo económico, doctrina que comprobadamente da mucho a pocos, y muy poco, casi nada, a muchos.

Hubo un México de viejos políticos de chamarra de cuero, botas, sombrero y pistola en la cintura...

Personajes violentos que resolvían los asuntos de la política a balazo limpio; donde solo el más astuto, audaz y desalmado perduraba.

Hubo un México de la Decena Trágica, escenario del proditorio asesinato de Francisco I. Madero y José María Pino Suárez, ordenado por Victoriano Huerta.

Hubo un México en el que las balas asesinas segaron la existencia del general Emiliano Zapata, cobardemente baleado en la hacienda de Chinameca.

Hubo un México en que el Barón de Cuatro Ciénegas, Venustiano Carranza, pagó su osadía de oponerse a las ambiciones de las grandes compañías petroleras, acribillado en Tlaxcalantongo.

Hubo un México en el que Doroteo Arango, Pancho Villa, no pudo apartarse del destino trágico de la inmensa mayoría de los césares de la gesta armada, cayendo de manera sangrienta y mortal en Parral, Chihuahua.

Hubo un México del General Alvaro Obregón, caudillo revolucionario que expiró a causa del atentado sufrido en el restaurante La Bombilla.

Hubo un México donde la lucha por el poder se caracterizó por la falta de escrúpulos y crueldad sin límites.

Hubo un México en el que gradualmente los viejos revolucionarios murieron y otros optaron por un retiro voluntario o forzoso, como epílogo de una generación de hombres y mujeres rústicos, de armas tomar.

Hubo un México de jóvenes que heredaron el poder y crecieron cuando la sangre ya no corría tan fácilmente; nacidos en pañales de seda, con conocimientos técnicos y postgrados en prestigiadas universidades del exterior; políticos a quienes se dejó la mesa puesta y llegar al poder no les significó grandes esfuerzos; dueños del presente y el futuro. Ahora, hay un México de hombres y mujeres que pugnan por dejar atrás el largo invierno del neoliberalismo económico, doctrina que comprobadamente da mucho a pocos, y muy poco, casi nada, a muchos.