/ viernes 26 de enero de 2018

Inez y los 90 años de Fuentes

En 2001, Carlos Fuentes sacó a la luz pública la que quizá fue su novela más redonda de los últimos años de su vida: “Instinto de Inez”. Carlos Fuentes cuenta en el “Instinto de Inez” dos historias simultáneas donde dos pasiones y cuatro personajes se bifurcan y confluyen en una sola edad del tiempo: el hoy que es el mismo repetido desde hace siglos.

El director de orquesta Gabriel Atlan Ferrara y la cantante de ópera Inez Prada sostienen un romance salpicado de distanciamientos y desentendimientos. A lo largo de más de cincuenta años, ambos personajes (convocados por la representación de La Damnation de Faust, de Berlioz) muestran su incompatibilidad, su blanco y negro.

Decididos a ser los mejores en sus ámbitos, Gabriel e Inez se derrumbarán en una zona donde nadie puede entrar acaso sólo el interesado: la memoria. Y es en ella, donde Fuentes extrapola la mirada central del libro: la conjunción de los tiempos. El pasado, como una verificación del presente y confirmación irrefutable del futuro, es acotado por Fuentes por la otra historia de amor que puede ser el complemento y la clausura de la anterior: la de una pareja prehistórica (Ne-el y Ane-el) que vive en las cuevas y son intérpretes de su época.

En 152 páginas, Instinto de Inez intenta capturar el aliento totalizador de la novela desde Balzac, Dostoievsky hasta Proust y Thomas Mann. Fuentes se regodea en la textura de ilimitada intelectualidad en su novela y cierra en una pinza el pasado total y el presente reciente empero se pierde en la desdibujada escenografía de los personajes y las épocas: México, Salzburgo, Londres, las cuevas de Altamira son meros testigos mudos, ausentes, del protagonismo inherente de la narración per se (nada extraño en Fuentes, de allí la eterna crítica de sus detractores: “escribe desde afuera, no bucea a profundidad en el hombre y su entorno”).

“Instinto de Inez” sobrevive a la lectura como una vigorosa y a ratos desaforada historia de amor, donde el bagaje cultural de occidente Fuentes lo hace presente (Napoleón: “La música es el menos molesto de los ruidos”, el Eterno Retorno nietszcheano, la relatividad de Einstein, el insinuado hálito de Levi-Strauss: “Somos primitivos de la contemporaneidad”, reedición de Emily Brönte con sus “Cumbres Borrascosas”: Inez desde el más allá seguirá en contacto con Gabriel).

Lo cierto es que la aventura del idioma, la imaginación y la búsqueda del hombre a través de la pregunta recurrente que es cada libro, hacen de “Instinto de Inez” –y de su autor Carlos Fuentes- un universo, un pulso donde nos vemos, nos derramamos como lo que somos: seres hechos de palabras, por lo tanto temporales...

En 2001, Carlos Fuentes sacó a la luz pública la que quizá fue su novela más redonda de los últimos años de su vida: “Instinto de Inez”. Carlos Fuentes cuenta en el “Instinto de Inez” dos historias simultáneas donde dos pasiones y cuatro personajes se bifurcan y confluyen en una sola edad del tiempo: el hoy que es el mismo repetido desde hace siglos.

El director de orquesta Gabriel Atlan Ferrara y la cantante de ópera Inez Prada sostienen un romance salpicado de distanciamientos y desentendimientos. A lo largo de más de cincuenta años, ambos personajes (convocados por la representación de La Damnation de Faust, de Berlioz) muestran su incompatibilidad, su blanco y negro.

Decididos a ser los mejores en sus ámbitos, Gabriel e Inez se derrumbarán en una zona donde nadie puede entrar acaso sólo el interesado: la memoria. Y es en ella, donde Fuentes extrapola la mirada central del libro: la conjunción de los tiempos. El pasado, como una verificación del presente y confirmación irrefutable del futuro, es acotado por Fuentes por la otra historia de amor que puede ser el complemento y la clausura de la anterior: la de una pareja prehistórica (Ne-el y Ane-el) que vive en las cuevas y son intérpretes de su época.

En 152 páginas, Instinto de Inez intenta capturar el aliento totalizador de la novela desde Balzac, Dostoievsky hasta Proust y Thomas Mann. Fuentes se regodea en la textura de ilimitada intelectualidad en su novela y cierra en una pinza el pasado total y el presente reciente empero se pierde en la desdibujada escenografía de los personajes y las épocas: México, Salzburgo, Londres, las cuevas de Altamira son meros testigos mudos, ausentes, del protagonismo inherente de la narración per se (nada extraño en Fuentes, de allí la eterna crítica de sus detractores: “escribe desde afuera, no bucea a profundidad en el hombre y su entorno”).

“Instinto de Inez” sobrevive a la lectura como una vigorosa y a ratos desaforada historia de amor, donde el bagaje cultural de occidente Fuentes lo hace presente (Napoleón: “La música es el menos molesto de los ruidos”, el Eterno Retorno nietszcheano, la relatividad de Einstein, el insinuado hálito de Levi-Strauss: “Somos primitivos de la contemporaneidad”, reedición de Emily Brönte con sus “Cumbres Borrascosas”: Inez desde el más allá seguirá en contacto con Gabriel).

Lo cierto es que la aventura del idioma, la imaginación y la búsqueda del hombre a través de la pregunta recurrente que es cada libro, hacen de “Instinto de Inez” –y de su autor Carlos Fuentes- un universo, un pulso donde nos vemos, nos derramamos como lo que somos: seres hechos de palabras, por lo tanto temporales...