/ domingo 9 de febrero de 2020

Iridiscencias | A .mi amigo George


A la memoria de mi amigo George Pulford (1927-2010)

George, sin lugar a dudas, era todo un personaje. De temperamento firme y decidido, de naturaleza guerrera pero a la vez apacible y tranquilo, reflejaba una imagen contradictoriamente aguerrida y mística.

Un amigo común comentó en cierta ocasión —mitad en broma, mitad en serio—, que en el mundo solamente existían dos personajes así, uno habitaba en las montañas del Himalaya, viviendo entre los lamas budistas, y el otro lo teníamos aquí, en Tampico… nuestro amigo George.

Hijo de padre inglés y madre española, nació en esta ciudad, Tampico, George contaba con tres pasaportes: uno inglés por su padre, otro español por su madre, y el tercero por razón de su nacimiento.

Por su espíritu aventurero y por un concepto del deber —casi dogmático—, siendo muy joven se en listó en el ejército canadiense. En la Guerra de Corea combatió en el ejército Americano formando parte de la división de paracaidismo; ello lo marcó para siempre. Nunca hablaba de esas experiencias; fui de los pocos afortunados con quien comentó ese capítulo de su vida, animado quizás, por las voces de algunas copas bebidas de más.

George, durante mucho tiempo gustó de practicar deportes riesgosos; los ahora llamados deportes extremos: escalador de montañas, paracaidismo, corredor de lanchas, cazador, piloto de velero, judoca, karateca, corredor de distancia; entre otras actividades más: sí, era todo un personaje.

En el otoño de su vida ya no le era tan fácil practicar estos deportes; aunque era muy común verlo correr entre montes y veredas con una mochila a cuestas; mochila que llenaba de piedras para hacerla aún más pesada, para después, verlo en la cima de alguna loma; erguido de pies a cabeza o mejor dicho, de cabeza a pies.

A la edad de 62 años se empecinó en correr un maratón… imposible poderlo disuadir; lo tenía que hacer y hacerlo bien.

Correr un maratón es cosa seria; se requiere primeramente de gran disciplina; disciplina para cumplir con las exigencias de los duros días de entrenamiento; exigencias que se verán multiplicadas durante la carrera, y que únicamente se podrán superar si se tiene la condición física adecuada y la concentración mental necesaria para poder alcanzar la meta; solamente con orden y disciplina en la vida diaria se es posible llegar a la meta: 42,195 metros, 84,390 golpes en las rodillas, más de tres horas y media sin parar… sí que es cosa seria. Cómo imaginar la proeza del bizarro espartano quien, recorriendo casi la misma distancia, daba aviso a sus compañeros de la batalla contra el ejército persa.

Un año después, George corría su primer maratón en la ciudad de Dallas; en el vecino país del norte. Los primeros kilómetros alimentaron su optimismo… se sentía muy bien, entero, seguro, confiado. Al llegar al kilómetro treinta, de manera súbita le abandonaron las fuerzas… casi por completo; la famosa pared —tan comentada entre los veteranos del maratón— la tenía frente a él, o mejor dicho… sobre sus hombros; sus 63 años le estaban reclamando su osadía. En algún momento, a poca distancia, divisó a otro corredor aparentemente de su misma edad, y, como para alivianar su carga, se le acercó y, con su excelente inglés le comentó:

— “!Caray!, qué reconfortante es el correr a lado de alguien de la misma edad”.

El desconocido, con un rostro que también denunciaba agotamiento, voltea y le responde:

— “Recuerde amigo que, atrás de nosotros vienen corredores más jóvenes, y delante van más viejos aún”.

La distancia que lo separaba de la meta aún era considerable —aproximadamente doce kilómetros—, pero aquellas palabras le ubicaron no únicamente en la carrera, sino en su circunstancia en la vida; la concentración que había mantenido durante el recorrido cedió el paso a una profunda reflexión; fueron muchos los jóvenes a quienes se les había truncado la vida, fueron muchas las promesas que se habían quedado en el camino; pero aún quedaban por delante añejos anhelos e ilusiones por los cuales valía la pena luchar. Su espíritu guerrero se lo demandaba, y ese mismo espíritu lo incitó a terminar su primer maratón… sí, a los 62 años.

El 1 de febrero estaría cumpliendo 93 años (1927-2010).

e-mail: arturomeza44@hotmail.com

A la edad de 62 años se empecinó en correr un maratón… imposible poderlo disuadir


A la memoria de mi amigo George Pulford (1927-2010)

George, sin lugar a dudas, era todo un personaje. De temperamento firme y decidido, de naturaleza guerrera pero a la vez apacible y tranquilo, reflejaba una imagen contradictoriamente aguerrida y mística.

Un amigo común comentó en cierta ocasión —mitad en broma, mitad en serio—, que en el mundo solamente existían dos personajes así, uno habitaba en las montañas del Himalaya, viviendo entre los lamas budistas, y el otro lo teníamos aquí, en Tampico… nuestro amigo George.

Hijo de padre inglés y madre española, nació en esta ciudad, Tampico, George contaba con tres pasaportes: uno inglés por su padre, otro español por su madre, y el tercero por razón de su nacimiento.

Por su espíritu aventurero y por un concepto del deber —casi dogmático—, siendo muy joven se en listó en el ejército canadiense. En la Guerra de Corea combatió en el ejército Americano formando parte de la división de paracaidismo; ello lo marcó para siempre. Nunca hablaba de esas experiencias; fui de los pocos afortunados con quien comentó ese capítulo de su vida, animado quizás, por las voces de algunas copas bebidas de más.

George, durante mucho tiempo gustó de practicar deportes riesgosos; los ahora llamados deportes extremos: escalador de montañas, paracaidismo, corredor de lanchas, cazador, piloto de velero, judoca, karateca, corredor de distancia; entre otras actividades más: sí, era todo un personaje.

En el otoño de su vida ya no le era tan fácil practicar estos deportes; aunque era muy común verlo correr entre montes y veredas con una mochila a cuestas; mochila que llenaba de piedras para hacerla aún más pesada, para después, verlo en la cima de alguna loma; erguido de pies a cabeza o mejor dicho, de cabeza a pies.

A la edad de 62 años se empecinó en correr un maratón… imposible poderlo disuadir; lo tenía que hacer y hacerlo bien.

Correr un maratón es cosa seria; se requiere primeramente de gran disciplina; disciplina para cumplir con las exigencias de los duros días de entrenamiento; exigencias que se verán multiplicadas durante la carrera, y que únicamente se podrán superar si se tiene la condición física adecuada y la concentración mental necesaria para poder alcanzar la meta; solamente con orden y disciplina en la vida diaria se es posible llegar a la meta: 42,195 metros, 84,390 golpes en las rodillas, más de tres horas y media sin parar… sí que es cosa seria. Cómo imaginar la proeza del bizarro espartano quien, recorriendo casi la misma distancia, daba aviso a sus compañeros de la batalla contra el ejército persa.

Un año después, George corría su primer maratón en la ciudad de Dallas; en el vecino país del norte. Los primeros kilómetros alimentaron su optimismo… se sentía muy bien, entero, seguro, confiado. Al llegar al kilómetro treinta, de manera súbita le abandonaron las fuerzas… casi por completo; la famosa pared —tan comentada entre los veteranos del maratón— la tenía frente a él, o mejor dicho… sobre sus hombros; sus 63 años le estaban reclamando su osadía. En algún momento, a poca distancia, divisó a otro corredor aparentemente de su misma edad, y, como para alivianar su carga, se le acercó y, con su excelente inglés le comentó:

— “!Caray!, qué reconfortante es el correr a lado de alguien de la misma edad”.

El desconocido, con un rostro que también denunciaba agotamiento, voltea y le responde:

— “Recuerde amigo que, atrás de nosotros vienen corredores más jóvenes, y delante van más viejos aún”.

La distancia que lo separaba de la meta aún era considerable —aproximadamente doce kilómetros—, pero aquellas palabras le ubicaron no únicamente en la carrera, sino en su circunstancia en la vida; la concentración que había mantenido durante el recorrido cedió el paso a una profunda reflexión; fueron muchos los jóvenes a quienes se les había truncado la vida, fueron muchas las promesas que se habían quedado en el camino; pero aún quedaban por delante añejos anhelos e ilusiones por los cuales valía la pena luchar. Su espíritu guerrero se lo demandaba, y ese mismo espíritu lo incitó a terminar su primer maratón… sí, a los 62 años.

El 1 de febrero estaría cumpliendo 93 años (1927-2010).

e-mail: arturomeza44@hotmail.com

A la edad de 62 años se empecinó en correr un maratón… imposible poderlo disuadir