/ domingo 26 de enero de 2020

Iridiscencias | Adagio

Sentado en una vieja banca, cobijado con la pálida luz de un farol tímidamente encendido, el hombre, de figura meditabunda—que en el ostracismo de su soliloquio parecía abjurar a la razón de su existencia—, meditaba con melancolía los contenidos pregones de su soledad.

No hay peor cosa —se decía—, que sentir que se tenía todo… haberlo pedido todo... y... no recordar nada. Sentir augurios de grandes promesas, buenas promesas, excitantes promesas... pero, ¡ay!, en promesas ya no fío.

¿De qué color es el viento? rezaba; ¿Cómo se escucha una vida llena de silencio? Hay luces que a las sombras aterra… ¿seré de esas luces? Lluvia de lágrimas —las mías— que, como bailarinas gotas en coro se aferran; caminares de arroyos con murmullos sigilosos, como espejos efímeros que a los niños consuela.

Que las estrellas cuenten cómo lloré en mis noches de insomnio; las arenas hollé y las simas que mis lágrimas dejaron, una a una con promesas borré.

… Pero, ¡ay!, en promesas ya no fío.

En los escombros de mi ocaso Él sabrá encontrarme; y sosegado y temeroso, a la pequeñez de mi vida tendré que enfrentarme.

Promesas de infinito o infinito sin promesas, ¿Cuál más aterra? ¿Acaso el conocimiento me dará repuestas? Y sino me las da, por qué no buscarlas en Él.

…Y tal como llegó, tranquilo y meditabundo… en silencio se fue.

“Si la historia es una repetición, que no lo es,

la condición de toda cosa tiende a la condición del silencio.

Cuando se detiene el viento, hay silencio.

Cuando las aguas se ponen de rodillas y sumergen su frente

hasta el fondo, hay silencio; cuando las estrellas asoman

mirando hacia abajo, oh Señor, llega la quietud”.

CHARLES WRIGHT

Sentado en una vieja banca, cobijado con la pálida luz de un farol tímidamente encendido, el hombre, de figura meditabunda—que en el ostracismo de su soliloquio parecía abjurar a la razón de su existencia—, meditaba con melancolía los contenidos pregones de su soledad.

No hay peor cosa —se decía—, que sentir que se tenía todo… haberlo pedido todo... y... no recordar nada. Sentir augurios de grandes promesas, buenas promesas, excitantes promesas... pero, ¡ay!, en promesas ya no fío.

¿De qué color es el viento? rezaba; ¿Cómo se escucha una vida llena de silencio? Hay luces que a las sombras aterra… ¿seré de esas luces? Lluvia de lágrimas —las mías— que, como bailarinas gotas en coro se aferran; caminares de arroyos con murmullos sigilosos, como espejos efímeros que a los niños consuela.

Que las estrellas cuenten cómo lloré en mis noches de insomnio; las arenas hollé y las simas que mis lágrimas dejaron, una a una con promesas borré.

… Pero, ¡ay!, en promesas ya no fío.

En los escombros de mi ocaso Él sabrá encontrarme; y sosegado y temeroso, a la pequeñez de mi vida tendré que enfrentarme.

Promesas de infinito o infinito sin promesas, ¿Cuál más aterra? ¿Acaso el conocimiento me dará repuestas? Y sino me las da, por qué no buscarlas en Él.

…Y tal como llegó, tranquilo y meditabundo… en silencio se fue.

“Si la historia es una repetición, que no lo es,

la condición de toda cosa tiende a la condición del silencio.

Cuando se detiene el viento, hay silencio.

Cuando las aguas se ponen de rodillas y sumergen su frente

hasta el fondo, hay silencio; cuando las estrellas asoman

mirando hacia abajo, oh Señor, llega la quietud”.

CHARLES WRIGHT