/ domingo 2 de agosto de 2020

Iridiscencias | El cuento

El precisar el origen del “cuento”, tal como lo concebimos en la actualidad, no es tarea fácil.

La palabra “cuento” procede etimológicamente del término latino computāre, que tiene como significado contar, numerar, calcular, etc. Originalmente se aplicaba o más bien, se relacionaba con el conteo de unidades u objetos homogéneos que daba como resultado una cifra o cantidad.

En el caso que nos ocupa, esto es, el cuento como narrativa, tiene un origen tan antiguo como lo tiene la capacidad del ser humano para narrar algún acontecimiento ya sea real o imaginado, y con lo cual se pretende transmitir una historia que pudiera ser tanto real como ficticia. En su etapa inicial, estas narrativas se trasmitían de manera oral, de generación en generación, las creencias en el origen de las cosas o la explicación de los fenómenos naturales. En esta etapa se originaron las mitologías y creencias religiosas. Esta podríamos llamarle como la primera fase de uno de los cuatro géneros de la literatura moderna; la fase oral del “cuento”.

En esta primera fase, las historias eran transmitidas seguramente al terminar alguna faena, alrededor de una fogata o en lugares donde se guarecían del tiempo o de la noche, reunidos en pequeños grupos triviales. En esas primitivas tertulias, se transmitían las experiencias reales o ficticias, aderezadas con la imaginación o intención del narrador. Estos relatos —que, con el tiempo, algunos se fueron convirtiendo en leyendas, mitos, epopeyas, etc.—, se trasmitían de generación en generación de manera oral; ya que, es de suponerse, la escritura aún no existía.

Cuando se inventó la escritura, las narrativas, se fueron plasmando en o con los elementos que se tuvieran al alcance de la época; aunque con una estructura muy diferente a la que actualmente utilizamos.

El inicio de la segunda fase —la fase de la estructuración de la narrativa literaria—, probablemente se pudiera ubicar con la aparición entre los egipcios, de los llamados Textos de la Pirámides (3050 a/C); textos que fueron escritos durante la época del Antiguo Imperio de los egipcios. En estos textos se registraban multitud de conjuros y sortilegios que, por medio de éstos, se instruía a los sacerdotes— al morir el rey—, lo que tendrían que realizar para facilitarle a éste la ascensión de su espíritu al cielo, y poder ayudarle a encontrar el camino que le llevaría al reino celestial de “Re” —suprema divinidad del universo—, y convertirse a su vez, en una divinidad.

Muchas de las narrativas que encontramos en el Antiguo Testamento son aproximadamente de la misma época.

Sin embargo, a quien se le considera como el primer cuentista (novelista) de la historia, es a Luciano de Samósata (125-192 d/C), escritor sirio en lengua griega, quien escribió El Cínico y El asno. Posteriormente Lucio Apuleyo y Ovidio (125-180 d/C) originario de Madaura, en el norte de África, escribió el El asno de oro (La metamorfosis) que algunos estudiosos la consideran como una adaptación de la primera.

Antes de adentrarse a la estructura propiamente estética —literaria— del cuento, es importante recordar lo que es sin duda la más importante recopilación de cuentos de la época medieval, y que se llevó a cabo en Las mil y una noche; de lo que se piensa fue una recopilación de diversas leyendas originarias de la India, traduciéndose posteriormente al persa y al árabe.

Fue hasta el siglo XIV que surgieron narraciones cuya estética y formación estructural bien pudieran considerarse como los cimientos literarios del cuento moderno. Obras como el Decamerón de Giovanni Boccaccio; Cuentos de Canterbury de Geoffre Chaucer, tuvieron una gran influencia en los escritores, que posteriormente hicieron del cuento el género narrativo que actualmente conocemos.

¿Pero… qué es un cuento? Con facilidad asociamos al cuento con historias fantásticas en donde aparecen: hadas, príncipes, princesas, fantasmas, animales/humanos, monstruos, personajes buenos y personajes malos, etc. En este tipo de cuentos, se narran historias en las que se confrontan personajes —como los anteriores—, donde se termina imponiéndose el bien sobre el mal. Estos cuentos son los que se clasifican dentro del subgénero llamado: cuento fantástico. Borges, hablando del cuento popular, entendiéndose éste como el transmitido de boca en boca y sin autor definido, comenta en “Reflexiones y consejos sobre la escritura”: creo que los cuentos de hadas, las leyendas, incluso los cuentos verdes que uno oye, suelen ser buenos porque, a medida que han pasado de boca en boca, se los ha despojado de todo lo que pudiera ser inútil o molesto. De modo que podríamos decir que un cuento popular es una obra mucho más trabajada que un poema de Donne o de Góngora o de Lugones, por ejemplo, puesto que, en el segundo caso, la obra ha sido trabajada por una sola persona, y, en el primero, por centenares.

Pero seguimos con la pregunta, ¿Qué es un cuento? Sin tratar de dar una definición que pretenda satisfacer la competencia de los expertos en los recovecos de la literatura —Julio Cortázar decía que en el cuento no existen leyes y que a lo sumo cabe hablar de puntos de vista—, podríamos aventurar que “el cuento es una breve narración basada en la ficción de un autor, con un número reducido de personajes, que intervienen en el desarrollo de una trama más o menos sencilla”.

La anterior definición, en busca de una comprensión accesible y sencilla, nos lleva a ciertas interrogantes válidas:

¿Qué tan breve o qué tan extenso debe ser la narración para considerarse como cuento? Hay quienes opinan que la extensión de un cuento deberá situarse entre las 1000 y 20000 palabras. Esta medida no deja de ser un tanto caprichosa, puesto que encontramos excelentes cuentos que sobrepasan con mucho el límite máximo anteriormente señalado… o el mínimo, como el de Augusto Monterroso “El dinosaurio” de tan solo siete palabras. A diferencia de la novela, tanto en el cuento, como en la poesía, la intensidad y tensión —requisitos imprescindibles para cualquier buen cuento—, obligan a ser leídos en una sola sesión de lectura, sin lo cual, se diluye o hasta se pierde la contundencia de impacto en el lector, y que es parte del objetivo del cuento.

El cuento, como lo señala Julio Cortázar; a diferencia de las novelas, el cuento acumula progresivamente sus efectos; el cuento debe ser contundente, incisivo, mordiente, sin dar cuartel desde las primeras frases. Un amigo de Cortázar le decía que: el buen cuentista es un boxeador muy astuto, y muchos de sus golpes iniciales pueden parecer poco eficaces cuando en realidad, están minando ya las resistencias más sólidas del adversario, el cuento gana por knock out y la novela por decisión.

En un buen cuento, más importante que el tema, es la forma cómo se trata el tema; la manera cómo se cuenta. La intensidad, la tensión y el ritmo son elementos significativos de una buena narrativa que van más allá que el tema mismo.

En muchos cuentos modernos, la verdadera historia se encuentra en lo que no se cuenta, en lo que se esconde detrás de las palabras que componen texto; “El gato bajo la lluvia” y “Los asesinos” de Ernest Hemingway, “La mosca” de Katherine Mansfield, o “Vecinos” de Raymond Carver, son narrativas sencillas, descripciones de la vida cotidiana que, detrás de cada texto, evocan sucesos paralelos que los hace ser más que un simple cuento.

En estos momentos de confinamiento obligatorio, un buen cuento nos transportaría a otros lugares, a otros tiempos, que aun estando en plena libertad nos sería difícil de alcanzar… total, de todas maneras son muy cortos.

arturomeza44@hotmail.com

El precisar el origen del “cuento”, tal como lo concebimos en la actualidad, no es tarea fácil.

La palabra “cuento” procede etimológicamente del término latino computāre, que tiene como significado contar, numerar, calcular, etc. Originalmente se aplicaba o más bien, se relacionaba con el conteo de unidades u objetos homogéneos que daba como resultado una cifra o cantidad.

En el caso que nos ocupa, esto es, el cuento como narrativa, tiene un origen tan antiguo como lo tiene la capacidad del ser humano para narrar algún acontecimiento ya sea real o imaginado, y con lo cual se pretende transmitir una historia que pudiera ser tanto real como ficticia. En su etapa inicial, estas narrativas se trasmitían de manera oral, de generación en generación, las creencias en el origen de las cosas o la explicación de los fenómenos naturales. En esta etapa se originaron las mitologías y creencias religiosas. Esta podríamos llamarle como la primera fase de uno de los cuatro géneros de la literatura moderna; la fase oral del “cuento”.

En esta primera fase, las historias eran transmitidas seguramente al terminar alguna faena, alrededor de una fogata o en lugares donde se guarecían del tiempo o de la noche, reunidos en pequeños grupos triviales. En esas primitivas tertulias, se transmitían las experiencias reales o ficticias, aderezadas con la imaginación o intención del narrador. Estos relatos —que, con el tiempo, algunos se fueron convirtiendo en leyendas, mitos, epopeyas, etc.—, se trasmitían de generación en generación de manera oral; ya que, es de suponerse, la escritura aún no existía.

Cuando se inventó la escritura, las narrativas, se fueron plasmando en o con los elementos que se tuvieran al alcance de la época; aunque con una estructura muy diferente a la que actualmente utilizamos.

El inicio de la segunda fase —la fase de la estructuración de la narrativa literaria—, probablemente se pudiera ubicar con la aparición entre los egipcios, de los llamados Textos de la Pirámides (3050 a/C); textos que fueron escritos durante la época del Antiguo Imperio de los egipcios. En estos textos se registraban multitud de conjuros y sortilegios que, por medio de éstos, se instruía a los sacerdotes— al morir el rey—, lo que tendrían que realizar para facilitarle a éste la ascensión de su espíritu al cielo, y poder ayudarle a encontrar el camino que le llevaría al reino celestial de “Re” —suprema divinidad del universo—, y convertirse a su vez, en una divinidad.

Muchas de las narrativas que encontramos en el Antiguo Testamento son aproximadamente de la misma época.

Sin embargo, a quien se le considera como el primer cuentista (novelista) de la historia, es a Luciano de Samósata (125-192 d/C), escritor sirio en lengua griega, quien escribió El Cínico y El asno. Posteriormente Lucio Apuleyo y Ovidio (125-180 d/C) originario de Madaura, en el norte de África, escribió el El asno de oro (La metamorfosis) que algunos estudiosos la consideran como una adaptación de la primera.

Antes de adentrarse a la estructura propiamente estética —literaria— del cuento, es importante recordar lo que es sin duda la más importante recopilación de cuentos de la época medieval, y que se llevó a cabo en Las mil y una noche; de lo que se piensa fue una recopilación de diversas leyendas originarias de la India, traduciéndose posteriormente al persa y al árabe.

Fue hasta el siglo XIV que surgieron narraciones cuya estética y formación estructural bien pudieran considerarse como los cimientos literarios del cuento moderno. Obras como el Decamerón de Giovanni Boccaccio; Cuentos de Canterbury de Geoffre Chaucer, tuvieron una gran influencia en los escritores, que posteriormente hicieron del cuento el género narrativo que actualmente conocemos.

¿Pero… qué es un cuento? Con facilidad asociamos al cuento con historias fantásticas en donde aparecen: hadas, príncipes, princesas, fantasmas, animales/humanos, monstruos, personajes buenos y personajes malos, etc. En este tipo de cuentos, se narran historias en las que se confrontan personajes —como los anteriores—, donde se termina imponiéndose el bien sobre el mal. Estos cuentos son los que se clasifican dentro del subgénero llamado: cuento fantástico. Borges, hablando del cuento popular, entendiéndose éste como el transmitido de boca en boca y sin autor definido, comenta en “Reflexiones y consejos sobre la escritura”: creo que los cuentos de hadas, las leyendas, incluso los cuentos verdes que uno oye, suelen ser buenos porque, a medida que han pasado de boca en boca, se los ha despojado de todo lo que pudiera ser inútil o molesto. De modo que podríamos decir que un cuento popular es una obra mucho más trabajada que un poema de Donne o de Góngora o de Lugones, por ejemplo, puesto que, en el segundo caso, la obra ha sido trabajada por una sola persona, y, en el primero, por centenares.

Pero seguimos con la pregunta, ¿Qué es un cuento? Sin tratar de dar una definición que pretenda satisfacer la competencia de los expertos en los recovecos de la literatura —Julio Cortázar decía que en el cuento no existen leyes y que a lo sumo cabe hablar de puntos de vista—, podríamos aventurar que “el cuento es una breve narración basada en la ficción de un autor, con un número reducido de personajes, que intervienen en el desarrollo de una trama más o menos sencilla”.

La anterior definición, en busca de una comprensión accesible y sencilla, nos lleva a ciertas interrogantes válidas:

¿Qué tan breve o qué tan extenso debe ser la narración para considerarse como cuento? Hay quienes opinan que la extensión de un cuento deberá situarse entre las 1000 y 20000 palabras. Esta medida no deja de ser un tanto caprichosa, puesto que encontramos excelentes cuentos que sobrepasan con mucho el límite máximo anteriormente señalado… o el mínimo, como el de Augusto Monterroso “El dinosaurio” de tan solo siete palabras. A diferencia de la novela, tanto en el cuento, como en la poesía, la intensidad y tensión —requisitos imprescindibles para cualquier buen cuento—, obligan a ser leídos en una sola sesión de lectura, sin lo cual, se diluye o hasta se pierde la contundencia de impacto en el lector, y que es parte del objetivo del cuento.

El cuento, como lo señala Julio Cortázar; a diferencia de las novelas, el cuento acumula progresivamente sus efectos; el cuento debe ser contundente, incisivo, mordiente, sin dar cuartel desde las primeras frases. Un amigo de Cortázar le decía que: el buen cuentista es un boxeador muy astuto, y muchos de sus golpes iniciales pueden parecer poco eficaces cuando en realidad, están minando ya las resistencias más sólidas del adversario, el cuento gana por knock out y la novela por decisión.

En un buen cuento, más importante que el tema, es la forma cómo se trata el tema; la manera cómo se cuenta. La intensidad, la tensión y el ritmo son elementos significativos de una buena narrativa que van más allá que el tema mismo.

En muchos cuentos modernos, la verdadera historia se encuentra en lo que no se cuenta, en lo que se esconde detrás de las palabras que componen texto; “El gato bajo la lluvia” y “Los asesinos” de Ernest Hemingway, “La mosca” de Katherine Mansfield, o “Vecinos” de Raymond Carver, son narrativas sencillas, descripciones de la vida cotidiana que, detrás de cada texto, evocan sucesos paralelos que los hace ser más que un simple cuento.

En estos momentos de confinamiento obligatorio, un buen cuento nos transportaría a otros lugares, a otros tiempos, que aun estando en plena libertad nos sería difícil de alcanzar… total, de todas maneras son muy cortos.

arturomeza44@hotmail.com