/ domingo 17 de enero de 2021

La curva del aprendizaje

Más allá de la natural imperfección humana, que muchas veces nos impide recuperar nuestras experiencias para convertirlas de viciosas en virtuosas y hacerlas productivas, los seres humanos afortunadamente podemos también manejar otra ecuación capaz de revertir las tendencias nefastas que vienen de repetir conductas que nos son dañinas. Y este podría ser sin duda un buen propósito de este año que recién comienza en medio tantas dificultades como hemos padecido en el que ya pasó. Porque es verdad que “el ser humano debe aprender, desaprender y reaprender”, como afirmó Alvin Toffler.

No es verdad que necesariamente los hombres debamos tropezar de nuevo con la misma piedra. Cuando esto sucede es que hemos ignorado el aprendizaje sencillo que viene incluido en cada cosa que realizamos, junto con la conciencia de lo que eso significará para el resto de nuestras vidas. La filosofía de la negación de lo que claramente vivimos, a cambio de la afirmación del “no pasa nada” o el “no importa” y el “ai se va” se convierten en un triste modo de vida, lo que debería ser inaceptable. Obviamente la filosofía que nos urge vivir de acuerdo a los hechos y las evidencias objetivas no es fácil de lograr, y mucho menos si ni siquiera lo intentamos.

Veamos como ejemplo lo que diariamente oímos y vemos en todos los noticieros. En medio de la cruel pandemia que aún nos golpea, con preocupación observamos cómo se multiplican las fiestas, las reuniones, las celebraciones de todo tipo, con excusas y sin ellas, aún sabiendo quienes las hacen, que aumentarán los contagios y las muertes, así como el agotamiento físico y mental del personal sanitario, cuya salud parece no importarles, mientras cuidan la nuestra, sin que encuentren en nosotros el más mínimo gesto de solidaridad y empatía. Aquí el aprendizaje no se da por el desprecio al esfuerzo ajeno, ignorancia o simple negligencia, haciendo que para ellos, lo que es tan obvio no sea ni siquiera posible, pues lo imposible debería ser que se diera.

Y por lógica, esto puede explicar muchas otras cosas que no alcanzamos a veces a comprender. ¿Qué ha sucedido con muchos pueblos latinoamericanos víctimas de tantos episodios protagonizados por dictadores egoístas y ambiciosos que se han creído los Mesías prometidos de sus países? No han aprendido su lección y en muchos casos siguen aplaudiendo a quienes les someten, festejando a quienes ponen más cadenas a su vida y agradeciéndoles además porque lo hacen.

No existe, por otra parte, o al menos así parece, ningún aprendizaje realmente crítico respecto a los males que ha traído la esclavitud al mundo y los beneficios que la libertad ha significado para el hombre, ni del paradigma de la dignidad y el respeto que todos como seres humanos merecemos. Y al no haberlo aprendido nos convertimos cómplices del olvido y reiteramos neciamente nuestra fe en las expectativas esperanzadoras que nos ofrecen tantos redentores de este mundo, cuyas ofertas han, demostrado ya, a muy altos costos, ser solo una ilusión mediática con que se alimenta la fe de muchos que siguen confiando en sus vanas promesas de salvación.

¿Y qué podemos decir del terrible cuanto amenazante fenómeno del calentamiento global? Hay países y personajes que se han atrevido incluso a decir que eso es solo un fantasma, una exageración de los ambientalistas, que en realidad no estamos tan mal, ya que la naturaleza no es ecológica y se retroalimenta a sí misma. Nuestra falta de aprendizaje en ese tema nos ha llevado a ignorar cuán cierto es que Dios perdona siempre, el hombre a veces, pero la naturaleza nunca, y que ella se encargará un día de devolvernos todos los golpes. Y que este impostergable aprendizaje, debería asimilarse especialmente ahora, pero en cambio ha sido olvidado y neciamente despreciado.

Y para colmo de nuestra desventura, nos hemos resistido a aprender que la reiterada expulsión de los valores morales en nuestras vidas como el culto al consumismo; la competencia exacerbada, el materialismo egoísta, la persistencia de lo deshonesto y la preeminencia de la astucia sobre la sabiduría, son conductas que, constantemente repetidas, reafirman cómo es que el abandono de ese aprendizaje, indispensable para crecer, nos ha limitado y convertido en copartícipes de nuestro propio y autoinducido exterminio. La experiencia que da ese aprendizaje debería ser una forma de conciencia tal que impida a cada uno hacer trivial el efecto nocivo que trae la reiteración de equivocaciones vitales para nuestra existencia, que no por repetidas necesariamente deben convertirse en aceptables para su crecimiento y hasta para su supervivencia.

Hegel escribió que la historia suele repetirse al menos dos veces: la primera en forma de tragedia y la segunda como una farsa. Cada vez que el hombre desprecia lo que le define como ser dotado de pensamiento y de raciocinio para aprender, y aún más, para aprender a aprender, convierte su vida en una tragedia para sí y para los demás. Pero cuando a pesar de todo eso reincide en su postura de reproducir lo que le desnaturaliza como ser pensante, y se niega a aprender de sus propios errores, repitiéndolos, entonces hace que su vida sea solo un burdo y triste sainete, que ya sin la nobleza de la tragedia, le hace finalmente parte de una pobre farsa sin sentido. Porque es cierto lo que dijo el filósofo; “la vida del hombre es mucho, para que terminemos haciéndola tan poco significativa”.

LA CURVA DEL APRENDIZAJE.

“…el hombre debe aprender,

mientras dure su ignorancia…”

Séneca

Más allá de la natural imperfección humana, que muchas veces nos impide recuperar nuestras experiencias para convertirlas de viciosas en virtuosas y hacerlas productivas, los seres humanos afortunadamente podemos también manejar otra ecuación capaz de revertir las tendencias nefastas que vienen de repetir conductas que nos son dañinas. Y este podría ser sin duda un buen propósito de este año que recién comienza en medio tantas dificultades como hemos padecido en el que ya pasó. Porque es verdad que “el ser humano debe aprender, desaprender y reaprender”, como afirmó Alvin Toffler.

No es verdad que necesariamente los hombres debamos tropezar de nuevo con la misma piedra. Cuando esto sucede es que hemos ignorado el aprendizaje sencillo que viene incluido en cada cosa que realizamos, junto con la conciencia de lo que eso significará para el resto de nuestras vidas. La filosofía de la negación de lo que claramente vivimos, a cambio de la afirmación del “no pasa nada” o el “no importa” y el “ai se va” se convierten en un triste modo de vida, lo que debería ser inaceptable. Obviamente la filosofía que nos urge vivir de acuerdo a los hechos y las evidencias objetivas no es fácil de lograr, y mucho menos si ni siquiera lo intentamos.

Veamos como ejemplo lo que diariamente oímos y vemos en todos los noticieros. En medio de la cruel pandemia que aún nos golpea, con preocupación observamos cómo se multiplican las fiestas, las reuniones, las celebraciones de todo tipo, con excusas y sin ellas, aún sabiendo quienes las hacen, que aumentarán los contagios y las muertes, así como el agotamiento físico y mental del personal sanitario, cuya salud parece no importarles, mientras cuidan la nuestra, sin que encuentren en nosotros el más mínimo gesto de solidaridad y empatía. Aquí el aprendizaje no se da por el desprecio al esfuerzo ajeno, ignorancia o simple negligencia, haciendo que para ellos, lo que es tan obvio no sea ni siquiera posible, pues lo imposible debería ser que se diera.

Y por lógica, esto puede explicar muchas otras cosas que no alcanzamos a veces a comprender. ¿Qué ha sucedido con muchos pueblos latinoamericanos víctimas de tantos episodios protagonizados por dictadores egoístas y ambiciosos que se han creído los Mesías prometidos de sus países? No han aprendido su lección y en muchos casos siguen aplaudiendo a quienes les someten, festejando a quienes ponen más cadenas a su vida y agradeciéndoles además porque lo hacen.

No existe, por otra parte, o al menos así parece, ningún aprendizaje realmente crítico respecto a los males que ha traído la esclavitud al mundo y los beneficios que la libertad ha significado para el hombre, ni del paradigma de la dignidad y el respeto que todos como seres humanos merecemos. Y al no haberlo aprendido nos convertimos cómplices del olvido y reiteramos neciamente nuestra fe en las expectativas esperanzadoras que nos ofrecen tantos redentores de este mundo, cuyas ofertas han, demostrado ya, a muy altos costos, ser solo una ilusión mediática con que se alimenta la fe de muchos que siguen confiando en sus vanas promesas de salvación.

¿Y qué podemos decir del terrible cuanto amenazante fenómeno del calentamiento global? Hay países y personajes que se han atrevido incluso a decir que eso es solo un fantasma, una exageración de los ambientalistas, que en realidad no estamos tan mal, ya que la naturaleza no es ecológica y se retroalimenta a sí misma. Nuestra falta de aprendizaje en ese tema nos ha llevado a ignorar cuán cierto es que Dios perdona siempre, el hombre a veces, pero la naturaleza nunca, y que ella se encargará un día de devolvernos todos los golpes. Y que este impostergable aprendizaje, debería asimilarse especialmente ahora, pero en cambio ha sido olvidado y neciamente despreciado.

Y para colmo de nuestra desventura, nos hemos resistido a aprender que la reiterada expulsión de los valores morales en nuestras vidas como el culto al consumismo; la competencia exacerbada, el materialismo egoísta, la persistencia de lo deshonesto y la preeminencia de la astucia sobre la sabiduría, son conductas que, constantemente repetidas, reafirman cómo es que el abandono de ese aprendizaje, indispensable para crecer, nos ha limitado y convertido en copartícipes de nuestro propio y autoinducido exterminio. La experiencia que da ese aprendizaje debería ser una forma de conciencia tal que impida a cada uno hacer trivial el efecto nocivo que trae la reiteración de equivocaciones vitales para nuestra existencia, que no por repetidas necesariamente deben convertirse en aceptables para su crecimiento y hasta para su supervivencia.

Hegel escribió que la historia suele repetirse al menos dos veces: la primera en forma de tragedia y la segunda como una farsa. Cada vez que el hombre desprecia lo que le define como ser dotado de pensamiento y de raciocinio para aprender, y aún más, para aprender a aprender, convierte su vida en una tragedia para sí y para los demás. Pero cuando a pesar de todo eso reincide en su postura de reproducir lo que le desnaturaliza como ser pensante, y se niega a aprender de sus propios errores, repitiéndolos, entonces hace que su vida sea solo un burdo y triste sainete, que ya sin la nobleza de la tragedia, le hace finalmente parte de una pobre farsa sin sentido. Porque es cierto lo que dijo el filósofo; “la vida del hombre es mucho, para que terminemos haciéndola tan poco significativa”.

LA CURVA DEL APRENDIZAJE.

“…el hombre debe aprender,

mientras dure su ignorancia…”

Séneca