/ jueves 10 de octubre de 2019

La envidia, como la llama, ennegrece todo lo que no puede destruir

Sí, Argentina es mejor que nosotros y, lo peor es que muchos otros son mejores que Argentina

La envidia es el pesar que se siente por el bien de que goza otro equipo. El envidioso grave, quisiera la aniquilación de sus envidiados (el equipo y sus seguidores); pero lo peor, es que aun muertos los envidiados, el envidioso los sigue envidiando. En la médula de la envidia, el envidioso no solo siente pesar por el bien ajeno, sino que siente un odio pasivo por el equipo al que envidia. Por eso el envidioso es tan proclive a destruir honras y famas de los que envidia.

Cuando sentimos envidia, quisiéramos que todos fueran iguales; y así al disminuir el valor de los que envidiamos y, al quitarles en nuestra imaginación los bienes que ellos poseen y que nosotros quisiéramos tener, quedamos tranquilos solo por un segundo. Pasado el segundo que marca el reloj de nuestra fantasía, la realidad se impone: inunda todo nuestro ser la maligna pasión de la envidia.

Ayer tuve oportunidad de ver el juego amistoso entre Alemania y Argentina. Lo vi como una buena oportunidad de hacer algunas comparaciones al respecto de nuestra realidad futbolística. El cuatro a cero que nos endilgaron los argentinos, serviría de referencia al tomar en cuenta el resultado que ellos obtuvieran en su juego contra los germanos, tal cual si estuviéramos planteándonos un problema de regla de tres simple, pero en esta ocasión, el orden de los factores, sí alteró al producto.

Resulta que la alineación que hoy presentó Argentina es muy diferente de la que nos venció y, en este primer tiempo, fue ampliamente superada por los alemanes que, abrieron el marcador por conducto de Gnabry, culminando una excelente jugada colectiva. Poco después el extraordinario zurdo Haverzt, en otra obra maestra de juego conjunto, venció a Marchesín. El entrenador alemán, confiando en sus jugadores y apegándose a su proyecto de juego, permitió que Escaloni supliera primero a dos piezas que ya no estaban funcionando (Rojo y Correa) sustituyéndolas con Acuña y Ocampos, cambiando notoriamente el accionar argentino. Ahora, la muy notoria superioridad alemana se veía igualada por la frescura de los cambios. Cuando el cuerpo técnico albiceleste notó la diferencia, la reforzó con dos nuevos cambios y, ante la pasividad de Joachim Low, puso a jugar a Alario y a Sanabria en sustitución de Pereyra y Di Bala.

¿Qué si funcionó la estrategia? Muy pronto Acuña se hizo de un balón y desde la línea de la banda izquierda, sacó un centro preciso que Alario remató con un impresionante testarazo que venció a Ter Estegen. Fue hasta entonces que Low se decidió a reforzar sus líneas, pero ya era demasiado tarde y sus refuerzos solo le servirían para no perder el juego. Más adelante, Ocampo, cuyo accionar que le he visto en el futbol español, no me ha convencido, hoy como para demostrarme que estoy equivocado, se encargó de anotar el gol del empate.

Los dos equipos iniciaron jugando con, Alemania: Ter Stegen; Kimich, Klostermann, Sule, Halstengberg, Can, Koch, Gnabri, Haverzt, Brandt, Waldschmidt. Entrando en la segunda parte, Serdar, Rudy y Dmiry... En tanto que Argentina alineó con: Agustín Marchesín; Juan Marcos Foyth, Nicolás Otamendi, Marcos Rojo, Nicolás Tagliafico, Roberto Pereyra, Leandro Paredes, Rodrigo De Paul, Joaquín Correa, Lautaro Martínez y Paulo DyBala, entrando en el segundo tiempo: Marcos Acuña, Renzo Sarabia, Lucas Ocampos, Alario y Guido Rodríguez.

Los jugadores argentinos tienen además de una depurada técnica individual, un espíritu guerrero que es inducido. No, no han nacido siendo guerreros, sino que los formadores argentinos, incluyen en sus asignaturas, la fuerza de voluntad, el espíritu de lucha, el no sentirse menos jamás. Hoy, mientras miraba la transmisión del partido, escuchaba a través del micrófono del monitor en el campo, que cercano a la banca de Argentina como los auxiliares de Scaloni comentaban con disgusto la tibieza del accionar de sus jugadores, que en la primera parte fueron totalmente superados por la mejor colectividad germana y, sobre todo por la velocidad que imprimían a sus acciones, que hacían ver pequeños a los suramericanos. Y uno adivinaba de quiénes eran las voces de los inconformes, Roberto “Ratón” Ayala (River, Nápoli, Milán, Valencia, Zaragoza) y Walter Samuel (Boca, Roma, Real Madrid, Inter de Milán), dos enormes guerreros que vaya que metían pierna.

Esas voces resonaron en el vestuario durante el descanso, saltando al campo a cubrir la segunda parte, once argentinos muy distintos de los que fueron a descansar. La fuerza de voluntad, el coraje, el orgullo de pertenencia forman parte de los argumentos que se complementan con la técnica y la táctica, que pareciéndonos subjetivos, forman una fuerza semejante a la elecricidad, que no la vemos, pero que más nos vale evitar comprobar que existe por medio del tacto.

Hasta pronto amigo.

Sí, Argentina es mejor que nosotros y, lo peor es que muchos otros son mejores que Argentina

La envidia es el pesar que se siente por el bien de que goza otro equipo. El envidioso grave, quisiera la aniquilación de sus envidiados (el equipo y sus seguidores); pero lo peor, es que aun muertos los envidiados, el envidioso los sigue envidiando. En la médula de la envidia, el envidioso no solo siente pesar por el bien ajeno, sino que siente un odio pasivo por el equipo al que envidia. Por eso el envidioso es tan proclive a destruir honras y famas de los que envidia.

Cuando sentimos envidia, quisiéramos que todos fueran iguales; y así al disminuir el valor de los que envidiamos y, al quitarles en nuestra imaginación los bienes que ellos poseen y que nosotros quisiéramos tener, quedamos tranquilos solo por un segundo. Pasado el segundo que marca el reloj de nuestra fantasía, la realidad se impone: inunda todo nuestro ser la maligna pasión de la envidia.

Ayer tuve oportunidad de ver el juego amistoso entre Alemania y Argentina. Lo vi como una buena oportunidad de hacer algunas comparaciones al respecto de nuestra realidad futbolística. El cuatro a cero que nos endilgaron los argentinos, serviría de referencia al tomar en cuenta el resultado que ellos obtuvieran en su juego contra los germanos, tal cual si estuviéramos planteándonos un problema de regla de tres simple, pero en esta ocasión, el orden de los factores, sí alteró al producto.

Resulta que la alineación que hoy presentó Argentina es muy diferente de la que nos venció y, en este primer tiempo, fue ampliamente superada por los alemanes que, abrieron el marcador por conducto de Gnabry, culminando una excelente jugada colectiva. Poco después el extraordinario zurdo Haverzt, en otra obra maestra de juego conjunto, venció a Marchesín. El entrenador alemán, confiando en sus jugadores y apegándose a su proyecto de juego, permitió que Escaloni supliera primero a dos piezas que ya no estaban funcionando (Rojo y Correa) sustituyéndolas con Acuña y Ocampos, cambiando notoriamente el accionar argentino. Ahora, la muy notoria superioridad alemana se veía igualada por la frescura de los cambios. Cuando el cuerpo técnico albiceleste notó la diferencia, la reforzó con dos nuevos cambios y, ante la pasividad de Joachim Low, puso a jugar a Alario y a Sanabria en sustitución de Pereyra y Di Bala.

¿Qué si funcionó la estrategia? Muy pronto Acuña se hizo de un balón y desde la línea de la banda izquierda, sacó un centro preciso que Alario remató con un impresionante testarazo que venció a Ter Estegen. Fue hasta entonces que Low se decidió a reforzar sus líneas, pero ya era demasiado tarde y sus refuerzos solo le servirían para no perder el juego. Más adelante, Ocampo, cuyo accionar que le he visto en el futbol español, no me ha convencido, hoy como para demostrarme que estoy equivocado, se encargó de anotar el gol del empate.

Los dos equipos iniciaron jugando con, Alemania: Ter Stegen; Kimich, Klostermann, Sule, Halstengberg, Can, Koch, Gnabri, Haverzt, Brandt, Waldschmidt. Entrando en la segunda parte, Serdar, Rudy y Dmiry... En tanto que Argentina alineó con: Agustín Marchesín; Juan Marcos Foyth, Nicolás Otamendi, Marcos Rojo, Nicolás Tagliafico, Roberto Pereyra, Leandro Paredes, Rodrigo De Paul, Joaquín Correa, Lautaro Martínez y Paulo DyBala, entrando en el segundo tiempo: Marcos Acuña, Renzo Sarabia, Lucas Ocampos, Alario y Guido Rodríguez.

Los jugadores argentinos tienen además de una depurada técnica individual, un espíritu guerrero que es inducido. No, no han nacido siendo guerreros, sino que los formadores argentinos, incluyen en sus asignaturas, la fuerza de voluntad, el espíritu de lucha, el no sentirse menos jamás. Hoy, mientras miraba la transmisión del partido, escuchaba a través del micrófono del monitor en el campo, que cercano a la banca de Argentina como los auxiliares de Scaloni comentaban con disgusto la tibieza del accionar de sus jugadores, que en la primera parte fueron totalmente superados por la mejor colectividad germana y, sobre todo por la velocidad que imprimían a sus acciones, que hacían ver pequeños a los suramericanos. Y uno adivinaba de quiénes eran las voces de los inconformes, Roberto “Ratón” Ayala (River, Nápoli, Milán, Valencia, Zaragoza) y Walter Samuel (Boca, Roma, Real Madrid, Inter de Milán), dos enormes guerreros que vaya que metían pierna.

Esas voces resonaron en el vestuario durante el descanso, saltando al campo a cubrir la segunda parte, once argentinos muy distintos de los que fueron a descansar. La fuerza de voluntad, el coraje, el orgullo de pertenencia forman parte de los argumentos que se complementan con la técnica y la táctica, que pareciéndonos subjetivos, forman una fuerza semejante a la elecricidad, que no la vemos, pero que más nos vale evitar comprobar que existe por medio del tacto.

Hasta pronto amigo.