/ domingo 27 de septiembre de 2020

La ética: significado y trascendencia

R. Ruyer, maestro de la prestigiada Universidad de Princeton en EUA, presentó hace algunos años ante la Comunidad Académìca una teoría sobre Dios y sus supuestos requerimientos éticos. Al leerla recordé a un ilustre maestro jesuita de la Universidad Gregoriana de Roma que pensaba que los dogmas de fe de las religiones eran en esencia muy semejantes entre sí, pero estaba convencido de que en el aspecto moral las ideas de Dios podrían ser diferentes de las que nos han enseñado. Y que tal vez a Él nuestro comportamiento ético y moral no le importe tanto como hemos pensado siempre.

Según la filosofía de aquel ameritado catedrático, la relación del hombre con la divinidad no debería ser la de un culto temeroso o de una intimidad mística, sino una relación adulta en la que las virtudes morales humanas no fueran tema de su interés ni de su preocupación, pues al haberlo creado libre, el hombre mismo debería asumir la responsabilidad total por sus acciones. Así Dios sería simplemente un principio ordenador del universo, el Creador de todo lo que vive, misterio esplendente a cuya belleza podemos asomarnos, aunque a veces su actuar nos resulte incomprensible.

Algo semejante pensaba Albert Einstein, quien afirmaba en uno de sus escritos (“Cómo veo yo al mundo”) que la verdadera relación que el hombre ha de tener con esa Inteligencia Superior, debería consistir tan sólo en su admiración ante “la verdadera simiente de la ciencia y la sabiduría” como puntualmente le define y no fundamentar su creencia en el miedo a un castigo o premio que por sus acciones pueda darle, ya que Él no puede ser y mucho menos actuar como hacen los simples mortales, pues se convertiría en alguien como ellos, que premian y castigan a aquellos con quienes se relacionan. Pero en su caso con el consiguiente desdoro de Sí mismo y de la libertad que les proporcionó. Y sin duda en ese sentido, Einstein tenía razón.

Pero entonces, ¿cuál es el lugar que debería ocupar la ética y cuál su papel frente a la conducta del hombre en la sociedad? Antiguamente se creía que ella era patrimonio exclusivo de la religión o del derecho y aún ahora algunos lo piensan así. Hay también pensadores quienes creen que la moral sólo debería ser definida por sus funciones sociales, y no por sus contenidos jurídico-religiosos. El notable sociólogo alemán Max Weber, por ejemplo, creía que el mundo del mañana solo necesitaría de buenos sistemas administrativos, una ingeniería social adecuada y una democracia real para ser justo y demás. Y que por lo mismo la moral tradicional y la religión no tendrían ya cabida en el mundo formal y práctico del futuro, pues ambas serían obsoletas.

Desgraciadamente en muchos sistemas valorativos de la postmodernidad esa es la creencia. En ellos se afirma que la ética es sólo una simple ideología, que como tal tiene cambiantes raíces histórico-sociales, y así debemos asumirla. Por tanto, no debe confundirse con creencias religiosas o normas moralistas, cuyos puntos de vista ya han sido superados y ninguna reflexión sería sobre el comportamiento humano puede ni debe basarse en esas ideas. La moral sería entonces sólo una convención pactada como entes sociales que somos, sólo una exigencia para vivir en armonía en medio de los demás. Pero únicamente eso.

Creo, sin embargo, que en este nuestro nuevo siglo y a pesar de todas esas ideas en apariencia novedosas que actualmente muchos profesan, sigue prevaleciendo una verdad innegable. La ética significa el reconocimiento de nuestra naturaleza racional como rectora de la conducta humana, por la cual somos diferentes de los animales, en los que su comportamiento es biológica e inevitablemente definido por su código genético, lo que no sucede con el ser humano. Y que renunciar a esa característica con que se le privilegió es hacer válido aquello de Hobbes cuando afirmaba que “el hombre era el lobo del hombre”.

Porque lo queramos o no, debido a esa naturaleza racional que nos distingue, somos definitivamente morales, seres libres para tomar decisiones con las cuales podemos darle sentido a nuestra existencia a pesar de las limitaciones de nuestra evidente temporalidad. El hombre, con todo y su manifiesta vulnerabilidad, es el único ser que sabe que sabe, que puede ir hacia su propia intimidad para transformarse, que es capaz de conocerse a sí mismo y así descifrar sus anhelos de trascendencia, la explicación de su esperanza y su sentido de búsqueda. Y porque si así no fuera, el hombre, como dice A. Camus, sólo sería “una bestia salvaje arrojada a este mundo”.

Desafortunadamente sucede que el ser humano muchas veces abdica de esa maravilla con que Dios le privilegió que es su razonamiento y desnaturalizando su misma esencia racional, simplemente desprecia su propia conciencia moral para convertirse en un ser irracional, al que podría aplicarse cabalmente aquel texto del Libro Santo: “…aquel que perturbe su casa, sólo tendrá como herencia el viento…”

Y más trágica que esa, en la segunda parte del texto en la que se lee: “…y entonces el necio hará su siervo al sabio de corazón…”

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LA ETICA: SIGNIFICADO Y TRASCENDENCIA.

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“…la ética es

el mejor ropaje del hombre:

sin ella

estaría desnudo…”

Kahlil Gibrán

R. Ruyer, maestro de la prestigiada Universidad de Princeton en EUA, presentó hace algunos años ante la Comunidad Académìca una teoría sobre Dios y sus supuestos requerimientos éticos. Al leerla recordé a un ilustre maestro jesuita de la Universidad Gregoriana de Roma que pensaba que los dogmas de fe de las religiones eran en esencia muy semejantes entre sí, pero estaba convencido de que en el aspecto moral las ideas de Dios podrían ser diferentes de las que nos han enseñado. Y que tal vez a Él nuestro comportamiento ético y moral no le importe tanto como hemos pensado siempre.

Según la filosofía de aquel ameritado catedrático, la relación del hombre con la divinidad no debería ser la de un culto temeroso o de una intimidad mística, sino una relación adulta en la que las virtudes morales humanas no fueran tema de su interés ni de su preocupación, pues al haberlo creado libre, el hombre mismo debería asumir la responsabilidad total por sus acciones. Así Dios sería simplemente un principio ordenador del universo, el Creador de todo lo que vive, misterio esplendente a cuya belleza podemos asomarnos, aunque a veces su actuar nos resulte incomprensible.

Algo semejante pensaba Albert Einstein, quien afirmaba en uno de sus escritos (“Cómo veo yo al mundo”) que la verdadera relación que el hombre ha de tener con esa Inteligencia Superior, debería consistir tan sólo en su admiración ante “la verdadera simiente de la ciencia y la sabiduría” como puntualmente le define y no fundamentar su creencia en el miedo a un castigo o premio que por sus acciones pueda darle, ya que Él no puede ser y mucho menos actuar como hacen los simples mortales, pues se convertiría en alguien como ellos, que premian y castigan a aquellos con quienes se relacionan. Pero en su caso con el consiguiente desdoro de Sí mismo y de la libertad que les proporcionó. Y sin duda en ese sentido, Einstein tenía razón.

Pero entonces, ¿cuál es el lugar que debería ocupar la ética y cuál su papel frente a la conducta del hombre en la sociedad? Antiguamente se creía que ella era patrimonio exclusivo de la religión o del derecho y aún ahora algunos lo piensan así. Hay también pensadores quienes creen que la moral sólo debería ser definida por sus funciones sociales, y no por sus contenidos jurídico-religiosos. El notable sociólogo alemán Max Weber, por ejemplo, creía que el mundo del mañana solo necesitaría de buenos sistemas administrativos, una ingeniería social adecuada y una democracia real para ser justo y demás. Y que por lo mismo la moral tradicional y la religión no tendrían ya cabida en el mundo formal y práctico del futuro, pues ambas serían obsoletas.

Desgraciadamente en muchos sistemas valorativos de la postmodernidad esa es la creencia. En ellos se afirma que la ética es sólo una simple ideología, que como tal tiene cambiantes raíces histórico-sociales, y así debemos asumirla. Por tanto, no debe confundirse con creencias religiosas o normas moralistas, cuyos puntos de vista ya han sido superados y ninguna reflexión sería sobre el comportamiento humano puede ni debe basarse en esas ideas. La moral sería entonces sólo una convención pactada como entes sociales que somos, sólo una exigencia para vivir en armonía en medio de los demás. Pero únicamente eso.

Creo, sin embargo, que en este nuestro nuevo siglo y a pesar de todas esas ideas en apariencia novedosas que actualmente muchos profesan, sigue prevaleciendo una verdad innegable. La ética significa el reconocimiento de nuestra naturaleza racional como rectora de la conducta humana, por la cual somos diferentes de los animales, en los que su comportamiento es biológica e inevitablemente definido por su código genético, lo que no sucede con el ser humano. Y que renunciar a esa característica con que se le privilegió es hacer válido aquello de Hobbes cuando afirmaba que “el hombre era el lobo del hombre”.

Porque lo queramos o no, debido a esa naturaleza racional que nos distingue, somos definitivamente morales, seres libres para tomar decisiones con las cuales podemos darle sentido a nuestra existencia a pesar de las limitaciones de nuestra evidente temporalidad. El hombre, con todo y su manifiesta vulnerabilidad, es el único ser que sabe que sabe, que puede ir hacia su propia intimidad para transformarse, que es capaz de conocerse a sí mismo y así descifrar sus anhelos de trascendencia, la explicación de su esperanza y su sentido de búsqueda. Y porque si así no fuera, el hombre, como dice A. Camus, sólo sería “una bestia salvaje arrojada a este mundo”.

Desafortunadamente sucede que el ser humano muchas veces abdica de esa maravilla con que Dios le privilegió que es su razonamiento y desnaturalizando su misma esencia racional, simplemente desprecia su propia conciencia moral para convertirse en un ser irracional, al que podría aplicarse cabalmente aquel texto del Libro Santo: “…aquel que perturbe su casa, sólo tendrá como herencia el viento…”

Y más trágica que esa, en la segunda parte del texto en la que se lee: “…y entonces el necio hará su siervo al sabio de corazón…”

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LA ETICA: SIGNIFICADO Y TRASCENDENCIA.

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“…la ética es

el mejor ropaje del hombre:

sin ella

estaría desnudo…”

Kahlil Gibrán