/ domingo 10 de marzo de 2019

La familia: retos y oportunidades

Las dinámicas que la familia actual enfrenta, tiene que ver fundamentalmente con el debate entre los principios que por su misma naturaleza esencial debe promover, y los que el espejo social privilegia e impone, y por consecuencia entre los retos y las oportunidades que ambas posturas tienen, en orden a la formación de las personas.

Es evidente, desde luego, que solo a partir de los sistemas de valores que se fomentan en la familia, y que deberían apoyar sus principales colaboradores como son la escuela, el Estado, las iglesias y la sociedad en su conjunto, es que se puede participar eficazmente en la auténtica educación de las nuevas generaciones, para que puedan tener en verdad una vida buena.

Aún más. No basta que de hecho los niños y los jóvenes de nuestras familias conozcan tales valores. Una verdadera educación debería lograr que también quieran practicarlos en su vida, ya que más tarde se enfrentarán a una sociedad que les ofrecerá otros, más seductores y hasta diametralmente opuestos a los aprendidos en el hogar, tales como la obtención del poder, la fama o el dinero, presentados además como requisitos indispensables para ser exitosos, sin que importe el costo. Porque como afirma el escritor J. Ruskin, “educar no es enseñar a alguien algo que antes no sabía, sino convertirlo en alguien que antes no era”

De nada sirve que los padres de familia digan a sus hijos lo vital que es para la sociedad el respeto, la honestidad y el servicio, si por otra parte ellos observan en la vida diaria que es tonto pensar así. Este debería ser el punto clave de la disputa entre lo que se les presenta a los hijos como relevante y lo que no lo es. Pero, ¿cómo pedir a los papás que estén presentes en ese proceso formativo, si escasamente les alcanza el tiempo para “ganarse la vida” y además con mucho esfuerzo, en una sociedad comprometida con la productividad y el desempeño? Las empresas deberían estar también presentes en ese esfuerzo común, ofreciendo más espacios de convivencia familiar, aun a expensas de la ganancia, conscientes que con esa parte también se gana.

Por el otro lado están las instituciones educativas, de las cuales durante mucho tiempo se pensó debían ser solo centros de aprendizaje académico, de excelencia en los contenidos que enseñaban, con profesores y alumnos de “clase mundial”. Pero una comunicación estrecha, esencial y vinculante entre padres de familia y personal de los colegios no se promovía, mucho menos un acuerdo entre lo que los padres consideraban fundamental para una auténtica formación humana integral de sus hijos y lo que las escuelas a través de sus maestros ofrecían en ese mismo sentido. Se daba por sentado que los profesores deberían poner orden en las aulas mientras enseñaban las disciplinas y debían además estar atentos cuando algunas señales negativas se hicieran presentes en los alumnos. Pero, ¿cómo pedir a los profesores que suplan lo que los papás a veces no proporcionan, si ellos mismos a menudo debían elegir entre educar la mente para ofrecer buenas resultados académicos o hacer a un lado el educar el corazón y los valores humanos? La incomunicación acabó por minar la relación entre ambos con los resultados desastrosos que ahora estamos padeciendo. Pero la realidad es que no hay educación excelente sin formación valoral.

¿Qué hacer entonces ante este enorme reto? Los expertos afirman que la solución es hacer consciente la necesidad de estar en un constante diálogo abierto entre todos los que tienen la responsabilidad de formar las generaciones futuras, y reencauzar tanto sus cosmovisiones como sus sistemas de valores, haciendo que funcionen en la práctica los conceptos básicos que puedan cimentar una comunidad justa. Los genuinos “agentes formadores” de los niños y los óvenes deberían llegar a un acuerdo fundamental entre ellos a travès de una “conversación esencial”, que les permita enfrentar con ventaja a los “agentes deformadores”, con quienes compiten. Educar para que sepan elegir con inteligencia y pensamiento crítico aquellos valores desdeñados por el espejo social, pero que constituyen lo único que puede salvarles de llegar a la barbarie, en un mundo que busca confundir lo correcto con lo redituable, presentándolo además como preferible. Y mostrar que de ninguna manera es así.

Pero para todo eso, el Estado debe adoptar, tutelar y exigir sin restricciones, el respeto que la familia merece como institución básica de nuestras comunidades, por encima de intereses, ideas divergentes e injustas discriminaciones, previniendo de esta manera la desintegración familiar y el sistemático descuido de los hijos. Y haciendo transparente para todos que aunque es cierto que la educación comienza en el hogar, no termina ahí y que por lo mismo la escuela no puede desentenderse de la responsabilidad moral que le representa la educación a la que, por vocación, se comprometió.

Ahora que lo único que parece importar es ver cuál “reforma educativa” es la mejor, según criterios políticos y no pedagógicos, como si fuera un juego en el que lo que interesa es ver quién gana y no quién tiene la razón, la familia debería intervenir decididamente en favor de la razón central de la discusión: los niños y jóvenes, meta final de todo real anhelo educativo cuyo su derecho básico debería ser el de aprender, y que parece haber sido olvidado en esa incomprensible lucha político- ideológica.

R.W. Stockman escribió que es cierto que todo en la vida evoluciona, pero que esos cambios forzosamente empiezan en la familia y terminan en ella. Debido a esa inevitable dinámica social deberíamos analizar el sentido profundo de lo que realmente es la educación: saber y querer inculcar, junto con los contenidos académicos, los sistemas de valores y los principios universales que nos hacen humanos, de tal forma que podamos con ellos eliminar de nuestra vida cotidiana lo que nos empobrece y nos lastima como tales. Porque en el fondo, esto es lo que verdaderamente constituye nuestra la razón de nuestro estar en un segundo plano en la educación en el mundo.

LA FAMILIA: RETOS Y OPORTUNIDADES

“Como no educamos al niño, castigamos al hombre…” Pitágoras

Las dinámicas que la familia actual enfrenta, tiene que ver fundamentalmente con el debate entre los principios que por su misma naturaleza esencial debe promover, y los que el espejo social privilegia e impone, y por consecuencia entre los retos y las oportunidades que ambas posturas tienen, en orden a la formación de las personas.

Es evidente, desde luego, que solo a partir de los sistemas de valores que se fomentan en la familia, y que deberían apoyar sus principales colaboradores como son la escuela, el Estado, las iglesias y la sociedad en su conjunto, es que se puede participar eficazmente en la auténtica educación de las nuevas generaciones, para que puedan tener en verdad una vida buena.

Aún más. No basta que de hecho los niños y los jóvenes de nuestras familias conozcan tales valores. Una verdadera educación debería lograr que también quieran practicarlos en su vida, ya que más tarde se enfrentarán a una sociedad que les ofrecerá otros, más seductores y hasta diametralmente opuestos a los aprendidos en el hogar, tales como la obtención del poder, la fama o el dinero, presentados además como requisitos indispensables para ser exitosos, sin que importe el costo. Porque como afirma el escritor J. Ruskin, “educar no es enseñar a alguien algo que antes no sabía, sino convertirlo en alguien que antes no era”

De nada sirve que los padres de familia digan a sus hijos lo vital que es para la sociedad el respeto, la honestidad y el servicio, si por otra parte ellos observan en la vida diaria que es tonto pensar así. Este debería ser el punto clave de la disputa entre lo que se les presenta a los hijos como relevante y lo que no lo es. Pero, ¿cómo pedir a los papás que estén presentes en ese proceso formativo, si escasamente les alcanza el tiempo para “ganarse la vida” y además con mucho esfuerzo, en una sociedad comprometida con la productividad y el desempeño? Las empresas deberían estar también presentes en ese esfuerzo común, ofreciendo más espacios de convivencia familiar, aun a expensas de la ganancia, conscientes que con esa parte también se gana.

Por el otro lado están las instituciones educativas, de las cuales durante mucho tiempo se pensó debían ser solo centros de aprendizaje académico, de excelencia en los contenidos que enseñaban, con profesores y alumnos de “clase mundial”. Pero una comunicación estrecha, esencial y vinculante entre padres de familia y personal de los colegios no se promovía, mucho menos un acuerdo entre lo que los padres consideraban fundamental para una auténtica formación humana integral de sus hijos y lo que las escuelas a través de sus maestros ofrecían en ese mismo sentido. Se daba por sentado que los profesores deberían poner orden en las aulas mientras enseñaban las disciplinas y debían además estar atentos cuando algunas señales negativas se hicieran presentes en los alumnos. Pero, ¿cómo pedir a los profesores que suplan lo que los papás a veces no proporcionan, si ellos mismos a menudo debían elegir entre educar la mente para ofrecer buenas resultados académicos o hacer a un lado el educar el corazón y los valores humanos? La incomunicación acabó por minar la relación entre ambos con los resultados desastrosos que ahora estamos padeciendo. Pero la realidad es que no hay educación excelente sin formación valoral.

¿Qué hacer entonces ante este enorme reto? Los expertos afirman que la solución es hacer consciente la necesidad de estar en un constante diálogo abierto entre todos los que tienen la responsabilidad de formar las generaciones futuras, y reencauzar tanto sus cosmovisiones como sus sistemas de valores, haciendo que funcionen en la práctica los conceptos básicos que puedan cimentar una comunidad justa. Los genuinos “agentes formadores” de los niños y los óvenes deberían llegar a un acuerdo fundamental entre ellos a travès de una “conversación esencial”, que les permita enfrentar con ventaja a los “agentes deformadores”, con quienes compiten. Educar para que sepan elegir con inteligencia y pensamiento crítico aquellos valores desdeñados por el espejo social, pero que constituyen lo único que puede salvarles de llegar a la barbarie, en un mundo que busca confundir lo correcto con lo redituable, presentándolo además como preferible. Y mostrar que de ninguna manera es así.

Pero para todo eso, el Estado debe adoptar, tutelar y exigir sin restricciones, el respeto que la familia merece como institución básica de nuestras comunidades, por encima de intereses, ideas divergentes e injustas discriminaciones, previniendo de esta manera la desintegración familiar y el sistemático descuido de los hijos. Y haciendo transparente para todos que aunque es cierto que la educación comienza en el hogar, no termina ahí y que por lo mismo la escuela no puede desentenderse de la responsabilidad moral que le representa la educación a la que, por vocación, se comprometió.

Ahora que lo único que parece importar es ver cuál “reforma educativa” es la mejor, según criterios políticos y no pedagógicos, como si fuera un juego en el que lo que interesa es ver quién gana y no quién tiene la razón, la familia debería intervenir decididamente en favor de la razón central de la discusión: los niños y jóvenes, meta final de todo real anhelo educativo cuyo su derecho básico debería ser el de aprender, y que parece haber sido olvidado en esa incomprensible lucha político- ideológica.

R.W. Stockman escribió que es cierto que todo en la vida evoluciona, pero que esos cambios forzosamente empiezan en la familia y terminan en ella. Debido a esa inevitable dinámica social deberíamos analizar el sentido profundo de lo que realmente es la educación: saber y querer inculcar, junto con los contenidos académicos, los sistemas de valores y los principios universales que nos hacen humanos, de tal forma que podamos con ellos eliminar de nuestra vida cotidiana lo que nos empobrece y nos lastima como tales. Porque en el fondo, esto es lo que verdaderamente constituye nuestra la razón de nuestro estar en un segundo plano en la educación en el mundo.

LA FAMILIA: RETOS Y OPORTUNIDADES

“Como no educamos al niño, castigamos al hombre…” Pitágoras