/ domingo 27 de diciembre de 2020

La felicidad no es absoluta, sino comparativa

Thomas Hobbes fue un filósofo descrito como el primer filósofo individualista y egoísta. Para Hobbes todos los hombres son egoístas, por lo que el interés propio puede ser el único motivo de acción.

Este reconocimiento del egoísmo como principio de acción social se ha mal interpretado como apología, no obstante, no es puro cinismo, sino resultado de la cruda constatación de una verdad que para Hobbes por más dura que fuera, era inobjetable y más valía aceptar.

Hobbes estaba preocupado por el problema de cómo organizar la sociedad de tal manera que se permitiera al interés individual de sus miembros la máxima libertad para operar sin invadir los "derechos" de los demás, pero sin permitir que el estado de confrontación permanente entre los integrantes de la sociedad la deshiciera.

Hobbes argumentaba que todos desean lo que él llamó "felicidad", cuando se referían a sus propios intereses y que el medio para obtener esa felicidad es mediante el ejercicio del poder. Todo hombre disfruta o sufre de un perpetuo e inquieto deseo de poder, porque el poder es el requisito esencial para la felicidad, que no sería otra cosa que la satisfacción de sus deseos competitivos.

La condición original del hombre era la de una criatura que vivía en un "estado de naturaleza", en el que estaba en constante conflicto con sus semejantes. Vivía en un estado perpetuo de miedo. No había ley, propiedad, justicia o "derecho".

En un estado de naturaleza es muy difícil, si no imposible, escapar de otras personas, que constantemente se interponen en el camino del individuo en busca de su propio interés y seguridad. Las personas compiten por la posesión de los mismos objetos y por lo tanto, se convierten en enemigos. Los competidores más exitosos adquieren la mayor cantidad de enemigos y por lo tanto corren mayor peligro.

Para Michael Oakeshott pensador conservador al comentar la obra de Hobbes sostuvo que “Haber construido una casa y cultivado un jardín es una invitación a todos los demás para que la tomen por la fuerza, porque va en contra de la visión común de la felicidad el cansarse de hacer lo que se puede adquirir por medios menos arduos”. Gran parte de la felicidad de uno proviene del sentimiento de superioridad, de tener más o mejor que los demás. Por tanto, la competencia es fundamental, no accidental. Hobbes lo describió como "Una contienda perpetua por el honor, la riqueza y la autoridad".

Cada hombre es casi igual a cualquier otro hombre en el poder. La superioridad en la fuerza es una ilusión o, si es real, es temporal. El estado natural es, por tanto, una competencia de iguales por la felicidad, que es necesariamente escasa por el deseo de superioridad.

Para finales del siglo XIX el teórico social Thorstein Veblen, llegaba a una parecida conclusión, para Veblen en su obra La Clase Ociosa, el móvil que hay en la raíz de la propiedad es la emulación por envidia. Al tener la riqueza y las posesiones el carácter de trofeo que confiere honor y distinción y signo de éxitos conseguidos en el juego entre iguales, los participantes enzarzados en la competencia por superar al vecino los llevan a incrementar sus propiedades como medio para distanciarse, sobresalir y granjearse la admiración de los demás y de esta forma obtener la gratificación de la distinción que por sí misma ha ganado el carácter de objeto de deseo social.

“En cuanto la posesión de la propiedad llega a ser la base de la estimación popular, se convierte también en requisito de esa complacencia que denominamos el propio respeto. En cualquier comunidad donde los bienes se poseen por separado, el individuo necesita para su tranquilidad mental poseer una parte de bienes tan grande como la porción que tienen otros con los cuales está acostumbrado a clasificarse; y es en extremo agradable poseer algo más que ellos. Pero en cuanto una persona hace nuevas adquisiciones y se acostumbra a los nuevos niveles de riqueza resultantes de aquellas, el nuevo nivel deja de ofrecerle una satisfacción apreciablemente mayor de la que le proporcionaba el antiguo”. T. Veblen, La Clase Ociosa.

Por lo cual, la idealización romántica que efectúan los partidarios del neoliberalismo acerca del libre Mercado, encubre el hecho que detrás de la competencia con el fin perseguido de la acumulación para alcanzar un grado superior cuando la insatisfacción crónica en la comparación de los bienes de los demás le resulte desfavorable es la envidia.

Porque la comparación valorativa no puede llegar nunca a su fin, ya que tan pronto crea colocarse en un rango más elevado en relación con sus competidores, tan pronto estos sentirán el estímulo por superarlo a él, en una carrera de vanidades que conduce al abismo a toda la sociedad en una fútil lucha por la distinción social.

Regeneración.

Thomas Hobbes fue un filósofo descrito como el primer filósofo individualista y egoísta. Para Hobbes todos los hombres son egoístas, por lo que el interés propio puede ser el único motivo de acción.

Este reconocimiento del egoísmo como principio de acción social se ha mal interpretado como apología, no obstante, no es puro cinismo, sino resultado de la cruda constatación de una verdad que para Hobbes por más dura que fuera, era inobjetable y más valía aceptar.

Hobbes estaba preocupado por el problema de cómo organizar la sociedad de tal manera que se permitiera al interés individual de sus miembros la máxima libertad para operar sin invadir los "derechos" de los demás, pero sin permitir que el estado de confrontación permanente entre los integrantes de la sociedad la deshiciera.

Hobbes argumentaba que todos desean lo que él llamó "felicidad", cuando se referían a sus propios intereses y que el medio para obtener esa felicidad es mediante el ejercicio del poder. Todo hombre disfruta o sufre de un perpetuo e inquieto deseo de poder, porque el poder es el requisito esencial para la felicidad, que no sería otra cosa que la satisfacción de sus deseos competitivos.

La condición original del hombre era la de una criatura que vivía en un "estado de naturaleza", en el que estaba en constante conflicto con sus semejantes. Vivía en un estado perpetuo de miedo. No había ley, propiedad, justicia o "derecho".

En un estado de naturaleza es muy difícil, si no imposible, escapar de otras personas, que constantemente se interponen en el camino del individuo en busca de su propio interés y seguridad. Las personas compiten por la posesión de los mismos objetos y por lo tanto, se convierten en enemigos. Los competidores más exitosos adquieren la mayor cantidad de enemigos y por lo tanto corren mayor peligro.

Para Michael Oakeshott pensador conservador al comentar la obra de Hobbes sostuvo que “Haber construido una casa y cultivado un jardín es una invitación a todos los demás para que la tomen por la fuerza, porque va en contra de la visión común de la felicidad el cansarse de hacer lo que se puede adquirir por medios menos arduos”. Gran parte de la felicidad de uno proviene del sentimiento de superioridad, de tener más o mejor que los demás. Por tanto, la competencia es fundamental, no accidental. Hobbes lo describió como "Una contienda perpetua por el honor, la riqueza y la autoridad".

Cada hombre es casi igual a cualquier otro hombre en el poder. La superioridad en la fuerza es una ilusión o, si es real, es temporal. El estado natural es, por tanto, una competencia de iguales por la felicidad, que es necesariamente escasa por el deseo de superioridad.

Para finales del siglo XIX el teórico social Thorstein Veblen, llegaba a una parecida conclusión, para Veblen en su obra La Clase Ociosa, el móvil que hay en la raíz de la propiedad es la emulación por envidia. Al tener la riqueza y las posesiones el carácter de trofeo que confiere honor y distinción y signo de éxitos conseguidos en el juego entre iguales, los participantes enzarzados en la competencia por superar al vecino los llevan a incrementar sus propiedades como medio para distanciarse, sobresalir y granjearse la admiración de los demás y de esta forma obtener la gratificación de la distinción que por sí misma ha ganado el carácter de objeto de deseo social.

“En cuanto la posesión de la propiedad llega a ser la base de la estimación popular, se convierte también en requisito de esa complacencia que denominamos el propio respeto. En cualquier comunidad donde los bienes se poseen por separado, el individuo necesita para su tranquilidad mental poseer una parte de bienes tan grande como la porción que tienen otros con los cuales está acostumbrado a clasificarse; y es en extremo agradable poseer algo más que ellos. Pero en cuanto una persona hace nuevas adquisiciones y se acostumbra a los nuevos niveles de riqueza resultantes de aquellas, el nuevo nivel deja de ofrecerle una satisfacción apreciablemente mayor de la que le proporcionaba el antiguo”. T. Veblen, La Clase Ociosa.

Por lo cual, la idealización romántica que efectúan los partidarios del neoliberalismo acerca del libre Mercado, encubre el hecho que detrás de la competencia con el fin perseguido de la acumulación para alcanzar un grado superior cuando la insatisfacción crónica en la comparación de los bienes de los demás le resulte desfavorable es la envidia.

Porque la comparación valorativa no puede llegar nunca a su fin, ya que tan pronto crea colocarse en un rango más elevado en relación con sus competidores, tan pronto estos sentirán el estímulo por superarlo a él, en una carrera de vanidades que conduce al abismo a toda la sociedad en una fútil lucha por la distinción social.

Regeneración.