/ martes 13 de noviembre de 2018

La fortuna no solo es ciega, sino que ofusca y ciega también a los favorecidos

Sobre la gran balanza de la fortuna, raramente se detiene el fiel; debes subir o bajar; debes dominar y ganar o servir y perder, sufrir o triunfar; ser yunque o ser martillo. Frase de Johann Wolfgang von Goethe que define tan bien a la tan culpada fortuna. Sobran los ejemplos de jugadores que han visto truncada su carrera a causa de una infausta lesión que, más que a su físico, lesionó a su espíritu, en muchos de estos casos el daño ha llegado hasta la amputación de algún miembro. Sin embargo, la amputación más dolorosa fue la del alma en el momento de que murió la ilusión anhelada.


Hoy que el Cruz Azul ha recobrado el poder de su famosa Máquina, es bueno recordar la historia de un gran futbolista que merece ser de la partida. César Villaluz desde pequeño se caracterizó por tener un estilo muy peculiar para dominar el balón. Desde su infancia, la pelota fue su juguete favorito. Su padre lo encaminó para que se integrara con los demás niños jugando fut-bol. En su infancia, destacó en el colegio por ser muy responsable y tener muchos amigos, pero su gusto por el futbol era lo principal.

Villaluz asistía diariamente a la escuela de futbol en que fue inscrito por su padre, pudiendo así participar en varios torneos, ganando reconocimiento, viéndose recompensados sus esfuerzos cuando fue tomado en cuenta para formar parte de la Selección Sub-17 y debutar más tarde en el profesionalismo con el primer equipo del Cruz Azul. En 2005, la Selección Mexicana Sub-17 hizo historia tras vencer a Brasil 3-0 para coronarse campeona mundial de la categoría. En dicho equipo destacaban también Carlos Vela, Héctor Moreno, Giovani dos Santos, Enrique Esqueda (otro lesionado) y el mismo Villaluz, entre otros.

Todos ellos eran candidatos para ascender a la selección mayor, sobre todo el cementero Villaluz, quien se abría paso al protagonismo, hasta que de pronto todo cambió cuando José Manuel Cruzalta, con una entrada sumamente fuerte, le dio de lleno en la espalda al chaparrito, que no pudo continuar, teniendo que ser trasladado de inmediato a un hospital. Aunque Villaluz retomó la actividad deportiva en la fecha 2 del Clausura 2009, su nivel quedó muy lejos de ser el mismo de antes. Apoderándose de él la irregularidad, tal y como ocurrió con el inolvidable Onofre, cuando en un entrenamiento previo al Mundial de 1970, en una jugada accidental, sufrió una lesión de la que jamás se pudo recuperar, impidiéndole volver a ser el que antes fue.

Villaluz apareció más adelante con el San Luis del 2011 al 2013, bajando con el equipo a la Liga de Ascenso en 2015-2016, pasando después al Celaya, en donde luchó por la titularidad, pero solamente jugó tres partidos, cumpliendo 629 minutos que lo alejaron de los reflectores y del nivel que antes lo colocó como candidato a emigrar al futbol de Europa. Así su carrera con el Cruz Azul, San Luis, Chiapas, Celaya y San Pedro de Guatemala sirvió de paliativo para la dolorosa amputación de un valiente espíritu que jamás se rindió y, que seguramente hoy disfruta de la cercanía del cumplimiento de un sueño que tanto acarició, el de ver al Cruz Azul coronarse en una Liga.

El deportista está expuesto permanentemente a todo tipo de lesiones. Basta con mirar un juego para hacerse la pregunta, ¿cómo es posible que al término del partido no haya lesionados? Cada deporte tiene sus riesgos. Algunas personas me han preguntado que cómo soy tan imprudente como para acercar mi cabeza a un balón que va a ser pateado por un rival. Mi respuesta es que los años de experiencia me han enseñado a distinguir y medir todos los tipos de riesgo en el futbol, que es mi deporte. Sin embargo, cuando estoy mirando un juego de baloncesto, siento pánico al ver la velocidad que alcanzan los jugadores teniendo el graderío de concreto a un metro de distancia de la línea que marca la zona de juego, que sin embargo le es suficiente para que el basquetbolista frene, salte o cambie el curso de su carrera.

El beisbol es otro deporte que practiqué de joven y en el que la velocidad de la pelota la convierte en un proyectil altamente peligroso, pero sobre la base del entrenamiento, acaba el deportista por sentir el dolor que produce un impacto, como para no considerarlo tan importante, invadiéndolo una calma, que el jugador aprovecha para atender bien la forma de atacar a la pelota, contactándola con el guante especial para ello. Imaginen igual una caída de la bicicleta, o una mala entrada al agua en un clavado de 10 metros. Finalmente, para eso son los entrenamientos y, si aún así, una lesión merma nuestra capacidad de acción y reacción, algo de lo que tuvimos permanecerá, permitiendo que aquello que tanto nos ha hecho disfrutar, nos sirva para algo. Siempre ocurre que al mermar nuestra capacidad, incrementa en nuestra actitud el sentido de la colectividad y el entusiasmo por el esfuerzo conjunto.

Hasta pronto amigo.


Sobre la gran balanza de la fortuna, raramente se detiene el fiel; debes subir o bajar; debes dominar y ganar o servir y perder, sufrir o triunfar; ser yunque o ser martillo. Frase de Johann Wolfgang von Goethe que define tan bien a la tan culpada fortuna. Sobran los ejemplos de jugadores que han visto truncada su carrera a causa de una infausta lesión que, más que a su físico, lesionó a su espíritu, en muchos de estos casos el daño ha llegado hasta la amputación de algún miembro. Sin embargo, la amputación más dolorosa fue la del alma en el momento de que murió la ilusión anhelada.


Hoy que el Cruz Azul ha recobrado el poder de su famosa Máquina, es bueno recordar la historia de un gran futbolista que merece ser de la partida. César Villaluz desde pequeño se caracterizó por tener un estilo muy peculiar para dominar el balón. Desde su infancia, la pelota fue su juguete favorito. Su padre lo encaminó para que se integrara con los demás niños jugando fut-bol. En su infancia, destacó en el colegio por ser muy responsable y tener muchos amigos, pero su gusto por el futbol era lo principal.

Villaluz asistía diariamente a la escuela de futbol en que fue inscrito por su padre, pudiendo así participar en varios torneos, ganando reconocimiento, viéndose recompensados sus esfuerzos cuando fue tomado en cuenta para formar parte de la Selección Sub-17 y debutar más tarde en el profesionalismo con el primer equipo del Cruz Azul. En 2005, la Selección Mexicana Sub-17 hizo historia tras vencer a Brasil 3-0 para coronarse campeona mundial de la categoría. En dicho equipo destacaban también Carlos Vela, Héctor Moreno, Giovani dos Santos, Enrique Esqueda (otro lesionado) y el mismo Villaluz, entre otros.

Todos ellos eran candidatos para ascender a la selección mayor, sobre todo el cementero Villaluz, quien se abría paso al protagonismo, hasta que de pronto todo cambió cuando José Manuel Cruzalta, con una entrada sumamente fuerte, le dio de lleno en la espalda al chaparrito, que no pudo continuar, teniendo que ser trasladado de inmediato a un hospital. Aunque Villaluz retomó la actividad deportiva en la fecha 2 del Clausura 2009, su nivel quedó muy lejos de ser el mismo de antes. Apoderándose de él la irregularidad, tal y como ocurrió con el inolvidable Onofre, cuando en un entrenamiento previo al Mundial de 1970, en una jugada accidental, sufrió una lesión de la que jamás se pudo recuperar, impidiéndole volver a ser el que antes fue.

Villaluz apareció más adelante con el San Luis del 2011 al 2013, bajando con el equipo a la Liga de Ascenso en 2015-2016, pasando después al Celaya, en donde luchó por la titularidad, pero solamente jugó tres partidos, cumpliendo 629 minutos que lo alejaron de los reflectores y del nivel que antes lo colocó como candidato a emigrar al futbol de Europa. Así su carrera con el Cruz Azul, San Luis, Chiapas, Celaya y San Pedro de Guatemala sirvió de paliativo para la dolorosa amputación de un valiente espíritu que jamás se rindió y, que seguramente hoy disfruta de la cercanía del cumplimiento de un sueño que tanto acarició, el de ver al Cruz Azul coronarse en una Liga.

El deportista está expuesto permanentemente a todo tipo de lesiones. Basta con mirar un juego para hacerse la pregunta, ¿cómo es posible que al término del partido no haya lesionados? Cada deporte tiene sus riesgos. Algunas personas me han preguntado que cómo soy tan imprudente como para acercar mi cabeza a un balón que va a ser pateado por un rival. Mi respuesta es que los años de experiencia me han enseñado a distinguir y medir todos los tipos de riesgo en el futbol, que es mi deporte. Sin embargo, cuando estoy mirando un juego de baloncesto, siento pánico al ver la velocidad que alcanzan los jugadores teniendo el graderío de concreto a un metro de distancia de la línea que marca la zona de juego, que sin embargo le es suficiente para que el basquetbolista frene, salte o cambie el curso de su carrera.

El beisbol es otro deporte que practiqué de joven y en el que la velocidad de la pelota la convierte en un proyectil altamente peligroso, pero sobre la base del entrenamiento, acaba el deportista por sentir el dolor que produce un impacto, como para no considerarlo tan importante, invadiéndolo una calma, que el jugador aprovecha para atender bien la forma de atacar a la pelota, contactándola con el guante especial para ello. Imaginen igual una caída de la bicicleta, o una mala entrada al agua en un clavado de 10 metros. Finalmente, para eso son los entrenamientos y, si aún así, una lesión merma nuestra capacidad de acción y reacción, algo de lo que tuvimos permanecerá, permitiendo que aquello que tanto nos ha hecho disfrutar, nos sirva para algo. Siempre ocurre que al mermar nuestra capacidad, incrementa en nuestra actitud el sentido de la colectividad y el entusiasmo por el esfuerzo conjunto.

Hasta pronto amigo.