/ domingo 20 de octubre de 2019

La hermandad

El amor entre hermanos es un sentimiento muy especial y no se parece a ningún otro cariño.

Comienza desde el momento en que tenemos conciencia de que somos parte de la misma familia, clan o tribu. Compartimos el mismo credo, las mismas enseñanzas, las mismas vivencias. Sufrimos las mismas pérdidas, los mismos duelos y alegrías. Fuimos gestados en el mismo vientre y provenimos de la misma fuente de vida que rompió el óvulo. Genes, padres, hogar, la misma historia familiar. Yo tengo solo una hermana y doy gracias a Dios por ella.

Venimos del mismo árbol y raíz; esto nos une y ensambla para siempre, no importa las desa-venencias que puedan surgir entre nosotros a lo largo de la vida. Los hermanos son parte integral de uno mismo. Por eso el vínculo es tan fuerte. “Se pelean como hermanos…”, dice el refrán, porque los hermanos solemos reñir y a veces nos distanciamos por ratos largos pero al final fumamos la pipa de la paz porque si hay heridas la hermandad las sana.

Cuando un hermano se va del hogar, su espacio vacío es desolador porque ya no tenemos a la mano a nuestro carnal. Cuando Caín mató a Abel, Dios lo arrojo al este del paraíso condenándolo a vagar más de cien años por haber cometido fratricidio. El asesino más desalmado retrocede cuando se trata de un hermano. Hay grandes historias sobre el tema en la Literatura Universal; Mujercitas, Rocco y sus Hermanos, los Hermanos Karamasov, Hermanos de Sangre y muchísimas más ya que es un tema que da para mucho.

La lealtad y sobre todo el amor, debe imperar hasta el fin de nuestros días. Así lo sentimos y así nos lo inculcaron porque no hay dolor más grande para unos padres que el ver a sus hijos distanciados y desunidos. Es un vínculo que nada ni nadie debe separar.

La armonía entre hermanos hace hermosa la vida familiar ya que el amor y la solidaridad entre ellos es el fruto de la siembra de los padres a los que les da la enorme tranquilidad de que al partir, sus hijos seguirán unidos.

El amor entre hermanos es un sentimiento muy especial y no se parece a ningún otro cariño.

Comienza desde el momento en que tenemos conciencia de que somos parte de la misma familia, clan o tribu. Compartimos el mismo credo, las mismas enseñanzas, las mismas vivencias. Sufrimos las mismas pérdidas, los mismos duelos y alegrías. Fuimos gestados en el mismo vientre y provenimos de la misma fuente de vida que rompió el óvulo. Genes, padres, hogar, la misma historia familiar. Yo tengo solo una hermana y doy gracias a Dios por ella.

Venimos del mismo árbol y raíz; esto nos une y ensambla para siempre, no importa las desa-venencias que puedan surgir entre nosotros a lo largo de la vida. Los hermanos son parte integral de uno mismo. Por eso el vínculo es tan fuerte. “Se pelean como hermanos…”, dice el refrán, porque los hermanos solemos reñir y a veces nos distanciamos por ratos largos pero al final fumamos la pipa de la paz porque si hay heridas la hermandad las sana.

Cuando un hermano se va del hogar, su espacio vacío es desolador porque ya no tenemos a la mano a nuestro carnal. Cuando Caín mató a Abel, Dios lo arrojo al este del paraíso condenándolo a vagar más de cien años por haber cometido fratricidio. El asesino más desalmado retrocede cuando se trata de un hermano. Hay grandes historias sobre el tema en la Literatura Universal; Mujercitas, Rocco y sus Hermanos, los Hermanos Karamasov, Hermanos de Sangre y muchísimas más ya que es un tema que da para mucho.

La lealtad y sobre todo el amor, debe imperar hasta el fin de nuestros días. Así lo sentimos y así nos lo inculcaron porque no hay dolor más grande para unos padres que el ver a sus hijos distanciados y desunidos. Es un vínculo que nada ni nadie debe separar.

La armonía entre hermanos hace hermosa la vida familiar ya que el amor y la solidaridad entre ellos es el fruto de la siembra de los padres a los que les da la enorme tranquilidad de que al partir, sus hijos seguirán unidos.