/ lunes 23 de septiembre de 2019

La imagen de la voz

Cuando Woody Allen planteaba en Días de radio/1987 su delirante odisea por la vida de los neoyorkinos de los años cuarenta, el panorama de la radio, como vehículo de entretenimiento e información de masas, era por demás imprescindible.

Con el paso del tiempo, las revisiones sociológicas en todos los órdenes no han quedado exentas después de los impactos de las nuevas tecnologías. La vida, indudablemente, ha cambiado para todos. Esclavos del celular, de la Internet, parecería que el ente llamado radio (invento adjudicado a Tesla y Marconi) es cosa del pasado, aun cuando su transmisión on line le sigue dando vigencia.

La casa de la radio (La maison de la radio) / Francia- Japón- 2012, documental de Nicolas (sin acento en la a) Philibert, es un recorrido por Radio France, en París, con una inusual cadencia fílmica.

Es casi una etiqueta que el documentalista, cuando está al frente de un proyecto que muestra la historia de una institución, lo haga desde la óptica del que quiere demostrar algo político. Philibert en La casa de la radio da la impresión (como lo hizo con La ciudad Louvre/ 1990) de apostarle al registro visual cual testigo de un hecho contundente y que ha definido el siglo veinte, la radio.

Mediante un viaje de un día en los interiores de la famosa estación Radio France (a las orillas del río Sena), Philibert explora casi con ternura a quienes hacen los programas radiofónicos con lo más moderno de la tecnología, contra lo que pudiese pensarse. Así, de reportes del estado del clima, participaciones de cantantes en vivo (como Maia Vidal a quien imprimieron como póster del filme), noticieros, analistas financieros, críticos de cine (por allí vemos a Jean Claude Carriérre), expertos en música, en deportes, en asuntos sociales, en filosofía (no perder de vista a Umberto Eco).

Ver en un filme gente que acude a estudios de radio parecería algo destinado al museo de los medios. Nicolas Philibert en La casa de la radio mete al espectador en un vaivén agradecible, sin la pedantería del intelectual que nos quiere endilgar el significado más nimio de las cosas o de las acciones. Philibert nos deja ver al técnico, al guionista, al ingeniero, a la recepcionista, al locutor, a los reporteros, a los que preparan las entrevistas, al jalacables, en fin a quienes se suben a la aún navegante arca por las procelosas aguas de las ondas hertzianas y los recovecos de la red.

Lo interesante de este documental no es la monserga tal vez de un Michael Moore por querer restregarnos que estamos ante un medio en vías de extinción o anacrónica ante la brutal era cibernética que de a poco va ocupando el espectro de las comunicaciones. Nicolas Philibert nos solos frente a los sonidos, silencios, rostros, risas, emociones y pulsaciones de quienes son los Robinson Crusoe de unos de los medios favoritos de las generaciones de nuestros padres y abuelos…

Cuando Woody Allen planteaba en Días de radio/1987 su delirante odisea por la vida de los neoyorkinos de los años cuarenta, el panorama de la radio, como vehículo de entretenimiento e información de masas, era por demás imprescindible.

Con el paso del tiempo, las revisiones sociológicas en todos los órdenes no han quedado exentas después de los impactos de las nuevas tecnologías. La vida, indudablemente, ha cambiado para todos. Esclavos del celular, de la Internet, parecería que el ente llamado radio (invento adjudicado a Tesla y Marconi) es cosa del pasado, aun cuando su transmisión on line le sigue dando vigencia.

La casa de la radio (La maison de la radio) / Francia- Japón- 2012, documental de Nicolas (sin acento en la a) Philibert, es un recorrido por Radio France, en París, con una inusual cadencia fílmica.

Es casi una etiqueta que el documentalista, cuando está al frente de un proyecto que muestra la historia de una institución, lo haga desde la óptica del que quiere demostrar algo político. Philibert en La casa de la radio da la impresión (como lo hizo con La ciudad Louvre/ 1990) de apostarle al registro visual cual testigo de un hecho contundente y que ha definido el siglo veinte, la radio.

Mediante un viaje de un día en los interiores de la famosa estación Radio France (a las orillas del río Sena), Philibert explora casi con ternura a quienes hacen los programas radiofónicos con lo más moderno de la tecnología, contra lo que pudiese pensarse. Así, de reportes del estado del clima, participaciones de cantantes en vivo (como Maia Vidal a quien imprimieron como póster del filme), noticieros, analistas financieros, críticos de cine (por allí vemos a Jean Claude Carriérre), expertos en música, en deportes, en asuntos sociales, en filosofía (no perder de vista a Umberto Eco).

Ver en un filme gente que acude a estudios de radio parecería algo destinado al museo de los medios. Nicolas Philibert en La casa de la radio mete al espectador en un vaivén agradecible, sin la pedantería del intelectual que nos quiere endilgar el significado más nimio de las cosas o de las acciones. Philibert nos deja ver al técnico, al guionista, al ingeniero, a la recepcionista, al locutor, a los reporteros, a los que preparan las entrevistas, al jalacables, en fin a quienes se suben a la aún navegante arca por las procelosas aguas de las ondas hertzianas y los recovecos de la red.

Lo interesante de este documental no es la monserga tal vez de un Michael Moore por querer restregarnos que estamos ante un medio en vías de extinción o anacrónica ante la brutal era cibernética que de a poco va ocupando el espectro de las comunicaciones. Nicolas Philibert nos solos frente a los sonidos, silencios, rostros, risas, emociones y pulsaciones de quienes son los Robinson Crusoe de unos de los medios favoritos de las generaciones de nuestros padres y abuelos…