/ lunes 20 de septiembre de 2021

La madriguera del lobo | Las tres metamorfosis de la política

Los distintos giros y cambios de postura que acontecen en la política mexicana se pueden clasificar en varias etapas de metamorfosis, a todos los niveles, aunque en teoría se debería de conservar la esencia con la que se llega a ella, en muy buena medida por un tema ideológico y de activismo social, eso es lo que al menos debería ser la política de fondo, para conseguir objetivos en el andar electoral y después poderlos materializar como servidor público.

La mejor expresión de la política sería, de entrada, que fuera por vocación, y que una vez convertida en servicio público mantuviera de cada uno de sus actores el mismo compromiso, pero es justo ahí en donde irónicamente algunas veces algo empieza a cambiar.

Para empezar a describirlo, lo primero que se termina es la democracia, con todo ese arrojo interno del propio partido que construyeron sus hombres y mujeres para ganar una elección, con la crítica de todo aquello que señalaron como sumisión de los de enfrente, ahora lo empezarán a llamar disciplina.

Inexplicablemente las organizaciones que dieron muestra pública de “liderazgo interno y autónomo” se convierten en dependencias del líder electo, y quienes designen o “elijan” en dirigirlas, en empleados públicos. A esto le podemos llamar la transformación del partido, es decir la primera etapa.

A partir de ese momento la capacidad de los líderes se vuelve reverente y “le dan la hora al nuevo líder”, por supuesto, “la que usted diga señor”, todo aquello que se decida en adelante va a depender del criterio de quien ahora toma las decisiones y, claro, de “sus allegados de confianza” capaces o incapaces, pero finalmente allegados.

De ese grupo de leales surgirán los nuevos y mansos dirigentes de los partidos, que se encargarán de iniciar el viaje por el ahora llamado triunfo, con toda su incompetencia y desde luego de bajo perfil como parte de su currículo.

Está claro que ahora ya no cuenta ser un líder nato, o genuino servidor público que sobresalga, porque eso inquieta al líder, al jefe, y es cuando entonces se requiere ser discreto y evidentemente mediocre, para no poner nervioso al equipo de “leales asesores”.

El perfil de las mujeres y los hombres ganadores, que ayudaron a cambiar la historia, ahora ya no son materia prima, porque el “cambio ya llegó”, es aquí cuando se concreta la segunda metamorfosis: la del capital humano.

En ese mismo contexto de cambios, el equipo de trabajo que en otros momentos fuera hostilizado, perseguido y bloqueado por el gobierno al que le ganó en las urnas, ahora será el que con el uso faccioso de instituciones y del poder persiga, siembre delitos e intimide a quienes son sus competidores, o al menos cree que lo son.

Esta sería la más turbia de las tres metamorfosis de la política, en donde líderes, instituciones y protagonistas escriben la misma historia en distinto lugar.

Como una importante reflexión de todo esto que ya conocemos, es que la gente ya sabe e interpreta perfectamente esta metamorfosis, sin embargo, también es cierto que en nuestro país en algunos sectores y generaciones se termina normalizando esta forma de hacer política, se aceptan hasta como parte de un “rito y folclor” todos estos cambios.

Costumbre atípica en otros países, que para el futuro de México debe erradicarse de fondo, para darle un ejemplo digno a los jóvenes de que la política no requiere metamorfosis. Aunque parezca normal.

Hasta pronto.

Los distintos giros y cambios de postura que acontecen en la política mexicana se pueden clasificar en varias etapas de metamorfosis, a todos los niveles, aunque en teoría se debería de conservar la esencia con la que se llega a ella, en muy buena medida por un tema ideológico y de activismo social, eso es lo que al menos debería ser la política de fondo, para conseguir objetivos en el andar electoral y después poderlos materializar como servidor público.

La mejor expresión de la política sería, de entrada, que fuera por vocación, y que una vez convertida en servicio público mantuviera de cada uno de sus actores el mismo compromiso, pero es justo ahí en donde irónicamente algunas veces algo empieza a cambiar.

Para empezar a describirlo, lo primero que se termina es la democracia, con todo ese arrojo interno del propio partido que construyeron sus hombres y mujeres para ganar una elección, con la crítica de todo aquello que señalaron como sumisión de los de enfrente, ahora lo empezarán a llamar disciplina.

Inexplicablemente las organizaciones que dieron muestra pública de “liderazgo interno y autónomo” se convierten en dependencias del líder electo, y quienes designen o “elijan” en dirigirlas, en empleados públicos. A esto le podemos llamar la transformación del partido, es decir la primera etapa.

A partir de ese momento la capacidad de los líderes se vuelve reverente y “le dan la hora al nuevo líder”, por supuesto, “la que usted diga señor”, todo aquello que se decida en adelante va a depender del criterio de quien ahora toma las decisiones y, claro, de “sus allegados de confianza” capaces o incapaces, pero finalmente allegados.

De ese grupo de leales surgirán los nuevos y mansos dirigentes de los partidos, que se encargarán de iniciar el viaje por el ahora llamado triunfo, con toda su incompetencia y desde luego de bajo perfil como parte de su currículo.

Está claro que ahora ya no cuenta ser un líder nato, o genuino servidor público que sobresalga, porque eso inquieta al líder, al jefe, y es cuando entonces se requiere ser discreto y evidentemente mediocre, para no poner nervioso al equipo de “leales asesores”.

El perfil de las mujeres y los hombres ganadores, que ayudaron a cambiar la historia, ahora ya no son materia prima, porque el “cambio ya llegó”, es aquí cuando se concreta la segunda metamorfosis: la del capital humano.

En ese mismo contexto de cambios, el equipo de trabajo que en otros momentos fuera hostilizado, perseguido y bloqueado por el gobierno al que le ganó en las urnas, ahora será el que con el uso faccioso de instituciones y del poder persiga, siembre delitos e intimide a quienes son sus competidores, o al menos cree que lo son.

Esta sería la más turbia de las tres metamorfosis de la política, en donde líderes, instituciones y protagonistas escriben la misma historia en distinto lugar.

Como una importante reflexión de todo esto que ya conocemos, es que la gente ya sabe e interpreta perfectamente esta metamorfosis, sin embargo, también es cierto que en nuestro país en algunos sectores y generaciones se termina normalizando esta forma de hacer política, se aceptan hasta como parte de un “rito y folclor” todos estos cambios.

Costumbre atípica en otros países, que para el futuro de México debe erradicarse de fondo, para darle un ejemplo digno a los jóvenes de que la política no requiere metamorfosis. Aunque parezca normal.

Hasta pronto.