/ domingo 8 de diciembre de 2019

La música en Diciembre

Café Costeñito, S.A. de C.V., en el marco de su extensión Café Cultura, invita a su XXII Concierto de Navidad, a celebrarse el próximo lunes 9 en el Teatro Metropolitano, con entrada gratuita.

La música en Diciembre invita a la evocación… Al nacer Piótr Ilich Tchaikovsky, no había en su entorno familiar un ambiente de música. Aunque aprendió a tocar el piano en sus años infantes, al trasladarse su familia a San Petersburgo en 1850, se decidió que estudiaría leyes. Y no fue sino hasta pasados los veinte años cuando pudo dedicarse de lleno a este arte. Se había diplomado en el conservatorio y sus composiciones iban, en alguna medida, adheridas al estilo clásico con desarrollos dogmáticos. La familia Romanov era adoradora de sus creaciones, favoreciendo esta circunstancia verlas tocadas por toda Rusia. En su música vibraban las voces populares: era incuestionablemente rusa. Pero el grupo de los Cinco Grandes no supo con certitud “qué hacer con él”. Se ajustaba mucho a la tradición europea y tenía justo lo que a este grupo le faltaba: un caudal de melodías melancólicas y hondamente sensuales que le acarrearon fama en todo el mundo.

Tchaikovsky no tuvo por su parte una elevada opinión del círculo de los Cinco, con quienes estuvo en San Petersburgo en 1868 ejecutando, a partir del manuscrito, su sinfonía Ensoñaciones de Invierno. Por tener sus melodías una dosis de nacionalismo suficiente, Rimsky-Korsakov escribió: “Nuestra anterior opinión de él cobró un sesgo más favorable, si bien su educación en el conservatorio todavía levantaba una barrera considerable entre él y nosotros”. Tchaikovsky mientras tanto, solía llamarles en privado el “Club Jacobino”.

Dedicado, tenaz, y soportando como podía sus padecimientos nerviosos y su carácter abstraído, Tchaikovsky tuvo un intento de matrimonio (era exclusivamente homosexual) en 1877, que terminaría apenas cumplidas nueve semanas, tras una crisis depresiva total. Por este tiempo le llegaría la ayuda de una mujer adinerada y extraña, Nadieshda von Meck, quien lo apoyó fijándole una anualidad con la condición de que nunca se vieran. Durante catorce años mantuvieron una comunicación epistolar íntima y apasionada. Y a ella le seguía perturbando la sola idea de un encuentro con él: “Hubo un tiempo en que yo ansiaba profundamente conocerlo; pero ahora, cuanto más usted me fascina, más temo relacionarme” –le escribió. Súbitamente, en medio del aplauso y el éxito que a raudales tenía, recibió Tchaikovsky en 1890 un duro golpe al suspenderse, sin mediar explicación, la pensión de Nadieshda; ella rehusó contestar las cartas a su artista entrañable, y la humillación y el sentimiento de amargura perduraron en él por siempre. Algunos biógrafos sostienen que la ruptura vino porque ella se enteró de sus desviaciones.

Pero antes, en 1885, se había retirado el músico a una pequeña finca. Allí componía, leía, revisaba, y caminaba largamente por el campo. Ya caída la tarde hacía duetos de piano, jugaba cartas, y bebía vino y vodka sin moderación, con las personas que a menudo le visitaban. Fue entonces cuando escribió muchas de sus obras famosas entre las que se cuenta El cascanueces. Al concluirla, dijo de sí con marcado infortunio: “No. El viejo está desintegrándose. No sólo se le cae el cabello y se le vuelve blanco como la nieve; no sólo pierde la vista y se fatiga fácilmente; no sólo camina mal o se arrastra, sino que poco a poco pierde la capacidad de hacer nada”. Cuán lejos estaba Tchaikovsky de imaginar que esta obra se convertiría en una de las más conocidas, celebradas, y esperadas año tras año en estas fechas, en muchas partes del mundo.

Inspirada en el libro de cuentos de Hoffmann, El cascanueces deriva de una adaptación de Alejandro Dumas padre. La historia tiene lugar en Alemania, en el seno de una familia que adorna el árbol de Navidad. Un viejo mago amigo entrega a Clara, la niña de esa casa, tres enormes cajas de regalo en oropel, de las que se irán desplegando poco a poco la fantasía, la ensoñación... A través de dicho montaje se busca lo que el teatro ha buscado desde sus orígenes en Grecia: unir a la gente en sus expresiones íntimas representadas de una y mil formas en el escenario. Se busca unirnos en la música, y que ésta se vuelva parte de nuestra tradición familiar durante las celebraciones de Diciembre. “Si no fuera por la música, habría más razones para volverse loco” –decía el inolvidable Tchaikovsky.

e-mail: amparo.gberumen@gmail.com

Café Costeñito, S.A. de C.V., en el marco de su extensión Café Cultura, invita a su XXII Concierto de Navidad, a celebrarse el próximo lunes 9 en el Teatro Metropolitano, con entrada gratuita.

La música en Diciembre invita a la evocación… Al nacer Piótr Ilich Tchaikovsky, no había en su entorno familiar un ambiente de música. Aunque aprendió a tocar el piano en sus años infantes, al trasladarse su familia a San Petersburgo en 1850, se decidió que estudiaría leyes. Y no fue sino hasta pasados los veinte años cuando pudo dedicarse de lleno a este arte. Se había diplomado en el conservatorio y sus composiciones iban, en alguna medida, adheridas al estilo clásico con desarrollos dogmáticos. La familia Romanov era adoradora de sus creaciones, favoreciendo esta circunstancia verlas tocadas por toda Rusia. En su música vibraban las voces populares: era incuestionablemente rusa. Pero el grupo de los Cinco Grandes no supo con certitud “qué hacer con él”. Se ajustaba mucho a la tradición europea y tenía justo lo que a este grupo le faltaba: un caudal de melodías melancólicas y hondamente sensuales que le acarrearon fama en todo el mundo.

Tchaikovsky no tuvo por su parte una elevada opinión del círculo de los Cinco, con quienes estuvo en San Petersburgo en 1868 ejecutando, a partir del manuscrito, su sinfonía Ensoñaciones de Invierno. Por tener sus melodías una dosis de nacionalismo suficiente, Rimsky-Korsakov escribió: “Nuestra anterior opinión de él cobró un sesgo más favorable, si bien su educación en el conservatorio todavía levantaba una barrera considerable entre él y nosotros”. Tchaikovsky mientras tanto, solía llamarles en privado el “Club Jacobino”.

Dedicado, tenaz, y soportando como podía sus padecimientos nerviosos y su carácter abstraído, Tchaikovsky tuvo un intento de matrimonio (era exclusivamente homosexual) en 1877, que terminaría apenas cumplidas nueve semanas, tras una crisis depresiva total. Por este tiempo le llegaría la ayuda de una mujer adinerada y extraña, Nadieshda von Meck, quien lo apoyó fijándole una anualidad con la condición de que nunca se vieran. Durante catorce años mantuvieron una comunicación epistolar íntima y apasionada. Y a ella le seguía perturbando la sola idea de un encuentro con él: “Hubo un tiempo en que yo ansiaba profundamente conocerlo; pero ahora, cuanto más usted me fascina, más temo relacionarme” –le escribió. Súbitamente, en medio del aplauso y el éxito que a raudales tenía, recibió Tchaikovsky en 1890 un duro golpe al suspenderse, sin mediar explicación, la pensión de Nadieshda; ella rehusó contestar las cartas a su artista entrañable, y la humillación y el sentimiento de amargura perduraron en él por siempre. Algunos biógrafos sostienen que la ruptura vino porque ella se enteró de sus desviaciones.

Pero antes, en 1885, se había retirado el músico a una pequeña finca. Allí componía, leía, revisaba, y caminaba largamente por el campo. Ya caída la tarde hacía duetos de piano, jugaba cartas, y bebía vino y vodka sin moderación, con las personas que a menudo le visitaban. Fue entonces cuando escribió muchas de sus obras famosas entre las que se cuenta El cascanueces. Al concluirla, dijo de sí con marcado infortunio: “No. El viejo está desintegrándose. No sólo se le cae el cabello y se le vuelve blanco como la nieve; no sólo pierde la vista y se fatiga fácilmente; no sólo camina mal o se arrastra, sino que poco a poco pierde la capacidad de hacer nada”. Cuán lejos estaba Tchaikovsky de imaginar que esta obra se convertiría en una de las más conocidas, celebradas, y esperadas año tras año en estas fechas, en muchas partes del mundo.

Inspirada en el libro de cuentos de Hoffmann, El cascanueces deriva de una adaptación de Alejandro Dumas padre. La historia tiene lugar en Alemania, en el seno de una familia que adorna el árbol de Navidad. Un viejo mago amigo entrega a Clara, la niña de esa casa, tres enormes cajas de regalo en oropel, de las que se irán desplegando poco a poco la fantasía, la ensoñación... A través de dicho montaje se busca lo que el teatro ha buscado desde sus orígenes en Grecia: unir a la gente en sus expresiones íntimas representadas de una y mil formas en el escenario. Se busca unirnos en la música, y que ésta se vuelva parte de nuestra tradición familiar durante las celebraciones de Diciembre. “Si no fuera por la música, habría más razones para volverse loco” –decía el inolvidable Tchaikovsky.

e-mail: amparo.gberumen@gmail.com