/ miércoles 20 de junio de 2018

Con café y a media luz | Lamentable pasión

“¿En dónde están?, ¿En dónde están los alemanes que nos iban a ganar?”, así cantó la porra formada por poco más de cuarenta mil connacionales aficionados al futbol que padecen de pobreza y, haciendo acopio de ella, se pagaron un viaje al Viejo Continente para poder ser testigos de la participación de la selección nacional en el torneo mundial de balompié.

Ataviados, como mínimo, con la playera oficial de la agrupación que representa a este país, hicieron acto de presencia, otros más ostentosos lucieron penachos de plumas de quetzal como si fueran grandes tlatoanis de Tenochtitlan, unos más con sarapes, máscaras tricolores y hasta vestidos de charro, emulando al gran cantor Jorge Negrete, aunque el paisano en cuestión nunca haya visto un caballo ni en el carrusel de la feria.

Asimismo, hubo quien presumió que la fanaticada de México vació los bares y cervecerías rusas, ocasionando una severa carestía de bebidas alcohólicas que dejó boquiabiertos a los cosacos que mucho presumían de ingerir este tipo de líquidos. Mientras tanto y, en curioso contrasentido, también hubo en la capital de nuestra nación aquella cantina que decidió regalar dos mil quinientas unidades de su venta como festejo por el triunfo de México en contra de Alemania.

La fe cristiana también hizo su aparición en la cancha cuando Javier Hernández encomendó su esfuerzo y trabajo a la divinidad, al momento de postrarse en el centro del terreno de juego y elevar sus brazos en señal de oración para, posteriormente, persignarse con el símbolo de la cruz. Eso habla de los altos valores espirituales de ese muchacho. Y, por supuesto, no se pone en duda la disciplina deportiva y el amor a su país cuando cantó con todas sus fuerzas el glorioso Himno Nacional. Todo ello más que plausible.

En este mismo rubro de la fe, debo decirle que me sorprendió sobremanera, el video que en instantes se viralizó por las redes sociales, de una mujer que elevaba plegarias al cielo frente a su pantalla de plasma y hasta se puso de pie para santiguar con la diestra el rostro de los jugadores, cada vez que estos, eran enfocados por las cámaras de la televisión internacional y se apretaba las manos frente al pecho como invocando un milagro que le diera razón de ser a sus ruegos.

¿Y qué opina usted de los feligreses que desde antes de iniciar la justa mundialista ya hacían ofrendas en económico y en uniformes para el “santísimo niño futbolista” de la parroquia de San Gabriel Arcángel del popular barrio de Tacuba en el poniente de nuestra convulsa capital de la República?

Y el colmo fue la reprobable actitud de compatriotas que al calor de las copas y por la emoción del triunfo quemaron la bandera teutona, mancillando por internet, el honor de aquel que supo aceptar su derrota de forma digna, deportiva y honorable, sin importar que se tratara del campeón del mundo. Lo más triste es que no sólo fue un video, sino varios, muchos quizá de compatriotas haciendo actos similares. De todos esos también se destacó el de un “productor-reportero-conductor” de nueva generación que, pomposamente, se hacen llamar “influencers”, por el nivel de impacto que su opinión tiene en las masas jóvenes, quien también “pisoteó” en su “programa” al lábaro germánico.

Aunque después se disculpó, argumentando que “el archivo estuvo en la red por un minuto”, el daño ya estaba ocasionado y el juicio del mundo a la afición mexicana por el poco criterio de sus miembros, ya estaba echado al aire. Y ya que estamos con el tema de la afición, la FIFA sancionó a la Federación Azteca de Futbol por el ya famoso canto que realiza la porra al momento en que el rival está por despejar desde la portería.

En esta ocasión, y también lo digo con pesar, los “encuerados” y “encueradas” pasaron a segundo término porque ya nos acostumbramos a este hecho en el que el pudor viene a ser cosa menos que nada y el malentendido honor se resquebraja al estar exhibiendo los genitales por un partido de futbol.

Tal vez usted, querido amigo lector, me dirá que cada uno es libre de gastar su dinero como le plazca y, endeudarse de por vida, si es necesario, con un viaje a Rusia y estoy de acuerdo con su opinión, nada más no hay que quejarnos después que el dinero no nos alcanza para satisfacer las necesidades de la familia y no culpemos a los gobiernos de ello.

También me gritará que la fe es individual y cada ser decide como ponerla de manifiesto, rogándole a la imagen de un niño, hombre o mujer desnudos o vestidos de la manera en que pueda sentir consuelo o esperanza el alma de quien ora. De igual manera le concedo la razón, sin embargo, creo que el ser supremo, cualquiera que sea el concepto que tenga de él, estaría más satisfecho y dispuesto a armonizar los eventos a nuestro favor, si lo que se gastó en la confección de uniformes al “Niño Dios”, hubiera sido destinado a ropa para un infante de carne y hueso de escasos recursos.

De igual manera tendrían una mejor apreciación las “bendiciones” de la dama si hubieran sido destinadas a un moribundo, a un huérfano o un desvalido, pidiendo por su salud, protección o bienaventuranza o, por lo menos, solicitando para su cuerpo, la clemencia de la paz del más allá.

Lo único que me queda por pensar es que la carencia que vivimos no es precisamente económica, sino emocional, espiritual y actitudinal. Somos un pueblo urgido de creer en algo o en alguien, adicto a fuertes dosis de dopamina generadas por un encuentro en el que podamos decir “ganamos” aunque en realidad no ganemos nada, necesitado por fuerza de un placebo emotivo que mitigue el dolor de nuestra realidad que hemos aprendido a asumir como “normal” y que esperamos cambie de un día para otro con el voto en favor de uno u otro candidato que dice ser poseedor de una varita mágica que nos volverá millonarios de la noche a la mañana.

Si llegara el día, querido amigo lector, que toda la euforia, la pasión y la fe plasmada en el marco del partido México vs Alemania fuera puesta en el trabajo que tenemos; si todo el dinero que un mexicano común gastó por asistir hasta aquel país, fuera ahorrado para invertirlo más tarde; si nos empezamos a exigir como sociedad y como individuos la misma disciplina que les pedimos a los jugadores, ese día nos llevaremos a casa, algo más que la copa del mundo.

¡Hasta la próxima!

Escríbame a:

licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, para mañana ¡Despierte, no se duerma que será un gran día!

“¿En dónde están?, ¿En dónde están los alemanes que nos iban a ganar?”, así cantó la porra formada por poco más de cuarenta mil connacionales aficionados al futbol que padecen de pobreza y, haciendo acopio de ella, se pagaron un viaje al Viejo Continente para poder ser testigos de la participación de la selección nacional en el torneo mundial de balompié.

Ataviados, como mínimo, con la playera oficial de la agrupación que representa a este país, hicieron acto de presencia, otros más ostentosos lucieron penachos de plumas de quetzal como si fueran grandes tlatoanis de Tenochtitlan, unos más con sarapes, máscaras tricolores y hasta vestidos de charro, emulando al gran cantor Jorge Negrete, aunque el paisano en cuestión nunca haya visto un caballo ni en el carrusel de la feria.

Asimismo, hubo quien presumió que la fanaticada de México vació los bares y cervecerías rusas, ocasionando una severa carestía de bebidas alcohólicas que dejó boquiabiertos a los cosacos que mucho presumían de ingerir este tipo de líquidos. Mientras tanto y, en curioso contrasentido, también hubo en la capital de nuestra nación aquella cantina que decidió regalar dos mil quinientas unidades de su venta como festejo por el triunfo de México en contra de Alemania.

La fe cristiana también hizo su aparición en la cancha cuando Javier Hernández encomendó su esfuerzo y trabajo a la divinidad, al momento de postrarse en el centro del terreno de juego y elevar sus brazos en señal de oración para, posteriormente, persignarse con el símbolo de la cruz. Eso habla de los altos valores espirituales de ese muchacho. Y, por supuesto, no se pone en duda la disciplina deportiva y el amor a su país cuando cantó con todas sus fuerzas el glorioso Himno Nacional. Todo ello más que plausible.

En este mismo rubro de la fe, debo decirle que me sorprendió sobremanera, el video que en instantes se viralizó por las redes sociales, de una mujer que elevaba plegarias al cielo frente a su pantalla de plasma y hasta se puso de pie para santiguar con la diestra el rostro de los jugadores, cada vez que estos, eran enfocados por las cámaras de la televisión internacional y se apretaba las manos frente al pecho como invocando un milagro que le diera razón de ser a sus ruegos.

¿Y qué opina usted de los feligreses que desde antes de iniciar la justa mundialista ya hacían ofrendas en económico y en uniformes para el “santísimo niño futbolista” de la parroquia de San Gabriel Arcángel del popular barrio de Tacuba en el poniente de nuestra convulsa capital de la República?

Y el colmo fue la reprobable actitud de compatriotas que al calor de las copas y por la emoción del triunfo quemaron la bandera teutona, mancillando por internet, el honor de aquel que supo aceptar su derrota de forma digna, deportiva y honorable, sin importar que se tratara del campeón del mundo. Lo más triste es que no sólo fue un video, sino varios, muchos quizá de compatriotas haciendo actos similares. De todos esos también se destacó el de un “productor-reportero-conductor” de nueva generación que, pomposamente, se hacen llamar “influencers”, por el nivel de impacto que su opinión tiene en las masas jóvenes, quien también “pisoteó” en su “programa” al lábaro germánico.

Aunque después se disculpó, argumentando que “el archivo estuvo en la red por un minuto”, el daño ya estaba ocasionado y el juicio del mundo a la afición mexicana por el poco criterio de sus miembros, ya estaba echado al aire. Y ya que estamos con el tema de la afición, la FIFA sancionó a la Federación Azteca de Futbol por el ya famoso canto que realiza la porra al momento en que el rival está por despejar desde la portería.

En esta ocasión, y también lo digo con pesar, los “encuerados” y “encueradas” pasaron a segundo término porque ya nos acostumbramos a este hecho en el que el pudor viene a ser cosa menos que nada y el malentendido honor se resquebraja al estar exhibiendo los genitales por un partido de futbol.

Tal vez usted, querido amigo lector, me dirá que cada uno es libre de gastar su dinero como le plazca y, endeudarse de por vida, si es necesario, con un viaje a Rusia y estoy de acuerdo con su opinión, nada más no hay que quejarnos después que el dinero no nos alcanza para satisfacer las necesidades de la familia y no culpemos a los gobiernos de ello.

También me gritará que la fe es individual y cada ser decide como ponerla de manifiesto, rogándole a la imagen de un niño, hombre o mujer desnudos o vestidos de la manera en que pueda sentir consuelo o esperanza el alma de quien ora. De igual manera le concedo la razón, sin embargo, creo que el ser supremo, cualquiera que sea el concepto que tenga de él, estaría más satisfecho y dispuesto a armonizar los eventos a nuestro favor, si lo que se gastó en la confección de uniformes al “Niño Dios”, hubiera sido destinado a ropa para un infante de carne y hueso de escasos recursos.

De igual manera tendrían una mejor apreciación las “bendiciones” de la dama si hubieran sido destinadas a un moribundo, a un huérfano o un desvalido, pidiendo por su salud, protección o bienaventuranza o, por lo menos, solicitando para su cuerpo, la clemencia de la paz del más allá.

Lo único que me queda por pensar es que la carencia que vivimos no es precisamente económica, sino emocional, espiritual y actitudinal. Somos un pueblo urgido de creer en algo o en alguien, adicto a fuertes dosis de dopamina generadas por un encuentro en el que podamos decir “ganamos” aunque en realidad no ganemos nada, necesitado por fuerza de un placebo emotivo que mitigue el dolor de nuestra realidad que hemos aprendido a asumir como “normal” y que esperamos cambie de un día para otro con el voto en favor de uno u otro candidato que dice ser poseedor de una varita mágica que nos volverá millonarios de la noche a la mañana.

Si llegara el día, querido amigo lector, que toda la euforia, la pasión y la fe plasmada en el marco del partido México vs Alemania fuera puesta en el trabajo que tenemos; si todo el dinero que un mexicano común gastó por asistir hasta aquel país, fuera ahorrado para invertirlo más tarde; si nos empezamos a exigir como sociedad y como individuos la misma disciplina que les pedimos a los jugadores, ese día nos llevaremos a casa, algo más que la copa del mundo.

¡Hasta la próxima!

Escríbame a:

licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, para mañana ¡Despierte, no se duerma que será un gran día!