/ domingo 20 de octubre de 2019

Las desapariciones

Según un pensador y futurólogo, cuyo nombre no aparece en el archivo que llegó a mi computadora, hay ciertas cosas que desaparecerán sin remedio en un futuro inmediato.

Sus dramáticas afirmaciones respecto a eventos o hechos que según él acaecerán más adelante y que en otro tiempo ni imaginarse podían, son frutos del análisis de circunstancias, sucesos y experiencias cuya lógica supone la posibilidad de que otros se desencadenarán con ellos. Sus predicciones no son pues creencias gratuitas o intuiciones sin sentido. Por eso sólo mentes privilegiadas son capaces de adivinarlos, y se atreven a decir que sucederán un día.

De esta manera Orwell predijo en 1948, lo que sería la pantallización de la vida en el hombre, en su libro “1984”. Alvin Toffler en los setentas, pensaba ya en la posibilidad de la clonación humana, cuando todavía no había ni remotamente una idea sobre eso; y Arthur C. Clark en los sesentas ya presumía lo que sobrevendría con la redes y las nubes y la virtualidad en las comunicaciones. Y hay muchos más que se atrevieron a ver lo que el mundo podría ser en el futuro, sólo contemplando el presente.

Para verlo en ejemplos concretos, los modernos futurólogos han predicho que no es para nada indudable que en un corto tiempo ciertas cosas ya no existirán. Los cheques de banco es una de esas cosas que se dice desparecerán debido al uso de las transacciones electrónicas, el dinero de plástico y otras formas virtuales de negociación, las cuales harán que ese pedazo de papel, por obsoleto, sea sustituido por fórmulas más prácticas.

De la misma manera auguran que el periódico tal como lo conocemos no existirá más, y ya lo estamos viendo, y es posible que al mismo papel se le tenga que decir adiós. Las noticias podrán ser vistas en pantallas o paredes, o tabletas o teléfonos sin tener que estar buscando en una multitud de hojas lo que sucede en el mundo. Y será en el instante, sin tener que esperar el diario del día siguiente. Las noticias no estarán sometidas al cierre de ediciones, sino que llegarán en el momento preciso que suceden, “en tiempo real”, dicen los expertos.

Igual podrá decirse de otras cosas hasta ahora indispensables pero que se volverán innecesarias. Quizás desaparezcan las oficinas de Correos, si no es que ya no existen y mucho menos se usan. No habrá necesidad de teléfonos fijos y por lo mismo no habrá que pagar dos veces por un servicio que se tendrá con mayor eficacia en un teléfono inteligente. Y las ofertas por celulares multifuncionales harán que los mensajes cuesten cada vez menos y sean más efectivos.

Quizás el libro tal como lo conocemos ahora, desparezca también. En este nuestro mundo virtual ya se puede accesar un contenido literario o musical, aunque los reclamos por los derechos de autor sigan presentes; o las imágenes del futbol, el teatro o la ópera, desde la laptop. Y todo aquello por lo que antes de esta era posmoderna podíamos obtener información, datos, videos, sonidos etc. desparecerá también, como las consolas para oír música, los aparatos de radio, las antenas y demás artilugios, que serán para entonces anticuados e inútiles, objetos sólo para los museos.

Pero ojalá que algunas otras cosas, por muy moderno y progresista que el mundo devenga, no sean relegadas jamás. Que si desaparecen los libros, ese facilismo tecnológico para obtener información, no haga que desaparezca también la pasión por la lectura y el pensamiento complejo. Que juntamente con las cosas que por inútiles no amontonaremos ya en nuestros hogares, no se vayan también al amor, el gusto por la música y la poesía, y que la creatividad sencilla y la construcción de sueños perviva en el tiempo más allá de los resultados tangibles que nos dan las cosas materiales.

Ojalá que, aún cuando ya no existan aquellas ridículas cartas con las que en hojas de papel los enamorados se decían cuánto se querían, la ternura en los que se aman siga existiendo y no sea tan breve como los twitts con que ahora muchos la expresan. Y que el afecto siga siendo el motor de su vida y no la “nube” donde todo quedará almacenado, pero sin esa vida que la persona es capaz de comunicarle, y sin la cual todo progreso sería sólo una tragedia o una estupidez. O ambas, lo que sería más patético.

Quizás una de las cosas que más debería dolernos es la ausencia de la privacidad. Pero por desgracia la hemos procesado sin más. Ahora ya nadie es capaz de preservar su intimidad sin el riesgo de que ella pueda ser violada sistemáticamente por esa multitud de “voyeuristas” cibernéticos, mercaderes del morbo y el escándalo, que se montarán sobre el progreso tecnológico pero sólo para su beneficio. En este tiempo de milagros, ya no estará a salvo nada de lo que constituye nuestro yo interno, que por otra parte y seducidos por el avance irrefrenable de las redes sociales, el Facebook, Instagram etc. cada quien se encargará de hacer público a través de las sofisticadas fórmulas que se le ofrecen, para muchos ideal para acercarse, para otros, forma moderna, aunque suicida de estar clasificado, catalogado y rigurosamente vigilado, a veces sin ni siquiera estar consciente de ello.

Quienes profetizan todas estas desapariciones, ignoran sin embargo que, afortunadamente, lo único que no cambiará en el futuro serán los recuerdos. Y esto de muchas formas es verdad. Gabriel García Márquez afirmó alguna vez que “la vida no es lo que se vive, sino lo que se recuerda. Y de ella, lo que se recuerda para contarlo”.

Un pensador contemporáneo, observando la velocidad incontrolable de los cambios modernos afirmó: “El futuro ya no es lo que solía ser”. Ojalá que esas modificaciones que sin duda vendrán no sean sólo cosméticas sino que transformen en verdad el corazón del hombre. Y que permanezca en él inalterable lo que le reconcilia con su esencia y no sólo con lo que piensa que, por novedoso y reciente, lo hará mejor.

Porque si así no fuera, quizás en ese futuro los cambios serán aceptados sólo porque lo son, y éstos serán sólo para mentes brillantes, es cierto, pero sin corazón, ni sentimientos.

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“…buscar como quien va a encontrar,

encontrar como quien aún busca,

porque cuando encontramos,

es que realmente comenzamos…”

San Agustín De Trinitate

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Según un pensador y futurólogo, cuyo nombre no aparece en el archivo que llegó a mi computadora, hay ciertas cosas que desaparecerán sin remedio en un futuro inmediato.

Sus dramáticas afirmaciones respecto a eventos o hechos que según él acaecerán más adelante y que en otro tiempo ni imaginarse podían, son frutos del análisis de circunstancias, sucesos y experiencias cuya lógica supone la posibilidad de que otros se desencadenarán con ellos. Sus predicciones no son pues creencias gratuitas o intuiciones sin sentido. Por eso sólo mentes privilegiadas son capaces de adivinarlos, y se atreven a decir que sucederán un día.

De esta manera Orwell predijo en 1948, lo que sería la pantallización de la vida en el hombre, en su libro “1984”. Alvin Toffler en los setentas, pensaba ya en la posibilidad de la clonación humana, cuando todavía no había ni remotamente una idea sobre eso; y Arthur C. Clark en los sesentas ya presumía lo que sobrevendría con la redes y las nubes y la virtualidad en las comunicaciones. Y hay muchos más que se atrevieron a ver lo que el mundo podría ser en el futuro, sólo contemplando el presente.

Para verlo en ejemplos concretos, los modernos futurólogos han predicho que no es para nada indudable que en un corto tiempo ciertas cosas ya no existirán. Los cheques de banco es una de esas cosas que se dice desparecerán debido al uso de las transacciones electrónicas, el dinero de plástico y otras formas virtuales de negociación, las cuales harán que ese pedazo de papel, por obsoleto, sea sustituido por fórmulas más prácticas.

De la misma manera auguran que el periódico tal como lo conocemos no existirá más, y ya lo estamos viendo, y es posible que al mismo papel se le tenga que decir adiós. Las noticias podrán ser vistas en pantallas o paredes, o tabletas o teléfonos sin tener que estar buscando en una multitud de hojas lo que sucede en el mundo. Y será en el instante, sin tener que esperar el diario del día siguiente. Las noticias no estarán sometidas al cierre de ediciones, sino que llegarán en el momento preciso que suceden, “en tiempo real”, dicen los expertos.

Igual podrá decirse de otras cosas hasta ahora indispensables pero que se volverán innecesarias. Quizás desaparezcan las oficinas de Correos, si no es que ya no existen y mucho menos se usan. No habrá necesidad de teléfonos fijos y por lo mismo no habrá que pagar dos veces por un servicio que se tendrá con mayor eficacia en un teléfono inteligente. Y las ofertas por celulares multifuncionales harán que los mensajes cuesten cada vez menos y sean más efectivos.

Quizás el libro tal como lo conocemos ahora, desparezca también. En este nuestro mundo virtual ya se puede accesar un contenido literario o musical, aunque los reclamos por los derechos de autor sigan presentes; o las imágenes del futbol, el teatro o la ópera, desde la laptop. Y todo aquello por lo que antes de esta era posmoderna podíamos obtener información, datos, videos, sonidos etc. desparecerá también, como las consolas para oír música, los aparatos de radio, las antenas y demás artilugios, que serán para entonces anticuados e inútiles, objetos sólo para los museos.

Pero ojalá que algunas otras cosas, por muy moderno y progresista que el mundo devenga, no sean relegadas jamás. Que si desaparecen los libros, ese facilismo tecnológico para obtener información, no haga que desaparezca también la pasión por la lectura y el pensamiento complejo. Que juntamente con las cosas que por inútiles no amontonaremos ya en nuestros hogares, no se vayan también al amor, el gusto por la música y la poesía, y que la creatividad sencilla y la construcción de sueños perviva en el tiempo más allá de los resultados tangibles que nos dan las cosas materiales.

Ojalá que, aún cuando ya no existan aquellas ridículas cartas con las que en hojas de papel los enamorados se decían cuánto se querían, la ternura en los que se aman siga existiendo y no sea tan breve como los twitts con que ahora muchos la expresan. Y que el afecto siga siendo el motor de su vida y no la “nube” donde todo quedará almacenado, pero sin esa vida que la persona es capaz de comunicarle, y sin la cual todo progreso sería sólo una tragedia o una estupidez. O ambas, lo que sería más patético.

Quizás una de las cosas que más debería dolernos es la ausencia de la privacidad. Pero por desgracia la hemos procesado sin más. Ahora ya nadie es capaz de preservar su intimidad sin el riesgo de que ella pueda ser violada sistemáticamente por esa multitud de “voyeuristas” cibernéticos, mercaderes del morbo y el escándalo, que se montarán sobre el progreso tecnológico pero sólo para su beneficio. En este tiempo de milagros, ya no estará a salvo nada de lo que constituye nuestro yo interno, que por otra parte y seducidos por el avance irrefrenable de las redes sociales, el Facebook, Instagram etc. cada quien se encargará de hacer público a través de las sofisticadas fórmulas que se le ofrecen, para muchos ideal para acercarse, para otros, forma moderna, aunque suicida de estar clasificado, catalogado y rigurosamente vigilado, a veces sin ni siquiera estar consciente de ello.

Quienes profetizan todas estas desapariciones, ignoran sin embargo que, afortunadamente, lo único que no cambiará en el futuro serán los recuerdos. Y esto de muchas formas es verdad. Gabriel García Márquez afirmó alguna vez que “la vida no es lo que se vive, sino lo que se recuerda. Y de ella, lo que se recuerda para contarlo”.

Un pensador contemporáneo, observando la velocidad incontrolable de los cambios modernos afirmó: “El futuro ya no es lo que solía ser”. Ojalá que esas modificaciones que sin duda vendrán no sean sólo cosméticas sino que transformen en verdad el corazón del hombre. Y que permanezca en él inalterable lo que le reconcilia con su esencia y no sólo con lo que piensa que, por novedoso y reciente, lo hará mejor.

Porque si así no fuera, quizás en ese futuro los cambios serán aceptados sólo porque lo son, y éstos serán sólo para mentes brillantes, es cierto, pero sin corazón, ni sentimientos.

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“…buscar como quien va a encontrar,

encontrar como quien aún busca,

porque cuando encontramos,

es que realmente comenzamos…”

San Agustín De Trinitate

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