/ lunes 13 de agosto de 2018

Las razones de Arturo Ripstein

El auge del cine mexicano tiene un golpe de ariete agradecible: su transmisión cada vez más constante en la tv de paga.

Y es el caso de cineastas difíciles como Arturo Ripstein y su Las razones del corazón/ México- España- 2011.

El personaje de Ernesto Laguardia, en Principio y fin/ 1993, tiene una compañera ad hoc: Emilia (la estupenda Arcelia Ramírez) que Las razones del corazón igualmente desciende las escaleras a un infierno insostenido bajo el relamido esquema ortegueano de “yo soy yo y mi circunstancia.” Arturo Ripstein plantea un melodrama estructurado, en lo formal, con buena lente, encuadres maestros. Usando su caligrafía predilecta, los largos planos secuencias (inaugurada desde su ópera prima Tiempo de morir/ 1965), sazonada con una efectiva (¿efectista?) fotografía en blanco y negro, Las razones del corazón más que basarse en los dos últimos días de Madame Bovary, de Flaubert, pareciera explayar las dos cintas anteriores de Ripstein (El carnaval de Sodoma/ 2006 y La virgen de la lujuria/ 2002) en donde estallan, de manera reiterativa, la obcecación de un estilo oscuro, barroco a más no poder cuyos personajes al límite de su (in) existencia estallan en fragmentos de miseria y vacío existencial.

El Sartre del cine mexicano, Arturo Ripstein - con su habitual terquedad para los excesos asfixiantes- reúne un microcosmos (el edificio de departamentos) de seres dolidos no contra el destino -el futuro hipotecado por el azar- sino con el presente. Si atendemos el verso de Octavio Paz que “el presente es perpetuo”, Emilia se ajusta a su premisa irreductible: el hoy es el perenne infierno donde el desamor (Javier/ Plutarco Haza, su marido, es una de las aristas de su derrota interior), el erotismo (su pasión por el saxofonista Nicolás/ Vladimir Cruz), las vicisitudes del dislate del albedrío agobiado (con su vecino gandul/ Alejandro Suárez y el fumigador/ Carlos Chávez), su sobada incapacidad maternal y la opresión de las deudas económicas, trazan el sístole y diástole del derrumbe de Emilia hasta su fatal desenlace.

A diferencia de La virgen de la lujuria donde se velaba una rendija de ternura en Nacho (Luis Felipe Tovar) por la prostituta Lola (Ariadna Gil), en Las razones del corazón Ripstein no da lugar a ese sentimiento, el tono monocorde de su melodrama irrespirable destella atmósferas lúgubres, con personajes que construyen un mundo donde la desesperanza es quizá la única alternativa vital en medio de un diseño de teatralidad y preciso fluir fílmico.

Si para Juan Rulfo “hay esperanza a pesar nuestro”, para Ripstein no la hay. Tal vez por ello su cine contenga, con todo y diálogos a veces manieristas, una dimensión bastante humana…

El auge del cine mexicano tiene un golpe de ariete agradecible: su transmisión cada vez más constante en la tv de paga.

Y es el caso de cineastas difíciles como Arturo Ripstein y su Las razones del corazón/ México- España- 2011.

El personaje de Ernesto Laguardia, en Principio y fin/ 1993, tiene una compañera ad hoc: Emilia (la estupenda Arcelia Ramírez) que Las razones del corazón igualmente desciende las escaleras a un infierno insostenido bajo el relamido esquema ortegueano de “yo soy yo y mi circunstancia.” Arturo Ripstein plantea un melodrama estructurado, en lo formal, con buena lente, encuadres maestros. Usando su caligrafía predilecta, los largos planos secuencias (inaugurada desde su ópera prima Tiempo de morir/ 1965), sazonada con una efectiva (¿efectista?) fotografía en blanco y negro, Las razones del corazón más que basarse en los dos últimos días de Madame Bovary, de Flaubert, pareciera explayar las dos cintas anteriores de Ripstein (El carnaval de Sodoma/ 2006 y La virgen de la lujuria/ 2002) en donde estallan, de manera reiterativa, la obcecación de un estilo oscuro, barroco a más no poder cuyos personajes al límite de su (in) existencia estallan en fragmentos de miseria y vacío existencial.

El Sartre del cine mexicano, Arturo Ripstein - con su habitual terquedad para los excesos asfixiantes- reúne un microcosmos (el edificio de departamentos) de seres dolidos no contra el destino -el futuro hipotecado por el azar- sino con el presente. Si atendemos el verso de Octavio Paz que “el presente es perpetuo”, Emilia se ajusta a su premisa irreductible: el hoy es el perenne infierno donde el desamor (Javier/ Plutarco Haza, su marido, es una de las aristas de su derrota interior), el erotismo (su pasión por el saxofonista Nicolás/ Vladimir Cruz), las vicisitudes del dislate del albedrío agobiado (con su vecino gandul/ Alejandro Suárez y el fumigador/ Carlos Chávez), su sobada incapacidad maternal y la opresión de las deudas económicas, trazan el sístole y diástole del derrumbe de Emilia hasta su fatal desenlace.

A diferencia de La virgen de la lujuria donde se velaba una rendija de ternura en Nacho (Luis Felipe Tovar) por la prostituta Lola (Ariadna Gil), en Las razones del corazón Ripstein no da lugar a ese sentimiento, el tono monocorde de su melodrama irrespirable destella atmósferas lúgubres, con personajes que construyen un mundo donde la desesperanza es quizá la única alternativa vital en medio de un diseño de teatralidad y preciso fluir fílmico.

Si para Juan Rulfo “hay esperanza a pesar nuestro”, para Ripstein no la hay. Tal vez por ello su cine contenga, con todo y diálogos a veces manieristas, una dimensión bastante humana…