/ domingo 3 de noviembre de 2019

Legado, In memoriam D. Agustín Jiménez

Talla tu nombre en el corazón de los demás, no en una piedra….

Shannon Adler


Un rabino judío preguntó en una ocasión a sus discípulos si alguna vez habían reflexionado sobre el sentido de la vida humana y más que nada, si la vida de cada uno de ellos tendría alguna razón de ser. Las respuestas fueron, como era de esperarse, variadas e interesantes

Para muchos de ellos el propósito de la vida era simplemente vivirla, un día a la vez y plenamente. Para otros, si algún sentido tenía, no lo habían logrado entender cabalmente, o no les era posible traducir si algún destino tenía, mientras que otros más ni siquiera se habían puesto a pensar en ello. Para los menos el sentimiento era que la vida carecía de sentido, que sus caminos eran arduos y difíciles y que su propia malicia le bastaba para ser vivida, sin ningún otro propósito.

Si se nos hiciera el mismo cuestionamiento, tal vez nuestras respuestas serían semejantes a las de aquellos estudiantes. Muchos pasan la vida como seres oscuros que no dejan de rumiar su despropósito. Marx decía que sólo èramos olas que pasábamos por el océano de la historia, y Shakespeare afirmaba que somos como actores de teatro: salimos al escenario, recitamos nuestro papel y desaparecemos por la cortina del fondo. Para todos estos seres no hay rumbo ni horizonte. Son sólo marionetas del cruel guiñol de una existencia inexplicable, inadmisible y absurda. En palabras de Sartre, sólo somos una pasión inútil.

Pero otros ni siquiera se preguntan sobre el propósito de su vida. Viven en la rutina y el reloj de un tiempo que les asfixia y son anestesiados por el mucho hacer, el continuo ir y venir, sin preguntarse jamás por qué lo hacen. Son como la higuera bíblica: su profuso follaje no produce fruto, empeñados como están en extenderse sin sentido alguno. Quizá por eso no fueron del agrado de Cristo, en la parábola en que se refiere a quienes, como ella, son sólo yerbazal que no produce sombra ni esperanza. La tragedia que aquí se esconde está en que por la incapacidad de descifrar nuestro origen estelar, no podemos descubrir nuestro destino definitivo. Por eso vemos tanta gente, que ciega a la reflexión sobre su grandeza, simplemente dirige su navío hacia donde sea, sin pensar que navegando así, como dice el filósofo, cualquier viento les será desfavorable.

Pero afortunadamente hay mucha gente, que en medio de tantas vicisitudes de la vida, encuentran algo que les da sentido y orientan su existencia hacia un propósito fundamental: vivirla plenamente es un horizonte próximo y deseable al que debemos aspirar; vivir día a día, para que las angustias no minen nuestros sueños también es importante, pero más importante que todo eso es orientarla hacia poder dejar a las generaciones futuras un legado por el cual seamos recordados como seres que se preocuparon por dejar su huella en este mundo, por minúscula que pudiera parecer.

Tal vez nuestra cuarta generación, la de nuestros tataranietos, no recuerden el color de nuestros ojos o nuestra sonrisa, y es lógico que así sea y eso no tendría por qué preocuparnos; pero hay algo que podemos hacer para que nos recuerden ellos y todos los que vengan después de nosotros: hacer algo en beneficio de la humanidad, del ambiente, de la solidaridad, del humilde, del desesperanzado. Haber comenzado algo que ayude a alguien en algún momento, en las generaciones por venir. Haber iniciado un cambio que nutra y aliente al que, como nosotros un día, experimente en esta tierra la maravillosa aventura de vivir.

Einstein afirmó alguna vez que quien crea que su existencia y la de los demás carece de sentido, no sólo será infeliz, sino que no será apto para vivirla. Y Ken Melrose sostiene que más allá de los descubrimientos tecnológicos y científicos de este siglo, está el grandioso descubrimiento del hombre de que, cambiando nuestras actitudes y nuestros pensamientos, podemos cambiar muchos aspectos de la vida de otros.

Porque sabemos claramente que somos los únicos seres de la naturaleza que conscientemente poseemos la habilidad de desprogramarnos y reprogramar nuestras creencias equivocadas y nuestras malas actitudes por otras que nos lleven a ser agentes de cambio de las futuras generaciones a través de una labor que perdure y les beneficie.

Ese es el legado que será imperdonable no dejar a nuestros descendientes, como pequeña pero indeleble huella de nuestro fugaz, pero fecundo paso por este mundo.



Talla tu nombre en el corazón de los demás, no en una piedra….

Shannon Adler


Un rabino judío preguntó en una ocasión a sus discípulos si alguna vez habían reflexionado sobre el sentido de la vida humana y más que nada, si la vida de cada uno de ellos tendría alguna razón de ser. Las respuestas fueron, como era de esperarse, variadas e interesantes

Para muchos de ellos el propósito de la vida era simplemente vivirla, un día a la vez y plenamente. Para otros, si algún sentido tenía, no lo habían logrado entender cabalmente, o no les era posible traducir si algún destino tenía, mientras que otros más ni siquiera se habían puesto a pensar en ello. Para los menos el sentimiento era que la vida carecía de sentido, que sus caminos eran arduos y difíciles y que su propia malicia le bastaba para ser vivida, sin ningún otro propósito.

Si se nos hiciera el mismo cuestionamiento, tal vez nuestras respuestas serían semejantes a las de aquellos estudiantes. Muchos pasan la vida como seres oscuros que no dejan de rumiar su despropósito. Marx decía que sólo èramos olas que pasábamos por el océano de la historia, y Shakespeare afirmaba que somos como actores de teatro: salimos al escenario, recitamos nuestro papel y desaparecemos por la cortina del fondo. Para todos estos seres no hay rumbo ni horizonte. Son sólo marionetas del cruel guiñol de una existencia inexplicable, inadmisible y absurda. En palabras de Sartre, sólo somos una pasión inútil.

Pero otros ni siquiera se preguntan sobre el propósito de su vida. Viven en la rutina y el reloj de un tiempo que les asfixia y son anestesiados por el mucho hacer, el continuo ir y venir, sin preguntarse jamás por qué lo hacen. Son como la higuera bíblica: su profuso follaje no produce fruto, empeñados como están en extenderse sin sentido alguno. Quizá por eso no fueron del agrado de Cristo, en la parábola en que se refiere a quienes, como ella, son sólo yerbazal que no produce sombra ni esperanza. La tragedia que aquí se esconde está en que por la incapacidad de descifrar nuestro origen estelar, no podemos descubrir nuestro destino definitivo. Por eso vemos tanta gente, que ciega a la reflexión sobre su grandeza, simplemente dirige su navío hacia donde sea, sin pensar que navegando así, como dice el filósofo, cualquier viento les será desfavorable.

Pero afortunadamente hay mucha gente, que en medio de tantas vicisitudes de la vida, encuentran algo que les da sentido y orientan su existencia hacia un propósito fundamental: vivirla plenamente es un horizonte próximo y deseable al que debemos aspirar; vivir día a día, para que las angustias no minen nuestros sueños también es importante, pero más importante que todo eso es orientarla hacia poder dejar a las generaciones futuras un legado por el cual seamos recordados como seres que se preocuparon por dejar su huella en este mundo, por minúscula que pudiera parecer.

Tal vez nuestra cuarta generación, la de nuestros tataranietos, no recuerden el color de nuestros ojos o nuestra sonrisa, y es lógico que así sea y eso no tendría por qué preocuparnos; pero hay algo que podemos hacer para que nos recuerden ellos y todos los que vengan después de nosotros: hacer algo en beneficio de la humanidad, del ambiente, de la solidaridad, del humilde, del desesperanzado. Haber comenzado algo que ayude a alguien en algún momento, en las generaciones por venir. Haber iniciado un cambio que nutra y aliente al que, como nosotros un día, experimente en esta tierra la maravillosa aventura de vivir.

Einstein afirmó alguna vez que quien crea que su existencia y la de los demás carece de sentido, no sólo será infeliz, sino que no será apto para vivirla. Y Ken Melrose sostiene que más allá de los descubrimientos tecnológicos y científicos de este siglo, está el grandioso descubrimiento del hombre de que, cambiando nuestras actitudes y nuestros pensamientos, podemos cambiar muchos aspectos de la vida de otros.

Porque sabemos claramente que somos los únicos seres de la naturaleza que conscientemente poseemos la habilidad de desprogramarnos y reprogramar nuestras creencias equivocadas y nuestras malas actitudes por otras que nos lleven a ser agentes de cambio de las futuras generaciones a través de una labor que perdure y les beneficie.

Ese es el legado que será imperdonable no dejar a nuestros descendientes, como pequeña pero indeleble huella de nuestro fugaz, pero fecundo paso por este mundo.