/ domingo 4 de agosto de 2019

Lesa Humanidad

¿Qué sucede en la mente extraviada de un ser humano, que le impulsa a hacer daño a sus semejantes sin ningún otro propósito? ¿Qué es lo que ciega su razón y le lleva a lastimar a quien, cómo él, es la obra maestra con la que Dios culminó su creación, y con inconcebible crueldad expulsa de su corazón el amor con que fue privilegiado y que debería ser la divisa de su alma inmortal?

¿Qué acontece en los misteriosos dédalos de esa estructura maravillosa que es el cerebro humano con sus sistemas casi mágicamente distribuidos, con su cadena de neuronas, sinapsis y hemisferios en una magnífica organización de cada una de sus funciones, todo ello espléndidamente diseñado por Aquel, que es la causa de todo lo que existe?

¿Qué hace que alguien, que no nació malvado, haya hecho caso omiso de esas soberbias neuronas espejo, que dicen los neurocientíficos, y haya decidido hacer a un lado la compasión natural que en él parece estar empañada por el trance urbano, para convertirse en victimario de su hermano, ser único e irrepetible cómo él, y reencarnar dolorosamente en un nuevo Caín que hiere a Abel?

Confieso que no lo sé. Y mucho menos lo entiendo. Pero sé que aún quienes no profesan la fe en un Ser Superior, admiten muy dentro de sí, que es innegable la existencia de un vínculo común entre nosotros: todos queremos ser felices; respiramos el mismo aire; el mismo sol nos alumbra e igualmente queremos un mejor futuro para nuestros hijos.

¿Por qué entonces en lugar de incluir a los demás, compañeros de viaje también en la fascinante aventura terrenal, simplemente los excluimos? ¿Y por qué no, en lugar de salir a su encuentro para dañarlos, los abrazamos y nos proponemos disfrutar todos juntos la hermosa danza de la vida?.

Las estadísticas que muestra el mundo en cuanto a la criminalidad a causa de la ausencia de sentido humano en las personas, así como a nuestra compasión por los demás, son realmente deplorables. En Somalia, las niñas desde pequeñas son mutiladas en sus genitales para impedir el placer sexual, que los hombres afirman que para las mujeres debe estar prohibido por su religión. En la Alemania nazi, millones de judíos, rusos, gitanos y polacos fueron exterminados en campos de concentración por el odio racista. Y en muchos lugares aún se discrimina a otros seres humanos, cualesquiera sean las razones que se aduzcan para hacerlo.

Pero sin duda el crimen más detestable que puede cometer un ser pensante, es envilecer a otros seres humanos, humillarlos y colonizar su espíritu y convertirlos en punto menos que en animales. Y a veces ni siquiera en eso, sino en objetos, cosas, que se pueden usar, tirar o destruir si se desea.

En algunos lugares de África aún hay subastas de esclavos, en las que se venden, se cambian y se ofrecen las personas como ganado. Algunas farmacéuticas, aún ahora, van a ese continente para experimentar sus medicamentos en la gente pobre, sin que nadie se los impida; y de ahí mismo salen buques llenos de personas con destino a Europa para, en el mejor de los casos, ofrecer servidumbre barata a los ricos. Las redes de prostitución están a la orden a lo largo y ancho del mundo con la esclavitud sexual que supone y el lucro para quienes las manejan. Mujeres incluso enganchadas por todos los medios que la modernidad nos ha ofrecido como las “redes sociales” en las que por desgracia muchas jovencitas caen, por ignorancia o por la poca presencia de los padres en su formación y desarrollo.

Përo tal vez la forma más nefasta de dañar a alguien es robarle su infancia, sus sueños, su futuro. Y es lo que hacen los perversos traficantes de niños y niñas, con sus redes de prostitución infantil, en las que, por desgracia, hay muchas veces colusión con personas influyentes de todo tipo, que se convierten en cómplices de su despreciable conducta. Y están también en esta cadena de maldad, los traficantes de órganos, los pederastas que convierten en un infierno la vida de los niños y les dejan una huella que en lugar de olvidarse se va haciendo cada día más grande con el tiempo. Para ellos el Libro Santo dice sentencioso: ”Ay de aquel que se atreva a dañar a un niño, mas le valía que le ataron un rueda de molino a cuello, y lo arrojaran al mar…”

Y mientras tanto, ¿qué hacemos “las buenas conciencias” como la suya y la mia? Creo que nada, y a veces ni siquiera estamos enterados. Ocasionalmente quizás, lo vemos en las noticias de la televisión, en periódicos o en los medios digitales….pero entonces simplemente cambiamos de canal, damos la vuelta a la páginas o pasamos a otra cosa en nuestros dispositivos. Pero ya es hora de que la sociedad civil, las iglesias, las escuelas y desde luego las familias y los gobernantes hagamos algo. Porque es cierto lo que dice Edmund Burke:”el mal existe, porque los buenos no hacen nada".

El filósofo alemán Joseph Levinas escribió: “el primer gran pecado del hombre vino cuando Caín, interrogado por Dios sobre el paradero de su hermano Abel, simplemente contestó que él no era el guardíán de su hermano”.

Y era él precisamente quien lo había sacrificado.

Este es un recuerdo en el Día Internacional de la Trata de Personas que se celebra cada 31 de julio.


¿Qué sucede en la mente extraviada de un ser humano, que le impulsa a hacer daño a sus semejantes sin ningún otro propósito? ¿Qué es lo que ciega su razón y le lleva a lastimar a quien, cómo él, es la obra maestra con la que Dios culminó su creación, y con inconcebible crueldad expulsa de su corazón el amor con que fue privilegiado y que debería ser la divisa de su alma inmortal?

¿Qué acontece en los misteriosos dédalos de esa estructura maravillosa que es el cerebro humano con sus sistemas casi mágicamente distribuidos, con su cadena de neuronas, sinapsis y hemisferios en una magnífica organización de cada una de sus funciones, todo ello espléndidamente diseñado por Aquel, que es la causa de todo lo que existe?

¿Qué hace que alguien, que no nació malvado, haya hecho caso omiso de esas soberbias neuronas espejo, que dicen los neurocientíficos, y haya decidido hacer a un lado la compasión natural que en él parece estar empañada por el trance urbano, para convertirse en victimario de su hermano, ser único e irrepetible cómo él, y reencarnar dolorosamente en un nuevo Caín que hiere a Abel?

Confieso que no lo sé. Y mucho menos lo entiendo. Pero sé que aún quienes no profesan la fe en un Ser Superior, admiten muy dentro de sí, que es innegable la existencia de un vínculo común entre nosotros: todos queremos ser felices; respiramos el mismo aire; el mismo sol nos alumbra e igualmente queremos un mejor futuro para nuestros hijos.

¿Por qué entonces en lugar de incluir a los demás, compañeros de viaje también en la fascinante aventura terrenal, simplemente los excluimos? ¿Y por qué no, en lugar de salir a su encuentro para dañarlos, los abrazamos y nos proponemos disfrutar todos juntos la hermosa danza de la vida?.

Las estadísticas que muestra el mundo en cuanto a la criminalidad a causa de la ausencia de sentido humano en las personas, así como a nuestra compasión por los demás, son realmente deplorables. En Somalia, las niñas desde pequeñas son mutiladas en sus genitales para impedir el placer sexual, que los hombres afirman que para las mujeres debe estar prohibido por su religión. En la Alemania nazi, millones de judíos, rusos, gitanos y polacos fueron exterminados en campos de concentración por el odio racista. Y en muchos lugares aún se discrimina a otros seres humanos, cualesquiera sean las razones que se aduzcan para hacerlo.

Pero sin duda el crimen más detestable que puede cometer un ser pensante, es envilecer a otros seres humanos, humillarlos y colonizar su espíritu y convertirlos en punto menos que en animales. Y a veces ni siquiera en eso, sino en objetos, cosas, que se pueden usar, tirar o destruir si se desea.

En algunos lugares de África aún hay subastas de esclavos, en las que se venden, se cambian y se ofrecen las personas como ganado. Algunas farmacéuticas, aún ahora, van a ese continente para experimentar sus medicamentos en la gente pobre, sin que nadie se los impida; y de ahí mismo salen buques llenos de personas con destino a Europa para, en el mejor de los casos, ofrecer servidumbre barata a los ricos. Las redes de prostitución están a la orden a lo largo y ancho del mundo con la esclavitud sexual que supone y el lucro para quienes las manejan. Mujeres incluso enganchadas por todos los medios que la modernidad nos ha ofrecido como las “redes sociales” en las que por desgracia muchas jovencitas caen, por ignorancia o por la poca presencia de los padres en su formación y desarrollo.

Përo tal vez la forma más nefasta de dañar a alguien es robarle su infancia, sus sueños, su futuro. Y es lo que hacen los perversos traficantes de niños y niñas, con sus redes de prostitución infantil, en las que, por desgracia, hay muchas veces colusión con personas influyentes de todo tipo, que se convierten en cómplices de su despreciable conducta. Y están también en esta cadena de maldad, los traficantes de órganos, los pederastas que convierten en un infierno la vida de los niños y les dejan una huella que en lugar de olvidarse se va haciendo cada día más grande con el tiempo. Para ellos el Libro Santo dice sentencioso: ”Ay de aquel que se atreva a dañar a un niño, mas le valía que le ataron un rueda de molino a cuello, y lo arrojaran al mar…”

Y mientras tanto, ¿qué hacemos “las buenas conciencias” como la suya y la mia? Creo que nada, y a veces ni siquiera estamos enterados. Ocasionalmente quizás, lo vemos en las noticias de la televisión, en periódicos o en los medios digitales….pero entonces simplemente cambiamos de canal, damos la vuelta a la páginas o pasamos a otra cosa en nuestros dispositivos. Pero ya es hora de que la sociedad civil, las iglesias, las escuelas y desde luego las familias y los gobernantes hagamos algo. Porque es cierto lo que dice Edmund Burke:”el mal existe, porque los buenos no hacen nada".

El filósofo alemán Joseph Levinas escribió: “el primer gran pecado del hombre vino cuando Caín, interrogado por Dios sobre el paradero de su hermano Abel, simplemente contestó que él no era el guardíán de su hermano”.

Y era él precisamente quien lo había sacrificado.

Este es un recuerdo en el Día Internacional de la Trata de Personas que se celebra cada 31 de julio.