/ sábado 27 de febrero de 2021

Letra pública | Perlas japonesas

Desde la época de los 50' hasta el año 2003 en que lamentablemente falleció en perjuicio de la literatura y el periodismo crítico e inconoclasta el periodista Raul Prieto de la Loza, publicó una extraordinaria columna en varios periódicos de circulación nacional que denominó "Perlas Japonesas" y que firmaba con un seudónimo que se hizo célebre por su agudez y su conocimiento de la lengua española; Nikito Nipongo se llamaba.

Don Raúl Prieto de la Loza era un hombre de libros y de letras, pero sobre todo era un extraordinario lexicólogo que dominaba el idioma español como ninguno en esos tiempos. Escribió libros valiosos para el conocimiento del idioma español e incluso redactó textos contestatarios sobre el Diccionario de la Lengua de la Real Academia Española, que como se pretende establecer es la máxima autoridad en la construcción de letras en textos que tengan valor, contenido o conceptos. O que de plano como sucede con algunos que se dedican a la escritura pública que sólo logran redactar lo que conviene a los intereses establecidos y que por lo tanto carecen del concepto de libertad, de valor, y de autenticidad que "Nikito Nipongo" buscaba en su trabajo periodístico y literario.

La "otra Academia" es quizá el libro más conceptual que mexicano alguno haya escrito, donde se hacen profundas reflexiones acerca de nuestro idioma y se encuentran fundados errores en la declinación de algún verbo que autoriza la Academia de la Lengua Española. Don Raúl se dedicaba a estudiar con profundidad todo lo impreciso que le pareció el reglamento que como si fuera camisa de fuerza imponía la Academia de La Lengua Española. Esa fue la función suya mientras vivió y consistió su existencia en una frecuente aportación a la cultura, la civilización y la crítica que en aquellos tiempos eran verdaderamente actividades (lo siguen siendo) en los que técnicamente se arriesgaba la vida.

Algunos lexicólogos de nuestros días opinan que Don Raúl Prieto era además de un buen escritor un consumado filólogo, acreditado y reconocido que mientras vivió su columna sirvió para descubrir los errores dramaticales que cometían los "santones" del periodismo nacional hasta finales de los 90'. Llamando "Perlas Japonesas" a los "pecados" que localizaba en el texto del escritor en turno que leía y corregía. Pero además exponía el origen semántico de lo que analizaba y todo lo relacionado a la forma como se debe de escribir correctamente. Eran otros tiempos, eran otros hombres.

Los que escribimos y publicamos con frecuencia cometemos errores involuntarios algunos, y otros son, hay que reconocerlo, efecto de la intención de hacer que predomine nuestra opinión sobre la gente que disfruta de la lectura más que de la televisión. Los errores más frecuentes son por el desconocimiento profundo del tema que se trata a la hora de redactar y que deben de tener una penalización severa y merecida, porque más que se debe de aplicar, -me estoy refiriendo- al rigor de cotejar significado y precisión histórica, en el caso de que sea un tema de época, no, lo hacemos y confiamos en nuestra memoria. Que como sabemos es una recurrente traidora en los hombres que ya estamos en la mitad de la vida. Por otra parte cada día hay lectores más preparados y estudiados que antes. Esto es un dato que no puede pasarse por alto.

Sin embargo en estos días pienso que si Don Raúl Prieto estuviera en plenitud de sus facultades ejercitaría su periodismo en función de hacer público lo que debe de serlo y que se mantiene en la obscuridad como son los asuntos de estado. Oriana Fallaci, la estupenda escritora italiana que fue testigo del fuego cruzado que se dio el 2 de Octubre en la plaza de Tlaltelolco en 1968, escribió alguna vez como recomendación a todos los periodistas del mundo que tuvieran consciencia de que no existía pregunta prohibida. Sobre todo si a quien se le preguntaba era un hombre del poder.

Las "Perlas Japonesas" representarían en estos días los incumplimientos legales y el cinismo con que actúan ciertos funcionarios, quienes consideran que al haber sido electos por la sociedad a que pertenecen adquieren una patente de corso, para poder cometer todo tipo de entuerto y de abuso. Me acabo de enterar porque lo leí en este importante periódico que Juvenal Hernández, alcalde de Altamira, que hace unos días se proclamaba como el mejor alcalde de su ciudad, haciendo críticas a Genaro de la Portilla fue vencido judicialmente por uno de los abusos que ha cometido como alcalde de Altamira. El tribunal al que recurrió la regidora Silvia Cacho para tramitar los recursos con los que defendía su causa de que fue víctima por un arrebato propio de cacique de pueblo, le fue suspendido el pago de sus honorarios como funcionario público elegida al mismo tiempo que Juvenal Hernández, quien dio la orden de que no se le pagara.

Algunas veces la ignorancia pienso yo debiera ser una excepción de la regla, pero afortunadamente no lo es; porque este no es el caso, ya que si Juvenal Hernández no es abogado al menos debiera de hacer manifiesto que tiene conocimiento que estamos viviendo en el siglo XXI y que todo mundo sabe que ya los niños no vienen de París. Por esa razón todos los funcionarios públicos que sin esforzarse proyectan una personalidad donde sobresalen sus limitaciones debieran de rodearse de abogados expertos para que le hicieran ver al alcalde de Altamira de que su orden de no pagarle a Silvia Cacho era violatoria de las más elementales garantías individuales. Que éstas garantías, incluso vienen desde hace mucho más de 1917 cuando se legislaron en nuestro país. Parten precisamente de la revolución francesa quien formula la declaración de que todos los hombres de la tierra eran libres e iguales. Con esta norma un representante de Napoleón decapitó en España a todos los hombres que integraban la santa inquisición, que encarcelaban, asesinaban y violaban a cualquier persona que fuera objeto de sospecha de atentar contra la sagrada iglesia.

Por eso resulta absurdo que Juvenal Hernández sabiendo que Silvia Cacho es una mujer que conoce el país en el que vive y el entorno mundial en el que gira nuestra nación no iba a permitir que por un arrebato producto de la lisonja y zalamería de los super asesores de Juvenal Hernández se le violaran sus derechos. Haría muy bien el alcalde de Altamira reconocer públicamente su error al quitarle por su capricho el salario a una regidora que fue electa por el pueblo y de paso también sería bueno que este edil altamirense realice una autocrítica sobre el equipo que lo asesora y saque la conclusión a la que Silvia Cacho llegó primero de que no lo están ayudando en nada.

notario177@msn.com

Desde la época de los 50' hasta el año 2003 en que lamentablemente falleció en perjuicio de la literatura y el periodismo crítico e inconoclasta el periodista Raul Prieto de la Loza, publicó una extraordinaria columna en varios periódicos de circulación nacional que denominó "Perlas Japonesas" y que firmaba con un seudónimo que se hizo célebre por su agudez y su conocimiento de la lengua española; Nikito Nipongo se llamaba.

Don Raúl Prieto de la Loza era un hombre de libros y de letras, pero sobre todo era un extraordinario lexicólogo que dominaba el idioma español como ninguno en esos tiempos. Escribió libros valiosos para el conocimiento del idioma español e incluso redactó textos contestatarios sobre el Diccionario de la Lengua de la Real Academia Española, que como se pretende establecer es la máxima autoridad en la construcción de letras en textos que tengan valor, contenido o conceptos. O que de plano como sucede con algunos que se dedican a la escritura pública que sólo logran redactar lo que conviene a los intereses establecidos y que por lo tanto carecen del concepto de libertad, de valor, y de autenticidad que "Nikito Nipongo" buscaba en su trabajo periodístico y literario.

La "otra Academia" es quizá el libro más conceptual que mexicano alguno haya escrito, donde se hacen profundas reflexiones acerca de nuestro idioma y se encuentran fundados errores en la declinación de algún verbo que autoriza la Academia de la Lengua Española. Don Raúl se dedicaba a estudiar con profundidad todo lo impreciso que le pareció el reglamento que como si fuera camisa de fuerza imponía la Academia de La Lengua Española. Esa fue la función suya mientras vivió y consistió su existencia en una frecuente aportación a la cultura, la civilización y la crítica que en aquellos tiempos eran verdaderamente actividades (lo siguen siendo) en los que técnicamente se arriesgaba la vida.

Algunos lexicólogos de nuestros días opinan que Don Raúl Prieto era además de un buen escritor un consumado filólogo, acreditado y reconocido que mientras vivió su columna sirvió para descubrir los errores dramaticales que cometían los "santones" del periodismo nacional hasta finales de los 90'. Llamando "Perlas Japonesas" a los "pecados" que localizaba en el texto del escritor en turno que leía y corregía. Pero además exponía el origen semántico de lo que analizaba y todo lo relacionado a la forma como se debe de escribir correctamente. Eran otros tiempos, eran otros hombres.

Los que escribimos y publicamos con frecuencia cometemos errores involuntarios algunos, y otros son, hay que reconocerlo, efecto de la intención de hacer que predomine nuestra opinión sobre la gente que disfruta de la lectura más que de la televisión. Los errores más frecuentes son por el desconocimiento profundo del tema que se trata a la hora de redactar y que deben de tener una penalización severa y merecida, porque más que se debe de aplicar, -me estoy refiriendo- al rigor de cotejar significado y precisión histórica, en el caso de que sea un tema de época, no, lo hacemos y confiamos en nuestra memoria. Que como sabemos es una recurrente traidora en los hombres que ya estamos en la mitad de la vida. Por otra parte cada día hay lectores más preparados y estudiados que antes. Esto es un dato que no puede pasarse por alto.

Sin embargo en estos días pienso que si Don Raúl Prieto estuviera en plenitud de sus facultades ejercitaría su periodismo en función de hacer público lo que debe de serlo y que se mantiene en la obscuridad como son los asuntos de estado. Oriana Fallaci, la estupenda escritora italiana que fue testigo del fuego cruzado que se dio el 2 de Octubre en la plaza de Tlaltelolco en 1968, escribió alguna vez como recomendación a todos los periodistas del mundo que tuvieran consciencia de que no existía pregunta prohibida. Sobre todo si a quien se le preguntaba era un hombre del poder.

Las "Perlas Japonesas" representarían en estos días los incumplimientos legales y el cinismo con que actúan ciertos funcionarios, quienes consideran que al haber sido electos por la sociedad a que pertenecen adquieren una patente de corso, para poder cometer todo tipo de entuerto y de abuso. Me acabo de enterar porque lo leí en este importante periódico que Juvenal Hernández, alcalde de Altamira, que hace unos días se proclamaba como el mejor alcalde de su ciudad, haciendo críticas a Genaro de la Portilla fue vencido judicialmente por uno de los abusos que ha cometido como alcalde de Altamira. El tribunal al que recurrió la regidora Silvia Cacho para tramitar los recursos con los que defendía su causa de que fue víctima por un arrebato propio de cacique de pueblo, le fue suspendido el pago de sus honorarios como funcionario público elegida al mismo tiempo que Juvenal Hernández, quien dio la orden de que no se le pagara.

Algunas veces la ignorancia pienso yo debiera ser una excepción de la regla, pero afortunadamente no lo es; porque este no es el caso, ya que si Juvenal Hernández no es abogado al menos debiera de hacer manifiesto que tiene conocimiento que estamos viviendo en el siglo XXI y que todo mundo sabe que ya los niños no vienen de París. Por esa razón todos los funcionarios públicos que sin esforzarse proyectan una personalidad donde sobresalen sus limitaciones debieran de rodearse de abogados expertos para que le hicieran ver al alcalde de Altamira de que su orden de no pagarle a Silvia Cacho era violatoria de las más elementales garantías individuales. Que éstas garantías, incluso vienen desde hace mucho más de 1917 cuando se legislaron en nuestro país. Parten precisamente de la revolución francesa quien formula la declaración de que todos los hombres de la tierra eran libres e iguales. Con esta norma un representante de Napoleón decapitó en España a todos los hombres que integraban la santa inquisición, que encarcelaban, asesinaban y violaban a cualquier persona que fuera objeto de sospecha de atentar contra la sagrada iglesia.

Por eso resulta absurdo que Juvenal Hernández sabiendo que Silvia Cacho es una mujer que conoce el país en el que vive y el entorno mundial en el que gira nuestra nación no iba a permitir que por un arrebato producto de la lisonja y zalamería de los super asesores de Juvenal Hernández se le violaran sus derechos. Haría muy bien el alcalde de Altamira reconocer públicamente su error al quitarle por su capricho el salario a una regidora que fue electa por el pueblo y de paso también sería bueno que este edil altamirense realice una autocrítica sobre el equipo que lo asesora y saque la conclusión a la que Silvia Cacho llegó primero de que no lo están ayudando en nada.

notario177@msn.com