/ viernes 24 de mayo de 2019

Con café y a media luz | “Lo elemental es fundamental”

Cosas tan elementales como saber decir “por favor” y “gracias” son el fundamento para que exista un buen entendimiento entre los seres humanos y, a la postre, en el conglomerado que construimos en conjunto y llamamos “sociedad”

La ausencia de estos pequeños detalles son un síntoma más de la pérdida de los valores que están teniendo las nuevas generaciones y la carencia de una educación que debe ser instruida por los padres de familia.

Como dirían los abuelos, “en aquellos tiempos”, se nos decía que cada vez que llegábamos a un lugar y ya había alguien presente debíamos saludar sin importar si el individuo aquel gozara de nuestra simpatía o no. Un sencillo “buenas tardes” o “buenos días” y un “con su permiso”, bastaban para dar cuenta de que, en casa, papá y mamá habían hecho una buena labor con nuestra conducta y nuestra forma de ser.

De igual manera, al despedirnos o salir de un área ocupada por otras personas, era obligatorio el despedirse, por lo menos, con las mismas frases escritas en el párrafo anterior pues lo más importante que una familia podía demostrar era el respeto a los demás por el mero hecho de estar allí.

Me da tristeza escribir en copretérito, pero así lo debo hacer. “Había” –porque ya no hay– otro pequeño gran detalle sumamente valioso y era que a las personas mayores les hablábamos de “usted”, es decir, no las tuteábamos como si estuvieran en condiciones iguales a las de un chiquillo. Nos dirigíamos con respeto a ellas por su edad, sus canas y como símbolo de consideración al acto de tener más años de vida recorrida.

A la “chamacada” le da igual cuántos años se tenga. ¡Es más! No les interesa si están hablando con su jefe, profesor, padre o abuelo. ¡Le hablan como a un igual! Y, para colmo de males, se sienten con el derecho a ofenderlo y etiquetarlo a través de insultos inmisericordes cuando desconoce algo que para ellos es evidente.

Los alumnos de hoy, incluso, se refieren al profesor o a la profesora de universidad por su nombre como si los años de estudio y experiencia que tiene el mentor no valieran o, peor, como si el servicio de la transmisión de conocimientos fuera tan poco valioso que les hace ver a los docentes, como a un puñado de pajes obligados a tolerar y soportar las majaderías y faltas de respeto que les prodigan al por mayor.

Lo lamentable de todo esto, es que esta serie de calamidades proviene de los hogares, ahí donde el padre y la madre se han olvidado de enseñarle a sus hijos a ser responsables de sus actos y de su conducta. Desde el pedir permiso hasta levantar un triste plato de la mesa, ponerlo en la tarja y darle dos o tres talladas con la esponja y, de esta manera, colaborar con el mantenimiento del hogar.

Hoy puedo observar a jóvenes que les gritan a sus padres, los insultan y los humillan y, aun así, el padre o la madre está al lado del muchacho o señorita, porque creen que en este acto de tolerancia están cumpliendo con su obligación de progenitores y procuran proveerle de todo lo que se les reclama a través de los berrinches y las perretas que están a la orden del día.

Cabe hacer mención que, actualmente, el o la protagonista de la pataleta ya tiene más de veinte años de edad y nadie, ni él o ella, ni “los autores de sus días” se han percatado de que ya es todo un hombre o toda una mujercita que debe asumir sus propias responsabilidades y, en otros tiempos, por ejemplo, ya no tendría que depender de sus papás, por el contrario, debería estar generando su propio sustento económico.

Algunas personas dirán que este fenómeno se presenta en las grandes urbes, donde la tecnología ha sido el parteaguas generacional y educativo, pues los muchachos tienen acceso a otro tipo de información que les confunde y nubla la visión de una realidad de una sociedad nuclear como la nuestra, que están dispuestos a no aceptar con todas sus fuerzas.

Otros, me asegurarán que este fenómeno que le he descrito se manifiesta en las zonas apartadas del campo mexicano, donde las mismas condiciones de vida los ha llevado a no preocuparse por lo importante que es el saberse comportar cuando se llega a un lugar ajeno o cuando se trata con personas extrañas.

Permítame comentarle que, en mayor o menor medida, estos detalles están apareciendo de manera simultánea en las grandes urbes, en el rincón más apartado, entre la realeza más acomodada o en el hogar más modesto. Pues la educación, gentil amigo lector, es un valor que no entiende de clases sociales, no sabe de distancias geográficas y, mucho menos, de estratos socio económicos.

La educación es una virtud aprendida y es la madre de otros tantos valores. El respeto y la conducta, por ejemplo, son sus descendientes inmediatos y, de allí, parten otros más complejos para la coexistencia humana, como la democracia, la tolerancia, la filantropía, la moral, entre muchos otros más.

Ojalá, que hagamos una profunda reflexión a este respecto y enseñemos que se debe saludar, despedirse, levantar un plato de la mesa, saber pedir un favor y agradecer por él y otras normas y valores elementales que se han ido perdiendo y hoy, más que nunca, debemos recordar que son fundamentales para que el ser humano labre su porvenir y logre un bienestar social.

¡Hasta la próxima!

Escríbame a licajimenezmcc@hotmail.com y recuerde, para mañana ¡Despierte, no se duerma que será un gran día!

Cosas tan elementales como saber decir “por favor” y “gracias” son el fundamento para que exista un buen entendimiento entre los seres humanos y, a la postre, en el conglomerado que construimos en conjunto y llamamos “sociedad”

La ausencia de estos pequeños detalles son un síntoma más de la pérdida de los valores que están teniendo las nuevas generaciones y la carencia de una educación que debe ser instruida por los padres de familia.

Como dirían los abuelos, “en aquellos tiempos”, se nos decía que cada vez que llegábamos a un lugar y ya había alguien presente debíamos saludar sin importar si el individuo aquel gozara de nuestra simpatía o no. Un sencillo “buenas tardes” o “buenos días” y un “con su permiso”, bastaban para dar cuenta de que, en casa, papá y mamá habían hecho una buena labor con nuestra conducta y nuestra forma de ser.

De igual manera, al despedirnos o salir de un área ocupada por otras personas, era obligatorio el despedirse, por lo menos, con las mismas frases escritas en el párrafo anterior pues lo más importante que una familia podía demostrar era el respeto a los demás por el mero hecho de estar allí.

Me da tristeza escribir en copretérito, pero así lo debo hacer. “Había” –porque ya no hay– otro pequeño gran detalle sumamente valioso y era que a las personas mayores les hablábamos de “usted”, es decir, no las tuteábamos como si estuvieran en condiciones iguales a las de un chiquillo. Nos dirigíamos con respeto a ellas por su edad, sus canas y como símbolo de consideración al acto de tener más años de vida recorrida.

A la “chamacada” le da igual cuántos años se tenga. ¡Es más! No les interesa si están hablando con su jefe, profesor, padre o abuelo. ¡Le hablan como a un igual! Y, para colmo de males, se sienten con el derecho a ofenderlo y etiquetarlo a través de insultos inmisericordes cuando desconoce algo que para ellos es evidente.

Los alumnos de hoy, incluso, se refieren al profesor o a la profesora de universidad por su nombre como si los años de estudio y experiencia que tiene el mentor no valieran o, peor, como si el servicio de la transmisión de conocimientos fuera tan poco valioso que les hace ver a los docentes, como a un puñado de pajes obligados a tolerar y soportar las majaderías y faltas de respeto que les prodigan al por mayor.

Lo lamentable de todo esto, es que esta serie de calamidades proviene de los hogares, ahí donde el padre y la madre se han olvidado de enseñarle a sus hijos a ser responsables de sus actos y de su conducta. Desde el pedir permiso hasta levantar un triste plato de la mesa, ponerlo en la tarja y darle dos o tres talladas con la esponja y, de esta manera, colaborar con el mantenimiento del hogar.

Hoy puedo observar a jóvenes que les gritan a sus padres, los insultan y los humillan y, aun así, el padre o la madre está al lado del muchacho o señorita, porque creen que en este acto de tolerancia están cumpliendo con su obligación de progenitores y procuran proveerle de todo lo que se les reclama a través de los berrinches y las perretas que están a la orden del día.

Cabe hacer mención que, actualmente, el o la protagonista de la pataleta ya tiene más de veinte años de edad y nadie, ni él o ella, ni “los autores de sus días” se han percatado de que ya es todo un hombre o toda una mujercita que debe asumir sus propias responsabilidades y, en otros tiempos, por ejemplo, ya no tendría que depender de sus papás, por el contrario, debería estar generando su propio sustento económico.

Algunas personas dirán que este fenómeno se presenta en las grandes urbes, donde la tecnología ha sido el parteaguas generacional y educativo, pues los muchachos tienen acceso a otro tipo de información que les confunde y nubla la visión de una realidad de una sociedad nuclear como la nuestra, que están dispuestos a no aceptar con todas sus fuerzas.

Otros, me asegurarán que este fenómeno que le he descrito se manifiesta en las zonas apartadas del campo mexicano, donde las mismas condiciones de vida los ha llevado a no preocuparse por lo importante que es el saberse comportar cuando se llega a un lugar ajeno o cuando se trata con personas extrañas.

Permítame comentarle que, en mayor o menor medida, estos detalles están apareciendo de manera simultánea en las grandes urbes, en el rincón más apartado, entre la realeza más acomodada o en el hogar más modesto. Pues la educación, gentil amigo lector, es un valor que no entiende de clases sociales, no sabe de distancias geográficas y, mucho menos, de estratos socio económicos.

La educación es una virtud aprendida y es la madre de otros tantos valores. El respeto y la conducta, por ejemplo, son sus descendientes inmediatos y, de allí, parten otros más complejos para la coexistencia humana, como la democracia, la tolerancia, la filantropía, la moral, entre muchos otros más.

Ojalá, que hagamos una profunda reflexión a este respecto y enseñemos que se debe saludar, despedirse, levantar un plato de la mesa, saber pedir un favor y agradecer por él y otras normas y valores elementales que se han ido perdiendo y hoy, más que nunca, debemos recordar que son fundamentales para que el ser humano labre su porvenir y logre un bienestar social.

¡Hasta la próxima!

Escríbame a licajimenezmcc@hotmail.com y recuerde, para mañana ¡Despierte, no se duerma que será un gran día!