/ domingo 26 de junio de 2022

Lo incondicionado

Del Romanticismo al Idealismo Alemán.

“Buscamos por todas partes lo incondicionado pero sólo encontramos cosas” anotaba Novalis, poeta precursor del romanticismo alemán.

El cambio de paradigma estético postulado a partir de la verdad como fundamento de la belleza supuso una revolución de tal profundidad que siempre que se considere al arte como portador de un conocimiento superior podemos estar seguro que nos hayamos en presencia de una estética romántica o derivada de ella.

Este nuevo paradigma en la que se sustentaba la sensibilidad estética romántica no busca saciar los apetitos estéticos sensuales, sino intelectuales, no pretende el placer de los sentidos sino acceder a esa verdad absoluta afluente de la belleza.

Pero para los románticos alemanes la verdad absoluta no es esa ordinaria actitud arbitraria mediante la cual se imponen opiniones subjetivas individuales con la absurda pretensión de totalidad para dar por zanjada cualquier discusión, lo que de suyo implicaría un gesto de mal gusto por tosco y burdo, muy ajena a las sutilezas de la estética romántica.

No, para los románticos precursores del romanticismo alemán la verdad absoluta es el rayo de lo divino en nosotros como lo sostuviera Hegel.

Lo absoluto y lo divino cuando menos a partir de Kant, no es otra cosa que aquella Idea que no está en un espacio, en un tiempo ni en relación con nada, tal y como define el diccionario a lo absoluto.

El problema de toda la filosofía poskantiana cuando menos para el idealismo alemán fue encontrar la vía a eso que por defecto de nuestra constitución humana dominada por nuestros sentidos no podemos acceder sin tener que pensarlo en un espacio, un tiempo y relación.

Es decir, sabemos que nuestros sentidos afectan la forma en la que nos parecen las cosas y de ello suponemos, cuando menos Kant así lo hizo, que las cosas poseen una naturaleza a la que no podemos acceder porque estamos condicionados por la forma en la que las conocemos, es decir, hay una verdad más allá de nuestros sentidos y no hay forma de conocerla sensiblemente, para ello requerimos los ojos de la mente.

Esa verdad, es la verdad absoluta de los románticos alemanes, la verdad incondicionada y esa es su solución; de ahí surge el reproche y urgencia novalisimo citado al principio, que no es otra cosa que un llamado a elevarnos por encima de las cosas comunes y corrientes e ir a la búsqueda de las ideas eternas de tipo platónico; pero no teniendo para ello de vehículo a los sentidos, sino a la intuición intelectual, esa agitación interior que se produce al saber que nos hayamos en conexión con algo verdadero que nos trasciende, nada ha representado mejor esta nueva actitud estética que la emblemática obra Caminante sobre el mar de nubes, de Caspar David Friederich.

En razón de lo anterior Solger afirmara que el arte es el mediador terreno de la belleza que es un concepto arquetípico que no puede basarse en ésta o en aquella capacidad cognoscitiva, por lo que no es posible captar lo bello con los instrumentos de nuestros sentidos.

Con la llegada del Romanticismo según E. Gombrich, por primera vez, llegó a ser verdad que el arte era un perfecto medio para expresar el sentir individual; siempre, naturalmente, que el artista poseyera ese sentir individual al que dar expresión.

Regeneración

Del Romanticismo al Idealismo Alemán.

“Buscamos por todas partes lo incondicionado pero sólo encontramos cosas” anotaba Novalis, poeta precursor del romanticismo alemán.

El cambio de paradigma estético postulado a partir de la verdad como fundamento de la belleza supuso una revolución de tal profundidad que siempre que se considere al arte como portador de un conocimiento superior podemos estar seguro que nos hayamos en presencia de una estética romántica o derivada de ella.

Este nuevo paradigma en la que se sustentaba la sensibilidad estética romántica no busca saciar los apetitos estéticos sensuales, sino intelectuales, no pretende el placer de los sentidos sino acceder a esa verdad absoluta afluente de la belleza.

Pero para los románticos alemanes la verdad absoluta no es esa ordinaria actitud arbitraria mediante la cual se imponen opiniones subjetivas individuales con la absurda pretensión de totalidad para dar por zanjada cualquier discusión, lo que de suyo implicaría un gesto de mal gusto por tosco y burdo, muy ajena a las sutilezas de la estética romántica.

No, para los románticos precursores del romanticismo alemán la verdad absoluta es el rayo de lo divino en nosotros como lo sostuviera Hegel.

Lo absoluto y lo divino cuando menos a partir de Kant, no es otra cosa que aquella Idea que no está en un espacio, en un tiempo ni en relación con nada, tal y como define el diccionario a lo absoluto.

El problema de toda la filosofía poskantiana cuando menos para el idealismo alemán fue encontrar la vía a eso que por defecto de nuestra constitución humana dominada por nuestros sentidos no podemos acceder sin tener que pensarlo en un espacio, un tiempo y relación.

Es decir, sabemos que nuestros sentidos afectan la forma en la que nos parecen las cosas y de ello suponemos, cuando menos Kant así lo hizo, que las cosas poseen una naturaleza a la que no podemos acceder porque estamos condicionados por la forma en la que las conocemos, es decir, hay una verdad más allá de nuestros sentidos y no hay forma de conocerla sensiblemente, para ello requerimos los ojos de la mente.

Esa verdad, es la verdad absoluta de los románticos alemanes, la verdad incondicionada y esa es su solución; de ahí surge el reproche y urgencia novalisimo citado al principio, que no es otra cosa que un llamado a elevarnos por encima de las cosas comunes y corrientes e ir a la búsqueda de las ideas eternas de tipo platónico; pero no teniendo para ello de vehículo a los sentidos, sino a la intuición intelectual, esa agitación interior que se produce al saber que nos hayamos en conexión con algo verdadero que nos trasciende, nada ha representado mejor esta nueva actitud estética que la emblemática obra Caminante sobre el mar de nubes, de Caspar David Friederich.

En razón de lo anterior Solger afirmara que el arte es el mediador terreno de la belleza que es un concepto arquetípico que no puede basarse en ésta o en aquella capacidad cognoscitiva, por lo que no es posible captar lo bello con los instrumentos de nuestros sentidos.

Con la llegada del Romanticismo según E. Gombrich, por primera vez, llegó a ser verdad que el arte era un perfecto medio para expresar el sentir individual; siempre, naturalmente, que el artista poseyera ese sentir individual al que dar expresión.

Regeneración