/ domingo 29 de mayo de 2022

Lo sublime y la experiencia estética

El estudio de la estética moderna inicia en la filosofía alemana con Baumgarten y el intento de Kant por fundamentar nuestros juicios estéticos como una facultad de la razón a partir de un orden teleológico o final de la naturaleza que considera que el arte debe de poseer la misma espontaneidad que la naturaleza.

A través de la contemplación que no es más que el encuentro de nuestro modo de percibir los objetos como siendo destinados para ello, viene a la vida el placer de la experiencia estética.

Kant sostiene que manifestamos nuestra apreciación sobre la belleza cuando en nuestro juicio no existe deseo alguno, sino solo la invitación para que alguien más comparta la misma apreciación y cuando manifestamos que algo nos agrada en ello va inserto la vinculación de un sentimiento que opera de manera directa sobre el objeto de nuestro afecto sin mediación de ningún concepto, sin importar si alguien más mantiene la misma opinión.

Pero en tanto los filósofos alemanes intentaron sentar las bases de la metafísica de la experiencia estética como un goce, Edmund Burke, por quien Kant sentía poca estima, quiso rastrear las conexiones psicológicas de la experiencia estética de lo sublime con el terror o la aflicción.

Para Burke la experiencia de lo sublime participa de una afección semejante a la del terror en tanto que comparte la misma estupefacción o asombro y esto es lo esencial de lo sublime; la sensación de desbordamiento.

Para esto pone como ejemplo a los animales salvajes cuya majestuosidad va unida a una sensación de peligro que produce un miedo que los hace sublimes al estar en presencia de ellos.

En este mismo sentido afirma Burke que una gran llanura no es algo irrelevante, pero esa bastedad no es nada, ni produce el recogimiento y temor que provoca el mirar la intimidante fuerza del océano en acción en medio de una tempestad, sin que podamos dejar de pensar que es sublime por todo el respeto amenazante que nos produce.

De esta manera Burke llega a la conclusión de que el terror colinda y se revuelve al punto de hacerse indiscernible con la experiencia de lo sublime y que por lo tanto lo sublime es una emoción de aflicción, y que no le pertenece ningún placer de causa positiva distanciándose con ello de la filosofía metafísica y romántica alemana.

La observación anterior parece contrariar la intuición común del lenguaje actual, para el cual lo sublime se toma para describir uno u otro placer sensual, es decir, es más próxima a la interpretación de los románticos y filósofos alemanes.

Ciertamente es más fácil identificar una obra del pintor romántico alemán Caspar David Friederich como un objeto de belleza, que explicar con precisión qué principio subyacente está involucrado en ese juicio o, como sostuviera Gombrich, lo bello es aquello que no necesita de explicaciones.

Pero lejos de ser un mero apéndice, la experiencia de lo sublime fue para Burke más valiosa que la experiencia de lo bello. En sus propias palabras, la investigación filosófica de Burke sobre el origen de nuestras ideas de lo sublime y lo bello es un examen de nuestras pasiones en nuestros pechos.

Burke llama a su investigación “filosófica” y en la medida en que plantea cuestiones filosóficas, esa es una descripción adecuada, aunque el propio Kant reprobara el término, pero lo que es importante aquí es el aspecto psicológico e ingenioso con el que Burke busca llegar a los principios de la experiencia estética mediante el estudio de las pasiones humanas.

Y desde luego que podemos aprender algo útil del estudio de nuestras pasiones en sí mismas, que son una unidad de análisis significativa.

Burke llega a la conclusión de que el terror colinda y se revuelve al punto de hacerse indiscernible con la experiencia de lo sublime y que por lo tanto lo sublime es una emoción de aflicción.

  • Regeneración

El estudio de la estética moderna inicia en la filosofía alemana con Baumgarten y el intento de Kant por fundamentar nuestros juicios estéticos como una facultad de la razón a partir de un orden teleológico o final de la naturaleza que considera que el arte debe de poseer la misma espontaneidad que la naturaleza.

A través de la contemplación que no es más que el encuentro de nuestro modo de percibir los objetos como siendo destinados para ello, viene a la vida el placer de la experiencia estética.

Kant sostiene que manifestamos nuestra apreciación sobre la belleza cuando en nuestro juicio no existe deseo alguno, sino solo la invitación para que alguien más comparta la misma apreciación y cuando manifestamos que algo nos agrada en ello va inserto la vinculación de un sentimiento que opera de manera directa sobre el objeto de nuestro afecto sin mediación de ningún concepto, sin importar si alguien más mantiene la misma opinión.

Pero en tanto los filósofos alemanes intentaron sentar las bases de la metafísica de la experiencia estética como un goce, Edmund Burke, por quien Kant sentía poca estima, quiso rastrear las conexiones psicológicas de la experiencia estética de lo sublime con el terror o la aflicción.

Para Burke la experiencia de lo sublime participa de una afección semejante a la del terror en tanto que comparte la misma estupefacción o asombro y esto es lo esencial de lo sublime; la sensación de desbordamiento.

Para esto pone como ejemplo a los animales salvajes cuya majestuosidad va unida a una sensación de peligro que produce un miedo que los hace sublimes al estar en presencia de ellos.

En este mismo sentido afirma Burke que una gran llanura no es algo irrelevante, pero esa bastedad no es nada, ni produce el recogimiento y temor que provoca el mirar la intimidante fuerza del océano en acción en medio de una tempestad, sin que podamos dejar de pensar que es sublime por todo el respeto amenazante que nos produce.

De esta manera Burke llega a la conclusión de que el terror colinda y se revuelve al punto de hacerse indiscernible con la experiencia de lo sublime y que por lo tanto lo sublime es una emoción de aflicción, y que no le pertenece ningún placer de causa positiva distanciándose con ello de la filosofía metafísica y romántica alemana.

La observación anterior parece contrariar la intuición común del lenguaje actual, para el cual lo sublime se toma para describir uno u otro placer sensual, es decir, es más próxima a la interpretación de los románticos y filósofos alemanes.

Ciertamente es más fácil identificar una obra del pintor romántico alemán Caspar David Friederich como un objeto de belleza, que explicar con precisión qué principio subyacente está involucrado en ese juicio o, como sostuviera Gombrich, lo bello es aquello que no necesita de explicaciones.

Pero lejos de ser un mero apéndice, la experiencia de lo sublime fue para Burke más valiosa que la experiencia de lo bello. En sus propias palabras, la investigación filosófica de Burke sobre el origen de nuestras ideas de lo sublime y lo bello es un examen de nuestras pasiones en nuestros pechos.

Burke llama a su investigación “filosófica” y en la medida en que plantea cuestiones filosóficas, esa es una descripción adecuada, aunque el propio Kant reprobara el término, pero lo que es importante aquí es el aspecto psicológico e ingenioso con el que Burke busca llegar a los principios de la experiencia estética mediante el estudio de las pasiones humanas.

Y desde luego que podemos aprender algo útil del estudio de nuestras pasiones en sí mismas, que son una unidad de análisis significativa.

Burke llega a la conclusión de que el terror colinda y se revuelve al punto de hacerse indiscernible con la experiencia de lo sublime y que por lo tanto lo sublime es una emoción de aflicción.

  • Regeneración