/ domingo 31 de mayo de 2020

Los indicadores del éxito

El éxito no siempre tiene que ver con lo que mucha gente de ordinario se imagina.

No se debe a los títulos y lauros académicos que se tienen, a la sangre heredada o a la universidad donde se estudió, como legado de tercera generación.

No depende de si eres jefe o subordinado; si escalaste la última posición en la empresa donde laboras, o si estás en la ignorada base de la misma.

No tiene que ver con el poder que ejerces, sea político o económico; si eres un buen ejecutivo, sales en las páginas de los periódicos y los reflectores te siguen donde quiera que vas.

No es a causa de la tecnología que empleas, sea sencilla o sofisticada, si usas Twitter, Whatsapp o Instagram y tu Iphone es de modelo más reciente.

No se debe a la ropa que usas; los clubes a los que perteneces y si después de tu nombre pones siglas deslumbrantes con que pretendes definir tu estatus para el espejo social.

Porque puede también deberse a cuánta gente te sonríe, te respeta y admira con sinceridad la sencillez de tu espíritu. De si te ignoran o te recuerdan cuando te vas.

Puede igualmente deberse a cuántas personas ayudas; si evitas dañar a quienes te rodean y si guardas o no resentimientos en tu corazón hacia los demás.

Es sobre si en tus triunfos incluiste siempre tus sueños. Si fincaste tu éxito en la desdicha ajena y tus logros fueron obtenidos lastimando a tus semejantes. Incluida tu familia.

Muchas veces depende de si fuiste solidario con el necesitado, de tu respeto para con la naturaleza y para el que no piensa como tú, así como de tu trato amable y la sencillez de tu espíritu.

Es sobre si usaste tu cabeza tanto como tu corazón; si fuiste egoísta o empático con el que necesitaba consuelo; y si fuiste sensible con los niños y los ancianos.

Y puede desde luego depender también de tu bondad; tu saber escuchar; tu deseo de servir y no hacer juicios de valor sobre los otros.

No se debe al número de tus seguidores, sino de aquellos que realmente te aman; no de cuántos te sirven, sino de cuántos te creen, de si eres feliz o aparentas estarlo para no complicarte la vida.

Se trata del equilibrio entre el tiempo que dedicas a tu trabajo y el que das a los que amas, del bien ser que conduce al bienestar y al bien tener.

Se trata de tu conciencia tranquila, tu dignidad invicta y tu deseo de ser más, no sólo de tener más, o parecer más.

Porque si así no fuera, sin duda tendríamos que pensar en un grave error en los diseños de Dios.

En lugar de la ley del amor debía haber puesto la ley del más astuto, del narcisista y el poderoso.

En lugar de imitar a Teresa de Calcuta y a Rigoberta Menchú habría que seguir a Hitler y a Stalin. Y en lugar de asilos debería de haber holocaustos.

Por eso, y a pesar de todo, debemos pensar que el mundo tiene todavía redención y futuro.

Reconocer que el éxito puede también estar en los sueños e ilusiones de las almas generosas. De esas personas que imaginan un mundo más allá de unos cuantos signos de un éxito perecedero y efímero. Y que si quisiéramos podríamos tener el arcoíris y el tesoro, si supiéramos conjugar con sabiduría la búsqueda de ambos.

Y mientras creamos que el verdadero éxito pertenece al hombre que hace las cosas y no a las cosas que hace el hombre.

Porque en verdad es cierto lo que se lee en el Libro Santo acerca de que al final, muchas cosas simplemente nos serán dadas por añadidura.

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LOS INDICADORES DEL ÉXITO

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“…el éxito es un mal maestro;

hace que los inteligentes piensen

que no pueden perder…”

Bill Gates

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Rubén Núñez de Cáceres V.

El éxito no siempre tiene que ver con lo que mucha gente de ordinario se imagina.

No se debe a los títulos y lauros académicos que se tienen, a la sangre heredada o a la universidad donde se estudió, como legado de tercera generación.

No depende de si eres jefe o subordinado; si escalaste la última posición en la empresa donde laboras, o si estás en la ignorada base de la misma.

No tiene que ver con el poder que ejerces, sea político o económico; si eres un buen ejecutivo, sales en las páginas de los periódicos y los reflectores te siguen donde quiera que vas.

No es a causa de la tecnología que empleas, sea sencilla o sofisticada, si usas Twitter, Whatsapp o Instagram y tu Iphone es de modelo más reciente.

No se debe a la ropa que usas; los clubes a los que perteneces y si después de tu nombre pones siglas deslumbrantes con que pretendes definir tu estatus para el espejo social.

Porque puede también deberse a cuánta gente te sonríe, te respeta y admira con sinceridad la sencillez de tu espíritu. De si te ignoran o te recuerdan cuando te vas.

Puede igualmente deberse a cuántas personas ayudas; si evitas dañar a quienes te rodean y si guardas o no resentimientos en tu corazón hacia los demás.

Es sobre si en tus triunfos incluiste siempre tus sueños. Si fincaste tu éxito en la desdicha ajena y tus logros fueron obtenidos lastimando a tus semejantes. Incluida tu familia.

Muchas veces depende de si fuiste solidario con el necesitado, de tu respeto para con la naturaleza y para el que no piensa como tú, así como de tu trato amable y la sencillez de tu espíritu.

Es sobre si usaste tu cabeza tanto como tu corazón; si fuiste egoísta o empático con el que necesitaba consuelo; y si fuiste sensible con los niños y los ancianos.

Y puede desde luego depender también de tu bondad; tu saber escuchar; tu deseo de servir y no hacer juicios de valor sobre los otros.

No se debe al número de tus seguidores, sino de aquellos que realmente te aman; no de cuántos te sirven, sino de cuántos te creen, de si eres feliz o aparentas estarlo para no complicarte la vida.

Se trata del equilibrio entre el tiempo que dedicas a tu trabajo y el que das a los que amas, del bien ser que conduce al bienestar y al bien tener.

Se trata de tu conciencia tranquila, tu dignidad invicta y tu deseo de ser más, no sólo de tener más, o parecer más.

Porque si así no fuera, sin duda tendríamos que pensar en un grave error en los diseños de Dios.

En lugar de la ley del amor debía haber puesto la ley del más astuto, del narcisista y el poderoso.

En lugar de imitar a Teresa de Calcuta y a Rigoberta Menchú habría que seguir a Hitler y a Stalin. Y en lugar de asilos debería de haber holocaustos.

Por eso, y a pesar de todo, debemos pensar que el mundo tiene todavía redención y futuro.

Reconocer que el éxito puede también estar en los sueños e ilusiones de las almas generosas. De esas personas que imaginan un mundo más allá de unos cuantos signos de un éxito perecedero y efímero. Y que si quisiéramos podríamos tener el arcoíris y el tesoro, si supiéramos conjugar con sabiduría la búsqueda de ambos.

Y mientras creamos que el verdadero éxito pertenece al hombre que hace las cosas y no a las cosas que hace el hombre.

Porque en verdad es cierto lo que se lee en el Libro Santo acerca de que al final, muchas cosas simplemente nos serán dadas por añadidura.

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LOS INDICADORES DEL ÉXITO

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“…el éxito es un mal maestro;

hace que los inteligentes piensen

que no pueden perder…”

Bill Gates

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Rubén Núñez de Cáceres V.